Me sentía enfadada por lo que decidí ir a caminar por la playa, pisar la arena y dejar que las olas acariciaran mis pies siempre me devolvía un poco de calma. No podía comprenderlo, desde un principio pensé que podría ser un chico caprichoso de los que nacen y crecen en cuna de oro, de esos que no salen de su burbuja para mirar que el mundo es mucho más de lo que ellos están acostumbrados y que no todas las personas tienen los mismos privilegios. Pero no me parecía que fuera del todo así, era algo más, algo mucho más profundo que no lograba dilucidar. Y yo odiaba no entender las cosas.
Me gustaba tener todo bajo control, anticiparme a las posibles preguntas o situaciones que podrían salir mal, por eso había preparado mi plan con distintos escenarios en base a lo que me era conocido: Ana o Sonia. Sabía a la perfección cuáles podrían ser las inquietudes de cada una de ellas, qué me preguntarían, que es lo que les haría dudar en tomar una decisión, qué podría influir en sus decisiones... pero no conocía a Luca, por lo que desde un principio el cambio logró ponerme nerviosa.
De todas maneras, había pensado que alguno de todos los escenarios que consideré, podría servirme también con él. Pero no era así porque a él no le importaba nada en absoluto, incluso era probable que haya tenido que venir obligado por eso su necesidad de acabar con todo cuanto antes.
Decidí plantear en mi mente nuevas salidas. Solo tenía una reunión más para poder explicarle la ampliación de la casa Azul. Habría podido apelar a que ese fue el sueño de su madre, pero era obvio que eso podía acabar peor. Los niños y sus historias tampoco lo conmovían y no lograba encontrar una forma de hablar con él que no acabara en ganas de estrangularlo.
Suspiré y me dejé caer en la arena. El sol acababa de borrarse en el horizonte y las estrellas empezaban a brillar. La noche estaba perfecta, me perdí en la calma que me brindaba el titilar de las estrellas y recordé una escena de antaño.
—¿Te gustan las estrellas? —preguntó aquella noche cuando me encontró mirando por la ventana.
—Ajá... —respondí.
—Yo creo que ellas son las guardianas de nuestros sueños —añadió. La miré con curiosidad—. Hay muchísimas, imposibles de contar, ¿no lo crees?
—Probablemente...
—Cuando tengas un sueño que te parece imposible, guárdalo en una estrella... Mira el cielo, elige una y cuéntale tu sueño... son las mejores guardianas...
—¿Y funciona?
—Claro que sí, es más... tengo algo que te encantará.
Sonreí ante el recuerdo y fijé la vista en una de las estrellas.
—Necesito una oportunidad para hablarle del proyecto... No pido más que eso... una oportunidad, nada más —supliqué y me quedé unos instantes viendo a la estrella que había elegido bailar en la oscuridad de la noche.
Volví a la casa Azul después de la cena, hablé con las encargadas de la noche y revisé que todos los niños estuvieran dormidos. Me acerqué a la cama de Isa y le di un beso en la frente antes de cruzar la calle e ingresar a mi hogar.
Cerré la puerta tras de mí y busqué algo para comer, calenté una sopa del día anterior y me senté en la mesa a comer. El silencio del campo lo llenaba todo y me agradaba, pero también me recordaba que esa era la hora de la soledad.
Hacía mucho que no lo pensaba, solía estar tan cansada que acababa rendida antes de poder darme vueltas en la cama como cuando era pequeña, pero ese había sido un día difícil y aunque me sentía agotada, no conseguía tranquilizarme. Pensé que era por lo que podría suceder al día siguiente cuando le planteara el proyecto a Luca, pero dentro de mí sabía que había algo más, algo que no entendía, y que por tanto, no me agradaba.
Me metí a la ducha y me puse un pijama, me acosté y recordé el día una y otra vez. Después en un intento desesperado por dormir me enfoqué en alejar los pensamientos y poner la mente en blanco, pero no funcionó. Comencé a sentirla, se me coló en los huesos desde la punta de los dedos del pie. Así empezaba siempre, me daba frío en los pies y me subía por las piernas hasta llegarme a la espalda y subir hasta mi pecho en donde congelaba mi corazón.
Así sentía yo a la soledad.
No es que no me gustara estar sola ni le temiera a la soledad. De hecho, me encantaba tener mi espacio, vivir en mi pequeña casita y organizar mi día y mi vida a mi antojo. No lograba imaginar lo que podría ser compartir vida con alguien a esas alturas de mi vida, quizá porque lo había hecho durante tantos años cuando vivía en el hogar, que vivir sola y por mí misma había adquirido un valor inigualable para mí.
Pero no se trataba de esa soledad la que me daba frío. Sino la consciencia de saber que no tenía a nadie en el mundo... Y sabía que no era del todo real, tenía amigas dentro y fuera del hogar, había personas en el pueblo que me cuidaban y me querían... pero no se trataba de eso, sino de algo que se me había instalado en el pecho y se me había grabado en alguna parte del alma como un tatuaje cuando solo era una niña. Lo había tratado en terapia por años, por eso era capaz de manejar la situación la mayoría de las veces que mi mente comenzaba a divagarse en lo sola en el mundo que estaba. Pero no siempre era factible, a veces incluso la dejaba ganar, tomarse un poco de mí para poder seguir respirando. Ese dolor tenía que salir cada cierto tiempo y eso era saludable, lo había terminado por aceptar cuando fui consciente de que era parte de mí y de que siempre lo sería, de la misma manera en que era parte de cada uno de los niños del hogar. Y yo no podría enseñarles a tratar ese dolor si no era capaz de trabajar el mío.
Suspiré y cerré los ojos, dejé que el frío me tomara el cuerpo por un buen rato, permití que mi cuerpo temblara un poco para liberarse y que mi mente gritara sus miedos acerca de que estaba sola en el mundo. Entonces, cuando comencé a hacer mis respiraciones para calmarme, empecé a sentir el cuerpo liviano y el frío se convirtió en calma. Me cubrí con la manta y me hice consciente de la forma en que mi cuerpo se iba tranquilizando hasta que perdí la consciencia en el sueño.
Por la mañana siguiente me vestí y salí directo a la casa con ganas de ver a las chicas y desayunar con los niños antes de ir a buscar a Luca y enfrentarme a su carácter inestable.
Siempre agradecida a la gente que me deja comentarios... Muchas gracias por leer.
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Ella, el mar y las estrellas
RomanceCuando Luca era pequeño, pedía deseos a las estrellas, hasta que estas hicieron silencio para siempre. Muchos años después, Luca deberá hacer frente a sus peores temores y deberá decidir si las estrellas aún tienen algo que decirle. TODOS LOS DEREC...