Laurent
Aparecí con bastante antelación en el apartamento de la banda y me encontré a los chicos reunidos en la sala. Estaban inmersos en una plática animada, como lo evidenciaban sus risas constantes. En el suelo, había algunas latas de cerveza, unas vacías y otras llenas, junto con unos cuantos cigarros recién consumidos en un cenicero. Temía que hubieran bebido de más y estuvieran algo ebrios, pero el número de latas me sugería que cada uno solo había tomado una. Además, no parecían fuera de sí ni mucho menos.
—¿Quieres una cerveza? —preguntó Yara, pidiéndole a Archie que fuera a traer una al refrigerador.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que tomé alcohol. Fue en una fiesta a la que asistí con Abby. Lo hice medio obligado, ya que, si no le seguía su juego de tomar cerveza con ella, se enojaba conmigo.
—No hace falta —respondí, haciéndole un gesto a Archie para que se quedara sentado.
—¿Y un cigarrillo? —me preguntó Jan, que sacó un paquete de su chaqueta.
—Tampoco. —Negué con la cabeza. Podía decir con confianza que no tenía ninguna relación con el tabaco.
—El que más fuma de nosotros es Jan —aclaró Yara—. Los demás solo lo hacemos de vez en cuando.
—¿Podría Jan pasar un día sin fumar? —Archie lanzó la pregunta al aire, y todos coincidieron en que no.
—No fumas ni bebes. —Jan me miró—. ¿Por qué?
—Por salud, supongo —le respondí.
—Bueno —prosiguió él—, muchas personas pasan toda su vida sin fumar, beber o hacer nada perjudicial para su salud y, un día cualquiera, salen de su casa y son atropelladas por un auto y mueren.
—Eso suena... irónico —dijo Abel.
—Sería injusto, en todo caso —aseguró Yara.
—La vida no es una sala de juicio para que le exijamos justicia. —Jan volvió a tomar la palabra, devolviendo la caja de cigarrillos al bolso de su chaqueta.
La frialdad de Jan al decir esto tenía un sorprendente realismo.
—¡¿Saben en qué la vida sí será justa con nosotros! —dijo Archie, levantándose—. ¡En darnos éxito con nuestro nuevo álbum!
—Se acabó la habladera —Yara adoptó su tono de líder—. Comencemos a trabajar.
Nos dirigimos al área de ensayo, nos posicionamos con nuestros instrumentos e inició el momento en que cada miembro de la banda presentaría las composiciones que había creado para el álbum. Lo curioso fue que nadie se atrevía a dar el primer paso, hasta que Archie empezó a tocar un riff pegajoso en su guitarra. Abel se animó a acompañarlo, y la batería se puso en marcha. Las cuerdas del bajo de Yara se sumaron con un pulso constante, creando una base sólida. Jan, contagiado por el ritmo, comenzó a cantar una letra que hablaba de la injusticia de la vida, pero que, a pesar de ello, valía la pena vivirla y disfrutarla. Me pregunté si la estaba improvisando ahora mismo, inspirado por la frase que había dicho en la sala hace unos minutos. Sea lo que fuera, la canción sonaba increíble, tanto que dudé si mi participación con el saxofón era necesaria. Sin embargo, en un breve instante de la pieza, mi instinto de saxofonista detectó un espacio perfecto para colar uno de mis solos. Y así fue como me uní, dando lugar a una obra musical excepcional.
—¡Es un jodido temazo! —dijo Archie cuando terminamos de tocar.
—Nadie puede dudar de que estamos en nuestro mejor momento. —Abel hizo girar las baquetas entre sus dedos.
—No suena nada mal —admitió Jan, jugando con uno de sus rulos.
—La armonía de esta canción no puede ser mejor —agregué yo.
—Continuemos así. —Yara, lejos de ponerse eufórica de más, prefirió mantenerse enfocada. Y, con la mirada que nos lanzó, nos pedía que adoptásemos la misma actitud que ella—. No serviría de nada que esta canción fuera buena si las demás no lo son. Será difícil mantener el nivel, sí, pero tenemos la capacidad para lograrlo.
Seguimos con el mismo proceso. Archie comenzaba a tocar un riff y los demás nos íbamos sumando. Aunque hubo algunas excepciones en las que Yara iniciaba con una introducción de bajo o Abel con un inicio percusivo. En cualquier caso, lo más importante fue que mantuvimos el nivel de la primera canción, o eso creíamos, hasta que Yara, sin que lo esperáramos, nos dijo:
—Siento que le falta algo a algunas canciones.
—¿Sí? —dijo Archie, que se quitó la guitarra para relajar los hombros y liberar tensión.
—¿Qué crees que falta? —pregunto Abel. Yo iba a ser la misma pregunta, pero él se me adelantó.
—¿No lo ven? —Jan nos miró con reproche—. Falta un arreglo, una línea o una pieza de piano.
Al escuchar la palabra «piano», la primera persona que se me vino a la mente fue Mary.
—¿Tenemos un piano? —Abel señaló el teclado que estaba cerca del soporte de las guitarras—. ¿No quiere tocarlo alguien?
—Tiene que tocarlo alguien que no seamos nosotros —dijo Yara—. Una persona con experiencia en el piano, que esté dispuesta a trabajar en el proyecto del álbum y que nos acompañe en las presentaciones.
—¿Creen que conseguiremos un pianista rápido? —preguntó Archie, suspirando—. Lo de Lau fue suerte, y no creo que la tengamos dos veces.
—¿Quieres hacer un álbum que valga la pena, soquete? —Jan miró a Archie con seriedad.
—¿Soquete? —repitió Archie frunciendo el ceño—. No dije nada malo.
—Bájales a tus insultos de caricaturas, rulos locos. —Abel defendió a Archie.
—Yo tengo una amiga que es pianista —intervine, y todos se me quedaron viendo. Mis palabras fueron como el agua que apagaba el fuego en un incendio que se hacía cada vez más grande—. De hecho, no sé si fue causalidad, pero justo hoy, hablando con ella en el conservatorio, me dijo que, si necesitábamos su ayuda para algo, la podíamos llamar.
—¿Es talentosa? —me preguntó Jan.
—Te lo diré así—le respondí—: tiene la misma habilidad con el piano que yo con el saxofón.
—Nos sirve —aseguró Yara—. Habla con ella y dile si puede venir mañana mismo.
—Lo haré —afirmé—. Mañana, en cuanto llegue al conservatorio, la buscaré para hablar con ella.
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Apegados ©
Teen FictionHellen y Laurent parecen estar en mundos emocionales distintos. Ella, con su apego ansioso, anhela cercanía y confirmación constante, mientras que él, con su apego evitativo, se resguarda en la distancia emocional. A pesar de que todo parece conspir...