XXXVI

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Laurent


—Llegó mi músico favorito —me saludó mi mamá desde la sala con una copa de vino en la mano. Ella solía quedarse hasta tarde los sábados, pero no era común que llegara a estas horas de la madrugada—. ¿Cómo te fue en la actuación con la banda?

     —Hola, mamá —la saludé, dejando el estuche de mi saxofón en el sofá antes de sentarme—. Fue todo un éxito. Todos los integrantes de la banda tocamos a un nivel tan alto que ni nosotros mismos nos lo creíamos.

     —¿De verdad? —Se notó el orgullo en su rostro—. ¡Muchas felicidades para ustedes!

     —Muchas gracias, mamá. —Junté las manos como muestra de agradecimiento—. Por cierto, ¿qué haces despierta a esta hora?

     —Estaba hablando por teléfono con Lorenzo.

     —¿Se puso buena la plática?

     —Mucho —aseguró ella con una risa suave—. Teníamos planes de salir esta noche, pero los cambiamos y me propuso que fuera contigo a cenar a su casa. Así nos conocemos todos, incluida su hija, Brid. ¿Aceptarías venir o tienes algo mejor que hacer mañana?

     A decir verdad, no tenía nada que hacer mañana. Y, aunque no me gustaban estas cenas, donde me debía presentar con otras personas, lo haría por ella.

     —¿Te haría quedar mal con ellos si no voy? —le pregunté.

     —Quedarías mal conmigo, mejor dicho. A sabiendas de que Lorenzo y Brid serán como una nueva familia para nosotros, me gustaría que los conocieras y te llevaras bien con ellos.

     —Te acompañaré sin problema. No te preocupes.

     —¿Seguro? Tampoco te quiero obligar.

     —No me estás obligando. Te aseguro que es lo menos que puedo hacer por ti.

     —Gracias, Laurent. Lo aprecio mucho. —Se puso de pie y, antes de irse a su habitación, me dio un abrazo de buenas noches.

     —Descansa, mamá. Hasta mañana.

     Me quedé un rato más en la sala y, acompañado por el silencio, pensé en el carrusel de emociones que había sido esta noche.



La apacible mañana de domingo me invitó a quedarme en la cama hasta tarde. No exagero al decir que dormí más de diez horas. Fue como reponer el cansancio acumulado de toda la semana. Lo ideal habría sido darme un descanso del saxofón este día, aunque sea, pero terminé practicando durante más de una hora antes de que cayera la noche. Había veces en las que temía caer en la obsesión por alcanzar un nivel de perfección sin límites, lo que, en el peor de los casos, podría llevarme a la frustración. Entonces, era vital encontrar un equilibrio para no acabar igual que Andrew en Whiplash.

     —Laurent, ¿estás listo? —me preguntó mi mamá, tocando dos veces la puerta de mi habitación—. La cena en casa de Lorenzo en diez minutos.

     ¡¿Diez minutos?! Miré la hora en mi celular y me di cuenta de que había olvidado por completo el compromiso de la cena.

     —Ya casi, mamá —le respondí, apresurándome a buscar ropa en mi armario.

     —Bueno, te espero abajo.

     A fin de cuentas, fui capaz de alistarme en breve. Sin embargo, el problema era mi cabello: no podía peinarlo como quería. Para no complicarme más la vida, opté por ponerme una gorra. Las gorras eran una buena opción para esconder cabelleras alborotadas.

Apegados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora