Capítulo 14

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La alacena era pequeña y estaba llena de verduras y carne cruda. Estaba claro que el olor de la cocina se acumulaba en la pequeña estancia filtrándose tras una puerta por la que se colaba el aire frío.

Jana tuvo que abrirla con una pesada llave de hierro para encontrar ante mí una alta y gruesa pared de arbustos  que desembocaba en el camino del laberinto. La luz de las antorchas del muro apenas era suficiente para iluminar el camino oscuro entre la maleza.

Salí hacia la fría noche colocándome la capucha de mi capa carmesí sobre la cabeza sin dejar de empuñar el cuchillo.

-Suerte, Liara. Espero que regreses para contarme lo que viste.- Jana cerró la puerta de golpe detrás de mí.

Recordando la tela que había tejido hacía un rato, alcé la vista para ver cómo el lazo ondeaba en el aire. Perfecto, ese era mi punto para orientarme. Comencé a caminar decidida, aunque la luz de las antorchas era tenue podía orientarme con facilidad mirando de vez en cuando hacia arriba para no desviarme. El truco del lazo había funcionado puesto que pronto encontré la apuesta de madera.

-Vamos, ábrete.- parecía imposible desatrancarla por mucho que tirara de ella.

Fue entonces mientras tiraba cuando noté una fuerza desde el exterior empujar la puerta hacia mí. Haciendo que se abrirse de par en par, casi tirándome al suelo.

Tuve que detenerme unos segundos para recuperar el equilibrio, no quería alzar la mirada para ver el bosque por lo que mantuve la cabeza agachada mirando hacia adelante hasta encontrar un estrecho camino de losas de piedra.

Impulsada por el deseo de volver a mi cama, comencé a caminar lo suficientemente rápido y ligero para no hacer demasiado ruido y llegar a mi destino lo más pronto posible. Pequeñas luciérnagas recorrían el camino esquivándome y volando hacia adelante. Parecían conocerlo en la perfección. Alrededor de este crecían arbustos punzantes y de hojas ásperas que apenas podía ver cada vez que una luciérnaga los sobrevolaba.

Continuando con mi camino no pude evitar mirar cada vez que escuchaba el sonido de las plantas agitándose y las ramas crujiendo. El bosque estaba sumido en la oscuridad absoluta. Mi corazón no paraba de retumbar contra mi pecho en un llanto de auxilio para dar marcha atrás. Debía continuar, viera lo que viera y pasara lo que pasara.

Calculé varios minutos después que habíamos llegado a mitad del camino, puesto que una pequeña piedra que sobresalía en el camino indicaba que no quedaban más de cien piedras hasta el cementerio, indicado con una calavera pintada de negro. Las luciérnagas revoloteaban alrededor de la piedra de forma frenética, recordándome que debía seguir mi camino.

El aire era cada vez más húmedo y el olor de las plantas se había tornado pesado, olía a carne y fruta podrida. Me tapé la boca para toser, era un olor nauseabundo e insoportable. Aun así continúe mirando hacia la piedra, evitando la tentación de mirar a los lados.

Podía escuchar varios pasos detrás de mí, demasiado cerca para continuar con un ritmo tan lento. Aceleré aún más mi paso, casi corriendo no me importaba hacer ruido si no llegar hasta el mausoleo.

Fue entonces cuando el camino de piedra se detuvo frente a mí para formar un arco. Hace la vista unos segundos para mirar hacia adelante, el cementerio era pequeño, estaba en el interior de un muro de piedra casi derruido. No era posible ver más allá de las primeras cinco tumbas colocadas una al lado de otras puesto que el cementerio estaba envuelto por una neblina densa y blanca. Las luciérnagas, se detuvieron ante la entrada, ni una sola de ellas se atrevía a entrar.

Con manos sudorosas, desempeñé el cuchillo y tal y como Dorian me había enseñado, lo coloqué frente a mí centrando mi fuerza en las muñecas para contraatacar si se acercaban demasiado. Mi mayor temor siempre había sido la lucha cuerpo a cuerpo, no comprendía como mis hermanos se enfrentaban los unos a los otros en el ejército. Es una sensación de volver a sentir como una criatura me tocaba era repulsiva.

Danza de LobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora