5| Acuario

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La semana transcurre rápido.

Cuando menos me doy cuenta, ya estoy subiendo al avión privado de la familia Carrington de la mano con Damián. Mi prometido me ha llevado primero de compras y ahora aquí estamos, sentados uno al lado del otro.

Mi prometido luce bastante normal y tranquilo, yo estoy muriéndome porque no conté, ni esperé, que fuese a conocer a la familia de Damián. Estoy tan acostumbrado a no tener relación con la familia, que me parece extraño el hecho de que exista una persona en el mundo con una buena relación familiar.

—¿Estás nervioso? —Damián se acerca para darme un beso en la mejilla, asiento, asustado de todo—. Está bien, mis padres no son malas personas.

—Pe-e-e…ro…

—Confía en mí —susurra cerca de mi oído, su lengua humedece mi lóbulo y al gemir por la sorpresa, Damián me jala del brazo y me sienta sobre sus piernas.

Me observa con tanto deseo que no detengo su boca, la cual se dirige hacia mis labios. Su beso me exige adentrarme en una lucha por no perder el control ante el deseo de estar junto al alfa que me reclama como suyo. Sus feromonas son densas, se extienden a nuestro alrededor y gruñe cuando mis manos se enredan entre su cabello. Su lengua está caliente, su aliento está caliente.

Su cuerpo está hirviendo, me tiemblan las piernas conforme sus manos se adentran en mi playera y masajean mi piel, los bordes de las cicatrices en mi espalda lo detienen un poco, pero yo atraigo su atención hacia mí, ¿qué gana lamentando algo que sucedió en el pasado? Sé que esas cicatrices lucen atroces, sé que le enoja. Se siente impotente.

Pero ya no se puede hacer nada.

—Ni un monstruo resulta ser tan aterrador como la familia Lanking —murmura, con el hilo de voz tembloroso y una mirada incrédula y martirizada—. Noah, ¿cómo es que soportaste algo así…?

Cierro mis ojos, mi frente se apoya en la cuna de su hombro y me mantengo tranquilo. Mi corazón late tan despacio que las palabras sólo fluyen, tan naturales que yo mismo me sorprendo de escuchar mi voz nítida.

—No… lo sé.

El temblor de su cuerpo me adormece, me siento seguro entre sus brazos. Entre la forma en la que me abraza y me mantiene calientito. Sus manos se anclan a mi ropa, se aferra a mí y después me besa una vez más. Sus besos con sabor a culpa rellenan las costuras de todas las cicatrices que se hayan en mi cuerpo, todavía pululando dolor; gritos y desesperanza.

Grité demasiadas veces. Supliqué hasta que mi voz se desgarró. Hasta que me cansé de rogar por no ser herido.

Ni siquiera recuerdo cómo era mi vida antes de que papá muriera, ¿nací así? ¿Desarrollé este problema conforme los golpes aumentaron?

¿De verdad era necesario tantos golpes?

¿Es tan malo ser recesivo…?

¿Es tan malo querer vivir?

—Nunca más volverás a ver a esos bastardos. Jamás —Damián me asegura un futuro incierto—. Jamás. Esas basuras no tienen derecho a estar cerca de ti.

No sé en qué momento me duermo, pero despierto horas más tarde cuando Damián me da los buenos días y me avisa que ya llegamos a Corea.

Los nervios se disparan como un tren de vapor y la saliva me dificulta articular mis desastrosas palabras que de por sí ni se entienden.

Pero, no es a un restaurante o algo similar a donde llegamos: sino a un acuario.

—¡Un acuario! —señalo el lugar como un niño pequeño y tengo toda la intención de salir corriendo hasta que Damián me detiene y señala su mejilla. Me paro de puntitas y le doy un beso.

FeromonasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora