XVIII

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Laurent


Pese a haberla pasado de maravilla con Hellen, mi apego evitativo me hizo sentir una especie de alivio al regresar a mi casa. Como si eso no fuera suficiente, también sentí un leve arrepentimiento por haber salido con ella. En mi cama, acurrucado en posición fetal, hasta consideré la posibilidad de no volverle a hablar. Era incuestionable que la conexión que tenía con Hellen me encantaba, pero mis conflictos internos me empujaban con fuerza a retroceder.

     Pasaron unas dos horas y mi celular empezó a sonar con la llegada de un mensaje, seguido por dos más. Recordé que, antes de salir del apartamento de Hellen, ella me había pedido que le avisara cuando llegara a casa. Desde la barra notificaciones, confirmé que, en efecto, eran mensajes suyos.

     ¿Llegaste a tu casa, Laurent?

     Me confirmas, por favor.

     Estaré esperando tu mensaje.

     Era esperable que más adelante lamentara esta falta de responsabilidad afectiva, pero preferí no responderle los mensajes. Sentía que hacerlo solo aumentaría el conflicto interno que experimentaba ahora mismo.

     Con la finalidad de distraerme de mis emociones confusas, tomé mi antiguo iPod, me puse los auriculares y dejé que mis canciones favoritas resonaran a todo volumen. Entre ellas, destacaban aquellas con increíbles solos de saxofón, como «Modern love» de David Bowie, «Careless Whisper» de George Michael y «Born to run» de Bruce Springsteen.

     Me quedé así así durante unas tres horas. Al ser sábado y no tener compromisos importantes al día siguiente, no me preocupaba en absoluto quedarme despierto hasta tarde. Fue alrededor de las dos de la madrugada cuando el sueño hizo su aparición. Como dato adicional, a lo largo de todo este tiempo, mi celular permaneció olvidado en un rincón de la cama, fuera de mi vista y alcance auditivo.

     Sin embargo, al revisarlo, miré que había nuevos mensajes de Hellen, siendo el más reciente de cinco minutos atrás. «¿Qué haces despierta a esta hora?», murmuré mientras miraba la barra de notificaciones. Hace unas horas, influenciado por mi apego evitativo, fui capaz de ignorarla, pero, en este momento, con esa sensación de evasión disminuyendo, repetir tal acción me haría sentir más malvado que el mismísimo Darth Vader.

     Leí los mensajes y todos mantenían la misma tónica que los que me había mandado anteriormente.

     Hellen: ¿Por qué no respondes, Laurent?

     Estoy preocupada por ti.

     Solo quiero saber si llegaste con bien a tu casa

     Los mensajes de Hellen estaban impregnados de desesperación. Su manera de actuar me recordó a mis propias reacciones cuando mi expareja no me respondía. La ansiedad me consumía hasta que llegaba la tan esperada respuesta. Verme reflejado en ella me dio el empujón final para no hacerla esperar más y responderle sin titubear.

     Yo: Llegué a mi casa con bien, Hellen. Unas disculpas por no responderte antes.

     Hellen: ¡Qué alivio que lo digas! Estaba preocupada de verdad.

     Yo: Me siento mal por haberte preocupado. Pero ahora puedes estar tranquila..

     Hellen: No te aflijas por eso. Prefiero que recordemos lo bien que la pasamos juntos hoy.

     Yo: Ayer, mejor dicho. La madrugada trajo consigo un nuevo día.

     Hellen: Sí, ayer. Ja, ja. Espero que podamos volver a salir pronto.

     Después de todo el conflicto interno que me generó esta tarde con Hellen, tendría que pensarlo dos veces antes de involucrarme en otra salida con ella. Por ahora, me incliné a darle una respuesta ambigua.

     Yo: Ya veremos.

     Posterior a esto, no recibí más respuestas suyas. Supuse que la ambigüedad en mi respuesta no fue de su agrado, lo cual era comprensible. Si estuviera en su lugar, adoptaría una postura similar. No obstante, en mi caso, aparte de no responder a ese último mensaje, no habría vuelto a escribir nunca más.



Al concluir un domingo lleno de altibajos, el lunes hizo su entrada y marcó el inicio de una nueva semana de ensayos con la banda. Este día tenía una motivación especial que me incitaba a querer sonar más afinado que nunca. Mis ansias por comenzar a ensayar de una vez me condujeron a llegar al apartamento de la banda media hora antes, solo para descubrir que Yara era la única presente.

     —¿Dónde están los demás? —le pregunté al entrar al apartamento.

     —Han ido al supermercado a hacer las compras —me respondió ella, sentada en una silla de madera—. Pero no tardan en volver.

     —Ya veo. —Acomodé mi mochila y el estuche de saxofón en el suelo. Acto seguido, me senté en el sofá favorito de Jan para holgazanear—. No nos queda más que esperarlos.

     —Me enteré de que saliste con Hellen —me dijo de improviso, con la mirada clavada en mí.

     —Ah, ¿sí? ¿Te lo contó ella?

     —Sí, ¿quién más lo haría? ¿Tú?

     —¿Debería haberlo hecho?

     —No soy tu mamá para que me cuentes todo, pero no habría estado mal que lo dijeras.

     Había algo en el tono de Yara que no me cuadraba.

     —¿Te molesta que haya salido con ella?

     —Mira, Lau, Hellen es mi hermana y la amo mucho. Lo único que quiero es que no salga lastimada como la última vez, ¿me entiendes?

     ¿Lastimada como la última vez? Por lo visto, Hellen había tenido una mala experiencia reciente en el amor.

     —No sé qué decirte —le dije, sintiéndome algo incómodo con la situación—. Pero quiero que sepas que me llevo muy bien con ella y que mi intención no es lastimarla ni mucho menos.

     —Más te vale que así sea. —Se levantó y trasladó la silla de madera al pequeño comedor—. De lo contrario, me veré obligada a expulsarte de la banda.

     —¿Me estás amenazando?

     —Es una amenaza tan clara como el agua.

     No supe qué más decir y me quedé mirando el suelo con preocupación.

     —¡Tu cara! —me dijo ella, soltando una carcajada—. ¡Deberías verte!

     —¿Por qué te ríes? —le pregunté, sonriendo ante su risa contagiosa—. No me digas que es una broma.

     —Jan no es el único que hace bromas.

     —Me la creí, en serio.

     —Nunca amenazaría a nadie —aclaró—. Pero hay algo verdadero en lo que te dije: no quiero que Hellen vuelva a salir lastimada.

     —Te repito que mi intención no es lastimarla.

     —Te creo. No eres un mal chico.

     —Bueno. —Suspiré, sintiendo alivio.

     —Por cierto, que Hellen no se entere que hablamos de esto —me dijo—. No quiero que se enoje por entrometerme en sus asuntos.

     —No se enterará de nada —aseguré.

     Aunque le había dicho a Yara que mi intención no era lastimar a Hellen, cuando se trataba de conexiones tan fuertes, era imposible predecir si alguien saldría lastimado o no.

Apegados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora