XVI

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Laurent


El sábado llegó en menos de lo que canta un gallo. Desde el miércoles, día en que acordé con Hellen nuestra salida, las dudas comenzaron a invadirme. Mi incesante apego evitativo me inducía a encontrar una excusa de cualquier índole para no ir. En los últimos meses, había considerado este camino más de una ocasión. Sin embargo, a diferencia de esas ocasiones, esta vez, estaba seguro de que sentiría verdadero arrepentimiento si me echaba atrás con Hellen.

     A propósito, no fue sino hasta noche que decidimos el lugar al que iríamos. Cuando surgió la pregunta, pensé en sugerir una cafetería, pues siempre sería una elección segura para una primera salida. No obstante, Hellen, propuso algo que me intrigó: visitar una heladería cercana a su apartamento. Su propuesta me pareció más original que la mía y, sin dar más rodeos, acordamos ir allí. Además, optar por helados en vez de café, teniendo presente la cercanía del verano, resultaba una idea estupenda después de todo.

     También le mencioné a Hellen anoche que pasaría por su apartamento para irnos juntos. Y aceptó sin dudarlo, agregando que estaría bien que conociera donde vivía por si acaso.

     Con la certeza de haber seguido bien la dirección, me presenté frente a la puerta del apartamento de Hellen. Ajuste mi cárdigan blanco, tragué saliva y toqué dos veces. No estaba nervioso, pero la sensación de que tal vez habría sido mejor quedarme en casa, tocando el saxofón o haciendo cualquier otra cosa, comenzó a crecer dentro de mí. La frase «¡Maldito apego evitativo!» resonó en mi mente.

     —¡Hey, Laurent! —me saludó Hellen con una sonrisa tenue pero tierna al abrir la puerta. Al mismo tiempo, se inclinó para darme un abrazo suave.

     —Hola, Hellen, qué gusto verte —la saludé, correspondiéndole el abrazo con la misma suavidad. El aroma de Hellen era cautivador, una mezcla de fresas con un toque de vainilla que, inevitablemente, desarmaba mi frecuente evasión ante los abrazos. 

     —Me encanta tu cárdigan —me dijo. Ella también llevaba uno, pero de color celeste—. Combina con el mío.

     —Lo mismo digo del tuyo. —Le devolví el cumplido. Si bien me gustaba mucho su cárdigan, sus zapatillas Vans Old Skool azul celeste también me llamaron la atención; nunca antes había visto unas así.

     —Tienes una predilección por los cárdigan, ¿cierto? —Hellen sacó las llaves de su apartamento y, cuando vi que se disponía a salir y trancar la puerta con llave, me moví para permitirle cerrar con facilidad—. Lo digo porque también llevabas uno en la presentación de la banda.

     —Adoro los cárdigan —le respondí—. Tengo una colección de varios colores. Pero, sabes, el que llevaba en la presentación no era mío. Jan me lo prestó.

     —A ti te quedaba mucho mejor que a él. —Al asegurarse de que la puerta estuviera bien cerrada, me indicó con un gesto que nos dirigiéramos a la salida del edificio.

     —Si Jan escuchara eso, seguro que no estaría de acuerdo. —Me reí.

     —Entonces, me pondría a discutir con él hasta llegar a los golpes si es necesario —bromeó, riendo conmigo. Pero, acto seguido, agregó—: En realidad, Jan me cae bien. Siento que debajo de su apariencia de frialdad e indiferencia, se esconde una gran persona.

     —A mí también me cae bien. —Me acordé de Jan en los ensayos recientes—. Su versatilidad vocal me deja impresionado. Puede adaptarse, sin dificultad alguna, a cualquier estilo musical.

Apegados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora