— Nina, es tu turno. — La voz de Jhonnie interrumpió mis pensamientos.
— Voy.
Odiaba esto, desde que cumplí los quince años, Oscar me trajo a este maldito lugar y junto a Jhonnie, su mejor amigo, me pusieron a trabajar. Primero comencé como mesera, entregando los tragos y recogiendo las porquerías de los viejos pervertidos que visitaban el lugar. Después, cuando mi cuerpo cambió y se desarrolló por completo a los diecisiete y Oscar se dio cuenta de que ya no era el cuerpo de una niña, cambiaron mi puesto de trabajo a bailarina, bailaba un par de veces a la semana en el escenario, con un maldito vestido que apenas y tapaba mi cuerpo. Pero todo se fue a la mierda cuando le ofrecieron cinco mil dólares a Oscar por mi virginidad.
Desde ahí, me obligó a estar con los pervertidos que podían pagar la tarifa que Jhonnie había impuesto.
— Vamos amigos, Nina quiere ser feliz esta noche, enséñenle cuanto estarían dispuestos a gastar en ella. — Solo miraba desde el escenario como las manos de esos cerdos eran agitadas con billetes.
Nina era el seudónimo que Oscar me había puesto, pues según él, no quería que gimieran mi nombre cuando estaban conmigo.
La música comenzó a sonar en los parlantes del lugar, así que comencé con mi rutina de baile. Como cada sábado, el lugar estaba a reventar, era un club de mala muerte, las paredes estaban todas despintadas, mohosas y con pedazos cayéndose, las bebidas alcohólicas estaban adulteradas o eran de muy baja calidad y ni hablar del mal olor que existía, cigarrillos y drogas.
Yo no era la única chica que bailaba y que "convivía" con los clientes, éramos un total de veinte chicas. Todas estábamos aquí por diferentes motivos, unas se pagaban la escuela con lo que ganaban, otras mantenían a su familia, solo una lo hacía por gusto, y otras estaban en la misma situación que yo, por deseos de su padre.
Cuando terminé mi baile, el escote de mi "vestido" estaba lleno de dólares, en cuanto bajaba del escenario Oscar ya estaba estirando la mano para recibir "sus ganancias".
— De algo sirvió que te parezcas en todo a la zorra de tu madre. — Dijo mientras contaba los billetes y reía por ver que llevaba unos cien dólares. — El hombre de la mesa diez pagó cinco grandes por ti, ya sabes que hacer.
— Pero papá... — La bofetada que me dio no me dejó terminar de hablar.
— ¡Cállate! Ve a hacer lo que mejor sabes. — estaba sobando mi mejilla — ¡Que te largues! — Gruñó.
Lo que pasaba en esa habitación que ya tenía mi nombre con letras doradas en la puerta trataba de dejarlo dentro de esas cuatro paredes. Siempre que esos hombres terminaban, salía de ahí y me iba a casa, tomaba una larga ducha tratando de quitar la suciedad que sentía en mí, tomaba una pastilla para evitar "imprevistos futuros", porque ellos no podían invertir en un maldito condón o terminar fuera, y después trataba de dormir.
Esa había sido mi vida los últimos tres años.
A veces tenía que maquillar mi rostro, brazos o cuello, para cubrir los moretones que esos pervertidos dejaban en mi cuerpo. Alguno que otro se ponía violento o sacaban sus malditos fetiches conmigo. También por eso trataba de no relacionarme con los estudiantes de la universidad, trataba de mantenerme alejada de ellos cuando estaban en la biblioteca, entre menos contacto, menos sabían o veían de mí.
Aunque Ariel era diferente, por más que quería mantenerme alejada de ella, cuando la veía entrar por la puerta principal de la biblioteca mi vista se adhería a ella como un metal al imán.
En las tres semanas que habían pasado desde que la tiré al suelo por accidente, la observaba a lo lejos, la veía estudiar, se concentraba tanto en sus trabajos o en sus lecturas que se olvidaba de las personas a su alrededor. Me gustaba verla hacer gestos cuando algo se le complicaba, tendía a arrugar la nariz o rascar su oreja izquierda.
Casi siempre estaba sola, pero había ocasiones que venía con sus amigas.
Ariel me saludaba cuando me atrapaba viéndola, yo trataba de disimular, pero cada vez me decía que podía sentir mi mirada verdosa sobre ella.
Creo que por eso mi padre decía que era la viva imagen de mi madre, aunque yo solo tenía cinco años cuando se fue y ya comenzaba a olvidarme de su voz y de su cara, Oscar me dejó conservar una fotografía en donde estábamos ella y yo, ella sonreía tan ampliamente, su cabello rubio caía por un costado de su rostro, sus ojos resaltaban mucho gracias a su piel blanquecina, yo estaba a su lado, mi cabello rubio sujeto en dos colitas, con un tierno vestido floral y un enorme helado de chocolate en mi mano, pero por la calidad de la fotografía no podía ver más de sus facciones.
Ahora a mis veinte, podría decir que yo era idéntica a Maya Grimaldi.
— Hola, despistada. — La voz de Ariel me hizo brincar del susto e interrumpir mi rutina de limpieza en el estante de medicina.
— ¡Ariel! Me asustaste. No te acerques de esa manera. — Llevé mi mano a mi corazón que latía desbocado por el susto que ella me había dado.
— Así has de tener tu conciencia. — Dijo divertida.
«No, no es mi conciencia, son mis reflejos por pensar que puede ser cualquier hombre del club u Oscar»
— ¿Qué tal te fue en la entrega de tu trabajo de anatomía? — Le cambié el tema, mientras seguía en lo mío.
Ella comenzó a hablarme del - según sus palabras - extenso y tedioso trabajo que les había dejado el maestro, dijo que le había tomado tiempo poder reunir la información que necesitaba y que por eso se la pasaba aquí en la biblioteca, también se disculpó por no platicar conmigo durante unos días.
Las conversaciones con Ariel eran muy entretenidas, ella sabía muchas cosas sobre medicina, notaba en sus ojos que de verdad su carrera le gustaba, que no estaba solo para matar el tiempo, y que bueno porque quizá podría matar a algún paciente. Yo trataba de leer libros referentes a la medicina para poder entablar conversaciones interesantes con ella y que no se aburriera. Aunque lo mío era la física, no podía negar que la medicina me estaba gustando, y creo que no solo la medicina, sino que ella también.
Nunca me había interesado mi sexualidad, ni mucho menos aquello que otros llamaban amor, pero no podía negar que ella me provocaba algo que jamás había sentido.
Ariel me gustaba, y mucho.
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En esta vida no se pudo
Short StoryHazel Grimaldi era una chica con una doble vida, de día solo era la intendente en una biblioteca universitaria, pero de noche, su padre la transformaba en su mina de oro. La vida Hazel cambia a raíz de un aparatoso encuentro con Ariel Larsson, una...