Nuestra estadía en la casa de campiña llegó a su fin más pronto de lo que pensábamos. El día y medio que teníamos reservado pasó fugazmente luego de que Navier expresara sus sentimientos, y yo no había podido descansar en lo absoluto.
Frente a ella fingía que todo estaba bien porque no quería continuar dañándola, pero la realidad era que no había podido dormir y apenas probaba bocado.
Era una situación sin precedentes. Usualmente, era el Emperador quien solicitaba el divorcio por el motivo que fuera, y la Emperatriz podía elegir rebatirlo e ir a juicio o aceptarlo y retirarse sin miramientos...
Le ofrecí mi mano al bajar del carruaje.
—Navier... —Mi voz se tiñó de la súplica que intentaba mantener a raya. Levantó la mirada. —Podrías..?
—Continuaré ejerciendo mi cargo hasta que el asunto se haya zanjado legalmente. —Me había leído la mente. Tenía que aprovechar el tiempo al máximo mientras aún tuviera Emperatriz.
—Enviaré un mensaje al Sumo Sacerdote, pero podría tardar en responder. El... —La palabra "divorcio" se atoró en mi lengua. —Asunto podría llevar un mes.
—Está bien. —Subimos los escalones juntos y antes de entrar, me detuvo. —El Sumo Sacerdote no se tomará en serio la cuestión si soy yo quien lo solicita...
Ah... Estaba pidiéndome que pretendiera ser quien quería divorciarse. Siempre había sido muy astuta. Sonreí intentando que el dolor no se notara en mi rostro.
—Y cuáles serían los motivos? —Desvió la vista. "Infidelidad" no era uno de ellos. Las concubinas eran legales, después de todo.
Navier habló velozmente y en un susurro, como si no fuera la primera vez que lo pensaba, pero la primera que lo decía en voz alta.—No hemos tenido descendencia. —Alzó la voz. —Iré a refrescarme antes de pasar por la oficina. —Se reverenció sin ninguna otra palabra y tomó el camino interno hacia el palacio Oeste, dejándome solo y petrificado en el pasillo.
Ella también pensaba en los herederos que aún no habíamos tenido...
Una punzada de culpa hizo que llevara mi mano al pecho instintivamente, haciendo un bollo la delicada tela de la camisa, y maldije las galletas abortivas una y otra vez.
No era el momento para pensar esas cosas. Había aceptado el divorcio. Cualquier posibilidad de salvar la ya inexistente relación había sido descartado desde el momento en que lo hice. Y además, no estaba seguro de querer hacer algo al respecto.
Aunque le rogara a Navier que se quedara y ella aceptara, no podía hacer aparecer el amor del aire. No la amaba. No como ella quería.Fui directamente a mi oficina para redactar el mensaje al Sumo Sacerdote. El Barón Langt y el Conde Pirnu estaban en sus escritorios, y se pusieron de pie inmediatamente al verme.
—Su Majestad! Lo lamento, nadie nos informó que... —La voz del Conde fue apagándose al ver mi expresión.
—Emperador, se encuentra bien? —Esta vez, fue el Barón el que habló. Negué rígidamente antes de ordenarle al guardia de la puerta que no permitiera pasar a nadie. La cerré rápidamente.
—Dónde está el Marqués?
—Lo traeré.
Mientras esperaba a que el Barón regresara, me senté en el escritorio y tomé papel y pluma. Jamás había pensado que llegaría a esto. No tenía idea de qué escribir. Puse mi frente en mis manos y cerré los ojos. Podía oír al Conde moverse de forma inquieta.
—Aquí estamos, Su Majestad.
Alcé la vista hacia los tres hombres alineados frente a mí. Sus expresiones confundidas y preocupadas parecían calcadas.
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Ayuda! Reencarné en la Rata!
HumorMariana cumple su sueño de escaparse de Latinoamérica al casarse con el japonés que conquistó su corazón. Pero los cuentos de hadas no duran para siempre. Toda su vida da un giro cuando su matrimonio se desmorona por una tercera en discordia y termi...