Peligro al acecho

66 12 0
                                    

Katri resultó ser una buena compañía para el insomnio y la nostalgia. Las creencias de su pueblo, basadas en la Luna o Nauma, eran por decir poco, interesantes.

—Los muertos pertenecen a quienes les recuerdan —comentó al frío silencio de la madrugada—. Ella pertenece a ti porque está en tu corazón, está en este mundo gracias a ti. Sé que va a sonarte raro, pero ahora es cuando más cerca está de ti. En Efrifold creemos que la muerte es el fin de todo, de quien fuiste y de tus memorias, todo, desaparece contigo. Queda tu alma, que es reclamada por Nauma, para vivir hasta el final de la eternidad en la inmensidad del cielo.

—¿Mi alma no conservará nada? —La perspectiva era desesperante.

—No, todos tus recuerdos están aquí. —Dio un par de golpecitos a mi cabeza—. Son tan frágiles que de un golpe podrías perderlos, así que, ¿por qué deberían permanecer en tu alma? Ella es algo más, una energía, lo que te mueve, es quién eres, pero a un nivel mucho más profundo, es algo que trasciende a la carne. Todo el coraje, odio, motivaciones, deseos, memorias, pertenecen a tu cuerpo, nada más. —Ante mi mirada confundida agregó—: Es como si te cortaras la mano y ella contuviera todo lo que eres y el resto de ti fuera tu alma, algo intangible y que tu mano no puede definir. Tu mano desaparecerá, muerta, el resto de ti, tu alma, no lo hará.

—Entonces, ¿por eso dices que Erika vive a través de mí?

—Por supuesto, tú recuerdas quién era ella, así como todas las personas que la conocieron y amaron.

—Para solo ser una niña dices cosas demasiado profundas —protesté. No sabía qué decir, sus creencias eran poco menos que interesantes y curiosamente, calmaron en parte la desesperación que reinaba en mi corazón.

—Tu reino cree cosas totalmente diferentes, ¿no? —inquirió con genuina curiosidad, me sorprendió que no reaccionara a mi respuesta mordaz. Suspiré, eso era bueno, estaba cambiando, creciendo, incluso si solo era lo suficiente para no responder a mis provocaciones.

—Totalmente. Todos nacemos de la Gran Madre y a ella regresamos al morir. Nuestros cuerpos son quemados y los restos son sepultados. Si existe la oportunidad, familiares y amigos pueden arrojar algún objeto personal o que les recuerde a ti a las llamas. Una vez se extingue una pira, el cuerpo pasa a la naturaleza, se encuentra presente en todo lo que nos rodea, árboles, viento, animales, todo, hasta que este mundo también muera. —Abracé mis rodillas—. Quienes mueren el mar no tienen ese destino, sin embargo, sus cuerpos también pasan a la Gran Madre.

—Solo que sin un cierre de fuego —concluyó Katri. Se mantuvo en silencio unos instantes, luego miró hacia la chimenea y dibujó una pequeña sonrisa en sus labios—. Quizás necesitas tu propio ritual de cierre.

—No voy a quemar nada que le pertenezca a Erika. Me mantiene caliente —señalé el cuello de mi abrigo—. Todo lo demás, lo hemos comido o entregado a tu pueblo.

Katri levantó una ceja y yo solo pude cruzarme de brazos. ¿Qué lógica había detrás de quemar un perfecto abrigo o un buen par de maletas? Bueno, tal vez tampoco deseaba desprenderme de ellas, no quería decir adiós, no de nuevo.

—Debe haber algo, Axelia.

Introduje mis manos en los bolsillos con el propósito de recostarme e ignorar a la pequeña peste y lo rocé. Un trozo de pergamino doblado y maltratado. No lo había notado antes porque jamás había llevado las manos a los bolsillos sin llevar puestos guantes o guanteletes. Mis dedos desnudos acariciaron la piel antes de extraerlo.

Katri observó en silencio, sin embargo, la curiosidad brillaba en sus ojos y los dedos de una de sus manos se movían presas de la premura juvenil. Desdoblé el trozo de pergamino y mi corazón dio un vuelco. Allí estaba, el contrato que me ataba a Erika por un año y que reflejaba en palabras mi fracaso. No la había protegido, no había sido suficiente. Vaya chiste de guerrera.

El Último LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora