19. El espantapájaros.

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Eloise Edevane

Ya había anochecido.

Y hace horas que estaba perdida.

Después se seguir a Austin corriendo termine en un lugar rodeado de árboles y sin orientación.

Estaba segura que Castiel debía estar buscándome.

Pero ¿Por qué tardaba tanto?

¿Que no tenían este lugar con cámaras al rededor?

Deje de caminar en cuanto mis pies comenzaron a doler.

Me senté en un tronco viejo y mire a mi alrededor.

No había nada salvó árboles y árboles.

Podía gritar por ayuda, pero no estaba muy segura de querer que me encontrarán.

Ciertamente no quería ver a Michael.

Menos después de haberme hecho ver a ese doctor.

Toque mi estómago.

Por favor, por favor.

No dejes que haya un bebé ahí.

Se escuchó el sonido de una rama crujiendo.

Me puse de pie rápidamente y en estado de alerta. Nuevamente mirando al rededor en busca de un posible peligro pero nuevamente, solo habían árboles. Otro sonido como de hojas cuando son pisadas de escuchó.

Entonces mire en una dirección y lo ví.

No sabía cómo describirlo.

Era...

Bueno no sabía lo que era.

Posiblemente un hombre debido a su complexión, era alto y vestido de granjero, salvó que su atuendo era más oscuro y descuidado.

No podía ver su rostro por la falta de luz y la lejanía. Así que me acerque lentamente.

—Disculpe... —le hable—, me perdí. ¿Podría decirme dónde está el invernadero?

No respondió.

Me acerque más hasta que note que tenía un azadón en la mano. Lo apretó y tragué saliva nerviosa.

Deje de ir en su dirección.

Entonces él se acercó lentamente.

Saliendo de la penumbra de aquel lugar oscuro.

Fue cuando ví su rostro, o mejor dicho, el material que lo ocultaba.

Era una especie de máscara de tela, parecía de costal con dos agujeros para los ojos, y una sonrisa cocida con hijo rojo.

Mi estómago se revolvió y sentí pánico.

No podía correr, mis pies no respondían.

Él se acercaba más y más hasta que lo tuve a escasos centímetros de mi.

Tuve que alzar la mirada para verlo.

Era muy alto y fornido.

Su aroma era una mezcla de tierra mojada y lluvia.

Estaba asustada y no solo por su aspecto, si no por su aura.

Era un aura oscura, y peligrosa.

No podía ver bien el color de sus ojos, era como si fueran dos huecos negros.

Lo que fueron minutos de silencio dónde él solo me miraba se sintió como horas y horas.

>>—Ellos nos tienen vigilados —explicó agitado sentándose en el suelo—, no nos dejan hablar con nadie y menos contigo.

El infierno de una rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora