No era la gran cosa, y Natalie lo sabía. Tirar una copa, no iba a provocar que la humanidad se extinguiera; y para su gusto o muy en el fondo disgusto (vamos, todos somos vanidosos), ella no era el centro del universo, por lo tanto, volviendo al punto... tirar una copa no era la gran cosa.
Sin embargo, y pese a que su parte racional y consiente estaba de acuerdo con este realista pensamiento; en algún lugar del extenso y difícil laberinto de su inconsciente, lo que acababa de ocurrir era el equivalente al fin del mundo.
Por lo tanto, no importó cuantas veces se repitió que no pasaba nada, que la gente cometía errores, y que aunque a los diez segundos de que ella desapareciera del salón, las personas probablemente enfocarían su atención en algo mucho más entretenido, como por ejemplo los actores y actrices que se paseaban a su lado... que pensar en la joven sin chiste que acababa de tirar una copa... ella seguía temblando por lo ocurrido.
Sus pies se movieron alrededor de los pasillos del hotel, no tenía a idea de a dónde iba; y la idea de subir a un elevador para llegar hasta su habitación, solo hacía que el nudo en su estómago creciera. Necesitaba con urgencia tranquilizarse, pero los fuertes latidos de su corazón, ahora instalado en su cabeza, no la dejaban pensar con claridad.
En medio del caos era evidente, que sus grandes avances contra su enfermedad, esa noche se iban de vacaciones.
Natalie se detuvo por un segundo, cuando una sesión de al menos cinco rayos seguidos, iluminaron de forma sorprendente el panorama a través de los enormes ventanales. Ella se recargo contra el frío cristal, y notó como su aliento desesperado empañaba los vidrios obstruyendo su visión.
Sin ser muy consciente de sus movimientos, una de sus manos se dirigió a la mancha borrosa provocada por su respiración, y sus dedos danzaron trazando diferentes líneas. Nubes despidiendo rayos. El dibujo era infantil, pues su lado artístico estaba orientado a otra cosa, pero por ese leve intervalo de tiempo, su corazón le dio tregua y le permitió enfocar sus pensamientos.
A través de los pequeños trazos que ella misma dibujó, Natalie prestó atención a la tormenta que aun demostraba su fuerza en el exterior; pero no fue su extravagante muestra de poder lo que captó su interés; sino la hermosura salvaje con la que el cielo se aseguraba de recordar, lo diminutos que somos ante su inmensidad.
Las gigantescas nubes grises iluminándose desde el centro, para dejar salir los rayos con forma de dragones de luz, que parecían intentar con desesperación alcanzar la tierra y a sus ingenuos habitantes. Pero lo mejor, aquello que más le gustaba y que siempre le sorprendía, eran los truenos. Dramáticos y exigentes de atención... llegando cuando menos los esperas.
En ese instante uno de ellos estalló en el cielo, y su majestuosidad aturdió incluso la ventana donde estaba recargada; ella dio un paso atrás por el efecto, pero en ningún momento sus ojos no se apartaron del exterior.
De pronto el cristal le regaló otro reflejo. A su espalda, a pocos metros de alcanzarla un hombre se acercaba; solo pudo ver sus pies, pero sus neuronas comenzaron a correr alarmadas gritando el nombre de Nick.
No quería verlo, o mejor dicho, no podía. Era bastante tonto si tomaba en cuenta que se trataba de su psicólogo, que irónicamente él mejor que nadie podía ayudarla a controlarse, pues era quien mejor conocía lo que le ocurría; sin embargo, esto no implicaba que realmente supiera lo que pasaba en su interior. Nadie, absolutamente nadie podría alguna vez entender lo que ocurría en su cabeza, pues ni ella misma era capaz de hacerlo.
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Como en mis libros...
ChickLitCameron Cross, una famosa escritora reconocida mundialmente por sus historias que van desde fantasía épica, hasta romance paranormal, ha lanzado al mercado su nuevo libro, haciendo una entrada triunfal en el género de la literatura erótica. Ningún c...