Capítulo 7.

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"Ya casi es hora de que empiece a dedicarte mi Insominio".

Mario Benedetti

NARRADOR OMNISCIENTE.

—Abusaste de la confianza que yo te di, creí que eras mi hermana —gritó el rubio, en medio de la casa.

—Y lo soy, soy tu hermana y te amo como a nadie.

—Mientes, ¿por qué lo hiciste Lisa? no debiste traicinarme de esa manera.

—No, en serio —se enjuagó las lagrimas—. Te quiero, hermanito.

—Tú no quieres a nadie. Sólo buscas a las personas porque quieres algo; pero no amas, Lisa. Tú no amas a nadie.

—¡Hey! —Rosé llegó a la mesa del aula, despabilando a Lisa.

La pelinegra pestañó, despertando, —Hola —dijo sin fuerzas ni ánimos.

—¿Todo bien? pareces estar durmiendo todavía —bromeó un poco Rosé.

—Sí, algo así. Estaba pensando, a veces me cuesta dormir bien —explicó la otra, sin muchos detallaes.

—¿Por? —frunció el ceño la rubia.

—Por nada. No es nada.

A veces Lisa prefería ahogarse con sus pensamientos, detestaba saber que alguien más sabía sus pensamintos. Siempre fue así, nadie más que su familia sabía cosas de su pasado y con suerte de su presente.

No se molestaba en dar explicaciones ni mucho menos en forzar las cosas; ella y su familia habían sido unidas, en su momento demasiado, pero todo eso falló cuando su hermano menor murió, llevandose una parte muy importante de esa familia. Era como se hubiera llevado sus almas con él.

Podían ser unidos, pero de vez en cuando, era más lo que hablaban con ellos mismos que entre sí; y así era. Una situación complicada, lo que Lisa hizo después, tuvo sus consecuencias.

A su corta edad, Lisa creía estar lista para tirarse de un puente y morir con todo lo que había vivido. Pero si algo tenía en claro es que jamás cambiaría por nadie. No otra vez.

Lisa era el tipo de chica que no le importaba decirte las cosas en la cara ni soltar una palabra vulgar que sabía que te molestaría; era raro ver a una Lisa avergonzada. No siempre fue así, tuvo sus momentos en los que, era una chica tan diferente a la que es ahora -no es un monstruo- pero sus gustos, su manera de ver, y de hablar, son diferentes.

—Me gustaría decirte que habra una fiesta esta noche, como esas personas normales lo hacen pero resulta que por aquí no hay ese tipo de cosas —dijo Rosé al lado de la pelinegra.

Lisa la miró, —¿Nada de eso?

—No, con suerte hay un pequeño bar, el cual ni siquiera se llena, sólo van algunos hombres y de vez en cuando una que otra mujer. Si tienes menos de veintiuno, no te venden alcohol. En serio, debe de estar por quebrar, le va más que mal —comunicó esta.

Lisa se quedó en silencio. Lo sospechaba, era obvio que por aquí no iba a ver muchas fiestas -por no decir que nunca ha habido una- y aunque Lisa quería cambiar aquello, no le apetecía dárselas de super chica millonaria. Lo que menos quería era tener que lidiar con hormonales sin oficio los cuales sin dudar, entraría a su casa a follar.

—Si quieres puedes pasarte por mi casa —le dijo a Rosé, la cual sonrió—. Tiene una buena alberca, ahí puedes tomar el sol y bañarte un poco. Y así mis padres te conocen.

Amando La Terquedad De Tu Alma. (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora