LXI. La validez del principio de relatividad

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Estaba demasiado aturdido para disfrutar del resto de la noche.

Cuando Taehyung llegó a casa, se duchó e intentó borrar de su piel el recuerdo del cuerpo del señor Kim pegado al suyo. No funcionó. Aprovechó que el dormitorio estaba vacío y se masturbó furiosamente, jadeando tan fuerte contra los azulejos de la pared que los sonidos amplificados a su alrededor, ahogaron el vacío de más allá. Se corrió como un disparo. Vio cómo goteaba desde la punta de su ingle hasta el desagüe.

—Oh, Dios —susurró, sintiéndose en carne viva. —Mierda, mierda.

Que no se enteren. No dejes que sus amigos lo sepan.

¿Saber qué?

Mierda.

Esperaba, aunque le doliera, no volver a verlos.

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