Cap. 9 - Escena 2

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Rapunzel se dejó caer en la cama sin cepillarse el cabello ni quitarse los zapatos. Tenía ganas de llorar, pero eso le hincharía los ojos. Así que se quedó allí, aferrándose al edredón de su cama, con la cara hundida en la almohada, gruñendo para sí.

No era justo. ¡No era justo! ¿Por qué podía Ludwig casarse con una muchacha pobre, fea, grosera y estrafalaria y ella tenía que elegir a un supuesto buen partido con el que ni siquiera sabía si se llevaría bien? Los había observado durante la cena. Ludwig no era propenso a las grandes demostraciones de emoción, pero le había asomado una sonrisa a los labios cuando Kirsa hacía un comentario gracioso, le habían brillado los ojos cuando ella le tocaba el brazo. ¿Eso era amor? ¿Estaba de verdad enamorado de ella?

Después de un rato, escuchó sonidos en el jardín. Se obligó a levantarse a mirar. Ludwig y Kirsa se dirigían a la reja, tomados del brazo. En otra ocasión Ludwig hubiera subido a ver cómo estaba ella primero. Ahora la estaba acompañando, posiblemente a que buscara un carruaje. ¿Era simple cortesía con su invitada o es que realmente la consideraba más importante que a su propia hermana?

La rabia le pesaba como un ancla en el pecho. Cuando Geraldine entró a su cuarto, Rapunzel ya sabía que sus reclamos le iban a importar demasiado poco.

—Te has comportado de una manera atroz —le remarcó su madre—. No solamente has bebido alcohol, ¡lo que sabes que no tienes permitido! Sino que has insultado a nuestra invitada...

—Oh, ¿pero qué demonios importa? —le espetó Rapunzel.

—¡Rapunzel, ese lenguaje es demasiado vulgar!

—¡Demonios! —volvió a exclamar Rapunzel—. ¡Todos los demonios del infierno, mamá! ¡La vulgar es ella! ¿Cómo puedes permitir que Ludwig se case con una mujer así?

—¡No cambies de tema!

—¡Es el único tema que importa! ¿Estás ciega y sorda? ¿No la viste, no escuchaste las cosas abominables que dijo? Si Ludwig quiere una muchacha de ese calibre, ¿por qué no se casa con una criada?

—¡Te estás comportando como una chiquilla caprichosa, Rapunzel, no como una dama!

—¿Qué es todo este escándalo? —preguntó Waldemar, asomándose a la puerta—. Geraldine, ya sé que Rapunzel no ha sido muy amable con Kirsa, pero no hay necesidad de gritar...

—¡Oh, papá, papá! —gritó Rapunzel, dejando por fin que las lágrimas que se venía aguantando salieran libres—. ¡No puedes dejar que Ludwig se case con ella! ¡No sería una buena esposa para nadie, lo haría terriblemente infeliz! ¡Dime que no permitirás que la corteje!

Waldemar la miró anonadado. Si Rapunzel le hubiera pedido cualquier cosa, en cualquier otra noche, le habría dicho de inmediato que sí. Si se hubiera tratado de zapatillas nuevas o guantes de encaje o un conejito o nuevas flores para el jardín, habría movido cielo y tierra para conseguirlas. Nunca le había negado nada, ¿por qué vacilaba ahora en concederle esa simple promesa? ¿Era ella la única que estaba velando por el bienestar de Ludwig?

Su padre le puso las manos en los hombros y suavemente la hizo sentarse otra vez en la cama.

—Rapunzel, hay algo que tienes que entender. Ludwig es un hombre adulto con su propia fuente de ingresos. Yo no puedo impedirle que corteje o deje de cortejar a nadie.

—¡Pero no lo haría sin tu permiso! —protestó Rapunzel—. ¡Lo dijo él mismo, dijo que no la cortejaría si a vosotros no os caía bien!

—Bueno, sí. Eso fue muy respetuoso de su parte, pero al final...

—¿Padre?

Ludwig también había aparecido en el vaho de su puerta y los miraba a todos con ojos desorbitados.

El cuento del relojeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora