Una nueva amistad (Alejandra)

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Unos golpes en la puerta me despiertan sobresaltada, ¿qué hora es? Miro por la ventana y el sol está ya poniéndose, cojo mi teléfono y veo que son las ocho y diez. Mierda. No ha sonado la alarma. Corro a la puerta, arreglándome los pelos como puedo antes de abrir. La cara de Darío aparece detrás de la puerta.

—Bella Durmiente, habíamos quedado hace diez minutos. Si quería dejarme tirado...

—¡Lo siento! —Grito desesperada llevándome la mano a la boca—. Juro por todos los santos, que había puesto la alarma a las seis y media, pero no ha sonado.

—Bueno, si quieres, puedo esperarte, a no ser que prefieras cancelarlo —Se encoje de hombros. Echa un ojo por encima de mí a la casa.

—Sí, claro, claro —Digo apartándome rápidamente. Le dejo pasar y le llevo descalza hasta el salón, donde la televisión sigue encendida—. Siéntate y mira lo que quieras, me voy a dar una ducha rápida, prometo no tardar.

—Tranquila, que el pueblo no se va a escapar —Dice riéndose mientras se sienta en el sofá.

Estoy subiendo las escaleras corriendo mientras le oigo decir algo, pero no entiendo el qué. Me desnudo nada más pasar por la puerta de mi dormitorio y corro a la ducha, donde me pego una de las duchas más rápidas de mi vida. Menos mal que no me toca lavarme el pelo, sino esto sería un desastre.

Me seco rápidamente, sin llegar a secarme como Dios manda, pero no me queda otra. Me echo desodorante y busco unos pantalones vaqueros pitillo en el armario. Me los pongo, a duras penas al estar aún húmeda, y cojo un top amarillo con flecos en los tirantes y la parte baja de este. Me coloco un cinturón marrón y unas sandalias de cuero marrón con plataforma de corcho. El bolso marrón que tengo abajo me sirve.

Me peino rápidamente con algo de agua y las manos y me aplico un poco de máscara de pestañas para que no parezca por mucho tiempo que me acabo de levantar. Ay, Dios, a ver quién me duerme esta noche.

Unas gotitas de colonia y bajo corriendo, intentando no matarme, las escaleras, viendo a Darío mirándome por encima del respaldo del sofá, con una expresión extraña. ¿Sorpresa? ¿Timidez? ¿Está ruborizado?

—Estoy lista —Miro el reloj de la pared—. Diez minutos, ni más, ni menos.

—Me sorprender, iba a poner una película —Dice más en un murmullo que una voz.

Cojo el bolso que está en la cocina, sabiendo que Darío me sigue. Siento sus ojos clavados en mí mientras rebusco por la llave de la moto y guardo mis cosas necesarias en el bolso. Salimos y después de echar la llave a la puerta, Darío me ayuda a abrir el portón del garaje. Lanza un silbido al ver la moto y sonrío con orgullo, como si fuese mía.

—Es alucinante, lo sé —Digo en voz baja, como si hablar en alto fuese a molestarla.

—Me gusta mucho, no lo voy a negar —Asiente mientras la rodea.

Hasta ahora no me había percatado de que trae el casco en la mano y que se ha puesto bastante guapo. Quizás vaya un poco fuera de su honda. Bermudas chinas color camel, zapatillas de deporte de varios colores y una camisa con un estampado color pastel y poco llamativo.

Darío me caza mirándole y me giro rápidamente para coger el casco de la moto y ponérmelo, me imita y le quito la pata de cabra a la moto hasta sacarla fuera, para cerrar después la puerta del garaje.

—Bueno, allá vamos —Digo con una sonrisa.

Darío se monta primero y luego me coloco yo, al mando. El viaje es extraño al principio porque le noto que no sabe dónde poner las manos, hasta que encuentra la barra metálica detrás de su asiento y se aferra a ella.

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