El aire en la cocina estaba cargado con el aroma de especias y caldo caliente, pero el ambiente se rompió en un instante cuando los fideos resbalaron de tus manos y se estrellaron contra el suelo. Un gemido de frustración escapó de tus labios mientras te llevabas las manos a la cabeza.
— ¡Es que más idiota no puedo ser! — Exclamaste, observando con desdén el desastre que acababas de causar.
Desde la isla de la cocina, Ho-yeon, que estaba cómodamente sentada con las piernas cruzadas, apoyó el mentón en su mano y te miró con curiosidad.
— ¿Crees que sabrán ricos con piel muerta? — Preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado con una sonrisa burlona.
Te giraste para mirarla, alzando una ceja ante su comentario.
— Vete de mi cocina, Ho-yeon.
Ella no se movió, solo amplió su sonrisa, sus ojos brillando con una chispa traviesa. Mientras tú te agachabas para recoger los fideos tirados, Ho-yeon se limitó a balancear las piernas como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
— ¿No quieres que te ayude? — Preguntó después de unos segundos de silencio, su tono despreocupado.
Te enderezaste con los restos de tu dignidad, negando con la cabeza mientras colocabas los fideos en la basura.
— No, gracias. Puedo manejarlo sola.
Ho-yeon dejó escapar un falso suspiro de resignación mientras hacía un puchero exagerado. Finalmente, saltó de la isla con un pequeño salto y rodeó el mueble, acercándose a ti con pasos lentos. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se detuvo detrás de ti y, sin previo aviso, envolvió sus brazos alrededor de tu cintura.
El calor de su contacto te tomó por sorpresa, haciendo que te quedaras completamente inmóvil por un momento. Sentiste cómo su cabeza se apoyaba suavemente en tu espalda, y tu respiración se aceleró ligeramente, aunque intentaste mantener la calma.
— Por último, déjame darte amor — Murmuró con una voz soñadora — Siempre he querido hacer esto, como en las películas románticas.
El sonido de su risa suave resonó en tus oídos, y aunque sabías que estaba siendo juguetona, no podías evitar sentir un cosquilleo recorrer tu piel.
— ¿Te pusiste soft acaso? — Bromeaste, tratando de disimular el temblor en tu voz mientras seguías preparando los ingredientes para tu comida.
El leve empujón que te dio en respuesta te hizo sonreír, aunque mantuviste la vista fija en lo que estabas haciendo.
— Déjame disfrutar este momento tan hermoso que estoy teniendo con la mujer de mis sueños — Dijo con una sonrisa evidente en su tono, apretando sus brazos alrededor de tu cintura por un breve instante antes de relajarlos nuevamente.
Tu corazón dio un vuelco ante sus palabras, pero rápidamente recuperaste la compostura, girándote ligeramente para mirarla por encima del hombro.
— Si sigues diciendo cosas así, no voy a poder concentrarme — Dijiste, aunque había un atisbo de diversión en tu voz.
Ho-yeon alzó una ceja, claramente disfrutando de tu reacción.
— Ese es el punto, querida ¿Cómo puedo resistirme a distraerte cuando estás tan concentrada? — Bromeó, inclinándose hacia ti con una sonrisa pícara.
Rodaste los ojos, aunque el rubor en tus mejillas te traicionó.
— Eres imposible — Murmuraste, girándote por completo para enfrentarte a ella.
Ho-yeon se encogió de hombros, su expresión tan inocente como podía fingirla.
— Y aún así, aquí estás, soportándome.
Sus palabras hicieron que soltaras una risa suave, sacudiendo la cabeza mientras tratabas de ignorar el calor que se acumulaba en tu rostro. Te diste la vuelta nuevamente, tratando de enfocarte en tu tarea, pero no podías ignorar la presencia cálida de Ho-yeon justo detrás de ti.
Ella permaneció allí por un momento más antes de inclinarse ligeramente para susurrar en tu oído.
— Por cierto, ojalá se te caigan más cosas para verte con esa pose.
Dejaste escapar un suspiro de exasperación mientras ella reía, alejándose antes de que pudieras responder. Ho-yeon volvió a la isla y se sentó nuevamente, balanceando las piernas mientras observaba tus movimientos con una sonrisa satisfecha.
— Si vas a quedarte ahí burlándote, al menos haz algo útil — Le dijiste, señalando los utensilios en el mostrador.
— Claro que sí — Respondió con una voz que no inspiraba mucha confianza — Pero solo porque te amo.
No pudiste evitar reír, aunque trataste de ocultarlo. La verdad era que, aunque Ho-yeon podía ser una distracción, era una de las pocas personas que lograba hacerte olvidar.
