26 | Sin miedo al éxito

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Tomás

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Tomás

Palpo el colchón con cuidado, pero incluso antes de abrir los ojos sé que Holland no está aquí.

Se fue hace horas, pero algo en mi cerebro (y una punzada en mi corazón) me obliga a pasar la mano por el lugar vacío que ocupó toda la tarde de ayer y restregar la nariz contra la almohada, que todavía huele a almendras y manzanas verdes. Como si quisiera convencerme de que durmió toda la noche a mi lado y solo se encuentra al borde del colchón, a punto de irse de cara al suelo.

Pero no hay nadie.

Respiro con tranquilidad y me doy vuelta, de cara a la pared y llevándome la segunda almohada conmigo, y me envuelvo con todas las mantas de la cama, intentando conservar la ilusión.

El sol que entra por la ventana es un fastidio ahora mismo, por lo que me cubro con el almohadón mientras intento desprenderme del cansancio y la flojera para por fin levantarme y empezar el día. Maldito el momento en que me anoté en el equipo de fútbol sabiendo que debería madrugar los sábados.

Maldito el momento... pero recuerdo todo lo que he conseguido, y se vuelve una de las mejores decisiones que tomé en mi vida.

Sonrío, enterrando la cara en la almohada.

Bela llama a la puerta. Pasa sin esperar a que le diga que estoy vestido o, cuando menos, despierto.

—Buen día, cariño —dice, arrojándome el uniforme limpio a la cama.

Mi abuela no suele llamarme cariño a menos que el mundo afuera se esté acabado. Miro la ropa a los pies de la cama por encima del hombro y luego a ella, quien tiene una sonrisa pícara que le arruga los costados de los ojos. Miedo, eso es lo que siento ahora mismo.

—¿Piensas seguir así mucho más? ¿Mirándome con esa cara de bobo desde tu cama y abrazando tu almohada?

—Cinco minutos —pido.

—Traeré la manguera como no te levantes ya mismo —amenaza.

Suelto una risita nasal y me giro para mirarla de frente. Bela me sonríe con ternura. Lleva un vestido largo de mangas cortas, demasiado primaveral considerando que el frío de la tormenta de ayer perdura, y un suéter de hilo color crema echado sobre los hombros.

—Anda, que tienes cosas que contarme —dice, dando media vuelta para salir del cuarto. Me quedo justo donde estoy, abriendo mucho los ojos.

Soy hombre muerto.

Siento que las mejillas se me calientan mientras me visto a toda prisa con un short deportivo y una sudadera extra grande. Echo el uniforme del equipo dentro de mi bolso junto a los botines y un par de calcetines limpios. Pienso a doscientos kilómetros por hora qué puede haber descubierto mi abuela. Salgo del cuarto, listo para morir en el interrogatorio.

Tres pasos atrás | A LA VENTA ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora