XXXVI: Agresión

                                    

                                          
Los tres Rose se encontraban juntos preparando la cena. 
Los nervios se apoderaban de Silver, pero conseguía disimularlo. Tenía que planear lo que le diría a su madre tratando de ser lo más claro posible, sin que resultase violento para la mayor. Solo estaba seguro de una cuestión, y era de tener la razón sobre sus sospechas. Por algo había descubierto a Rouge, ¿no?
Amy desaparece de escena para ir al baño, cosa que su hermano aprovechó para iniciar la conversación.
—Madre, me gustaría hablar contigo.
—Claro hijo, ¿de qué quieres hablar?
—Verás, quiero hacerlo sin la presencia de Amy.
—Ella inclina sus cejas a modo de intriga. ¿Hablar de algo sin su hermana?—. ¿Acaso es un tema que te avergüenza?
—No. Es sobre un malestar que ronda mi mente en estos días.
—Me estás preocupando hijo.
—No es nada sobre salud madre. Solamente quiero que me ayudes a entender unas cosas.
—De acuerdo, me dejas muy intrigada, pero bueno. Ven mañana al telar sobre las diez. A esa hora solemos hacer un descanso, y me preguntas eso tan importante. ¿Te parece bien?
—Sí, gracias madre.
La eriza rosada salió del baño y sirvieron los platos para la cena. Charlaban mientras comían, pero Silver permanecía un poco ausente.
—¿Silv, estás bien? Te noto muy callado hoy —pregunta su hermana. Se regañó así mismo por dentro. No debía mostrar una actitud sospechosa ante ella.
—¿Eh? Sí, no es nada. Solo estoy un poco cansado, muy extraño, ya que tampoco he hecho la gran cosa. —Inventa.
—Las ventas agotan bastante hijo. Yo los días que más cansada llego a casa es cuando participo en el mercado —comenta la mayor. Ya no parecía intrigada como hacía un rato atrás—. Lo mejor será que te vayas a dormir en cuanto acabes de cenar, sin entretenimientos.
El resto de la cena transcurrió tranquila, con un Silver participativo en todas las conversaciones. Al terminar friegan los platos y se dirigen cada uno a sus respectivas habitaciones.
El erizo había adquirido la costumbre de su mejor amiga de leer antes de dormir. Diría que le ayudaba a conciliar el sueño, pero lo que realmente hacía era que sus ensoñaciones fuesen más fantasiosas.
Tanto su madre como hermana hacía un rato que habían apagado sus velas, él debería hacer lo mismo. Mañana le esperaba un día largo, al igual que todos. Sopla la vela y su habitación queda iluminada únicamente por los rayos de luna que conseguían traspasar las nubes.
Una vuelta, dos vueltas, tres vueltas... No conseguía dormirse.
—Estoy nervioso. —Asume en sus pensamientos. Vuelve a intentar dormir, pero sigue sin conseguirlo.
Parecía que la noche transcurría en calma, hasta que escuchó un grito proveniente de la habitación de Amy. Inmediatamente, fue corriendo, encontrándose con una escena insólita: Álvaro estaba en el cuarto de su hermana.
La eriza tenía un arañazo de gran tamaño en su pierna derecha, unos pesos colocados en su tronco y su cama estaba rodeada de cuerdas. No sabía como el demente había podido actuar tan rápido.
El erizo amarillo, por su parte, no se veía indemne. El cuello de su camiseta estaba dado de sí y tenía la mejilla izquierda hinchada, seguramente por un golpe que la chica le habría propiciado.
—¡Te dije que si te acercabas a ella me las ibas a pagar, bastardo! —Iba a saltar encima de él, pero una figura lo apartó. Esta se le abalanzó tan rápido que lo estrelló contra la pared. Acto seguido lo golpeó en un ojo.