XXIII

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Era una bonita tarde de otoño y Leonie la tenía toda para ella.

Gracias a su tobillo tenía un justificante para no tener que hacer deporte en toda la semana. Mientras las estudiantes más jóvenes tenían que estar en el aula de estudios, los de último curso eran libres de hacer lo que quisieran.

Así que Leonie cogió el libro de poesía que el padre Gabriel le había prestado y vagó por el bosque al lado de la escuela. Ella pasó la arbolada que estaba junto a la escuela en una esquina, donde se había llevado a cabo el club de poesía, y se adentró en ella.

Era un bosque hermoso. No es un bosque de pinos espeso y oscuro, sino un conjunto de hayas que se llena de hojas en primavera. Había pinturas de estos en la sala de arte del colegio. Ahora las hojas formaban una gloriosa cúpula de oro y bronce en lo alto, con la luz del sol filtrándose a través de ella. Era deslumbrante y el lugar perfecto para recostarse y leer poesía.

Eso fue exactamente lo que Leonie hizo. Encontró un lugar perfecto el cual le daba el sol, se deslizó hasta que su cabeza estuvo en una posición cómoda sobre las hojas. Entonces ella miró hacia arriba, observando las formas de las hojas contra el cielo azul. Finalmente leyó algunos versos de El Naufragio del Deutschland, intentado memorizar los que le gustaba.

Había estado ahí por poco tiempo cuando escuchó que alguien se acercaba a su lado. Sin mirar ella ya sabía quién era.

"Leonie, ¿Cómo está tu tobillo?"

Gabriel caminaba regularmente a través del bosque durante su hora libre pero nunca se había encontrado a nadie en este lugar antes. Las chicas tendían a aventurarse en el bosque los fines de semana cuando él estaba ocupado con sus tareas en la capilla.

Allí yacía ella, como una ninfa del bosque, su cabello se extendía sobre las hojas.

Él había pensado en ella constantemente desde que la llevó a la enfermería, las clases de inglés habían sido una prueba de ello. Afortunadamente, o no tan afortunadamente ya que sabía que prefería el tormento de su presencia a su ausencia ,no la habían necesitado para la escena que habían ensayado esa semana.

Ella no le había contestado y él vio que ella tenía su libro apretado contra su pecho.

Sabiendo que estaba cometiendo un enorme error, él se sentó a su lado. Ella permaneció acostada, mirando hacia arriba y entonces habló.

Soy suave arena

adherida al vaso del reloj

fija pero minada de un movimiento, un flujo

Gabriel sintió un dolor intenso mientras Leonie recitaba esas líneas. Si seguía mirándola él temía acabar haciendo algo estúpido. Así que, algo que era aún más estúpido, él se acostó con su cabeza al lado de la de ella, pero su cuerpo en el otro sentido.

Él dijo los siguientes versos. Los sabía de memoria.

que la invade en su centro y la ahueca en su caída

como el agua en el pozo quieta en su equilibrio

Estaban ambos en silencio. Leonie apenas podía respirar. Ella no podía creer lo cerca que estaba de él. Su cabeza estaba prácticamente tocando la suya. Ella nunca se había sentido tan íntima junto a otra persona y sin embargo ni siquiera estaban teniendo un contacto físico.

"Lee la siguiente estrofa" le pidió ella. Gabriel lo hizo.

Un beso lanzó a las estrellas,

luz adorable y difusa en que se manifiesta tenuemente y

resplandece, gloria en el trueno;

Caer en la tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora