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A-Lian, también conocido como 'el hijo bendecido por los cielos', era la belleza más admirada de todo un basto territorio. Era el que en ese momento huía entre árboles y matorrales en medio de un bosque durante la tormenta más agresiva que había azotado esas tierras en la última década.

La herida que había recibido al ser apuñalado por un sirviente no había dejado de sangrar, solo fue capaz de envolver una tela alrededor y ocultarla bajo su capa pidiendo a los cielos que nadie lo viera sangrar.

Sostenía a su padre de un lado y uno de sus lacayos le ayudaba a sostenerlo del otro lado, el segundo sirviente llevaba a su madre sobre su espalda, dirigiéndose a donde fuera pero lejos del territorio que los había maldecido, que habían incendiado su hogar que habían atentado contra la vida de sus gobernantes y todo ocasionado por un adivino que los señaló como próximos causantes de los desastres que comenzaron a azotar la tierra.

A-Lian estaba a punto de caer, su cuerpo quedaba sin fuerzas y la pérdida de sangre solo empeoraba debilidad de su cuerpo.

La lluvia y los vientos quisieron arrancarles las pieles, el lado bajo sus pies dificultaba su camino y podían escuchar a la muchedumbre a escasa distancia de ellos. No hubo momento en el que ellos no sintieran la presión de tener la vida de los dos débiles adultos en sus manos y saber que si fallaban en continuar el camino serían sometidos y asesinados bajo la multitud cuyos corazones se habían cegado con la ira y oscurecido por la ignorancia.

Esa multitud capaz de asesinar a todo aquel que se interpusiera en su camino, así fueran solo inocentes agradecidos en la familia del gobernante, que fueron salvados por ellos y que ahora morían por ellos.

Lágrimas amargas cayeron del pálido rostro de A-Lian, sentía impotencia, ¿era así como se sentían los perros que morían a golpes? Temerosos a escapar, temerosos a quedarse, queriendo huir, siendo azotados y heridos por personas que no sabían a quien culpar por las desdichas y se sentirían aliviados al acabar con la vida del pobre animal.

Cierto, ahora A-Lian y sus padres, junto con toda la gente que se atrevió a defenderlos, fueron maltratados por la multitud a la que les fueron fieles, a la que apoyaron en momentos de dificultad, esa misma multitud que no temió golpearlos con fuego y armas, con maldiciones y odio.

A-Lian escuchó un murmullo a su lado.

—¿Qué?

Su padre tiró de su propio cuerpo con la fuerza suficiente para hacerles perder el equilibrio y casi derribar a los que lo sostenían.

Ambos, A-Lian y Feng Xin, se esforzaron por mantenerse de pie y no dejar que el gobernante cayera al suelo.

—Déjame... ¡Déjame aquí!

La cara de A-Lian se arrugó, tal vez fue el dolor de la herida abriéndose de nueva cuenta, o pudo haber sido el hecho de ver a su propio padre pidiendo ser abandonado.

—No.

Su respuesta contundente encendió la ira del gobernante —¡Te ordeno que me dejes y huyas con tu madre! ¡¡Olvídate de este viejo!!

Sus familiares gritos evocaron recuerdos en su interior, A-Lian fue capaz de apartarlos de su mente y replicar a su padre sin perder la cordura.

—No voy a dejarte aquí para que mueras.

La ira del gobernante aumentaba más y más. —¡Esto no es tema de discusión! ¡Cuando me maten ustedes podrán--!

La sangre salió de su boca en un tosido que parecía haber perforado su garganta.

Su condición no era buena, podría decirse que nunca lo fue, pero ahora, después de haber sido sacado de la casa en llamas, ser envenenado por el espeso humo y sofocado por el calor del fuego, su condición era peor a mala.

A-Lian y el Zorro RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora