De mala raza: 16
Escena III
[editar]VISITACIÓN, DON PRUDENCIO, DON NICOMEDES Y DON ANSELMO. DON ANSELMO viene lentamente, abatido, pálido y sumido en profunda meditación.
ANSELMO.-¡Y hoy llega!... ¡Hoy llega mi Carlos!.. Lo dice su carta. ¡Y nada sabe todavía!
PRUDENCIO.-¡Querido amigo!... ¡Mi respetable don Anselmo!
ANSELMO.-(Como despertando de un sueño.) ¿Quién?... ¿Qué?... ¿Qué quiere usted?
PRUDENCIO.-¡Cómo! ¿Ya se olvidó usted de su buen amigo?
ANSELMO.-¡Ah, sí!... Dispense usted, don Prudencio... La vista, la vista que dice: «¡No quiero ver!» (Con profunda intención.)
PRUDENCIO.-Y la salud..., ¿qué tal?
ANSELMO.-Ya usted ve... Para lo que es la vida..., la salud no es mala.
PRUDENCIO.-Sí, señor; y crea usted que tomo parte muy verdadera en sus penas.
ANSELMO.-¡En mis penas! ¿Cuáles?... ¿De qué penas habla usted?
VISITACIÓN.-¡Vaya! ¡Te vas a hacer el reservado con don Prudencio!
ANSELMO.-¿De qué reservas hablas tú, lengua de azogue? (A su hermana.)
PRUDENCIO.-No he creído cometer una imprudencia al darme por entendido... de una desgracia que nadie ignora. Sin embargo, ruego a usted que me dispense si el respetuoso afecto que usted me inspira ha podido tomar formas de indiscreción.
ANSELMO.-¡Ah!... ¿Ya le habéis contado?... (A DON NICOMEDES y VISITACIÓN.) ¡Bravo!... ¡Seguís pregonando la deshonra de la familia!... ¡Soberbio!... ¡Por algo es bueno tener parientes en estos casos..., y amigos de los parientes..., y diablos que los lleven a todos!
VISITACIÓN.-¡Si ya lo sabía!
ANSELMO.-¿Ya lo sabía usted?... ¿Le han referido...? ¡Bien!... ¡Muy bien!... ¡Más..., más todavía!...
PRUDENCIO.-Sí, señor; me lo ha referido más de una persona.
ANSELMO.-Bueno; pues si lo sabe usted..., gracias por el interés. Basta, y hablen ustedes de otra cosa. (Se deja caer en una silla.)
VISITACIÓN.-Claro, porque hablando de otra cosa, dejará de ser lo que ha sido.
ANSELMO.-¡Porque hablando siempre «de esto» acabaré por volverme loco!
NICOMEDES.-Déjale, Visitación; no le hostigues. (En voz baja.)
VISITACIÓN.-Pues no se le puede dejar. (En voz alta.) Porque Carlos llega hoy mismo, y hay que ver lo que se hace, y es él el que lo ha de resolver.
ANSELMO.-¡Es verdad!... ¡CARLOS!... ¡CARLOS!... ¿Qué debo hacer?...
PRUDENCIO.-Puede usted elegir entre varios caminos.
NICOMEDES.-Es cierto; varios caminos tienes todavía.
ANSELMO.-¿Y qué caminos son esos? ¿Hay más que uno en cuestiones de honra? ¿Puedo yo consentir que mi Carlos sea la befa de las gentes? ¿Tan a menos ha venido nuestro buen nombre que hasta mi familia me propone acomodamientos indignos?
PRUDENCIO.-¡Por Dios, don Anselmo, cálmese usted!
VISITACIÓN.-No, hijo; si no te proponernos nada. Ya tú verás lo que más os conviene.
ANSELMO.-No se trata de conveniericias, sino de dignidad, de que no señalen a mi Carlos con el dedo. ¡A mi Carlos tan bueno! ¡Tan noble!... ¡Tan leal... y manchado por esa mujer!... (Hace un movimiento como para ir a buscarla; te rodean y le detienen.)
PRUDENCIO.-Esas manchas, se borran con el tiempo.
ANSELMO.-Se borran, sí, como todas las manchas; pero no con limosnas del olvido, sino lavándolas bien. Las de podredumbre de la materia, con agua que corre; las de podredumbre del alma, con sangre que brota.
NICOMEDES.-¡Vamos, hombre, valor!
PRUDENCIO.-Valor, sí; pero, sobre todo, prudencia.
ANSELMO.-¡Valor!... Yo lo tengo, por él, por mi hijo. Pero ¡prudencia!... ¡Ah! Esa mujer me hace perderla.
PRUDENCIO.-¡Pero, don Anselmo, si esto estaba previsto!
VISITACIÓN.-Calaveradas de un muchacho sin experiencia. Hubiera tenido la tuya para escoger compañera digna, y no se vería como hoy se ve.
ANSELMO.-Sí, tienes razón, hermana mía. Mi Paquita, mi único consuelo. Sin ella, crean ustedes que yo no sé lo que hubiera hecho. ¿Dónde está? ¡Que venga! Llámenla ustedes aquí, a mi lado...
VISITACIÓN.-Sí, hombre, sí... La llamaremos. (Acercándose a la puerta de la derecha.) ¡Paquita! ¡Ven!... ¡Paquita!... ¡Te llama tu marido!... ¡Pronto, hija mía!...
ANSELMO.-¿Viene ya?... ¿Qué hace?... ¡No quiero que esté con Adelina! ¡A ver!... ¡Que venga al momento!...
VISITACIÓN.-Ya está aquí.