Un cristaloide es un tipo de disolución con propiedades diferentes de los coloides. Se emplean en terapia intravenosa para reponer líquidos perdidos. Están compuestas por solutos iónicos y no iónicos de baja masa molecular.[1]​ Asimismo, un cristaloide es un sólido que tiene la apariencia de un cristal.

Las disoluciones cristaloides fueron estudiadas hacia 1850 por Thomas Graham, quien fue el primero en diferenciarlos de los coloides.

Los cristaloides de los líquidos orgánicos son la glucosa, la urea, la creatinina, los aminoácidos, las enzimas y las hormonas.[2]

Un ejemplo de cristaloide: bolsa de solución salina normal para infusión intravenosa.

Cristaloides en medicina

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Un cristaloide es un líquido que suministra agua e iones sodio para mantener el gradiente de presión osmótica entre los compartimentos extravascular e intravascular.[3]​ Contienen solutos en concentración igual o superior a la sangre por lo que son capaces de aumentar la presión osmótica. No contienen proteínas u otros coloides (moléculas de gran tamaño) por lo que disminuyen ligeramente la presión oncótica (o coloidoosmótica) al disminuir su concentración (hemodilución), por aumento del volumen total.[4]

En caso de que un paciente presente deshidratación, es preciso reemplazar el líquido perdido y para ello se pueden emplear tres tipos de soluciones: cristaloides, coloides y derivados de la sangre.[3]

Los cristaloides aumentan el volumen plasmático (intravascular), en función de la cantidad de iones sodio presentes por lo que una solución hipersalina (3% de concentración en iones Na ) es más eficaz que una solución salina normal (0,9%). No obstante, se difunden con rapidez a los espacios intersticial e intracelular por lo que dicho aumento del volumen plasmático no es tan efectivo. Por ejemplo, la infusión de 1 litro de solución salina normal eleva el volumen plasmático en 200–250 cm³, difundiéndose el resto al espacio intersticial. Las soluciones de coloides son más eficaces para este cometido.

Se emplean como fluidos de mantenimiento, para promover el flujo de orina y para corregir deshidratación y pérdidas de líquido, en casos de trastornos de líquidos y de electrólitos: vómitos, diarreas, obstrucción intestinal aguda, pérdidas renales o extrarenales.[2]

Algunos de los cristaloides más empleados en terapia intravenosa son:[3]

Véase también

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Referencias

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  1. Tratado de anestesia y reanimación. Luis Miguel Torres Morera. Editorial Arán Ediciones, 2001. ISBN 84-86725-81-X. Pág. 1522
  2. a b Cirugía: fundamentos, indicaciones y opciones técnicas. Cristóbal Pera Blanco-Morales. Editorial Elsevier España, 1996. ISBN 84-458-0375-1.Pág. 148-158
  3. a b c Farmacología en Enfermería. Linda Lane Lilley. Volumen 10 de Enfermería Mosby 2000. Editorial Elsevier España, 1999. ISBN 84-8174-448-4. Pág. 353.
  4. An Update on Intravenous Fluids by Gregory S. Martin, MD, MSc