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No podía creer lo que sus ojos veían. Por poco se ahoga con el bocado que le había dado a su hamburguesa.
Le vio cuando se sentó al otro extremo del sofá y por el rabillo del ojo le observó con la intención de molestarlo como usualmente hacía sin embargo, cuando el más bajo se inclinó al frente para alcanzar su parte de la comida visualizó algo que nunca hubiera imaginado y la carne junto al pan se le atoraron en el esófago.
Tosió varias veces, cada vez más fuerte para pasar el trozo de comida o escupirlo, lo que sucediera primero. Su cabello platino se sacudió y cayó sobre su frente y sus ojos impidiéndole saber si alguien le estaba observando, aunque poco le importaba.
Cuando finalmente se deshizo de la traba en su garganta respiró frenéticamente, buscando llenar sus pulmones y relajar el acelerado ritmo de su corazón. Por un momento sintió que se moría. Puso una de sus manos en su pecho y poco a poco recobró la compostura. Percibió la mirada de alguien sobre su persona y se dio cuenta que era el joven periodista amateur, el cual le miraba con un gesto consternado y de desagrado, entonces se percató de que terminó escupiendo la comida y que había caído encima de la mesa de la sala.
Pero eso no era lo importante aquí, al diablo con que hubiera regresado el bocado, al demonio con que casi hubiera muerto atragantado por un trozo de hamburguesa, ¿¡qué mierda era eso en el cuello de Leo?!
Esas manchas rojas eran inconfundibles. ¿Acaso tenía una novia?
No, un momento ¿si quiera era consciente de que tenía esas marcas? Probablemente no, pues seguía vistiendo esa sudadera holgada. La ropa que usaba podría serle útil en algo -que realmente ignoraba qué podría ser- pero en ese preciso instante le estaba perjudicando pues el amplio cuello de la prenda permitía a cualquiera verle la nuca.
No era como si quisiera saber sobre la vida privada del más bajo pero era inevitable que la curiosidad le embargara. ¿Quién le habría hecho esos chupetes?
-Leo, ¿te acostaste con alguien? -sin soportarlo más le preguntó.
Y el castaño se quedó de piedra.
¿Había dado en el clavo? Maldición, ahora quería saber quién era la desafortunada.
-¿Q-qué cosas di-dices, Zapp? -Tartamudeó.
Debía agradecer que el más joven fuera malo para mentir o sino esto no sería divertido.
-Vamos, no puedes engañar a nadie con eso. -Le molestó. -¿Con quién fue? ¿Alguna conocida? ¿Quizás una aventura de una noche? -Continuó presionándolo y disfrutó más hacerlo al ver que los colores se le subían lentamente al rostro.
-N-no sé de qué hablas. -Siguió negándose a responder.
Le hostigó por unos minutos más hasta que perdió la paciencia y le agarró por el cuello de la sudadera haciendo visible las marcas en su piel. Detrás del sofá el jefe de Libra iba pasando, dirigiéndose a su escritorio y se detuvo abruptamente tras escuchar las palabras del moreno.
-¿Me vas a decir que éstas son picaduras de mosquitos? -Alzó la voz, llamando la atención de Steven y Gilbert, quienes aún estaban en la oficina.
¿Eran esas marcas de colmillos?
Inmediatamente el portador de los Ojos de los Dioses llevó una de sus manos a su nuca y cubrió la piel expuesta. Sus mejillas coloradas lo delataron con el resto de los miembros de la organización, así como la reacción del pelirrojo, el cual había dejado que las hojas que llevaba se deslizaran libremente desde sus manos hasta el piso al tiempo en que su cara se ponía tan roja como su cabellera.
No tardó en asimilar lo que eso significaba.
¡¿El jefe y Leo habían cogido?! Las palabras se atoraron en la base de su lengua junto con la saliva y solamente pudo atinar a mirar a ambos hombres, el de cabello alborotado encogiéndose en su sitio hasta hacer de su persona un pequeño bulto y el de mirada esmeralda transformándose lentamente en una escultura de piedra.
Enterarse de que el jefe en realidad tenía deseos sexuales por alguien no estaba en su lista de prioridades. Quizás debió dejar el trozo de comida atorado en su garganta.