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Céfiro planea alto, inmóvil, salvo por el suave movimiento de su cola larga y elegante y sus orejas puntiagudas cubiertas de plumas, imitación de búho cornudo, atentas. Las plumas de sus orejas reaccionan ante el más mínimo sonido. Sus anchas plumas en el extremo de su cola están desplegadas, con la forma de una hoja ovalada que equilibra su cuerpo en la corriente ascendente. Cada leve ajuste de la cola lo mantiene estable mientras observa desde las alturas. Sus ojos Ónix y pupilas verticales se dilatan en finas líneas negras cuando captan movimiento de su presa. Su mirada, tan precisa como un halcón, sigue los movimientos de un gavilán despreocupado que planea entre los árboles. La caza ha comenzado.
El viento sopla suave, casi reverente mientras Céfiro calcula su ataque. Sus dos pares de alas emplumadas, delanteras y traseras, están unidas para mantener el control y aumentar su resistencia de planeo, de una manera que engañaría a cualquiera pensando que tiene un par de alas bastantes anchas para su diminuto cuerpo, y su cola se mueve sutilmente, ajustando su posición con cada ráfaga de aire. El gavilán parece ajeno al peligro que lo acecha desde arriba.
Céfiro respira profundamente, su pecho se hincha mientras afianza su determinación. Sus alas se cierran de golpe contra su cuerpo , sus orejas se apegan a su cabeza para cubrirlas del silbido del viento y su cola se alinea rígida detrás de él. Reduciendo toda resistencia al aire, se lanza en picada, su cuerpo convertido en un misil viviente. La velocidad aumenta rápidamente, su forma aerodinámica cortando el aire con tal precisión que el sonido queda apenas por detrás de él. Su cola, aunque retraída, hace pequeños ajustes, manteniéndolo perfectamente alineado mientras desciende directo a su objetivo.
Cuando está a punto de alcanzar al gavilán, su cola se despliega ligeramente, frenando su caída lo justo para apuntar con precisión quirúrgica. Sus garras, tan afiladas como cuchillas, se extienden al último segundo. Con un impacto certero, sus garras atraviesan el cráneo del gavilán con un sonido hueco que rompe la quietud del bosque. Antes de que el ave pueda reaccionar, Céfiro deja que la gravedad y el golpe del impacto hagan su trabajo, arrancando y llevándose la cabeza y parte de las vértebras superiores.
El cuerpo del gavilán comienza a caer como una piedra. Sin perder el ritmo, Céfiro pliega las alas traseras y delanteras separadas en forma de cruz mientras su cola se despliega completamente en forma de hoja, permitiéndole estabilizarse mientras gira bruscamente en el aire y vuelve en el camino. Su vuelo parece una danza, cada movimiento fluido y preciso.
Al divisar el cuerpo que desciende, con sus alas ya separadas, utiliza el impulso para girar sobre su propio eje. Con la misma agilidad de un pez en el agua y sin perder velocidad alguna, sujeta una de las patas del ave con su mano libre mientras con la otra sostiene la cabeza con sus garras clavadas en el cráneo. La cola vuelve a desplegarse ligeramente al girar, estabilizándolo mientras corrige su trayectoria.
Con su captura asegurada, el espíritu de aire une sus alas traseras y delanteras, transformándolas una vez más en un par robusto y resistente. Las inclina en un ángulo agudo, atrapando el aire en sus alas unidas para reducir su velocidad. Su vuelo se convierte en un planeo tranquilo mientras lleva una carga del doble de su tamaño sin problema hacia su casa donde esperan sus hermanos.
Luego de un vuelo constante y sin interrupciones, su cola, completamente desplegada, actúa como un freno natural, permitiéndole aterrizar con una gracia impecable. Las garras de sus pies se clavan firmemente en la rama del árbol, repliega sus alas y las plumas de su cola con gracia y camina hacia el hueco del árbol.
Cuando llega, sus hermanos lo esperan con miradas expectantes. Céfiro deposita la cabeza y el cuerpo del gavilán frente a ellos. Sus plumas del cuerpo de un marrón café se hinchan con orgullo, y su cola, ahora relajada, se mueve de lado a lado con un ritmo tranquilo. Ellos se reúnen alrededor de la presa, admirando la maestría de Céfiro por cazar y llevar una carga tan grande
Mientras ellos despluman el ave con sus garras y dividen el botín. Céfiro se sienta en el borde del hueco del nido, su cola balanceándose suavemente detrás de él. Sus ojos recorren el bosque tranquilo, satisfecho con su éxito.