Work Text:
Gotas diminutas caen sobre la madera que conforma el muelle, oscureciendo el material hasta ofrecer una lúgubre impresión de estar caminando sobre un esqueleto de tablas y clavos con más edad que cualquiera de los hombres cerca del borde; uno de ellos, desprovisto de toda prenda mas que su ropa interior, sufre las consecuencias de estar arrodillado y de brazos cruzado sobre la nuca mientras la lluvia helada le perfora la piel.
—Ha sido un placer conocerte, Walker.
El olor a sal y humedad se mezcla con el aroma a madera mojada, las olas del mar se estrellan contra las vigas del puente, el cielo oscurecido se derrama sobre la orilla y el corazón del segundo hombre permanece impasible ante la flaqueza que este animal herido muestra al enfrentar el rostro de la muerte, aceptando con vergonzosa docilidad el destino marcado.
—Espero que puedas encontrar la paz —su tono, aunque alterado por el modulador, es indiferente al cobarde actuar del otro hombre—, allá donde quieras ir.
Freddy alza el arma sin vacilar y mueve el cañón en dirección a la cabeza, en lugar de burlarse al verle cerrar los ojos como un crío asustadizo, decidiendo respetar la petición de disparar en una zona piadosa; de muerte rápida e indolora, aún si es una benevolencia impropia de él.
Alguien como Walker, un cobarde prepotente sin más valor que actuar de peón en el tablero del que Trucazo es dueño, merece menos que un escupitajo.
Pero entonces, lo ve.
Por primera vez en años, Freddy realmente ve lo que se negó a reconocer después del faro.
Ese algo que siempre estuvo ahí, frente a sus narices, burlándose de todos ellos.
Al principio, es sólo un destello, una impresión fugaz que se cuela entre las grietas de su apatía, resquebrajándose en los pedazos de una furia latente que se clava en viejas cicatrices.
Suficiente para hacerle vacilar.
Los mechones rubios de Walker reflejan la poca luz del atardecer a razón del agua que les moja, semejantes al brillo dorado de un recuerdo que se rodea de calidez en la mente de Freddy. Ese brillo, opaco y quebradizo, hace de su estómago un nudo que se le sube a la garganta.
Y la piel, demasiado lisa, pálida, carente de esas pequeñas constelaciones de pecas que deberían estar sobre la línea de una barba perfilada, cuya tonalidad albina no podría desviar por completo la atención del pequeño nacimiento de cicatrices por quemadura que desemboca más allá del hombro.
Su agarre alrededor del arma se tensa. Un temblor, ajeno al frío aire del muelle y a la lluvia que empapa sus prendas oscuras, le recorre los dedos.
—Levántate —ordena con un gruñido, y cuando el insecto obedece, tiritando de cobardía, Freddy agrega—: Mírame a la cara.
El desconcierto en la mirada azul de imitación de Walker no pasa desapercibido para Trucazo, todavía oculto tras la mascarilla y los lentes que protegen su identidad de ratas como esta, mas él no se detiene en eso.
Sus ojos marrones escanean al hombre, diseccionando cada elemento que puede reconocer.
La complexión es similar, incluso la altura es casi exacta.
El rostro tiene trazos que podrían pasar por familiares de no ser por los imperfectos que se sobreponen a la similitud.
Esto no es más que una falsificación sin gracia.
De mandíbula débil y nariz asimétrica, aunque todavía recta, Walker no pasa de ser un intento de algo que es imposible de replicar; su labio inferior es similar al superior, y la línea de su boca carece de la misma curvatura burlona que la lengua de Freddy conoce tan bien.
Sus hombros, espalda y brazos están teñidos en su totalidad por la tinta de viejos tatuajes que poco favorecen la apariencia del insecto, a diferencia de la distribución atractiva de diseños que la versión original presumía.
Todo está mal.
Nada está donde debería estar.
Aun así, ninguna imperfección es suficiente para deshacer el parecido.
Este hombre no es nada. No merece la piedad que Freddy se está viendo obligado a otorgarle.
Pero el peso del pasado, el peso del nombre que no ha pronunciado en años, lo detiene.
Gustabo.
Gustabiño.
Tabito.
Freddy baja el arma y, con un tono más cortante que el filo de una navaja, se dirige a este cordero inutil.
—Tienes suerte de que tu padre y tu madre te hayan fabricado con una genética a la cual, cuando la miro a los ojos, me echa para atrás ejecutarlo.
Walker parpadea con irritante confusión, temblando como un animal herido frente a las fauces de una bestia cuya mirada, aunque oculta, destila tal desprecio que le hace retroceder.
Esto no es un hombre, sino el reflejo defectuoso de un tesoro, el eco distorsionado de algo que jamás podrá ser replicado.
Un pusilánime incompetente y prescindible, capaz de rendirse con sumisión bajo nimiedades que le deberían avergonzar, agachando la cabeza cual cordero manso que acepta su destino en el matadero en lugar de sacar provecho y burlarse en la cara de la muerte con la sonrisa del mejor bufón en la corte.
Gustabo.
El nombre late en su mente, tan nítido y doloroso como la herida más fresca, todavía sangrante, y los recuerdos lo golpean con la fuerza de un disparo.
La piel cálida e irregular, cuál porcelana resanada, adornada por salpicaduras de estrellas marrones.
Los ojos azules que parecían contener la vitalidad de un oasis en medio del desierto.
Esta escoria no es más que un fraude, un insulto.
—Vas a tener una oportunidad, pero no es una oportunidad cualquiera.
La ausencia lo golpea hasta robarle el aliento, aun tratándose de un peso que se ha instalado allí a causa de su propia jugada.
—La policía te va a estar investigando, y tienes una orden de detención, pero tienes una persona que quiere… —no puede acabar con alguien que lleva, aunque de forma burda y deficiente, la sombra de Gustabo—, mantenerte vivo. A la cual le debes un favor a partir de ahora, y la cual me ha informado de tu familia y tus seres queridos, así que…
La vida de Freddy se ha convertido en un torbellino de contradicciones que han querido escurrirse de su control en varios momentos, ocasionando variables que, en su mayoría, han sido poco apreciadas y útiles para sus intereses, por supuesto, contando con excepciones que no le han facilitado el camino, pero sí le han agregado diversión al juego.
Después de todo, la vida carecería de todo valor sin el peligro y el dolor resultantes de danzar con la muerte en cada respiración.
—¿Sabes contar?
El parecido pudo haberlo afectado; cada detalle mal imitado, cada ausencia, cada error de fábrica, es un recordatorio de que Gustabo no está y nadie podrá llenar ese vacío, pero Freddy aún se mantiene en el juego.
Sin importar la pausa de otros participantes, él seguirá moviéndose, avanzando.
Mantendrá en su tablero lo que le pertenece.
—Sí.
Incluso si se trata de un cascarón vacío, un rostro prestado, que no es más que otra mancha en el paisaje.
—Bien, pues en diez minutos aparecerá un barco pesquero en la parte de esa montaña. —Él le señala con el rostro la dirección indicada en un acto de amabilidad que esta barata imitación no merece—. Puedes decidirlo. Tengo una bala aquí. Te la dejaré cargada. Puedes quitarte la vida, ¿de acuerdo?
Walker medio asiente con la cabeza en un movimiento automático, todavía observando con maníaca atención el arma que Freddy sostiene, antes de negar por lo bajo, lloriqueando cual crío arrepentido.
—O puedes coger el barco y esperar una llamada. —El otro suspira de alivio, relajando los hombros—. Deja que se enfríe todo, que la policía deje de investigarte. Y quizás, y solamente quizás, podrás volver.
Entonces, la sonrisa de Freddy se ensancha, y su tono adquiere esa característica burla que le identifica como el diablo que siempre ha sido, estremeciendo de terror al pecador que ahora le sirve.
—Pero no estoy seguro, si cuando vuelvas —Walker sujeta el arma sin munición con manos temblorosas—, serás capaz de mirarte en el espejo con todo lo que vas a tener que hacer.
Mantenerlo a su lado está lejos de ser un acto benevolente, resultante de la utilidad que alguien pueda verle; el propósito de perdonarle la vida, en cambio, no es otro más que romperlo.
Trucazo se encargará de reducirlo a lo que en verdad es, condenándolo a cargar con un rostro que no merece llevar, que no le pertenece; si Walker no es digno de compartir parecido con Gustabo, entonces Freddy se asegurará de arrancarle hasta la más mínima pretensión de humanidad.
Así pues, cuando llegue el día en que esta sombra no sea capaz de mirarse al espejo sin ver el reflejo de su propia miseria, sin recordar cada acción que Freddy le exigió, cada degradación que lo obligó a soportar, su poco valor se habrá reducido a menos que nada, y el diablo al que le ha vendido su alma danzará sobre sus cenizas.
Ganas no le faltan, en especial ahora que le ve mostrar miedo con esos ojos; si no fueran tan útiles en su campo de trabajo, se los arrancaría sin pestañear.
—¿Lo tienes claro? —dice en cambio.
—Sí, señor.
El alivio enfermizo que siente al escuchar la voz de la copia es casi tan asfixiante como su desdén.
Él no tiene ese tono firme y confiado que podía cortar el aire como un machete bien afilado, ni la autoridad tranquila que hacía ver al peligro como algo insignificante.
Este insecto sólo gime como un animal acorralado. Su tono tembloroso es una súplica lastimera que le revuelve el estómago; dócil, cobarde, indigno incluso de compartir el mínimo parecido con quien alguna vez estremeció el mundo de Trucazo.
Nadie, excepto por un par de fichas, lo sabe mejor que él: Gustabo no suplica piedad, en cambio, enfrenta las consecuencias con la barbilla alzada, incluso si eso implica mirar directamente a los ojos de la muerte.
—Bien. —dice tras la conformación de su nueva compra—. Pues disfruta del tiempo. Disfruta del mar. Dale gracias a tu rostro.
Freddy le da la espalda al cordero que tiembla de patético alivio, caminando a paso firme directo al coche que lo trajo aquí. Una mezcla extraña de rabia, consuelo y suplicio le revuelve las entrañas.
Por un instante, en medio de su andar, cierra los ojos e inhala tan profundamente como puede, para luego exhalar, como si toda la red de secretos que lo sostiene escapara de su interior.
La verdad sigue ahí, de algún modo fuera su alcance, igual que una sombra que le persigue, mas nunca se deja atrapar.