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Tsukishima Kei no es tonto, es algo que todo el mundo sabe, pero que no sea tonto no significa que este excento de todos los males que a los tontos aquejan.
Por más que su exterior no lo demuestre, es un alma sensible que se refugia en las artes, principalmente en la literatura, para expresar sentir. Cuando Kei conoció a Kageyama Tobio, una sorprendentemente cálida tarde de otoño durante su tercer año de secundaria, pensó incorrectamente que era un chico más del montón.
Kageyama era lo que podemos considerar tonto, sin gusto por la literatura, sin conocimientos sobre cualquier tipo de danza y con habilidades mediocres para la música; sacaba malas notas en casi todas las materias, se travaba al leer, no entendía la diferencia entre prosa y verso, y peor aún, no parecía interesarle. Tsukishima, erróneamente, creyó que Tobio carecía de cualquier sensibilidad artística, que no había nada que le otorgará la dicha de ser considerado inteligente en algún área ( porque bueno, por más que a Kei no le gustará admitirlo, su madre y hermano le habían enseñado que no todos gozaban del mismo tipo de intelecto ) y quizás por eso, luego de un mes de conocer a Kageyama y observarlo detenidamente, le contó a Tadashi de sus inquietudes sobre él.
Recuerda bien como la cara de Tadashi era adornada por una sonrisa serpentesca, una que no acompañaba su dulce expresión, pero era bastante acordé a la conversación que se estaba gestando.
— No tiene remedio, Tsukki, el chico solamente piensa en el voley. — dijo Yamaguchi, mirando a su amigo, quien si bien parecía entender a qué se refería, no parecía del todo satisfecho con la respuesta. — Mirá, no todos pueden darle el mismo valor a las cosas que aprecias, no todos tienen el mismo sentido del gusto que vos, Tsukki. Y bueno, ya sabemos que Kageyama es un cabeza hueca. No me sorprendería que su cerebro sea tan pequeño que solamente tenga espacio para el voley ahí adentro. — dijo Yamaguchi, intentando hacer reir al contrario, para por fin dejar atrás el tema.
— Sí, soy consciente de eso, pero sigo sin entenderlo. ¿Cómo es posible que alguien pueda ser tan... tan simple? —respondió Tsukishima, frunciendo el ceño con una mezcla de frustración y curiosidad. Sabía que no todos compartían su amor por la literatura o las artes en general y también sabía que Kageyama no era él foco más brillante, pero algo en él lo confundía profundamente. No era solo la falta de interés en las artes o en cualquier cosa que no fuera el deporte lo que lo descolocó; era la intensidad con la que Kageyama parecía vivir su vida enfocada exclusivamente en el voley, como si nada más tuviera valor para él.
Yamaguchi, siempre paciente con los comentarios de su amigo, suspiró — Tal vez es así como funciona su mundo. Hay personas que encuentran un propósito en una sola cosa y lo hacen todo. No es raro, aunque no lo entiendas, quizás eso sea suficiente para él, Tsukki. — dijo casi en un susurro, como si no estuviera seguro de lo que decía.
Tsukishima hizo una mueca, molesto con la explicación de su amigo, aunque sabía que en el fondo era razonable. No podía sacarse a Kageyama de la cabeza. Había algo en él que le producía un cúmulo de sensaciones. Lo observaba en cada práctica, en cada partido, con una intensidad que no podía justificar ni entender. Y aunque trataba de ignorarlo, una y otra vez su mente volvía a cuestionarse: ¿Por qué le molestaba tanto la falta de sensibilidad de Kageyama?
— Uh, y por cierto. ¿Te acordás de esa vez que leímos Sentido y Sensibilidad juntos? En una parte, Elinor le menciona a Marianne que el buen gusto se puede enseñar. Así que si querés que Kageyama aprenda a ver el mundo con tus ojos, quizás deberías convertirte en su profe, mejor dicho profesor. Quien sabe, quizás incluso lo ayudas a mejorar sus notas, apenas empezamos el año y ya estoy seguro de que se va a llevar hasta las tangas de las profesoras — Yamaguchi río, y Kei no pudo evitar hacerlo también, luego de que la mueca en su rostro desapareciera. En realidad, la idea no le disgustaba.
La idea que Yamaguchi había lanzado con la ligereza de una pluma comenzó a tomar forma en la mente de Tsukishima, era una chispa que no podía ignorar. Claro, no era profesor, ni mucho menos, pero... ¿qué tan difícil sería enseñarle un poco a Kageyama? Quizás así lograría entender qué era lo que tanto le molestaba del chico. Tal vez, al enseñarle algo de literatura o de arte, podría descubrir si realmente Kageyama era tan "cabeza hueca" como parecía, o si simplemente nadie se había tomado el tiempo de mostrarle que existía un mundo fuera del voley.
La tarde siguiente, después de clases, Tsukishima se acercó a Kageyama en el gimnasio, mientras el otro ajustaba las rodilleras para la práctica. Era un escenario bastante natural; Kageyama estaba solo ( Hinata estaba preparándose para practicar con Nishinoya, así que estaba fuera de la ecuación ), concentrado en sus propios pensamientos, y Tsukishima sintió que era el momento perfecto para abordar el tema.
— Eu, Kageyama — comenzó con un tono casual, apoyándose en una de las paredes. El otro alzó la vista, parecía haberse sobresaltado por lo repentino de la situación . No era común que Tsukishima se acercara sin motivo aparente.
— ¿Pasa algo? — respondió Kageyama, con su típica cara de pocos amigos, aunque en sus ojos había una pizca de curiosidad.
Tsukishima se cruzó de brazos y lo miró con un leve aire de superioridad — ¿Alguna vez leíste un libro por gusto? Digo, si es que sabés cómo hacerlo — le preguntó, desafiante y burlón, como de costumbre. Sabía que la respuesta probablemente sería negativa, pero quería ver cómo reaccionaría el contrario.
Kageyama frunció aún más el ceño, como si la pregunta lo hubiera ofendido. — ¿Leer? No tengo tiempo para esas cosas. Además, ¿de qué me sirve leer libros? — replicó, sin intención de sonar rudo, aunque su tono inevitablemente lo era.
Tsukishima reprimió un suspiro. Claro que sería difícil, pero ya había asumido el desafío. — Te sorprenderías de lo útil que puede ser. No todo en la vida es el voley, ¿Sabés? Pero si es lo único que pensás hacer de tu vida, supongo que no lo vas a entender. —
Kageyama se tensó un poco, evidentemente picado por el comentario. — No es que no quiera hacer otras cosas, tarado, pasa qué… no sé. Nunca nadie me enseñó nada de eso y tampoco es como si estuviera muy metido en todo el tema de los libros. —
Era justo la oportunidad que Tsukishima esperaba. Con un suspiro, se dejó caer en el banco junto a él. — ¿Y si te enseño? Podrías ver si realmente es tan aburrido como pensás. —
Kageyama lo miró de reojo, sin entender a dónde quería llegar Tsukishima con todo ésto. — ¿En serio te interesa enseñarme eso? — preguntó, en su tono había una mezcla de incredulidad y una pequeña chispa de curiosidad que Tsukishima no había visto antes.
— Si vos querés — respondió Kei con un ligero encogimiento de hombros. — Digo, así por lo menos la gente deja de pensar que sos un boludo. Podrías intentarlo, ¿O capaz el rey tiene miedo de no entender? — dijo burlonamente, mirando a los ojos a Tobio.
Esa última frase surtió efecto. Kageyama apretó los dientes y, finalmente, asintió. — Está bien, Tsukishima. No soy tan tarado como pensás, pero ojito, no te hagas el vivo. —
Una media sonrisa se dibujó en el rostro de Tsukishima. Capaz no era tan mala idea.
Los días siguientes, Tsukishima y Kageyama comenzaron a reunirse después de los entrenamientos. Al principio, el ambiente era tenso; cada frase de Kei parecía tener una punta de sarcasmo, y Kageyama, a duras penas, soportaba el tono condescendiente de su compañero. Sin embargo, a medida que avanzaban, empezaban a sentirse cómodos con la presencia del otro, Tsukishima explicaba conceptos básicos de la literatura, y elegía cuentos cortos y simples o poemas igualmente simples, para enseñarle a Tobio ( ya saben, no podés poner a un chico que recién empieza a descubrir el mundo literario a leer "Los hermanos Karamazov" de Fyodor Dostoyevski )
Kei eligió uno de sus libros favoritos para comenzar, un tomo corto y sencillo, con una historia sobre esfuerzo y superación. Sabía que una novela complicada, de época o muy larga solo frustraría a Kageyama y, aunque se burlaba de su "falta de intelecto" y su incapacidad para concentrarse, de verdad quería que este pequeño experimento funcionara. Quería comprobar si había algo más en él, si debajo de esa devoción casi religiosa por el voley existía algo que aún no lograba ver.
— Bueno, acá dice que el protagonista pierde su objetivo y tiene que enfrentarse a sus propias limitaciones… un poco como vos, ¿no? — insinuó Tsukishima, con su habitual tono sarcástico, esbozando una sonrisa arrogante.
Kageyama resopló y lo miró de reojo. — El protagonista es un príncipe en una guerra, no veo cómo eso se parece a mí. —
Kei rodó los ojos. — No hablo de la guerra, boludón. Hablo de la lucha interna, de cuando uno se da cuenta de que solo una cosa no es suficiente. De que, a veces, se necesita más para poder… vivir, en serio. No sé, abrirse a nuevas ideas o probar algo nuevo. —
Kageyama se quedó en silencio, masticando las palabras. Algo en él pareció tensarse al procesarlas, como si estuvieran tocando una parte de sí mismo que normalmente mantenía bien oculta. — A vos no te importa nada de eso. Solo te gusta ver cómo quedó como un pelotudo. — murmuró, un tanto desafiante.
Tsukishima lo miró y, por primera vez, en lugar de una burla, soltó una respuesta sincera. — Puede que tenga un poco de curiosidad, eso es todo. No soy tan sádico como pensás… aunque verte luchar con esto también tiene su encanto. —
Ambos compartieron una breve risa. A medida que las sesiones avanzaban, Tsukishima comenzó a notar ciertos matices en Kageyama que no había visto antes. Una noche, mientras leía un pasaje de Edgar Allan Poe en voz alta, Kageyama se detuvo para hacer una pregunta que sorprendió a Kei.
— ¿Vos sentís algo cuando leés esto? Como si… no sé, como si todo en el mundo tuviera un sentido oculto, o algo así. — dijo mirando a otro lugar, intentando evitar hacer contacto visual con Kei.
Tsukishima lo observó con genuina sorpresa, y una pequeña sonrisa se asomó en su rostro. Por fin, había un destello de algo distinto en Kageyama, algo que resonaba con él de una manera inesperada.
— Sí, algo así. A veces leer es como ver una parte de uno mismo en un espejo. Aunque no sé si vos puedas entender eso tan pronto… — bromeó, aunque su tono esta vez era casi amable.
Kageyama lo miró, y por un momento, pareció que algo se iluminaba en sus ojos. — Capaz me tome un tiempo, pero quiero intentarlo. No quiero ser siempre… bueno, el boludo del grupo que solamente sabe de voley. Para algo está el pelotudo de Hinata. — sonrió.
Kei asintió mientras sonreía un poco, y luego ambos volvieron a la lectura, esta vez con una especie de complicidad silenciosa que ninguno había sentido antes. Al fin y al cabo, enseñar no era tan aburrido como había pensado; y Kageyama, sorprendentemente, resultaba un alumno mucho más interesante de lo que había anticipado.
No esperaba llegar tan lejos en tan poco tiempo, pero ahí estaba, observando a Kageyama como si lo viera por primera vez. Era extraño y curioso. Nunca antes se había sentido intrigado por alguien de esa manera.
Una vez terminaron de leer lo que tenían preparado para hoy, Tsukishima habló — Bueno, creo que sos muchísimo más inteligente que Hinata, si te sirve de algo. Él no intentaría aprender lo que vos están intentando aprender, así que eso te suma puntos. — le dió unas palmaditas en la espalda al pelinegro. De verdad se sentía orgulloso de lo que estaban logrando.
Kageyama asintió con la cabeza, sus labios formaron una línea fina mientras mantenía la mirada fija en el libro. Aunque no lo diría en voz alta, algo en su pecho se sentía… diferente. Tal vez era la forma en la que Tsukishima parecía realmente interesado en algo que nadie más se había molestado en mostrarle, o quizá, y sólo quizá, la presencia de Tsukishima junto a él le hacía sentir algo parecido a una cálida certeza de que no estaba solo en esto.
Los días, semanas y finalmente meses pasaron y, lentamente, la barrera entre ambos comenzó a desmoronarse. Tsukishima ya no se limitaba a hacer comentarios sarcásticos sobre la lectura de Kageyama; ahora intercambiaban opiniones, discutían sobre los significados e interpretaciones de las obras que leían, y, de vez en cuando, incluso se reían de alguna metáfora extraña o un verso demasiado dramático. Y, aunque Tobio seguía teniendo problemas con algunos conceptos y aún le costaba concentrarse en los pasajes más densos, empezaba a encontrar en las palabras una belleza que antes le era completamente ajena.
Una tarde, mientras leían juntos un poema de Idea Vilariño, Kageyama le hizo una pregunta inesperada:
— ¿Por qué te importa tanto esto? — preguntó, sin apartar los ojos del poemario — Onda, sé que te gusta la literatura, pero de verdad no entiendo por qué te molestas en explicármelo a mí. ¿No se supone que hacías esto con Yamaguchi antes? Creo que él podría aportar más que yo. — dijo con una voz suavecita, muchísimo más de lo que le hubiera gustado. Intentó no mirar a Tsukishima, evitando todo contacto visual que pudieran hacer.
Tsukishima levantó la vista, sorprendido. No había pensado en ello; simplemente había sentido esa necesidad de mostrarle algo que para él era importante, como si, de alguna forma, eso pudiera cambiar la percepción que tenía de Kageyama, o quizás y solo quizás la percepción que Kageyama tenía de sí mismo.
— No tengo ni idea. — respondió, con sinceridad. — Supongo que quería ver si había algo más en vos, quería ver algo más allá de lo que todos creen ver.—
Kageyama asintió en silencio, sintiendo cómo esas palabras le hacían eco en el pecho. Por primera vez en su vida, alguien veía en él algo más allá de su habilidad en el deporte o su físico. Y esa persona era Tsukishima Kei, la persona que ni en sus sueños hubiese esperado que despertara una parte de él que no conocía, la persona más distinta a él que podía conocer, sin pasión real por él deporte, nada muy espectacular; un principito que vive en una realidad escrita con máquinas de escribir de décadas anteriores o plumas fuente. Sin embargo, aquí estaban, compartiendo silencios y palabras, entendiendo que, a veces, las diferencias pueden convertirse en el puente más inesperado. Quizás Tobio también quiere ver algo de Tsukishima que nadie más haya visto, quizás Tobio también quiere despertar cosas en él, quizás también quiere sacudirle el mundo.
Ahora no solamente comparten tardes de lectura, un día, también empiezan a escuchar música juntos. Empiezan poniendo canciones en aleatorio, de bandas como The Smiths, Babasónicos y Attaque 77, las canciones suenan despacito, desde el celular de Kei. En un momento, dejan de prestarle atención al poemario que están leyendo, y disfrutan de la presencia del otro, tarareando "Fue tan bueno" de La Franela.
— Eu, Tobio, ¿Vos qué tipo de música escuchas normalmente? Digo, géneros o bandas. — pregunta Kei, intrigado, de momento solamente habían escuchado cosas que a él le gustaban y en realidad no sabía mucho de los gustos del contrario.
— Uh.. — se queda pensando un segundo, como si no estuviera seguro de qué decir — Bueno, escucho de todo en realidad. Cuando era más chico y todavía vivía con Miwa, ella me hacía escuchar a los Redondos, Viejas Locas, Sumo y a Charly. Mi abuelo escuchaba Queen, Bon Jovi, y también le gustaban mucho el flaco Spinetta y Calamaro, así que todo eso sonaba en casa cuando yo era más chico.— hizo una pequeña pausa y después suspiró — Cuando entre en la secundaria, tenía un grupo de amigos, Kunimi y Kindaichi, ahora no nos hablamos más, pero gracias a ellos me gustan Cerati y Soda, Attaque, Intoxicados, Rata Blanca y saliendo de lo que es rock nacional, My Chemical Romance, Guns N' Roses, Pierce Of Veil, Korn, Green Day y bueh, eso. Aparte, que sé yo, también me gusta Miranda, WOS y Dillom. Y eso es todo lo que acuerdo. — se rascó un poco la mejilla, y apartó la mirada de Tsukishima.— ¿Vos qué escuchas, Kei?
— Bueno, creo que ya estuviste escuchando un toque de lo que me gusta a mi, boludito — se rió y miró a Tobio a los ojos — No sé, la mayoría de cosas que escucho son cosas que veía que Akiteru escuchaba cuando era más chico, cosas que escuché en unos cd's que tenía mi vieja o cosas que encontré en Youtube con Yamaguchi, nada muy espectacular.
Kageyama lo miró, y dudó un poco antes de decir — Kei, ¿Vos haces otra cosa además de leer? Digo, ¿Escribís o algo así? —
— Sí, bueh.. a veces escribo algunas cosas, nada serio ¿Viste? Normalmente son boludeces que se me vienen a la cabeza cuando escucho música — dijo, intentando mantener su rostro lo más sereno que fuera posible, en realidad la idea de que Kageyama estuviera interesado por lo que él pudiera escribir le generaba una cálida sensación en el pecho, era lindo abrirse respecto a eso con alguien que no sea Tadashi de vez en cuando.
— Uh, claro — dijo Tobio, tomándose unos segundos para pensar lo que iba a decir antes de continuar — ¿Yo podría leer algo de eso? Digo, suena interesante, y esas cosas — dijo medio nervioso.
Kei parpadeó, sorprendido. No esperaba que Tobio le pidiera leer sus escritos, y menos aún que le interesara genuinamente. Algo en su rostro se veía vulnerable, como si estuviera tendiendo una mano hacia él, esperando una conexión que no había tenido con nadie más.
— Eh... — Tsukishima rió un poco, rascándose la nuca. — Yy, la verdad no sé, capaz te parecen una pavada, son solo cosas que escribo cuando me viene la inspiración. Nada del otro mundo, ¿Viste?, fuera de joda te digo.
— Dale, boludo, me chupa un huevo si no es nada del otro mundo, ¿Sabés la cantidad de cosas chotas que me hiciste leer? Ahora quiero leer lo que escribís vos — respondió Kageyama, con una pequeña sonrisa de aliento. — Me parece... copado, no sé, verte desde otro lado. Aparte me estoy volviendo bueno con la lectura, capaz te puedo dar una crítica o dos.
Kei sintió una calidez extraña y nueva. Guardaba esas palabras para él, para los momentos solitarios en los que necesitaba expresar lo que sentía sin juzgarse, sin filtros. Pero Tobio… Tobio lo estaba mirando como si realmente le interesara saber más, y eso le daba un poco de valentía.
— Está bien. Pero no te rías, ¿Dale? — dijo, mientras sacaba de su mochila una libreta vieja, un poco arrugada en las esquinas. Abrió una de las páginas y, con algo de nerviosismo, se la pasó a Kageyama. — Esta es una de las últimas cosas que escribí… No sé si te va a gustar.
Kageyama tomó la libreta y la miró con cuidado, como si sostuviera algo valioso. Sus ojos recorrieron las líneas con atención. En cada palabra veía algo de Tsukishima que nunca había notado antes: la vulnerabilidad oculta detrás de su sarcasmo, el anhelo por entender algo más allá de lo evidente, la sensibilidad que sólo alguien como él podía plasmar en el papel.
Después de unos minutos en silencio, Tobio levantó la vista y encontró los ojos de Kei. — Es… hermoso. No pensé que podías llegar a escribir algo así. Es como si… como si hubiera una parte de vos que nadie conoce, que no dejas ver. No sé, me hace pensar que somos más parecidos de lo que creía.
Tsukishima sintió que sus mejillas se calentaban un poco. Se encogió de hombros, intentando restarle importancia. Pero una pequeña sonrisa traicionera adornaba su cara, delatándolo. De verdad le reconfortaba saber que Tobio y él estaban en la misma página.
Kageyama sonrió apenas, y cerró la libreta con cuidado, como si fuera a destrozarlo si se movía demasiado brusco. La dejó sobre una mesita de luz, sin apartar los ojos de Kei, que, para variar, no sabía cómo reaccionar a tanta atención concentrada en él.
— Yyyyy, ¿Esto es algo que hacés seguido? — preguntó Tobio, inclinándose un poco hacia adelante, todavía con esa expresión sincera que lo desarmaba. — Onda, ¿Te encerrás a escribir para desahogarte o simplemente se te da por escribir cuando estás al pedo?
Tsukishima se rió por lo bajo, negando con la cabeza. — Más lo primero que lo segundo, supongo. A veces necesito… no sé, volcar un poco lo que tengo en la cabeza. Escribir es más fácil que decirlo, ¿Viste? Las palabras escritas no te contestan ni te juzgan.
— Entiendo. — Kageyama lo dijo con tanta seriedad que Kei tuvo que alzar la ceja. — Yo hago eso, pero con el vóley. Cuando algo me tiene re podrido o no sé cómo manejarlo, juego hasta que me sangren las manos. Supongo que eso es más fácil para mí que ponerlo en palabras. — Se encogió de hombros. — Pero ahora que leo esto… Está bueno tener algo que quede, ¿No? Algo que no desaparezca.
Kei lo miró, un poco más serio de lo que pretendía. Esa honestidad tan cruda lo descolocó, pero, al mismo tiempo, lo hacía sentir menos solo. Como si Tobio estuviera entendiendo algo que nunca había compartido con nadie.
— Sí, algo así. Escribir es como… no sé, como guardar una parte de mí para cuando el resto del mundo no tiene sentido — admitió, casi en un murmullo. Luego se cruzó de brazos, como si quisiera recuperar la distancia. — Pero bueno, no te pongas a analizarme, ¿Dale? Tampoco soy un poeta ni nada de eso. Aparte, se puso re personal esto, no flashees
Kageyama soltó una carcajada. — Tranqui, boludo. No te voy a psicoanalizar. Pero no podés negar que sos bueno. Esto tiene algo especial, Kei. Deberías hacerlo más seguido, o, no sé, mostrárselo a más gente. A Tadashi, ponele.
— Nah. — Tsukishima negó rápidamente. — Tadashi leyó estas cosas varias veces, y siempre me dice que todo lo que hago está bien. No es objetivo. Además, con que lo leas vos ya es suficiente.
Tobio alzó las cejas, sorprendido pero halagado. Se rió suavemente, se recostó sobre la pared que daba contra la cama de Kei, y apoyó sus manos en el colchón, mirándolo con algo que, para Kei, parecía demasiado genuino como para sostenerle la mirada. — Está bien. Pero acordate de esto: escribís porque lo necesitás, no para que alguien lo juzgue. Y, si un día te pinta, yo quiero seguir leyendo.
Kei asintió, pero no dijo nada. Era raro, pero lindo, sentirse visto así. De alguna forma, Kageyama había logrado atravesar su barrera sin que él se diera cuenta. Quizás, pensó mientras el silencio cómodo los envolvía, no estaba tan mal abrirse realmente de vez en cuando. Aunque fuera con Tobio.
El silencio se instaló entre ellos, pero no era incómodo. Era de esos silencios que dejaban respirar, que decían más que cualquier palabra. Kei agarró la libreta y la guardó en su mochila con cuidado, como si el simple hecho de que Tobio la hubiera leído la hiciera más valiosa. Después, se recostó sobre su cama, cruzando los brazos detrás de la cabeza.
— Che, igual hablando de eso de abrirse, ni en pedo le muestro esto a Hinata — soltó, con un tono que mezclaba diversión y algo de ironía. — Ese tarado seguro se caga de risa y me dice que soy un romántico frustrado o alguna pelotudez así.
Kageyama bufó, rodando los ojos. — Hinata no entiende un carajo de estas cosas. Ese boludo apenas puede armar una oración sin mandarse alguna. Ni se te ocurra mostrarle nada.
Kei rió suavemente, cerrando los ojos. Sentía una calma que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Era como si el peso que llevaba encima se hubiera aligerado un poco, aunque fuera por un rato.
— Tobio… — dijo, después de un momento de pausa, su tono más suave de lo usual. — Gracias por no reírte. En serio.
Kageyama lo miró de reojo, sorprendido por el comentario. Durante un segundo, pareció querer decir algo, pero al final simplemente negó con la cabeza y le dio un golpecito en el brazo.
— Boludo, ya te dije que me parece copado lo que hacés. Dejate de joder con eso, ¿Querés?
Kei sonrió de lado, un poco aliviado. No estaba acostumbrado a ese tipo de honestidad, pero, viniendo de Tobio, se sentía real. Cerró los ojos, dejando que la comodidad de ese momento lo envolviera. Kageyama, mientras tanto, se quedó sentado, mirando la pared como si estuviera pensando en algo importante.
— ¿Sabés qué? — dijo de repente, rompiendo el silencio. — Algún día, cuando te hagas famoso escribiendo o algo así, te voy a decir “yo fui el primero en leer tus cosas”. Y ahí vas a tener que admitir que tuve razón desde el principio.
— Sí, claro, tampoco te des mucho crédito, que Tadashi leyó un par de estos antes — respondió Kei un poco arrogante, sin abrir los ojos, pero con una sonrisa apenas perceptible. — Si algún día pasa eso, capaz te agradezca. Pero no te hagas ilusiones, ¿Eh? Soy bastante bueno ignorando boludeces.
Kageyama rió entre dientes y negó con la cabeza. — Sos un caso perdido, Kei.
El cuarto volvió a quedarse en silencio, pero esta vez estaba lleno de una tranquilidad compartida. Quizás no lo admitirían en voz alta, pero lo sentían: había una conexión que se sentía casi correcta.
Pasaron un par de semanas desde aquella tarde en la que Tsukishima, casi sin darse cuenta, dejó que Kageyama se asomara a ese rincón de su vida que rara vez compartía. Ahora, todo había vuelto a la normalidad, o lo más cercano a eso que podían llamar normalidad en el Karasuno. Su rutina estaba marcada por entrenamientos intensos, y los eternos gritos de Hinata, Nishinoya y Tanaka que siempre parecían tener energía de sobra.
Era un día especialmente caluroso, y el gimnasio parecía un horno. Los golpes de la pelota resonaban con fuerza, mezclándose con las indicaciones de Daichi y las quejas de Hinata. Kageyama, como siempre, estaba concentrado en perfeccionar su juego. Pero esa vez, entre un saque y otro, de vez en cuando sus ojos se desviaban hacia Tsukishima.
El rubio estaba como siempre: manteniendo una expresión aburrida, devolviendo bloqueos con la misma precisión fría de siempre. Sin embargo, había algo diferente, algo que sólo Kageyama parecía notar. Cada tanto, Kei lanzaba una mirada rápida hacia Tobio, como verificando si seguía observándolo. Y cuando sus miradas se cruzaban, Tsukishima era el primero en apartarla, con un leve fruncir de ceño que intentaba ocultar el leve calor en sus mejillas.
— ¡Che, Ortishima! ¿Te vas a quedar ahí parado o vas a bloquear en serio? — le gritó Hinata, interrumpiendo el momento.
Tsukishima bufó, alzando la ceja con una expresión de desdén. — Callate, boludito. Estoy bloqueando mejor de lo que vos podés saltar.
— ¡¿Qué dijiste?! — Hinata apretó los puños, dispuesto a lanzarse en una de sus típicas protestas exageradas, pero Yamaguchi lo sujetó del brazo.
— Dale, Sho, dejalo. Es su manera de demostrar cariño, ¿No, Tsukki? — bromeó Tadashi, mirando a su amigo con una sonrisa cómplice.
— Sí obvio, soy re cariñoso. ¿Querés un abrazo también? — respondió Tsukishima con sarcasmo, cruzándose de brazos pero Yamaguchi sólo se rió, mientras apartaba a Hinata del más alto.
Kageyama, mientras tanto, observaba todo desde su posición en la cancha. No podía evitar recordar la noche en la que había leído los escritos de Kei. Había algo que todavía no podía sacarse de la cabeza: esa vulnerabilidad escondida que lo hacía ver más humano, más real. Era extraño pensar que, de alguna forma, entendía a Tsukishima más allá de sus comentarios mordaces y su actitud distante. Y, aunque nunca lo admitiría, eso lo hacía querer seguir conociéndolo.
Al terminar el entrenamiento, mientras los demás se dispersaban, Kageyama se acercó a Tsukishima, que estaba guardando sus cosas con esa calma, o paja, tan característica suya.
— Eu, ¿Tenés algo nuevo para mostrarme? — preguntó, cruzando los brazos y apoyándose contra una de las paredes. —
Kei lo miró de reojo, arqueando una ceja. — ¿Ahora sos mi editor personal o qué? —
— No, boludo, pero me dejaste con curiosidad — replicó Tobio, con un tono que intentaba sonar casual. — Además, dijiste que escribías para vos. Y yo no soy “la gente”, ¿No?— dijo con una falsa confianza.
Tsukishima dejó escapar una risa seca, pero no respondió de inmediato. Cerró su mochila y se giró para mirarlo directamente, con esa mezcla de arrogancia y malicia que solía usar como escudo.
— No tengo nada nuevo. Capaz cuando me pinte, te muestro algo. No te emociones. — suspiró — Aparte, ¿Podés dejar de hablar de mis cosas al aire? Sé que sos cabeza hueca, pero lo que sabés es información confidencial y preferiría que se mantuviera así. —
Kageyama asintió, aceptando la respuesta sin insistir. Pero antes de que Kei pudiera alejarse, Tobio agregó: — Igual, no te olvides de lo que te dije. Escribís porque te hace bien, no para que alguien lo juzgue. Así que no tengas miedo de mostrarme a mí o cualquiera, me gusta que lo hagas. —
Kei se detuvo en seco durante un segundo, con una expresión que no dejaba claro si estaba molesto o agradecido. Finalmente, solo murmuró un seco: — Sí, ya sé. Nos vemos mañana, rey. —
Mientras Tsukishima se alejaba, Kageyama no pudo evitar sonreír levemente. Había algo interesante en esa dinámica entre ellos, algo que no podía describir con palabras. Pero sabía una cosa: Kei estaba dejando que lo conociera y viceversa. Y, por alguna razón, eso era más que suficiente para él.
El tiempo pasaba cada vez más rápido entre ellos, las horas parecían durar minutos, y los minutos segundos. Y aunque pasaban prácticamente todo el día juntos, eso no parecía ser suficiente para ellos. Era un patrón que, aunque ninguno admitiera en voz alta, se había vuelto evidente para quienes los rodeaban. Yamaguchi, en particular, lo notaba más que nadie. Tal vez porque había sido él quien, casi en broma, le había sugerido a Tsukishima que le diera una oportunidad a Kageyama. Lo había planteado como un “experimento social” para sacarlo de su zona de confort, para que se abriera un poco más y dejara de ser tan cínico con todo el mundo.
Pero ahora, mientras miraba a su amigo acomodar la ropa en el armario como si no hubiera ningún tema pendiente entre ellos, Tadashi sentía que todo eso se le había ido de las manos.
— Che, Tsuki… — empezó, con el tono bajo y cauteloso que usaba cuando iba a tocar un tema delicado. — ¿Podemos hablar de algo?
Kei giró apenas la cabeza, lo suficiente como para lanzarle una mirada por encima del hombro. — Si es para bardearme porque me olvido de colgar las toallas, ya sé. No hace falta que lo repitas. —
Yamaguchi suspiró y se cruzó de brazos, apoyándose contra la pared de la habitación. — No, boludo. Es otra cosa. — Hizo una pausa, buscando las palabras, hasta que finalmente las dejó salir. — Es sobre Kageyama.
Tsukishima frunció el ceño, deteniéndose un momento. Cerró la puerta del armario con algo más de fuerza de la necesaria antes de girarse completamente hacia Tadashi. — ¿Qué pasa con él?
Tadashi lo miró fijo, serio, algo que no hacía muy a menudo. — Pasa que ahora pasás más tiempo con él que conmigo. Y… no sé, Tsuki. Es raro.
— Pará, no exageres. Estoy con Tobio tres veces por semana fuera de clase. El resto de los días estoy con vos. No entiendo cuál es el problema. — Tsukishima se encogió de hombros, como si el tema no tuviera importancia.
Tadashi negó con la cabeza, mordiéndose el labio inferior antes de continuar. — No es solo eso, Tsuki. Hace meses que parece que todo gira alrededor de él. Tres veces por semana lo ves, y el resto del tiempo, bueno, estoy yo. Pero siento que estás tan metido en esa cosa con Tobio que ni siquiera te diste cuenta de algo importante. —
Kei lo miró, ahora realmente intrigado. — ¿Qué cosa? —
Tadashi dejó escapar una risa amarga, rascándose la nuca. — Que empecé a salir con Hinata, boludo. — luego, posó su mirada en una de las esquinas de la habitación, evitando hacer contacto visual con Kei.
El silencio que cayó después fue tan denso que parecía capaz de llenar todo el cuarto. Kei parpadeó un par de veces, como si las palabras no hubieran tenido sentido.
— ¿Qué? — logró decir al fin, incrédulo.
— Sí, hace semanas. Pero claro, ni te diste cuenta porque estás todo el tiempo con Tobio. Y encima… — Tadashi vaciló un momento, pero al final lo soltó todo de una. — No sé si te das cuenta, pero estás re enganchado con él.
Kei se cruzó de brazos, alzando una ceja como si quisiera desviar la acusación. Sin poder procesar del todo la conversación, pero sabiendo que necesitaba defenderse — No flashees, Tadashi. Lo veo seguido porque nos llevamos bien y me hace bien hablar con él. Pero eso no significa nada.. —
Tadashi se puso de pie de golpe, ya visiblemente frustrado. — Dale, Tsuki, no te hagas el boludo conmigo. Te conozco desde siempre. No mirás a nadie como lo mirás a él, ni siquiera a mí. Y no me molesta, ¿Sabés? Pero me jode que ni siquiera lo admitas. Como si tener sentimientos por alguien estuviera mal. — suspiró.
Kei se quedó callado, apretando la mandíbula. No era fácil enfrentarse a Yamaguchi cuando se ponía así. Era raro verlo tan directo, tan… vulnerable.
— Tadashi… no sé qué esperás que diga. No es tan raro que pase tiempo con él, ¿Entendés? — suspiró, esperando que la conversación terminara pronto — Está bueno tener a alguien con quien charlar de cosas más profundas, alguien que me entiende sin estar encima mío todo el tiempo. — dijo casi susurrando.
Tadashi lo miró fijo, con una mezcla de tristeza y cansancio. — Lo que espero es que seas honesto con vos mismo, aunque sea una vez. Porque, te guste o no, esto no es solo “charlar”. Y no te lo digo para pelear, sino porque sos mi amigo, y me rompe las bolas verte haciéndote el boludo con algo tan obvio. —
Kei suspiró, rascándose la cabeza con frustración. — Mirá, no sé qué mierda querés que te diga. Pero si es tan obvio, capaz el que está flasheando sos vos. —
— O capaz el que tiene miedo de admitirlo sos vos. — Tadashi dio un paso hacia él, señalándolo con un dedo firme. — Lo único que te pido es que pienses en eso. Porque, si te quedás así, vas a terminar perdiéndolo. Y no sé si vas a poder con eso.
El cuarto se llenó de un silencio tenso, interrumpido solo por el sonido lejano de la calle. Kei desvió la mirada, incómodo, mientras Tadashi volvía a sentarse en la cama, claramente agotado por la discusión.
— Te lo digo porque te quiero, Tsuki. Pero hacé lo que quieras, como siempre. —
Kei no respondió. Solo se quedó ahí, mirando la pared como si quisiera encontrar respuestas entre las grietas del revoque. Y en el fondo, aunque no lo quisiera admitir, sabía que Tadashi tenía razón.
Luego de lo que parecía una eternidad, Kei finalmente habló — Déjame pensarlo, ¿Está bien? Yo sé que querés lo mejor para mí, y sé que me conoces mejor que mucha gente, pero de verdad esto no es fácil — cerró los ojos, y después los abrió, suspirando antes de cambiar su expresión a una más serena — Igual, ¿Cómo es eso de que estás saliendo con el pelotudo de Hinata? Hace menos de seis meses lo estábamos bardeando por cabeza hueca — se rió suavemente.
Tadashi alzó una ceja, como si no estuviera seguro de si Kei estaba realmente interesado o si simplemente intentaba desviar el tema. — Bueno, capaz el cabeza hueca me sorprendió. Tiene lo suyo, ¿Sabés? — respondió con un tono que mezclaba sinceridad y picardía. — Aunque te digo, si me decías hace cuatro meses que iba a terminar saliendo con Hinata, me cagaba de risa en tu cara. —
Kei dejó escapar una risita corta, aunque seguía sin mirarlo. — Sí, bueno, cosas más raras han pasado. Supongo que hasta los pelotudos tienen su encanto. —
— Ey, pará, que ahora lo estás bardeando y es mi novio. — dijo Tadashi intentando sonar indignado, pero la sonrisa que se le escapó arruinó el efecto. — Igual, me sorprende que te lo tomes tan tranquilo. Pensé que ibas a saltar con algo más ácido. —
Kei lo miró de reojo, con una expresión que no delataba mucho. — Y bueno, capaz estoy madurando. —
— Vos, madurando. Sí, seguro. — Tadashi soltó una carcajada antes de recuperar algo de la seriedad. — Pero en serio, Tsuki. Más allá de las boludeces, pensalo. Tobio no es tan distinto a vos como te gusta pensar. Si te acercaste tanto a él, por algo debe ser. —
Kei no dijo nada. Se quedó callado, con la mirada clavada en el piso. No quería admitir que algo dentro de él se removía cada vez que escuchaba el nombre de Kageyama en esa conversación. No quería enfrentar la posibilidad de que Tadashi estuviera en lo cierto.
— Che, Tadashi. — rompió el silencio finalmente, con un tono más suave, casi vulnerable. — Gracias. Por decirme esto, digo. Aunque seas un hincha pelotas, siempre me hacés pensar en cosas que no quiero pensar. Y, bueno… eso está bueno. —
Tadashi sonrió de lado, con ese gesto cómplice que solo usaba con él. — Para eso estoy, boludo. Aunque me rompas las bolas con tus actitudes de mierda, sos mi amigo. Y quiero que estés bien, aunque tenga que pasar por este quilombo para llegar a eso. —
Kei asintió, dejándose caer en la cama junto a Tadashi. Durante un rato, ninguno de los dos habló. Solo se quedaron ahí, en silencio, compartiendo un momento de tranquilidad después de la tormenta.
Finalmente, Kei rompió el silencio una vez más. — Pero posta, ¿Qué le viste al enano ese? —
Tadashi se echó a reír, dándole un codazo suave. — Y mirá, capaz me gustan los cabeza hueca. —
— Entonces con razón seguís siendo mi amigo. — Kei dejó escapar una risita, y aunque su tono era burlón, había algo en su expresión que denotaba un leve alivio. Porque, al final del día, tener a Tadashi ahí, incluso para decirle las verdades más incómodas, era algo que no cambiaría por nada.
Sorprendentemente para Tsukishima, las cosas entre él y Kageyama no cambiaron mucho después de esa charla. Había empezado a notar cosas en Tobio que antes no había notado, como la forma en la que sus lindos ojos azules brillaban cuando hablaba del voley, la forma en la que jugueteaba con sus manos cuando se ponía nervioso, o como sus mejillas se ponían rojas cada vez que leía algún párrafo muy complejo, pero eso no lo volvía totalmente loco. Sí, pensaba en eso habitualmente, como si Tobio y sus pequeñas manías tuviera un lugar permanente en su cabeza, y sí, le daba vergüenza lo mucho que deseaba cercanía con el contrario, pero por lo menos podía mantener la fachada de que no estaba totalmente muerto de amor por el otro.
Un fin de semana particularmente soleado de noviembre salieron juntos a visitar El Ateneo, por idea de la madre Kei, habían llevado el dinero necesario para merendar algo decente, y comprarse alguna pelotudez extra. Así que ese fue el plan, en realidad, la estaban pasando bien. Hasta que a Kei se le ocurrió hablar de la relación de Yamaguchi y Hinata.
— Eu Tobio, ¿Sabías que Tadashi está saliendo con Hinata? — soltó Kei de la nada mientras hojeaba un libro que claramente no iba a comprar. Lo dijo con el tono casual que usaba cuando quería ver cómo reaccionaba alguien sin delatar sus propias intenciones.
Tobio levantó la vista del libro de deportes que estaba revisando, parpadeando un par de veces como si intentara procesar la información. — ¿Eh? ¿Y eso desde cuándo? —
Kei dejó el libro en su lugar y se encogió de hombros, fingiendo que no le importaba mucho. — Hace unas semanas, según él. Bastante raro, ¿No? Una pareja inesperada, por decirlo de alguna manera. —
Tobio frunció el ceño ligeramente, como hacía cada vez que intentaba entender algo que no le cerraba del todo. — Bueno… supongo que tiene sentido. Shoyo es bastante persistente y Yamaguchi parece alguien paciente. ¿No? —
Kei soltó una risa suave, entre sarcástica y genuina. — Qué análisis profundo, Tobio. Pero sí, capaz tenés razón. Hinata tiene esa cosa de que se manda sin pensar y termina cayendo bien, aunque te rompa las pelotas al principio. —
Tobio asintió, volviendo a concentrarse en el libro, aunque no por mucho tiempo. — ¿Y a vos qué te parece? — preguntó de repente, mirando a Kei de reojo. Había algo en su tono que parecía… interesado.
Kei se tomó un momento para responder, cruzándose de brazos. — Y… qué sé yo. Mientras Tadashi esté feliz, supongo que está todo bien. Pero no puedo evitar pensar que es raro. Nunca me imaginé que terminaría con alguien como Hinata. — dijo con sinceridad.
Tobio ladeó la cabeza, como si estuviera evaluando algo. — ¿Por qué? ¿Porqué Hinata es demasiado diferente? —
Kei se encogió de hombros, desviando la mirada hacia una estantería — No sé si es eso. Es más que nada que, después de tantos años de ser nosotros dos contra el mundo, ahora lo veo feliz con alguien más y… es raro. —
Tobio guardó silencio por un momento, cerrando el libro que tenía en las manos. — ¿Te molesta que esté en pareja? — dijo casi haciendo un puchero.
Kei lo miró, frunciendo el ceño como si la pregunta fuera ridícula. — No, obvio que no. Tadashi es mi mejor amigo, y quiero que sea feliz. Pero no voy a mentirte, es raro acostumbrarse. —
Tobio asintió, como si entendiera perfectamente lo que Kei estaba tratando de decir. — Bueno, es normal. Supongo que cuando alguien importante para vos cambia de dinámica, te hace pensar en tu propia vida. —
Kei arqueó una ceja, ligeramente sorprendido. — Mirá vos, Tobio, no sabía que tenías tu lado filosófico. —
Tobio se encogió de hombros, con un leve rubor en las mejillas. — No es tan complicado, en realidad. Pero vos también cambiaste, Kei. —
La mención lo descolocó un poco. — ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué? — preguntó con tono desafiante, aunque una parte de él sabía que Tobio iba a decir algo que lo sacaría de su zona de confort.
— Porque ahora hablás de estas cosas conmigo. — respondió Tobio con simpleza, pero sus palabras golpearon más fuerte de lo que Kei estaba dispuesto a admitir.
Por primera vez en mucho tiempo, Kei se quedó sin nada para decir. Solo lo miró, con una mezcla de sorpresa y algo que no sabía identificar del todo. Tobio volvió a abrir su libro, como si no hubiera dicho nada fuera de lo común, pero Kei no podía dejar de pensar en lo cierto que era.
— Igual, tenés razón, es medio increíble ésto — reflexionó Tobio — No puedo creer que el tarado de Shoyo me haya ganado.
Kei levantó la mirada, completamente desconcertado. — ¿Qué dijiste? —
Tobio cerró el libro con un golpe seco, como si no hubiera dicho algo digno de aclarar, pero el leve color que subía a sus mejillas lo traicionaba. — Nada, nada… —
— No, pará, repetí lo que dijiste, ¿cómo que “te ganó”? — insistió Kei, cruzándose de brazos y arqueando una ceja, esa clásica expresión de “te voy a sacar la verdad aunque me odies”.
Tobio apretó los labios, visiblemente incómodo. Su mirada oscilaba entre Kei y el libro que tenía en las manos, como si estuviera considerando seriamente salir corriendo. — Es una forma de decir… — murmuró, desviando la vista.
Kei dio un paso hacia él, con una sonrisa entre burlona y desafiante. — No, no, a mí no me chamuyes. Decilo bien. ¿Qué quisiste decir con eso de que te ganó? —
Tobio soltó un suspiro pesado, claramente arrepentido de haber abierto la boca. Se pasó una mano por el pelo, despeinándolo aún más. — Hinata siempre logra lo que quiere, ¿ok? Yo no tengo esa facilidad. Fin de la historia. —
— Sos malísimo mintiendo, ¿sabías? — Kei lo miraba fijo, afilando la sonrisa. Esa expresión que tenía el poder de desarmar hasta al más impasible. — ¿En qué te ganó Hinata? —
Tobio lo miró de reojo, el rubor subiéndole por el cuello hasta las orejas. Se estaba sintiendo acorralado, y eso lo ponía nervioso. — ¡En nada importante! — replicó con torpeza, alzando un poco la voz y volviendo a abrir el libro como si quisiera usarlo de escudo.
Pero Kei no iba a soltar el tema. Ahora tenía toda su atención enfocada en Tobio, y le divertía ver cómo el otro intentaba mantener la compostura y fallaba miserablemente. — Ah, mirá vos. ¿Entonces confesarse a la persona que te gusta no es importante? — preguntó con la misma calma cortante que usaba cuando quería sacar a alguien de quicio.
Tobio se congeló, los ojos fijos en la página abierta del libro que claramente no estaba leyendo. Su mandíbula se tensó, y el leve temblor en sus manos lo delató. — Yo nunca dije eso. —
— No hace falta que lo digas. Lo estás gritando con la cara, Kageyama. — Kei sonrió con suficiencia, cruzándose de brazos y ladeando la cabeza, como un gato que acaba de atrapar un ratón. — Así que… ¿Hinata le dijo a Tadashi lo que siente antes de que vos pudieras hacer lo mismo con, no sé, alguien más? —
El silencio que siguió fue demoledor. Tobio cerró el libro con un movimiento brusco, los nudillos blancos por cómo lo sostenía. — ¿Qué querés que diga? — murmuró finalmente, la voz un poco quebrada por la frustración.
Kei lo observó con atención, y por un instante su sonrisa se suavizó. Había algo en la forma en que Tobio evitaba mirarlo que le dio una pista de por dónde venía todo eso. Pero no podía evitar querer empujarlo un poco más, aunque fuera para ver si se animaba a dar el paso.
— Podrías empezar por no esconderte detrás de un libro. — sugirió, en un tono que casi parecía amable. Luego agregó, con un toque de ironía — O por decirme quién es esa persona tan misteriosa que te tiene tan callado. —
Tobio alzó la mirada, visiblemente nervioso, pero algo en su expresión había cambiado. Había una especie de determinación tímida, como si estuviera cansado de esquivar la verdad. — ¿Y si fueras vos? —
Kei suspiró — En ese caso, tendríamos que salir de acá, porque estamos haciendo un escándalo y nos están mirando todos — dijo, agarrando la mano del contrario con las mejillas rojas, mientras fingía indiferencia — acá nomás hay una plaza, vamos a charlar ahí, Tobio. —
Kei prácticamente arrastró a Tobio fuera del lugar, sosteniéndole la mano con una firmeza que no dejaba espacio para protestas. Tobio, por su parte, iba detrás con la cabeza gacha, tan rojo que parecía que iba a combustionar en cualquier momento. Cuando llegaron a la plaza, Kei lo soltó finalmente, aunque su expresión seguía siendo un intento fallido de indiferencia.
— Bueno, ahora sí, hablá — dijo Kei, sentándose en un banco con los brazos cruzados, como si estuviera completamente en control de la situación. Pero sus manos temblaban, y esperaba que Tobio no lo notara.
Tobio se quedó de pie, mirando al suelo mientras pateaba una piedrita. Claramente estaba buscando las palabras, pero cada vez que abría la boca parecía arrepentirse al instante. Finalmente, suspiró, alzando un poco la mirada. — Mirá, no sé por qué siempre tenés que hacer esto tan difícil… —
— Yo no estoy haciendo nada. Vos solito te estás enredando. — Kei arqueó una ceja, aunque su tono era menos cortante que antes. — Si querés, me callo y te escucho, pero dale, no seas tan vueltero.
Tobio apretó los puños, como si estuviera armándose de valor. Cerró los ojos un segundo, tomó aire y lo largó todo de una vez. — ¡Está bien, sí, me gustás vos, pelotudo! ¿Contento ahora? —
Kei parpadeó, genuinamente sorprendido por la confesión tan directa. No estaba preparado para eso, y por primera vez en toda la conversación, fue él quien no supo qué decir.
Tobio, al ver el silencio de Kei, se puso más nervioso todavía. — Pero no tenías que obligarme a decirlo así, ¿entendés? ¡Ahora seguro te estás riendo de mí en tu cabeza! —
Kei alzó una mano, deteniéndolo antes de que siguiera. — Pará un poco, tarado. — Su voz sonaba extrañamente suave, y eso fue suficiente para que Tobio se callara al instante, mirándolo con desconfianza. Kei suspiró, llevándose una mano a la nuca mientras desviaba la mirada. — No me estoy riendo, ¿Sí? Solo… no esperaba que fueras tan directo. —
— Ah. — Tobio lo miró fijo, como si intentara descifrar si eso era algo bueno o malo.
Kei soltó una risa seca, todavía nervioso. — Sos un desastre, ¿sabías? Pero… — hizo una pausa, volviendo a mirarlo, esta vez con un leve rubor en las mejillas. — No estás tan solo en esto. —
Tobio lo miró con los ojos bien abiertos, como si no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. — ¿Eh? —
Kei resopló, pero esta vez con una sonrisa más genuina, aunque todavía un poco avergonzada. — No voy a repetirlo, así que guardalo bien en tu cabeza, Tobio. —
Tobio todavía estaba tratando de procesar todo, pero una pequeña sonrisa se asomó en sus labios. — Hinata me va a molestar toda la vida con esto, ¿sabías? —
— Tranquilo, no sos el único — Kei se encogió de hombros, mirando al cielo como si no fuera un gran problema. — Pero, al menos, no nos quedamos con las ganas. —
Y por primera vez en mucho tiempo, Tobio se rió, una risa corta pero sincera, que hizo que Kei se sintiera un poco menos tonto por haberse animado.
Kageyama volvió a tensarse, antes de acercarse lentamente a Tsukishima, como analizándolo — Eh, ¿Qué tan mal estaría que yo, no sé, te pidiera un beso ahora? — dirigió su mirada al piso momentáneamente, esperando no haber arruinado el momento.
Kei lo miró, parpadeando como si no hubiera escuchado bien. ¿Un beso? ¿De verdad Kageyama acababa de pedirle eso? Soltó una carcajada corta, más de incredulidad que otra cosa, y negó con la cabeza. — Sos un caradura, ¿sabías? —
Tobio frunció el ceño, dando un paso atrás, como si estuviera arrepintiéndose al instante. — Olvidalo, fue una pelotudez — murmuró, llevándose una mano a la nuca, claramente incómodo.
— Eu, pará, no te escapes ahora. — Kei estiró una mano y lo agarró del brazo antes de que Tobio pudiera retroceder más. Sus ojos brillaban con una mezcla de burla y algo más suave, casi imperceptible. — No dije que no. —
Tobio lo miró como si hubiera oído mal. — ¿Eh? —
Kei resopló, pero esta vez no había ni una pizca de maldad en su expresión. Al contrario, parecía hasta un poco nervioso, aunque hacía un esfuerzo sobrehumano por disimularlo. — Dije que sos un caradura, no que no quiero. —
El silencio que siguió fue intenso, pero no incómodo. Había algo en el aire que hacía que ninguno de los dos quisiera romper el momento, como si estuvieran caminando sobre hielo fino. Kei se levantó del banco, y dio un paso más cerca, inclinándose apenas hacia Tobio.
— Si lo vas a hacer, hacelo bien. — murmuró, con una sonrisa apenas perceptible.
Tobio tragó saliva, claramente más nervioso de lo que quería admitir. Pero, por una vez, dejó de pensar demasiado. Cerró los ojos, se inclinó y, con más torpeza que otra cosa, sus labios tocaron los de Kei. Fue un beso corto, casi tímido, pero suficiente para que ambos sintieran que algo había cambiado entre ellos.
Cuando se separaron, Kei lo miró con una ceja arqueada, esa expresión de “¿en serio hiciste eso así?”. — Sos horrible para esto, rey. —
— ¡Es la primera vez que hago algo así! — protestó Tobio, completamente rojo, mientras Kei soltaba una risa suave.
— Bueno, entonces vamos a tener que practicar. — dijo Kei, con una sonrisa que esta vez no tenía ni rastro de burla. Se tomó un momento para hablar. — Bueno, supongo que estamos saliendo, ¿No? —
— Sí, pero coso, no esperaba que fuera así — admitió un poco avergonzado el pelinegro z ganándose una mirada curiosa del rubio — esperaba no sé, que alguno de los dos le dedicara algún poema al otro, o esas cosas. Siento que es algo muy tu estilo —
Tsukishima no pudo evitar soltar una carcajada — Estás loco si pensás que voy a gastar un solo papel en vos, tarado. — Aunque después de eso, no pudo evitar darle una mirada cómplice al contrario, antes de depositar un beso en su mejilla.
— Sí, sí, lo que digas. Seguro tenés un cuaderno lleno de poemas sobre mí — respondió burlón Kageyama, aún con la cara completamente roja. —
Tsukishima suspiró, antes de hablar con más honestidad de la que le hubiese gustado — Te quiero, Tobio. —
Si la cara de Kageyama ya estaba roja, ahora parecía estar hecha un tómate. No estaba hecho para estás demostraciones de afecto. — Yo también te quiero Kei —.