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Viktor lleva poco más de dos años sobreviviendo en Piltover, porque, para ser honestos, vivir no es exactamente la palabra adecuada. A pesar del tiempo, acostumbrarse a ese lugar es quizás la parte más difícil de todo el proceso. Todo es demasiado brillante, demasiado perfecto… y muy, muy caro. Es todo lo contrario a Zaun, donde creció con lo mínimo y aprendió a no esperar más; ser un huérfano en un lugar como ese no deja margen para lujos. La única razón por la que terminó aquí es porque gracias a su increíble desempeño académico y la casi imposible hazaña de sacar puntaje máximo en todos los exámenes de admisión —¿como si fuera difícil?—, fue otorgado una beca completa.
La beca cubre lo básico de su vida universitaria: matrículas, vivienda, y un poco de comida. Para un chico que creció con básicamente nada, ya todo eso era un lujo del cual estaba muy agradecido. Para cuando quiere darse el gusto ocasional de algún videojuego o alguna prenda nueva, Viktor recurre a su atributo más vendible: su inteligencia. Es “conocido” por eso, por hacer trabajos, reparar dispositivos, hacer tutorías… Lo que sea necesario para sumar unos billetes y estirar cada moneda como si fuera la última, porque a veces lo es.
Hasta hace un par de meses, pensaba que tenía todo bajo control. Ya era casi una rutina todo eso. Ir a clases, odiar a todo el mundo, sacar la mejor calificación, hacerle la tarea a algún tarado que le pagaba una exorbitante cantidad de dinero porque no tenía consciencia real de su valor, y volver a su habitación. Sus calificaciones eran impecables, su rutina calculada al milímetro. Todo funcionaba como debía.
Hasta que lo emparejaron con el afamado Jayce Talis para un proyecto obligatorio.
Desde el momento en que vio el nombre del capitán del equipo de hockey junto al suyo, Viktor supo que estaba condenado. Claro, Jayce era uno de esos tipos populares: sonriente, atlético y probablemente tan inteligente como el perro que parecía ser. Así que Viktor no lo pensó dos veces al tomar la decisión de simplemente hacer él solo todo el proyecto como siempre, asegurándose que fuera perfecto, y nada más pondría el nombre de Jayce al final. Sin dramas, sin complicaciones. Después de todo, no sería la primera ni la última vez que aplica ese método.
"Solo no me estorbes," le dijo sin rodeos en su primer encuentro, directo y claro.
El problema fue cuando Jayce cambió todo el guion que ya había armado en su cabeza cuando, en lugar de aceptar el trato como cualquier otro atleta genérico, se indignó. Talis no solo quiso participar; insistió en hacerlo. Resultó que el chico no era solo una cara bonita con músculos. Jayce entendía el material, tenía ideas creativas e innovadoras, pero con una energía agotadora que no encajaba para nada con la paciencia limitada de Viktor.
Pero con todo su ingenio y entusiasmo, también resultó ser peligrosamente imprudente. Viktor lo había visto venir, aunque no lo suficiente como para detenerlo. Una fórmula ligeramente fuera de proporción, un ajuste demasiado osado en el equipo experimental, su incapacidad de entender que no estaban listos para arriesgarse con una idea así, y Viktor apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el pequeño dispositivo que estaban probando emitiera un chasquido metálico y explotara, lanzando chispas y un olor acre a químicos quemados por toda la sala. El laboratorio se convirtió en un caos de humo y alarmas ensordecedoras. Por suerte, nadie salió herido, pero el daño material fue considerable, un daño que Viktor no tenía forma alguna de pagar.
El incidente no solo los dejó con una calificación desastrosa; comprometió su futuro. Cuando la universidad los llamó a ambos para advertirles que un segundo error pondría sus becas en peligro, Viktor sintió el mundo derrumbarse bajo sus pies; la universidad no se tomaba a la ligera los accidentes en el laboratorio, especialmente cuando hay daño al equipo y a la reputación del programa.
Y mientras esperaba en el despacho del profesor, con el informe del accidente en las manos temblorosas, la desesperación lo consumía. No podía permitirse una mancha en su expediente, no cuando su beca dependía de mantener un rendimiento y comportamiento impecables. No podía perder su beca, la idea de verla desaparecer por algo tan evitable le revolvía el estómago. Además, su ego no podía permitirlo. ¿Arruinar su perfecto expediente por culpa de ese idiota? ¿Y por algo que ni siquiera fue su culpa? ¿Qué esperaban, que le pusiera correa para controlarlo? “No, Jayce, chico malo. ¡Chico malo!”.
Jayce, por su parte, había intentado tranquilizarlo, pero sus palabras rebotaron sin efecto. Para Viktor, esto no era "solo un error". Era un golpe directo a la frágil estabilidad que tanto esfuerzo le había costado construir. Y aunque les dieron una segunda oportunidad para salvar esa calificación y borrar el accidente de sus registros, Viktor no quería, no si significaba trabajar de nuevo con Jayce. Pero las reglas eran claras: estaban juntos en esto, para bien o para mal. Y esta vez, sin margen de error, ambos conscientes de que no podían fallar.
Lo extraño es que esta vez las cosas están funcionando mejor de lo que llegó a esperar. Quizás sea la presión de no fallar de nuevo, o tal vez empiezan a encontrar un ritmo que funciona y con el que se pueden entender. Jayce parece haber aprendido, al menos un poco, a no lanzarse con ideas sin antes probarlas y respaldarlas con cálculos sólidos, y Viktor, a pesar de su orgullo, ha comenzado a considerar algunas de las propuestas de Talis sin descartarlas de inmediato. Y por más irritante que siga siendo el entusiasmo casi infantil de Talis, ahora Viktor puede notar algo más detrás de esa fachada: un ingenio genuino, una creatividad que, con algo de estructura, resulta sorprendentemente eficaz. No es perfecto, claro, pero por primera vez, trabajar juntos no se siente como un completo desperdicio de tiempo.
El chico es inteligente, brillante, casi tanto como él. Y hay algo en su sonrisa que desarma, un encanto natural que Viktor ni siquiera intenta entender. Es demasiado esfuerzo, como todo lo que tiene que ver con Jayce.
Por eso, cuando Jayce lo invita a una fiesta con esa sonrisa tan molesta, diciendo que “me da pena pensar en ti pasando otro viernes solo,” Viktor no tiene una respuesta lista. Nunca pensó en siquiera tener a alguien en su vida que se preocupara de esas cosas tan banales por él. Siempre ha pasado solo, después de todo. Y podría haber dicho que estaba ocupado, que tenía trabajo, que las fiestas no eran su estilo.
Pero esa mirada de cachorro bajo la lluvia no lo dejó en paz, así que aquí está.
Se ha arreglado, aunque sea solo un poco, y no está seguro de por qué. La ropa es modesta, pero más pulida que su usual aspecto desaliñado. Quizás es para no desentonar, o quizás, aunque le cueste admitirlo, es porque Jayce lo convenció.
El salón está repleto de luces parpadeantes, una mezcla de azules y púrpuras que giran al compás de los ritmos vibrantes de la música. El aire huele a una combinación de perfumes caros, refrescos derramados y el vago toque metálico del sistema de ventilación funcionando a máxima potencia. Parejas y grupos de amigos llenan la pista de baile, moviéndose con entusiasmo, mientras las risas y conversaciones se mezclan con el bajo retumbante de la música.
Viktor está apoyado en una esquina, justo al lado de una mesa repleta de vasos de plástico desechables y botellas de soda casi vacías. Desde su posición lo más interesante que puede hacer es observar a los demás. Su postura, como siempre, es lánguida y encorvada, reflejando el cansancio y dolor crónico con el que debe lidiar; sus muletas están ligeramente inclinadas frente a él, donde apoya en gran parte su peso. Su rostro, se ilumina parcialmente por los destellos de las luces, y su cabello castaño desordenado cae levemente sobre su frente, perlada por el sudor que el calor del lugar le provoca.
Observa el ir y venir de las personas, con una mezcla de aburrimiento y algo parecido a la envidia reprimida, aunque nunca lo admitiría.
Chasquea su lengua. Quizás venir realmente no fue una buena idea, más aún porque no puede realizar la principal actividad del baile: bailar, valga la redundancia. Es en momentos así que se dice que es la última vez que accede a una de las ideas de Jayce. El sentido de espontaneidad e improvisación del chico le ha traído más de un dolor de cabeza, pero en estos instantes es peor.
Se afirma en sus muletas, dispuesto a irse antes de que el moreno siquiera notase su presencia. Pero al dar el primer paso, se detiene en cuanto un ritmo de batería familiar comienza, y un riff de guitarra muy conocido para él estalla desde los altavoces. El inicio de Dancing with Myself de Billy Idol lo atrapa, y Viktor endereza la espalda, su atención capturada.
Aunque intenta mantener su semblante imperturbable, el brillo en sus ojos es indiscutible. La leve inclinación de su cabeza al ritmo de la batería lo delata. Sus dedos comienzan a tamborilear con contra el frío aluminio de la muleta, y sus labios se curvan apenas en lo que podría interpretarse como el esbozo de una sonrisa nostálgica, inconscientemente comenzando a cantar la melodía de una forma vaga. Es una de sus canciones favoritas, y aunque su cuerpo prácticamente hormiguea en necesidad por bailar, la mera idea de unirse a los demás en la pista de baile le parece absurda.
Desde el otro lado del salón, Jayce lo ve, y el aire parece cambiar para él. Había estado hablando con un grupo de amigos cerca de la pista, pero al reconocer la figura inconfundible de Viktor su atención se desvía por completo. El contraste entre las luces giratorias y la postura tranquila, casi retraída de Viktor, lo hace destacar como un faro en medio de un mar caótico. Jayce siente una calidez extraña en el pecho, una emoción que no sabe cómo nombrar. La mera visión de Viktor, en su camisa blanca con los puños ligeramente enrollados, lo hace sonreír antes de darse cuenta.
Su pulso se acelera un poco más de lo que está dispuesto a admitir. Le había insistido a Viktor que fuera, con la esperanza de verlo fuera del ambiente académico donde siempre parecía tan encerrado en su propio mundo. Jayce había asumido que Viktor no vendría, pero ahora que lo ve ahí, una extraña mezcla de alegría y nerviosismo lo invade.
Se disculpa brevemente con sus amigos y avanza entre la multitud con una facilidad casi natural. Su chaqueta deportiva parece fuera de lugar entre los atuendos más formales, pero su porte seguro y sonrisa desarmante lo convierten en el centro de atención allá donde pasa. Conforme se acerca, su mirada permanece fija en Viktor, estudiando cada pequeño detalle: el brillo de las luces reflejado en sus ojos, el ligero tamborileo de sus dedos, la línea casi imperceptible de sus labios moviéndose al compás de la canción. Jayce no puede evitar sonreír aún más ampliamente.
Cuando finalmente llega, se detiene frente a Viktor sin decir nada de inmediato. Su expresión es una mezcla de alivio, emoción y algo más profundo que no logra identificar. Inclina la cabeza ligeramente hacia un lado, sus ojos oscuros brillando con una chispa juguetona que busca romper la aparente indiferencia de Viktor.
—Viniste —dice al fin, su voz cálida y cargada de una sinceridad que no logra disimular. Luego, su tono se suaviza, con un matiz de preocupación mientras añade—: ¿Por qué no me avisaste? ¿Llevas mucho aquí… solo?
Viktor, que había estado demasiado absorto en su propio mundo como para notar la llegada del más alto, levanta la mirada con una ceja arqueada. Aunque intenta mostrarse distante, algo en la manera en que Jayce lo mira hace que su respuesta pierda parte del filo que había planeado.
—No sabía que era obligatorio reportarme —responde con un toque seco, pero su voz carece de dureza real.
Jayce se ríe suavemente, frotándose la nuca con una mano como si estuviera tratando de calmar un repentino nerviosismo.
—No es eso… Solo quería asegurarme de que no te aburras. Aunque... —hace una pausa, inclinándose un poco hacia Viktor, sus ojos escaneando su rostro como si intentara leer sus pensamientos— parece que te estás divirtiendo.
Viktor frunce el ceño ligeramente, aunque el tamborileo de sus dedos no se detiene.
—Estoy bien aquí.
Jayce se ríe con esa calidez que parece contagiarse, inclinándose ligeramente hacia Viktor mientras mantiene su mirada fija en él, como si tratara de derribar la última de sus defensas con pura insistencia. Sin quererlo, su mirada se detiene en los labios de Viktor por un segundo antes de regresar a sus ojos.
—Vamos, Viks —Se endereza, haciendo un gesto hacia la pista con un movimiento exagerado.
Viktor levanta la mirada lentamente, arqueando una ceja con una mezcla de escepticismo y cansancio calculado.
—Primero, no vuelvas a llamarme así. Segundo, no necesito bailar para disfrutar de la música. Y tercero… —Hace un gesto hacia sus muletas con un movimiento breve pero enfático—. Creo que puedes adivinar el resto.
Jayce inclina la cabeza, aparentemente considerando la objeción como un reto personal.
—¿De verdad vas a usar eso como excusa? —responde Jayce, dejando caer el peso de sus palabras con una sonrisa burlona.
—No es una excusa. Es una realidad —replica Viktor, directo como siempre, aunque sus ojos traicionan un ligero brillo de diversión.
El más alto da un paso hacia adelante, lo suficiente como para invadir el espacio personal de Viktor sin hacerlo incómodo. Su voz baja un poco, adquiriendo un tono más suave, casi persuasivo.
—Vamos. Solo un poco. Nadie está mirando. —Hace un gesto vago hacia la pista, aunque ambos saben que eso es una mentira descarada; Jayce siempre atrae las miradas, y tenerlo cerca inevitablemente pondría a Viktor en el centro de atención también.
—Oh, claro. Porque nadie nota a un idiota de casi dos metros intentando arrastrar a alguien que claramente no quiere bailar —responde Viktor con sarcasmo, aunque su tono es menos ácido de lo habitual.
Jayce se ríe, esa risa despreocupada y cálida que parece llenar cualquier espacio.
—No eres tan pesado como crees, ¿sabes? —responde mientras alarga una mano hacia Viktor, como si estuviera ofreciéndole algo más que un simple baile. Viktor lo mira por un largo segundo, como si estuviera evaluando sus opciones.
Sin embargo, cuando nota como lentamente Jayce comienza a moverse frente a él al ritmo de la música, esa fachada se tambalea. Sus movimientos no son exagerados, pero tienen una fluidez natural que transmite confianza y despreocupación, un contraste completo con la rigidez de Viktor. Es sencillo y hasta algo tieso, como el más alto solo alza sus hombros alternadamente al ritmo de la canción.
Jayce inclina la cabeza hacia un lado, sus labios curvándose en una sonrisa juguetona mientras lo observa atentamente. Y aunque Viktor desvía su mirada, intentando ignorar la vergüenza ajena que le da sentir algunas miradas sobre ellos, es peor cuando Jayce comienza a cantar, ahora no solo moviendo sus hombros sino sus brazos por completo.
Los labios del castaño se contraen, como si luchara por no sonreír, pero el tamborileo incesante de sus dedos sobre la muleta lo delata.
—Estás haciendo el ridículo, Jayce —dice finalmente, su voz cargada de ironía, aunque sin la mordacidad que podría haber tenido si realmente quisiera apartarlo.
Jayce responde con una carcajada, extendiendo una mano hacia él con un gesto amplio y dramático, cantando aún más fuerte. Sus ojos brillan con ese humor despreocupado que parece desarmar incluso a los más escépticos.
Viktor niega con la cabeza, pero esta vez, no puede evitar que una sonrisa, aunque pequeña, cruce su rostro.
—Además, no puedo —Hace un gesto breve hacia sus muletas, como si ese fuera el argumento definitivo para acabar con la discusión. Pero lo dice con una calma que casi suena a reto, como si esperara que el moreno insistiera.
Y, por supuesto, lo hace. Jayce da un paso hacia adelante, su expresión suavizándose, pero sin perder la chispa de determinación. Antes de que Viktor pueda protestar, Jayce toma suavemente sus manos, su tacto cálido y sorprendentemente delicado.
—Yo te sostengo. Solo sigue el ritmo.
Viktor siente que el aire se vuelve un poco más denso, como si la proximidad de Jayce hubiera cambiado algo en el ambiente. Por un momento, sus ojos se encuentran, y aunque el más bajo quisiera apartar la mirada, hay algo en la sinceridad de Talis que lo mantiene ahí. Su resistencia es más simbólica que real, tirando ligeramente hacia atrás por mero instinto ante la sorpresa que el contacto físico causa en él, pero no lo suficiente como para que Jayce se detenga.
Finalmente, suspira, un sonido más resignado que molesto.
—Eres insoportable —murmura mientras, usando al contrario de apoyo, se deshace de sus muletas, dejándolas apoyadas contra la pared. Su tono está desprovisto de verdadera dureza. De hecho, hay una ligera curva en la comisura de sus labios que traiciona su diversión.
—Y tú te quejas demasiado —responde Jayce con una sonrisa amplia, como si acabara de ganar una pequeña victoria.
Al principio, Viktor apenas mueve los pies. Por un momento titubea, agarrándose firmemente de las manos contrarias con recelo. Alza su vista, un ligero tinte de temor y duda en sus ojos. Su postura es tensa, como si estuviera preparándose para que algo salga mal en cualquier momento, pero Jayce no lo presiona, solo le sonríe y asiente con su cabeza, incitando confianza.
Cada paso es medido, cada movimiento lleno de una consideración que Viktor no espera. La música parece llenar el espacio entre ellos, una conexión tácita que ninguno de los dos necesita verbalizar. Poco a poco, Viktor comienza a relajarse, permitiendo que su cuerpo se balancee de forma casi imperceptible al ritmo de la canción.
Entonces el coro estalla, y Jayce, siempre impulsivo, da una ligera vuelta, asegurándose de mantener a Viktor firmemente sujeto. El giro toma por sorpresa al castaño, pero no de una forma desagradable. Una risa breve, casi inaudible, escapa de Viktor antes de que pueda contenerla. Es un sonido raro, suave y completamente auténtico, y Jayce lo escucha como si fuera un acorde perfecto en medio del caos de la música. Lo observa con una mezcla de sorpresa y admiración, capturando esa chispa de disfrute inesperado en los ojos de Viktor. Es fugaz, pero hay algo en la forma en que el castaño cierra los ojos por un instante, permitiéndose perderse en la música, que hace que el pecho de Jayce se sienta extraño, como si algo dentro de él se hubiese desajustado, algo que no puede ni quiere nombrar.
Y sin pensarlo mucho, Jayce comienza a corear junto con la música, su voz fuerte y llena de energía mientras repite el estribillo, y en un impulso que apenas entiende, Viktor se une a él, cantando también. Su voz es más baja y un poco insegura al principio, pero conforme avanza la canción, se hace más firme. La risa brota de ambos mientras sus movimientos se hacen más libres, menos pensados. Jayce se mueve con más intensidad, girando de nuevo, y Viktor lo sigue como puede, sus pies siguiendo un ritmo que ahora parece fluir sin esfuerzo.
Por un momento, nada más importa. Están ahí, en medio del salón, cantando y bailando como si fueran los únicos dos presentes. El corazón de Jayce late con fuerza al ver la felicidad que brilla en los ojos de Viktor, esa emoción pura que parece derribar todas las barreras que usualmente lo rodean. Es... desarmante. Jayce se encuentra sonriendo como un idiota, sin siquiera darse cuenta.
Y entonces ocurre. En un movimiento un poco más arriesgado, Viktor pierde el equilibrio. Su pierna flaquea y se desliza ligeramente fuera de lugar, y antes de que pueda caer, Jayce lo sujeta con reflejos rápidos, sus manos firmes alrededor de su cintura.
El silencio entre ellos es casi tangible, solo roto por el eco distante de la música. Viktor está cerca, mucho más cerca de lo que Jayce había anticipado, y el contacto lo descoloca por completo. Puede sentir el calor del cuerpo de Viktor, su respiración algo entrecortada por el esfuerzo, y cuando sus ojos se encuentran, Jayce siente un nudo formarse en su garganta. Es demasiado. Demasiado cercano. Demasiado íntimo.
—¿Estás bien? —pregunta Jayce finalmente, su voz baja y teñida de preocupación.
Viktor lo observa, y la expresión que cruza su rostro no es lo que Jayce esperaba. En lugar de frustración o incomodidad, Viktor comienza a reír. Una risa abierta y sincera que resuena más fuerte que cualquier nota de la canción.
—Estoy perfectamente bien —responde Viktor, enderezándose con la ayuda de Jayce mientras la chispa de alegría sigue brillando en sus ojos—. No sabes cuánto quería hacer esto algún día.
Jayce parpadea, atónito. La sonrisa de Viktor es desarmante, su felicidad tan evidente que algo en el pecho de Jayce se retuerce de una manera desconocida, incómoda y cálida al mismo tiempo.
—Es irónico, ¿no? —Viktor hace un gesto a sus piernas, señalándolas brevemente—. Dancing with Myself. Siempre lo imaginé como algo metafórico. Nunca pensé que podría hacerlo realmente.
Jayce lo observa, su mente una maraña de pensamientos que no logra ordenar. Hay algo devastadoramente hermoso en la imagen de Viktor ahora mismo: con el cabello ligeramente revuelto, las mejillas encendidas por el esfuerzo y la risa aún tintineando en el aire entre ellos. La forma en que sus ojos brillan bajo las luces parpadeantes lo deja sin aliento.
Viktor habla con un tono ligero, casi despreocupado, pero Jayce escucha más allá de las palabras. Hay algo más profundo ahí, una vulnerabilidad que Viktor no suele mostrar. Esa risa, esa confesión disfrazada de comentario casual, todo se queda flotando entre ellos, llenando el espacio como una melodía silenciosa.
Jayce sonríe, aunque su pecho sigue sintiéndose extrañamente apretado, como si algo en su interior se estuviera desenredando lentamente.
—Es irónico, sí, pero... no sé, me parece que ahora tiene más sentido, ¿no? —responde al final, su voz más suave de lo que esperaba.
Viktor lo mira, ladeando apenas la cabeza. Hay algo inquisitivo en sus ojos, como si tratara de leer entre líneas, pero no dice nada. Simplemente asiente con una pequeña sonrisa, esa sonrisa que Jayce está comenzando a sospechar que podría destruirlo si no tiene cuidado.
La música cambia, una canción más lenta comenzando a sonar, pero el momento entre ellos no se disipa. Jayce siente que debería soltarlo, retroceder, decir algo para romper la tensión que parece haberse instalado en el aire. Pero no lo hace. En lugar de eso, permanece ahí, con sus manos todavía cerca de las de Viktor, como si un hilo invisible los mantuviera unidos.
Es entonces cuando lo siente: esa pequeña punzada en el pecho que no había sentido antes, ese hormigueo incómodo y emocionante que le dice que algo está cambiando. Algo en la forma en que Viktor lo mira, en cómo sus labios se curvan ligeramente hacia arriba, en cómo el mundo parece haberse reducido a ellos dos.
Jayce traga saliva, apartando la mirada rápidamente, como si eso pudiera apagar el calor que comienza a arder en sus mejillas.
—Bueno, supongo que puedo tachar "hacer que Viktor baile" de mi lista de logros de la noche —murmura, intentando sonar despreocupado, pero su voz tiembla ligeramente al final.
Viktor arquea una ceja, la diversión claramente evidente en su expresión, aunque no lo presiona. En lugar de responder, simplemente da un paso hacia atrás y toma sus muletas, rompiendo el contacto con una fluidez que hace que Jayce se pregunte si también lo sintió.
—Tal vez deberías centrarte en metas más ambiciosas —dice Viktor al final, con una chispa de humor en sus ojos en lo que se ajusta en su lugar—. Como conseguir el dinero para pagar el pequeño fiasco del laboratorio.
Jayce hace una mueca al recordar ese detalle, pero rápidamente espabila al ver que Viktor comienza a moverse hacia el borde de la sala. Da un paso para seguirlo, pero el más delgado le golpeala canilla suavemente con una de sus muletas para detenerlo.
—¡Auch! ¿Por qué-?
—No voy a dejar que pases toda la noche al lado mío, Jayce. Tienes un equipo entero de Hockey esperando por su capitán —dice el mayor, señalando el centro de la sala donde los susodichos bromean y bailan entre ellos con entusiasmo.
—Pero-
—Anda, diviértete, estoy bien. Solo déjame descansar un poco —Viktor insiste, sonriéndole de forma tranquilizadora antes de dar media vuelta.
Jayce se queda ahí por un momento, mirándolo mientras se aleja, todavía sintiendo el peso del momento en el aire. Es un sentimiento extraño, como si algo grande acabara de pasar, algo que aún no puede nombrar.
Cuando finalmente regresa a la realidad, se pasa una mano por el cabello, soltando un suspiro que parece más cargado de emociones de lo que debería.
Si las cosas siguen así le va a deber mucho, mucho dinero a Vi.
Se da la vuelta hacia la multitud, intentando mezclarse de nuevo, pero incluso mientras la música y las risas lo rodean, todo lo que puede ver es la imagen de Viktor, sonriendo, genuinamente feliz, y sabe que esa imagen lo seguirá mucho después de que termine la noche.
Viktor llega a su lugar habitual y se deja caer en la silla vacía con un suspiro. Coloca las muletas con cuidado entre sus piernas y, casi sin darse cuenta, apoya la mejilla contra el frío metal de una de ellas. Cierra los ojos por un instante, atrapado en el eco reciente de lo ocurrido, mientras un leve calor sube a su rostro al recordar el incidente que lo tiene desconcertado pero, de alguna forma, divertido.
Una risa suave, apenas un soplo, escapa de su nariz, rompiendo el silencio.
Está tan ensimismado en su recuerdo que no nota a Jinx mirándolo con lo que es casi una mueca de asco, su mano, sosteniendo un vaso de algo completamente no alcohólico, se retrae a su pecho.
—Eso fue la mierda más GAY que he visto en mi vida —La estridente voz de Jinx arranca a Viktor de sus pensamientos con la sutileza de una explosión, observándolo con una expresión que fluctúa entre asombro y burla descarada.
Viktor da un pequeño respingo, aferrándose a sus muletas mientras se endereza en la silla. Gira hacia ella, con el ceño fruncido, más confundido que molesto. Esta vez, el comentario logra atravesar la coraza de su habitual indiferencia, y siente un calor incómodo trepándole desde el cuello hasta las orejas.
—Y eso que vivo con una lesbiana ¿eh? —añade Jinx, levantando un vaso con un líquido burbujeante cuyo contenido parece cualquier cosa menos inocente.
La pausa que sigue se extiende apenas lo suficiente para que Ekko aparezca, ágil y oportuno, arrebatándole el vaso de las manos.
—¡Wow! ¿Qué tal un poco de agua ahora? —propone Ekko, intentando sonar ligero, aunque su mirada refleja una mezcla de cansancio y preocupación.
—¡Y es una lesbiana muy gay! —insiste Jinx, ignorando por completo la interrupción—. ¿Sabes lo gay que tuvieron que verse para que yo-?
Ekko no le da tiempo a terminar. Le cubre la boca con una mano mientras suspira pesadamente y lanza a Viktor una mirada de disculpa cargada de vergüenza ajena.
—Lo siento, no sé cómo se coló con una botella de vodka. Vamos, Jinx, a buscar un poco de agua antes de que digas algo peor.
Las protestas de Jinx se vuelven un murmullo ininteligible mientras Ekko la arrastra fuera del alcance de Viktor, quien se queda en la silla, estático. Deja caer la frente contra la muleta con un leve golpe y suelta un suspiro entrecortado.
—Gay… —murmura, sintiendo cómo el calor en sus mejillas vuelve con fuerza mientras las palabras de Jinx resuenan en su cabeza. Su boca se curva en una mezcla de exasperación y resignación, y suelta un quejido.
Su frente se apoya contra sus muletas, esperando que el frío del metal apacigüe el calor de sus ideas... y su rostro.