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Entre el amor y la sangre

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Anthony Bridgerton era un hombre acostumbrado al control. Control de su familia, de sus negocios, de su vida. Pero desde hacía algún tiempo, había algo—o mejor dicho, alguien—que lo desconcertaba de formas que no podía explicar. Penélope Featherington.

En un principio, su cercanía con Penélope no había sido más que un gesto de cortesía. Ella había sido siempre una amiga fiel de su hermana Eloise, una presencia constante en los Bridgerton, y ahora, parecía estar en el centro de la atención de Colin. Eso debía ser suficiente para poner límites claros en su mente. Pero no lo era.

Anthony no recordaba el momento exacto en que todo había cambiado, pero ahora no podía evitar verla bajo una nueva luz. Quizás fue aquella tarde en la biblioteca, cuando su risa rompió el silencio como un destello de calor en un día helado. O tal vez fue en las carreras, donde la vio tan segura, tan hermosa, tan… radiante, que todo a su alrededor se desvaneció.

Se encontraba en una batalla interna constante. En la superficie, se comportaba como el caballero intachable que todos esperaban. Era educado, atento, incluso indiferente cuando la situación lo requería. Pero su mente no le daba tregua.

Se sentía un miserable por permitir que esos pensamientos lo dominaran. Penélope no era solo una mujer de excepcional carácter y dulzura, era la mujer que su hermano cortejaba. La futura señora de Colin Bridgerton.

Cada vez que Colin hablaba de ella con una sonrisa en los labios, Anthony intentaba convencerse de que lo que sentía no era más que admiración o aprecio. Pero la verdad era otra, y lo sabía. Había algo en ella que lo hacía sentir vivo de una manera que no había experimentado antes. La calidez de su mirada, la chispa de inteligencia detrás de sus palabras, y esa capacidad suya de desafiar las expectativas sin siquiera darse cuenta.

Por las noches, cuando todo estaba en silencio, su mente lo traicionaba. Se imaginaba escenarios que jamás se permitiría admitir en voz alta: cómo sería sostener su mano sin preocuparse por quién pudiera verlos; cómo sería confesarle todo lo que sentía sin reservas; cómo sería simplemente ser el hombre que la mereciera, o como seria escuchar sus... no se atrevía ni a decirlo.

Pero esos pensamientos se desmoronaban rápidamente bajo el peso de la realidad. Anthony sabía que no podía, no debía, dejarse llevar. Él era el mayor, el protector, el que velaba por la felicidad de su familia. Penélope merecía un futuro brillante, y si Colin era ese futuro, Anthony debía dar un paso atrás, como siempre lo había hecho...

Sin embargo, cada vez que la veía, esa resolución se tambaleaba. No importaba cuántas veces se repitiera que debía mantenerse al margen, no podía evitar que su corazón se acelerara al verla entrar en una habitación. Y lo peor de todo, no podía evitar imaginar cómo sería un futuro donde Penélope no fuera simplemente una Featherington, ni la amiga de Eloise, ni la prometida de Colin, sino alguien mucho más cercano a él.

Ese pensamiento lo llenaba de esperanza y culpa a partes iguales, dejándolo atrapado en un dilema que no sabía cómo resolver. ¿Podría alguna vez liberarse de lo que sentía por ella? ¿O estaba condenado a vivir con este anhelo imposible, escondido tras la fachada impecable del vizconde Bridgerton?

Anthony estaba en su despacho, rodeado de documentos y libros de cuentas, pero su mente estaba lejos de los números. Desde la ventana, tenía una vista perfecta del patio trasero, donde Penélope Featherington se encontraba sentada junto a Eloise. La luz del sol jugaba con los tonos cálidos de su cabello y resaltaba el delicado rubor de sus mejillas.

La vio llevarse un pequeño bocadillo a los labios, y algo dentro de él se agitó. Sus ojos se fijaron en el movimiento de su boca, la forma en que mordía con delicadeza, casi con inocencia, pero completamente cautivadora. Anthony se recargó en su silla, permitiéndose por un instante dejar que sus pensamientos vagaran por caminos que sabía que no debía recorrer.

Sus labios. Había algo terriblemente fascinante en ellos. No eran perfectos, pero tampoco tenían que serlo. Eran cálidos, reales, y Anthony se encontró deseando cosas que no se permitiría decir en voz alta. Se pasó una mano por el cabello, frustrado consigo mismo, intentando apartar las imágenes que se formaban en su mente. Pero su mirada seguía volviendo a ella, como si estuviera hipnotizado.

Justo cuando sus pensamientos comenzaban a ir demasiado lejos, la puerta de su despacho se abrió sin previo aviso. Colin entró con una carpeta de documentos en la mano.

—Aquí están los papeles que me pediste, hermano —dijo Colin con su habitual entusiasmo.

Anthony se enderezó rápidamente, intentando parecer indiferente.

—Gracias —respondió, tomando los documentos y fingiendo leerlos con atención.

Colin se apoyó en el escritorio, cruzando los brazos.

—Hablando de eso, ¿crees que podría salir un poco más temprano hoy? Quiero llevar a Penélope a un lugar especial. He pensado que podría disfrutar de una tarde diferente.

Anthony sintió que algo en su interior se tensaba al escuchar esas palabras. Apretó la mandíbula, manteniendo la mirada fija en los papeles frente a él, pero sus dedos se crisparon sobre el escritorio.

—Me temo que eso no será posible —dijo con calma medida, sin levantar la vista.

Colin frunció el ceño, sorprendido.

—¿Por qué no? Si ya terminé con todo lo que me pediste esta mañana...

Anthony lo interrumpió, levantando la mirada y adoptando su tono más autoritario.

—Porque necesito que salgas de la ciudad esta misma tarde. Hay una diligencia pendiente que debe ser atendida, y creo que es el momento perfecto para que comiences a prepararte para manejar negocios más importantes.

—¿Salir de la ciudad? —repitió Colin, claramente molesto—. ¿Ahora?

—Ahora —afirmó Anthony, sin dar lugar a discusión.

Colin suspiró, dejando caer los hombros en señal de derrota.

—Está bien. Pero, sinceramente, a veces creo que disfrutas arruinar mis planes.

Anthony no respondió, limitándose a asentir y devolver su atención a los documentos. Colin salió del despacho con un suspiro exasperado, cerrando la puerta tras de sí.

Cuando el silencio volvió a llenar la habitación, Anthony dejó los papeles a un lado y regresó a la ventana. Penélope seguía allí, riendo suavemente con Eloise, y por un momento, su sonrisa iluminó el mundo entero para él.

Anthony se mordió el labio, casi con enojo consigo mismo. No tenía derecho a sentir lo que sentía, y lo sabía. Pero aun así, no podía evitarlo.

No podía evitar desear que, solo por un instante, las cosas fueran diferentes... ¿podían serlo?

La risa de ella resonaba como una melodía lejana, ligera y encantadora, pero cuando la vio levantarse de su asiento y despedirse de Eloise, su corazón dio un vuelco. Penélope recogió su chal y se dirigió hacia la salida, y antes de que pudiera detenerse a pensar, Anthony ya estaba de pie.

"Esto está mal," se dijo mientras tomaba su saco y lo colocaba sobre sus hombros. "Esto es completamente inapropiado."

Sin embargo, sus pies parecían tener voluntad propia, llevándolo apresuradamente fuera de su despacho y hacia el pasillo. La voz en su mente le repetía una y otra vez que debía detenerse, que cualquier cosa que planeaba hacer podría traer consecuencias, pero su cuerpo no obedecía.

Cuando llegó al vestíbulo, Penélope ya estaba abriendo la puerta principal.

—Señorita Featherington, espere un momento —llamó, su voz un poco más apresurada de lo que habría querido.

Penélope se giró hacia él, claramente sorprendida.

—¿Vizconde Bridgerton? —preguntó, ajustando su chal nerviosamente.

Anthony sonrió levemente, sintiendo una punzada de algo que no podía identificar al escucharla usar su título.

—Anthony —corrigió suavemente, antes de que ella pudiera seguir hablando.

Penélope lo miró, momentáneamente confundida por su corrección, pero luego asintió con una sonrisa tímida.

—Perdón, Anthony. —Se rió ligeramente, como si intentara aligerar la tensión en el aire—. No estaba segura de cómo debería llamarlo en este momento.

Anthony se acercó a ella con pasos decididos, aunque sentía que su corazón latía con demasiada fuerza. Su mente seguía diciéndole que esto era una mala idea, pero sus labios ya estaban formando palabras.

—Me preguntaba si podría quedarse un momento más. Encontré algo en mi despacho que creo que podría interesarle.

Penélope frunció ligeramente el ceño, confusa pero también intrigada.

—¿Algo que podría interesarme?

—Un libro —improvisó Anthony, intentando sonar casual—. Me pareció algo que podría disfrutar.

Ella parpadeó, todavía un poco insegura, pero finalmente asintió.

—Bueno, supongo que puedo quedarme un poco más.

Anthony esbozó una leve sonrisa, inclinando la cabeza.

—Perfecto. Sígame, por favor.

La condujo por el pasillo hacia su despacho, cada paso acompañado por un torbellino de pensamientos contradictorios. "Es solo un libro," se dijo. "Nada más. Solo un libro."

Penélope, caminando detrás de él, no podía evitar sentirse nerviosa. Había algo en el tono de su voz, en la intensidad de su mirada, que la desconcertaba.

Al llegar al despacho, Anthony abrió la puerta y la dejó pasar primero. Penélope se detuvo junto al escritorio, observando a su alrededor con curiosidad.

—¿Dónde está el libro? —preguntó suavemente.

Anthony cerró la puerta tras ellos con un clic que resonó en la habitación, y por un segundo, el aire pareció volverse más denso. Sin que ella lo viera, Anthony giró la llave y cerró el pestillo. El sonido del cerrojo se sintió como un latido en la garganta de ambos. La habitación estaba mucho más silenciosa ahora, mucho más cercana.