Chapter Text
Uno puede escapar de los problemas pero, al final, tiene que volver y enfrentarlos.
Nicole Natalino
POV Álvaro
La semana pasó volando. Pasamos horas enredados entre las sábanas de la habitación con la única intención de amarnos sin descanso siempre teniendo en cuenta que Hanna estaba allí y ella lidiaba con un dolor por la pérdida que nunca la abandonaría. Perdí la cuenta de cuántas veces grité su nombre en cada encuentro con Paul y cuántas escuché el mío salir de los suyos. Solo existíamos nosotros en aquellas paredes. Solo nosotros, poseídos por ese fuego que emanabamos cada vez que estábamos a menos de un palmo de distancia. Volvimos a memorizar cada pulgada de piel y cada lunar. Nos deleitábamos en las marcas que ambos portábamos tras años de guerra, nuestras pequeñas victorias dentro de ese caos infernal.
Ahora, ambos estábamos marcados. Habíamos padecido la locura de personas que usaron nuestro cuerpo como diana y, sin embargo, ahora venerábamos como uno de nuestros bienes más preciados. No olvidaríamos nunca lo que nos habían hecho, pero lo usaríamos para saber lo fuertes que éramos y que habíamos sido.
Recuerdo que no hubo rincón de la casa que no usásemos siempre que tuvimos ocasión. Seguía algo cansado, pero Pablo me acunaba entre sus robustos brazos y caía presa de un sueño casi instantáneo. Un día, estando en la bañera disfrutando de un poco de tiempo para recuperar fuerzas entre nuestros encuentros íntimos, me preguntó por algo que me descolocó.
- Álvaro, nos vamos en dos días. Me gustaría que me dijeses qué pasó con Greta. A veces, la mencionas en sueños y estoy preocupado.
- Greta ya no forma parte de este mundo.
- Sí lo hace si sueñas con ella. Y llevas semanas así. Quiero ayudarte, solo es eso - recogí las rodillas con mis brazos intentando hacerme una bolita. Me estremecí pese a estar el agua aún caliente.
- No me arrepiento de nada de lo que hice Paul, se lo merecía. Pero me preocupa que llegué a disfrutarlo y yo no soy así - una lágrima cayó al agua haciendo una pequeña honda al caer.
- Claro que no eres así. A veces nos vemos obligados a hacer cosas que en una situación normal jamás se nos hubiera pasado por la cabeza.
- Lo sé. Es que pude haberle pegado un tiro y listo. Pero quería que sufriera y que pagase por todo lo que te había hecho. Me pudo la sed de venganza. Supongo que tengo un lado oscuro que dejé voluntariamente que me poseyera y no lo frené. Me da miedo acabar convertido en eso porque sé que está en mí - me apretó más contra él.
- Álvaro, todos tenemos esa parte dentro de nosotros. Simplemente, la mantenemos alejada de la superficie. En una ocasión tan extrema como la que pasaste, es normal que te dominase... - sus palabras llevaban algo de razón - ¿Crees que, si yo hubiera tenido oportunidad, no hubiera disfrutado acabando lentamente con el sádico de Shüller? ¿Qué no le hubiera cortado la polla y se la hubiera metido hasta ahogarle en su propia cavidad bucal?
- No creo que sueñe con ella por remordimientos. Lo volvería a hacer una y mil veces si fuera necesario. Solo tengo miedo de mí mismo. La guerra cambia a las personas. Te lo dije aquella noche de tormenta, cuando nos confesamos que aún nos amábamos. Pero no quiero convertirme en un monstruo. Eso me aterra.
- Jamás podrías convertirte en alguien así - eché mi cabeza hacia atrás para refugiarme en su pecho.
- Ya no estoy seguro de nada. Sabes pienso mucho en el bebé de Hanna...en si yo estuviese en su lugar y tuviese una criatura a mí cargo- acaricié sus manos y pronto se movió ante mi contacto - ¿Qué clase de padre sería si disfruté grabando a cuchillo los números de mi brazo en el torso de aquella mujer? - las lágrimas caían ahora sin control. Él besó mi cabeza con ternura.
- Fue algo excepcional en una situación extrema que te llevó al límite. Perdónate por dejar que tú parte más oscura te dominase, no por lo que hiciste. Esto aún no ha acabado. Hasta que no lleguemos a un sitio seguro no sabemos si tendremos que volver a hacer cosas como esas para sobrevivir – asentí - Vamos, el agua se está quedando fría.
...
Apenas salimos un par de veces de la casa y fue para ir al lago, Hanna no había vuelto a salir más allá de unos metros desde la boda, pasaba mucho tiempo en su cuarto y nosotros respetábamos sus tiempos de duelo. El clima era frío. No quedaba mucho para que comenzasen las primeras nevadas y el lago comenzase a congelarse. Había árboles que habían perdido todas sus hojas y le daba a la zona un aire más lúgubre y siniestro, sobre todo, cuando se ocultaba el sol. Otros, como pinos y cipreses, se mantenían verdes e inalterables.
Íbamos de la mano, cerca el uno del otro, cuando oímos ruidos a lo lejos y dirigimos la vista a la carretera que discurría hacia el pueblo. Estaba lejos, pero pudimos ver una hilera de coches militares. Apreté la mano de Paul inconscientemente. Esperaba que simplemente los hubiéramos visto ir hacia allí, pero continuasen su camino más hacia la frontera. Lejos de aquí y de nosotros.
Pablo cada vez veía mejor con el ojo izquierdo. La herida de la córnea ya no era más que un pequeño punto si mirabas su iris detenidamente, pero aún se le cansaba mucho la vista de ese lado. De repente, noté que nos habíamos parado. Él observaba aquella lejana carretera y le vi fruncir el ceño y supe leer la preocupación en su rostro.
- ¿Qué pasa Paul? - imaginaba lo que era, pero esperaba que él desechase esos pensamientos por los dos.
- Pues que espero que pasen Brusendorf de largo o tendremos un problema para salir de aquí. No creo que pudiéramos hacerlo en coche y eso nos retrasaría, además de hacer que no pudiéramos llevarnos todo lo que habíamos pensado.
- Tenemos que averiguarlo cuanto antes. No podemos ir por zonas con controles. Sería muy peligroso. Además, ahora Hanna no está tan ágil como antes - recordé como ella cada vez se cansaba más rápido y siempre estaba con sueño. Por cosas como esta, no era buena idea estar embarazada. Aunque su decisión de tenerlo ya era inamovible y nosotros solo podíamos apoyarla e intentar sacarla con vida de Alemania.
- Está bien. No nos precipitemos. Averigüemos lo que podamos y decidamos la ruta de huida del país más fácil.
POV Pablo
Al día siguiente conseguimos enterarnos de que estaban reforzando toda la zona. Varios de los camiones siguieron de largo hacia otras ciudades, pero una guarnición de unos quince soldados se quedó aquí. Era un contratiempo porque podrían pararnos, pero no teníamos opción. Andando iríamos muy retrasados y la meteorología no acompañaba. Se avecinaba una borrasca que traería consigo lluvias, e incluso nevadas, en algunas zonas. No iríamos andando de no ser nuestra única opción.
Había que intentar pensar una ruta segura, aunque nos llevase más tiempo. Hicimos un pequeño macuto para cada uno con una muda de abrigo, varias interiores y decidimos meter también algo del botiquín que nos quedaba por si acaso. Álvaro insistió en meter en la suya las prendas que Hanna tenía para el bebé. No pude negarme. Una pequeña arma para cada uno y algo de munición. Los documentos falsos y una bolsa con conservas y alimentos que aguantasen unos días. Cogimos todo el dinero que nos quedaba y lo repartimos escondidos entre las cosas.
No quería preocupar a Álvaro y Hanna, pero llevaba desde que había visto aquel convoy de soldados con un nudo en el pecho. Temía por Hanna, por el bebé y por nosotros. No podía permitir haber llegado hasta aquí y que el destino diera un giro macabro en nuestra contra. No iba a consentirlo. Álvaro había demostrado su enorme fortaleza en numerosas ocasiones y era mi turno de mantenerme firme y tener seguridad en mí mismo. Él confiaba ciegamente en mí, desde niños, y no iba a defraudarle.
Cogí nuestros verdaderos documentos y decidí enterrarlos fuera de la casa. Quizá en un futuro los necesitaríamos y era muy peligroso llevarlos con nosotros. Así que fue lo que hice tras explicárselo a ellos.
La noche antes de nuestra partida apenas pegué ojo. Intentaba no moverme para que al menos Álvaro pudiera descansar, también escuché la puerta de Hanna varias veces durante la noche pero en su estado suponía que le costaba dormir. Además, se levantaba varias veces por las noches al baño. Su vejiga padecía el aumento del tamaño del feto y no podía evitarlo. Álvaro se giró hacia mí. Apenas entraba algo de luz por aquella ventana redonda por donde vislumbró el lago por primera vez. Pude contemplar el brillo de sus ojos y me estremecí cuando acarició mi rostro. Pasó sus dedos por mi cicatriz con cariño y se acercó hasta que nuestros cuerpos estuvieron pegados. Sus labios suaves buscaron los míos sin apartar sus ojos de mí. Nos amamos sin prisas aquella noche, recorriendo cada pulgada de piel, sin articular palabra y sin dejar de vernos en los ojos del otro. Caricias, besos, mordiscos, uñas clavadas en la espalda. Pequeñas detonaciones corporales que desencadenaron varios orgasmos durante el tiempo que nos tomó decirnos sin palabras que éramos el centro de la existencia del otro. Y, cuando él volvió a colocarse a mi lado, apoyando su cabeza en mi pecho, jugando con sus dedos en mi ombligo, su respiración se fue haciendo más regular hasta que cayó en las manos de Morfeo y yo minutos después. Conseguí dormir del tirón hasta que el sol comenzó a hacer acto de presencia entre nubes grises que adornaban, un día más, el cielo aquel mes de noviembre.
Salimos temprano sin mirar atrás. Aquel día llegamos a Leipzig. Apenas 185km separaban ambas ciudades, pero dimos algo de rodeo para evitar las carreteras principales. Buscamos una pensión y evitamos salir salvo para lo imprescindible. Al día siguiente, volvimos a subir al coche y partimos hacia Núremberg. Estuvimos todo el día de viaje porque en una cafetería de uno de los pueblos por los que pasamos oímos hablar de varios puestos de control por la ruta que habíamos tomado y hubo que volver a deshacer parte del recorrido que habíamos hecho. Los bombardeos durante años habían cambiado notablemente el aspecto de muchas localidades. Sin embargo, la vida seguía para sus habitantes. El mundo no dejaba de girar por nada ni nadie y muchos estaban resignados, otros hastiados y unos pocos mantenían a raya a los que se atrevían a pensar diferente como voluntarios del régimen. Había ojos por todas partes. No te podías fiar de nadie.
En Núremberg, tuvimos que estar más días de lo planeado. Hanna tuvo una fuerte ciática causada por el embarazo y a duras penas se mantenía en pie. El tiempo era algo escaso y vital en nuestra huida y parecía jugar con nosotros. El mes seguía su curso y nosotros parecíamos hormigas avanzando entre las patas de un elefante. Hanna, al principio, se negó a que nos quedásemos unos días, pero no tuvo más remedio que ceder. No podíamos viajar así. Aún estábamos en la zona norte de la región de Baviera, lejos de nuestro objetivo; la frontera francesa. Temía que los recursos que aún disponíamos se agotaran antes de llegar allí.
Me hubiera gustado visitar la ciudad en otras circunstancias. Pasear juntos a Álvaro por la Hauptmarkt (plaza central) que contenía la Schöner Brunnen, la "hermosa fuente" bañada en oro con niveles de figuras, y la Frauenkirche, una iglesia gótica del siglo XIV. Podríamos haber visitado el castillo Kaiserburg, rodeado de edificios con los tejados rojos al norte de Altstadt. Era en su conjunto una ciudad medieval preciosa, pero no lo hicimos.
La radio nos mantenía medianamente informados de cómo iban las cosas. El Führer aún tenía esperanzas de volver a recuperar Francia y había escaramuzas a lo largo de toda la frontera. Además, los aliados no dejaban de atosigar a las tropas alemanas y, más que grandes batallas como años atrás, ahora era como una lucha de guerrillas. Se peleaba por cada palmo de tierra, unos para apoderarse de ellas y los otros para defenderlas a toda costa.
Cuando Hanna se sintió con fuerzas y ya podía andar medianamente, decidimos reanudar nuestro viaje. Cada vez nos costaba más trabajo llenar el depósito. El combustible era un bien escaso y dar rodeos hacía que se nos acabase el depósito más a menudo de lo que nos hubiera gustado. Cuando estábamos a punto de llegar a Heilbronn, una fuerte tormenta de nieve amenazó con volver a paralizar nuestro viaje. Las carreteras comenzaron a cubrirse de un manto blanco que fue dificultando nuestro avance hacia la ansiada frontera. Apenas estábamos a un par jornadas en coche, pero era como si todos nuestros esfuerzos y precauciones se vieran una y otra vez golpeados por una fuerza invisible que no quería vernos libres. Era muy frustrante y aumentaba el riesgo de ser capturados. Tuvimos suerte de llegar a Bretten antes de tener que volver a detenernos.
Hanna pasaba largos ratos con la mirada perdida mirando a través del cristal del coche, se tocaba la tripa con cariño y Álvaro me miraba y apretaba mi mano dándome fuerzas para seguir adelante. No se quejaban, pero yo sabía que ese temor que vivía constante en mí, ellos también lo padecían. No decía nada por no aumentar el desasosiego que se iba arraigado con más fuerza cada día que pasaba. No les importaba comer cualquier cosa en el coche, no parar salvo lo necesario y dormir en cualquier pensión de los pueblos que nos íbamos encontrando. Hanna había empezado a tener contracciones de vez en cuando. Eran normales a partir del séptimo mes de embarazo.
Cuando pensábamos que ya habíamos pasado lo peor, ocurrió otro contratiempo. El coche se averió tras salir de Rastatt. Apenas nos quedaban unos kilómetros para nuestro destino, la ciudad de Roppenheim, ya en territorio francés. De allí iríamos a Estrasburgo, donde Álvaro aseguraba que se encontraba Friedrich.
POV Álvaro
Habíamos tenido de todo en este viaje. Parecía que Alemania se resistía a dejarnos marchar. Nos habíamos retrasado mucho y, para colmo de males, ahora el coche había pasado a mejor vida. No podíamos quedarnos ahí. No cuando estábamos tan cerca. Seguramente tendríamos que caminar por la noche hasta la rivera del Rín, acampar donde pudiéramos y pasar el día escondidos para, a la noche siguiente, intentar cruzar el río. Ya estaba atardeciendo. Intentamos dejar el coche fuera de la carretera empujándolo, pero al intentar ayudar a Paul noté como Hanna se retorció y se tocó el vientre quedándose pálida de repente . Tuvimos que parar. Supuse que sería otra contracción como las que llevaba días teniendo, pero esta parecía mucho más fuerte.
- Álvaro, coge lo que puedas y vámonos. Yo llevaré las cosas de Hanna. Iremos por el campo, al abrigo de los árboles y así será más difícil que nos vean. No creo que estando tan cerca de la frontera no haya soldados por aquí.
- Lo sé. Necesito que está pesadilla se acabe ya - agarró mi mano y entrelazó nuestros dedos antes de internarnos entre los árboles. Yo de di la otra mano a Hanna, aún tenía mala cara.
Caminamos durante varias horas. Notaba cómo ella se cansaba mucho, aunque no decía nada. Teníamos que aguantar. Apenas veíamos nada y hacía frío. De repente, Pablo se paró en seco. Cuando miré hacia donde señalaba vimos una construcción de piedra medio derruida. Escuchamos sin movernos y, tras comprobar que no había nadie, nos acercamos. Tenía parte del techo caído, pero nos serviría para pasar la noche.
No íbamos a encender fuego. Sin embargo, a Hanna le castañeaban tanto los dientes que Paul se empeñó en hacer algo pequeño contra una de las paredes para que entrase en calor mientras saqué una pequeña manta de viaje que metí en mi bolsa y se la tendí a Hanna que se envolvió con ella y se acercó todo lo que pudo al fuego. Cuando vi las llamas chisporroteando, me acerqué lo que pude también. Paul me rodeaba desde atrás intentando darme también calor con su cuerpo y sacó otra pequeña manta que llevábamos y que usó para envolvernos un poco con ella. Hanna acabó dormida. Notaba el aliento Paul en mi nuca y se me erizó toda la zona. Su nariz me rozó juguetona el cuello y me incliné para facilitarle el acceso. Puso una mano en mi costado y la otra la llevó por delante y la metió dentro de mi abrigo buscando mi piel. Suspiré. Cada vez notaba menos el frío. Giré mi cabeza hacia él buscando sus labios, introduciendo mi lengua en su boca mientras él seguía jugando y activando diferentes zonas de mi cuerpo.
Me separé para tomar aire y me moví hasta quedar sentado frente a él. Le rodeé con mis piernas. Él se apoyó en la pared. No queríamos despertar a Hanna que dormía a apenas dos metros de donde estabamos. Ceñi la manta para que tapase lo que estábamos haciendo, me quité los zapatos y cogí mis calcetines dándole uno a él. Deslicé una de mis manos por dentro de su pantalón mientras él hacía lo mismo en el mío. No perdimos el tiempo. Jadeamos muy bajito mientras nos devorabamos la boca, la garganta y mordí el lóbulo de su oreja mientras él dejaba besos húmedos por mi cuello. No sabía por qué estaba tan excitado. Ya no tenía frío y me ardía el cuerpo. Necesitaba calmar esa sensación de urgencia que me había entrado de repente. De vez en cuando miraba a Hanna que parecía estar ajena perdida en sus sueños a lo que estábamos haciendo.
- Más rápido Paul, más- susurré en su oído
Me respondió con un gruñido y acelerando el movimiento y yo hice también. Pronto, empecé a notar como crecía en mi interior esa sensación de hormigueo que acabaría en un orgasmo liberador. Volví a buscar su boca, agarré su nuca y me pegué todo lo que pude a él. Enrosqué mis piernas todo lo que fui capaz y me dejé ir, mientras el placer se colaba por cada poro de mi cuerpo. Poco después, él hizo lo propio mientras ahogaba mi nombre en mi cuello. Estuvimos unos minutos así, recuperando el aliento, normalizando el pulso.
Me ayudó a colocarme de nuevo cerca del fuego rodeándome con sus brazos. Pronto, caímos dormidos.
Apenas quedaba poco para que comenzase a amanecer cuando oí un ruido. No quedaban ascuas ni restos de nuestro pequeño fuego. Abrí los ojos al escuchar de nuevo otro ruido relativamente cerca.
- Paul – susurré - Alguien se acerca...
Abrió los ojos y, tras apartarse, cogió un arma que guardaba en su bolsa y puso un dedo sobre sus labios pidiendo silencio. Hanna se despertó y abrió los ojos de golpe viniendo hacia mí casi gateando. Paul asomó lo justo la cabeza por una de las ventanas de la pared que mejor se conservaba. Volvió rápido donde estabamos. Su cara no me gustó.
- Álvaro, recoge tu bolsa y no salgas bajo ningún concepto. Pase lo que pase. Quédate con Hanna- fui a protestar y su mirada me dejó mudo – Álvaro, no me jodas. He visto varios soldados a unos veinte o treinta metros. No sé de qué bando. Voy a distraerlos mientras os vais hacia el río. Pase lo que pase no os detengais.
- No pienso hacer eso.
- Álvaro, si nos cogen los alemanes no sobreviviremos ninguno.
- Y si son aliados tampoco sabemos si sobreviviremos.
- Piensa en Hanna y su bebe - justo volví a mirar a Hanna y su cara se torció al sentir otra contracción fuerte.
- No pienso dejarte. Prometimos que no nos separaríamos más - a esas alturas mis ojos ya estaban llenos de lágrimas. Él me quitó varias con su dedo. Se las llevó a los labios.
- Iré detrás de vosotros. Álvaro, por favor, tenéis que salir ya.
- ¿Me prometes que volverás conmigo? - sus ojos me decían que no podían prometerme eso, pero se obligó a contestarme con lo que yo necesitaba oír en ese momento.
- Lo prometo - me dio un beso rápido y se acercó a la puerta mientras yo me dirigía agarrando de la mano a Hanna por la pared caída hacia el otro lado. Podía oír las voces casi encima de la construcción medio derruida. Mis pies se quedaron inmóviles – Vete - leí en sus labios.
- No puedo hacerlo.
Miré su rostro. Algo vio que abrió los ojos, muy sorprendido, y le oí decir "Llévatelos ya". Despareció por la puerta y comencé a oír voces mientras me tapaban la boca y me sacaban casi a rastras de allí. Cogieron también a Hanna. No podía gritar. Intenté zafarme y no pude. De pronto, oí disparos y mi corazón se paró. Un grito desgarrador intentó abrirse paso por mi garganta, pero murió en las manos de quién seguía tirando de mí lejos de donde había visto a Pablo por última vez. Muchos disparos. Iba a volver a gritar cuando escuché más disparos, uno pasó rozándome el brazo. Me giré como pude y logré ver a Hanna pero pronto vi una mancha de sangre en un lateral de su abrigo. Además le noté húmedas las piernas. Un líquido se deslizaba entre sus muslos hasta mojarse calcetines y zapatos. Acababa de romper aguas. Esto no podía estar pasando mientras no sabía si el amor de mi vida había sido el destinatario de ese sonido de disparos atravesando el alba. El pecho empezó a dolerme bastante y me costaba respirar. Cuando me acostumbré al dolor me di cuenta que nos habíamos parado.
- Álvaro, Álvaro, cálmate - mi cabeza no era capaz de razonar nada. Hanna se había puesto de parto y parecía tener una herida de bala y además no sabía nada de Pablo.
-Pablo - intenté incorporarme, pero una mano me lo impidió – Déjame, tengo que volver. Mi amor... - las lágrimas cada vez eran más y me faltaba el aire. Me dolía mucho el pecho y todo estaba empezando a darme vueltas. Estaba sufriendo un ataque de ansiedad.
- Álvaro, soy yo... Tranquilo - no podía ser.
- ¿Claire?