Chapter Text
Nico di Ángelo golpea su cara contra el charco de lodo y se queda ahí por unos segundos, procesando que su sombra falló por la luz de una vela y eso destruyó su viaje entre la oscuridad. Se apoya en sus brazos mallugados y levanta su cara. Ni siquiera se preocupa por limpiarse, sólo se da la vuelta contra el suelo duro y oloroso a naturaleza. Su espalda casi grita del dolor mientras se recuesta para ver el cielo estrellado que se presenta en esa noche.
Intenta saber lo que pasó, pero las heridas en su cuerpo arden lo suficiente como para que desee distraerse con otras cosas. Como en pensar en su muerte. Quizá aparezca un monstruo con ánimos de comer un semidiós de mediana edad con índices de desnutrición y una gripe severa. Lo vería, no le dolería ser comido. Su adrenalina explotó mientas peleaba con los monstruos y llenó su cuerpo con litros de sedante, así que si alguien le corta una pierna, no lo sentiría.
Ojalá sea una muerte rápida. Siendo fantasma aún podría ofrecer sus servicios al Inframundo. Podría traspasar paredes, no existiría el dolor muscular y tendría el dominio del miedo entre sus manos. Suena mucho mejor que seguir siendo un semidiós con monstruos queriendo arrancarle la cabeza. ¿Cuántos años ha intentado tener una vida de humano común? Cada vez, mientras está en un trabajo, aparece un monstruo y trata de arruinarle el día. Muchas veces lo han tachado de asesino o de terrorista al destruir su lugar de trabajo a causa de un ataque de monstruos.
Creyó que al ser mayor, los monstruos ya no lo perseguirían, pero tal parece que ellos quieren cobrar los casi noventa años que estuvo protegido en el hotel. Los hijos de Hades nunca fueron atractivos para los monstruos, su sangre es demasiado densa para ser tragada con facilidad, pero a la escases de hijos de los Tres Grandes, Nico es la mejor opción. Nueva Roma no está entre sus lugares favoritos. Ahí vive Will con su nueva novia y nunca fue fácil verlos juntos. Jason está casado con otra chica y Hazel ya tiene una vida como líder en la ciudad. No hay espacio para Nico en sus vidas.
El Campamento dejó de ser una opción hace muchos años y las ciudades mortales son un peligro.
Will siempre lo ha regañado con que encuentre un lugar en Nueva Roma para así detener los ataques de monstruos, pero Nico aún quiere vivir en Nueva York. Hay algo en la ciudad que todavía lo detiene.
Aunque no sabe qué es ese algo. Quizá la facilidad que tiene el Inframundo con esa ciudad para movilizarse.
Escucha el roce del césped y los pasos junto a una luz que produce alguna linterna.
—No puede ser —jadea alguien y luego siente el calor humano muy cerca.
Nico intenta alejarse, pero unas manos firmes lo sostienen.
—Busca a Graham, ella sabrá qué hacer —y luego un golpeteo de patas. Un caballo.
Intenta saber lo que ocurre, pero sus ojos son de piedra y ya no pueden abrirse. Alguien lo carga entre brazos y el calor humano se hace insoportable. Hace un gesto negativo y busca alejarse, pero lo mantienen contra el otro cuerpo hasta que sus cortas fuerzas son agotadas.
Se deja llevar y sus sentidos desaparecen luego de que la adrenalina lo abandone.
. . .
—No puedo creerme que se trate de Nico —dice Piper McLean junto a Percy Jackson.
La semidiosa cruza sus brazos y miran hacia el interior de la habitación.
—Yo tampoco. Creí que era un demonio recién nacido —le dice Percy.
—¿Estaba haciendo cosas de semidioses? —pregunta Shel, la esposa de Piper.
Percy le da espacio para que ella y su panza de cinco meses puedan acercarse y husmear. La anciana Graham, una hija de Apolo, está revisando las últimas cosas que podrían estar lastimadas en Nico. La señora deja su cigarro sobre el puente de su oreja y con sus lentes se ayuda para cerrar las heridas de Nico con el hilo dorado de Asclepio. Da una calada y luego sigue con cerrar los cortes. Le rocía mucho alcohol y usa muchos paños de gasa, pero la anciana sabe lo que hace.
—Supongo que sí —le responde Piper.
Shel sufre un escalofrío y se aleja de la puerta, sobando su panza.
—Espero que no tarde mucho en despertar, preparé un guiso muy bueno —dice ella antes de alejarse mientras tararea y levanta un trapo con su pie.
Percy regresa su atención al semidiós que está durmiendo como muerto en la cama, sin reaccionar a las agujas y tampoco a los ungüentos.
—¿Qué crees que hacía? —pregunta, más para no entrar al dormitorio y alejar a Graham de Nico. Recuerda lo mucho que el otro semidiós odia el toque humano.
—No lo sé. Jason habló conmigo hace unos días y me dijo que Nico llevaba meses sin aparecer por Nueva Roma —revela Piper, apoyada en el marco de la puerta.
Percy se niega a irse mientras Nico esté siendo tratado por la anciana. Teme a que despierte y al ver el rostro desconocido, reaccione mal.
—Vamos a comer helado, parece que atravesarás a Graham con Contracorriente —sonríe Piper mientras toma a Percy del brazo y lo lleva a la cocina.
La casa de Piper es pintoresca y quizá la más grande de todo el pueblo. Al ser la líder y cabecilla de la comunidad, Piper vive en una colina que tiene vista al resto de casas. Fue hace muchos años cuando Piper McLean decidió irse de Nueva Roma y comenzar su propia comunidad mestiza. Ahí, entre valles pintorescos, el mar a unos minutos y tradiciones antiguas de semidioses, Piper logró establecerse con ayuda de Deméter y Hestia, logrando construir lo que ahora se conoce como un nuevo pueblo de semidioses. No hay diferencia a Nueva Roma, sólo quizá la vida campestre y que ahí no se discrimina a los sátiros como vagabundos.
Cada hogar es un mundo, una comunidad que se comparte las cosechas, celebran a los dioses entre comidas y adornan los templos de piedra con velas y flores. El señor de las cabras, Amelia Bothart al preparar los quesos, la familia Grenne con la fabricación de ropa y más que se comparten entre ellos. Cada uno tiene su propio huerto y se visita con calabazas y pan cuando muere alguien.
Ahí, el tiempo es algo que no se usa más que para las conservas y secar la ropa.
Los monstruos también se cuentan, pero son eliminados gracias al cuerpo de protección que Piper organiza. Los más jóvenes se encargan de patrullar y de coquetear con los pobladores mientras se pavonean con sus caballos.
La Villa de Afrodita se conoce como un paraíso y descanso para los viajeros. Hermes los frecuenta mucho, se la pasa robando ovejas y comiendo calabazas dulces.
Piper saca los cuencos y saca el bote de helado casero de la nevera. Es sabor fresa con moras, de los favoritos de Piper.
—Vaya, vaya —dice Shel, con las manos en la cadera.
Piper se queda con la cuchara en el aire y mira a su esposa, atrapada en el acto. Percy le sonríe con dulzura a Shel.
—Es imposible que coman helado sin que la señora de la casa esté presente —pelea Shel y se acomoda en una silla, estirando las piernas y bostezando.
Piper busca otro cuenco y le añade las bolas necesarias para satisfacer a su esposa e hijo. Percy recibe su helado y todos alaban las habilidades de Shel para preparar un helado tan rico. Ella se llena de flores y halagos como la reina que es.
—¿Cómo están tus pegasos, Percy? —le pregunta Piper.
—En unos meses se irán las nuevas camadas con Quirón. Apolo me pidió uno para su novia ninfa y... sólo de ellos me recuerdo —admite.
Percy es cuidador de pegasos. Al ser hijo de Poseidón, se le facilita el saber cuáles son los males de los pegasos y ellos confían en su persona. Además, la cantidad de oro que pagan los dioses e inmortales por los pegasos es para vivir en una encantadora casita a orillas del mar y del bosque sin pena alguna. No era lo que esperaba ser cuando estaba en su adolescencia, pero Piper le ofreció una vida diferente y ahora no puede imaginarse en Nueva Roma u otra ciudad.
Además de los pegasos, a veces cuida a los hipocampos de su padre en un estanque que el dios le creó para ese motivo. También hay caballos y Apolo a veces le pide ayuda con sus vacas sagradas porque ataca la sobrepoblación. Las cabras y las ovejas son de otro granjero, un hijo de Hermes que le gustan mucho los suéteres de lana.
—¿Y las crías de Arión? —pregunta Shel.
—Ninguna sobrevivió —dice triste, lamentando que los potrillos no hayan podido superar los primeros días.
Arión, el pegaso que alguna ve fue de Hazel Levesque, llegó a Percy hace unos años y desde entonces la criatura pelea con Blackjack por el liderazgo de los pegasos. El tema fue que dejó preñadas a dos yeguas hace unos meses y ninguna de las crías pudo sobrevivir. Lo extraño es que Blackjack es quien está consolando a Arión y no deja que ninguna yegua se le acerque al pegaso.
Sólo Percy porque la única debilidad que tiene Blackjack es el hijo de Poseidón.
Shel se muestra triste y pucherea. Ella lleva años deseando que nazca una cría de Arión porque quiere un único pegaso en casa. Piper no ha podido inundar la casa con pegasos porque Shel no lo ha permitido. Sólo Arión es el único que le ha gustado a la señora de la casa.
—El tipo estará bien, sólo unas cuantas dosis de ambrosía y néctar para que despierte —dice la anciana Graham. Ella le roba el cuenco de helado a Piper—. Volveré en unos días para revisar el hilo dorado —grazna antes de marcharse con su pierna coja. Escuchan que escupe en la puerta de la casa y luego una tos.
Piper mira hacia su cuchara y libera un suspiro.
—¿Por qué siempre a mí?
Percy se ríe mientras que Shel le lanza un beso a su esposa.
—Lo digo enserio, esa anciana tiene algo contra mí o sólo estoy alucinando.
—Ella quería ser la señora McLean pero tú arruinaste su sueño —le dice Percy.
Shel suelta una risa escandalosa.
—No es mi culpa no haber tenido una gemela, no puedo cumplir el sueño de dos personas —dice y su esposa deja de reír.
—¿Quién dice que cumpliste mi sueño? —dice, mostrándose ofendida.
—Líder de un pueblo de semidioses, la casa más grande y dos ninfas como criadas, ¿puedes pedir algo más?
Su esposa finge pensarlo y luego la señala con su cucharilla.
—Un auto de oro —sonríe.
Percy asiente orgulloso de Shel y Piper hace una mueca.
—¿No tienes una casa a dónde ir para llorar en la soledad de tus almohadas? —Piper le quita su tazón a Percy.
—¡Piper! —sufre Percy.
Shel le da su tazón a Percy.
—¿Cómo te atreves a quitarle su helado a nuestro hijo adoptivo? —regaña su esposa y Percy disfruta de ganarle a Piper contra su esposa.
Percy abandona la casa McLean con una sonrisa victoriosa y un bote de helado, prometiéndose que regresará al siguiente día para ver a Nico.
. . .
Llegar es fácil. Sonríe cuando escucha el barbullo en los interiores de los establos. Esta semana ha sido llena de sorpresas y con nuevos visitantes. Al entrar, el líder de los establos se acerca para saludarle con mucho cariño. Blackjack, su confiable y amoroso pegaso que siempre le ayuda a mantener en flote los establos, más las guarderías donde están los potrillos más inquietos.
—¡Percy! —lleva años sin decirle jefe desde que Percy se ha vuelto como uno de su manada. Lo cuida y es el portavoz cuando algo no marcha bien entre las yeguas.
Las hembras se acercan para buscar las fresas que les prometió y desde arriba, se puede escuchar el gruñido/relincho de Arión cuando las ve muy cerca de Blackjack.
Desde que Hazel ya no pudo cuidar de Arión, se lo entregó a Percy y le pidió que cuidara bien de su "niño". Al inicio fue difícil, Blackjack era el líder de su manada y vio como una amenaza a Arión. Eran peleas constantes y a las yeguas les encantaba verlos morderse. El resto de machos pasaban de ellos, preferían comer su heno fortificado que ponerse a raspar el suelo en señal de pelea. Ahora, luego de meses como intermediario entre ellos, Arión y Blackjack son inseparables. Duermen en el mismo nido y les gustar corretearse en el cielo entre jugarretas. Son competitivos y nunca les gusta quedar en segundo lugar.
Con esos meses, Percy comienza a creer que Arión mira a Blackjack como si fuera suyo y siempre se pone a morder los árboles cuando Blackjack anda de meloso con alguna hembra.
Es lo que ocurre ahora, Blackjack está compartiendo unos cariñitos con una hembra, Trudi, y al otro pegaso parece no gustarle esa escena.
Reparte las fresas entre las hembras y ellas comen felices.
«¡Gracias, cariño!».
«¡Muchas gracias, dulce Percy!».
«¡Gracias, mi señor!».
«¡Gracias, cielo. Te llevaré a un paseo, ¡prometido!».
Las hembras mayores le tienen más confianza. En cambio, las más jóvenes son muy reservadas y siempre lo tratan de mi señor. Ven a Percy como el supremo líder por ser hijo de Poseidón. Ellas siempre se agrupan y esperan con paciencia a que Percy les cepille y les coloque las tiaras de flores que siempre les gusta llevar. Los machos también, se pelean porque Percy les mime primero, exigiendo tener coronas de flores más bonitas que las hembras.
Los pegasos son tan competitivos para todo, incluso para comer.
Por eso los potrillos no abundan en sus establos, son pocas las parejas que no compiten.
Este mes hay unas cuantas hembras esperando, así que podrá superar el récord de hace ocho meses. A Poseidón le gusta pedirle a los pegasos cuando se realizan desfiles o eventos en el mar, diciendo que representan muy bien la belleza de su poder. Además de eso, a los dioses les gusta tener pegasos como mascotas, así que siempre están pidiéndole cuando son pequeños.
Para eso, Percy tiene un sistema donde le pregunta a las hembras si quieren tener crías o prefieren estilizarse antes de ser entregadas a un dios. Ellas tienen la elección, porque criar un potrillo es tan difícil como tratar de controlar una tormenta.
Abre un cepillo nuevo y abre las puertas de los establos para que salgan a estirar las alas. Siempre los resguarda en sus casitas para que no llegue algún monstruo buscando sangre de pegaso. Hace milenios se usaba para rituales hacia los dioses, pero desde que Poseidón maldijo a todo el que hiciera eso, los pegasos son tan respetados como dioses.
Es una manada nutrida, de distintos tamaños. Una hembra baja del cielo en un elegante aterrizaje y corre para acicalar a Percy, restregando su cabeza contra el cabello, despeinándolo. Riendo, el semidiós deja unas ligeras caricias en el pegaso. Todas las hembras siempre exigen que se les pida permiso para ser tocadas. Sólo si ellas se acercan primero, significa que se tiene la autorización para acariciarlas.
Sin permitirlo mucho, Blackjack se acerca para ahuyentarla.
«Vete de aquí, no le dejes tus pelos apestosos» exige, raspado el suelo. Blackjack es muy territorial, gruñe cuando Percy está mucho tiempo con otros pegasos, menos con Arión.
«¡Eres un egoísta, Percy es el supremo líder, puede estar con todos nosotros!» relincha, sacudiendo sus crines con indignación.
Sin intenciones de separar a dos pegasos cuando pelean, Percy retrocede y busca el heno para comenzar a repartirlo. Añade las vitaminas para los pegasos y limpia los recipientes de agua. Estas criaturas suelen ser muy escandalosos para comer y beber.
—Buenos días, Percy —le saluda el señor Min, llevando una carreta con zanahorias.
—Buenos días, señor Min. Espero que no le hayan asustado —señala a los pegasos que vuelan por todo el bosque.
El señor Min es un hombre diminuto, hijo de Deméter y amante de la agricultura tanto como la diosa. Es un terrón de azúcar, siempre brillante y usa sombreros de paja con flores y pájaros que borda su esposa en las horas libres.
—Todo bien, hijo. Siempre es maravilloso ver criaturas tan preciosas- ¡Ay, me comen! —grita agudo, brincando con sus botas de gatos. Un potrillo se acercó por detrás y le olió demasiado fuerte, asustando al pobre anciano.
—Max —advierte Percy al potrillo, uno que brinca juguetón y se acerca a Percy, restregando su cabeza.
«Peeercy, el señor Min huele a zanahorias».
Le hace ojitos, debilitando la resistencia de su cuidador.
Apenado, Percy carraspea y acaricia los crines del animal.
—Señor Min... —el anciano abre grande sus ojos, atento a lo que le dirá—. ¿Tendrá zanahorias en su huerto?
—Claro, claro, ven, trae a unos cuantos muchachones fuertes, les daré unos sacos para la semana —el anciano es perseguido por los pegasos más jóvenes.
Sabiendo que no soltarán al señor Min, Percy llama a unos pegasos para que le ayuden a cargar los sacos de zanahorias.
Con las criaturas aladas disfrutando de sus vegetales, Percy atiende a las vacas rojas que Apolo dejó en su establo. Les pregunta si puede ordeñarlas y ellas muestran las ubres mientras siguen moliendo sus vitaminas.
«Saca la leche con la tetilla de la derecha. Me pica desde hace una horas» le pide la vaca, llamada Jesenia.
Percy cumple su petición y luego llama a otra de las vacas para pedirle su leche. Vacías, las vacas se derrumban en el césped y regurgitan su comida para masticarla la segunda vez. Unos pegasos chocan contra unos árboles de manzanas, botando los pequeños retoños que comenzaban a nacer. Percy termina con las vacas y se lleva los jarrones con la leche rosa para limpiarla con el colador de metal. Una vez un poco limpia, cierra los jarrones de la leche y busca las vitaminas de los hipocampos, chapoteando en la orilla para que se acerquen.
—No, no te lleves mi bota —le pide a un hipocampo que muerde su pie y se roba su bota.
Ríe encantado mientras lo mira bailar con sus patitas y presumir que tiene su bota.
Le da a cada hipocampo una píldora al tamaño de una dracma y los acaricia en las orejas. Prefiere sentarse dentro del agua para tener cerca a los hipocampos. Unas crías se acercan para lamer sus antebrazos y luego giran dentro del agua para encantarlo y enseñar los trucos que han aprendido. Blackjack cae al agua y ahuyenta a los hipocampos, sacudiéndose cerca de Percy para presumir su brillante pelaje.
«Creo que dejé a unas cuantas chicas preñadas» dice Blackjack, engreído.
—Parece que te golpearon entre todas —señala hacia las orejas mordisqueadas y los trazos de dientes en el cuello.
«Me gustan las chicas rudas, promete crías fuertes.»
—Juro que vi a unas chicas cerca de Arión.
«¡¿Qué?! ¡Imposible!»
Blackjack se pone de pie como un rayo y sacude sus alas, furioso.
«Esas yeguas regaladas, ¡nadie puede tocar a Arión!»
Su pegaso desaparece del estanque y corre hacia los establos. Percy escucha el revuelo, pero prefiere quedarse viendo hacia el cielo de la mañana. Regresa a casa cuando son las once y se da una rápida ducha antes de salirse a la cocina y preparar unas galletas para Shel. Tiene un recetario que fue en gran parte escrito por su madre, Sally Jackson. Se enjabona con fuerza y luego se sacude el cabello con una toalla de My Little Pony que le regaló Piper en Navidad. Se pone la primera ropa que se le cruza y llega a la cocina pensando si hacer galletas de chocolate o de fresas.
Tiene algunas de las que recolectó para llevarle a los pegasos.
Se amarra el delantal y pone manos a la obra cuando elige las de chocolate. Mezcla la harina, la cocoa, los polvos y la pizca de sal en un bol. Luego, busca el batido para pomar la mantequilla y le añade las azúcares y la esencia. Los huevos y después cierne los secos. Incorpora nueces, chocolate troceado y hace las bolas de galleta con una rueda de chocolate blanco en el medio. Son una bomba de dulce, apta para Shel.
Las deja en el horno y lee las peticiones de los dioses en busca de un pegaso y arregla las últimas cosas para enviar los nuevos ejemplares al Campamento Mestizo.
Cuando las galletas están listas, las deja en un recipiente y se arregla un poco antes de irse a la casa McLean. Hay un caminillo desde su casa hacia la de Piper, uno que la misma Shel hizo de todas las veces que viajaba a la casa de Percy en busca de leche rosa. Entra por la puerta trasera mientras ahuyenta a unas gallinas que se acercan en busca de maíz. Una cabra que Shel tiene para leche lanza un balido mientras come su melón bajo un árbol. Llega al interior de la casa y Shel se asoma con curiosidad al escuchar los ruidos.
—Traje galletas —ofrece.
Shel lanza un suspiro aliviado.
—Por eso eres mi hombre favorito —declara mientras toma el recipiente.
Ella camina descalza, en su vestido floreado y un delantal. Es inquieta, por más que Piper y el médico del pueblo le recomienden descansar, Shel prefiere cargar cajas de manzanas y fermentar vino porque le ayuda a terminar agotada y dormirse como tronco por las noches.
Percy se deja caer sobre una butaca y cierra los ojos para dormirse. Tiene el resto de la tarde libre, pero el señor Finnis, el de la taberna, lo invitó a unos tragos en la noche.
—¿Almorzaste? —pregunta Shel.
—Aún no. ¿Dónde está Pips?
—Encargándose de una plaga de gnomos.
Sonríe al saber de la que se escapó al llegar a esa hora, o estaría peleando contra mini hombrecitos y sus armas de tenedores.
La inquietud de Percy le gana y sus ojos buscan entre las paredes de la casa alguna señal de que Nico se haya despertado. No es así, no hay señales de esqueletos o que las sombras se hayan "oscurecido" más. Sólo el cómodo silencio de una casa donde una de las propietarias se la pasa durmiendo en su sofá moldeable.
—Sabes que puedes ir a verlo —señala Shel desde la cocina, volviendo a usar su delantal manchado de azúcar y canela.
Ojalá fuera tan fácil como lo plantea Shel, pero la verdad es que Percy se moriría de nervios si Nico llegara a despertar y lo primero que mira es su cara de foca amigable. Quizá brincaría del miedo y buscaría sus sombras para escapar. No sería extraño si lo hiciera, en realidad, sería una tradición entre ambos. Es sólo que las ganas de verlo otra vez y ahogar su cabeza con la imagen de saber que Nico está a pocos metros de distancia es muy tentadora.
¿Hace cuánto que vio a Nico por última vez?
Han pasado muchos años.
Alentado por su curiosidad, Percy camina en puntillas hacia el dormitorio donde está Nico. Dentro, las cortinas están cerradas, hay velas en la esquina de un mueble que huelen a bosque, a lluvia.
Pretrifi-
Pertirifico-
No, no es así, piensa. Da otro esfuerzo más por leer las letras.
Pertificad-
Elige rendirse. Desde que abandonó la vida de escuela y libros, en resumen, desde que se alejó de Annabeth, su dislexia ha podido florecer. Muchos de los pobladores sufren de grandes problemas al mezclar las letras, así que entre ellos entienden cuando algo está mal escrito.
Nico está al medio de la cama, cubierto hasta el cuello con una manta cálida que en el dormitorio parece de color negro. La ausencia de luz solar podría ser una perfecta bienvenida para un hijo de Hades. Shel lo pensó en todo cuando supo la herencia de Nico. Hay un cuenco con piedras ceremoniales, el cráneo de algún animal y ramas de canela gruesa. Sales para ahuyentar a los demonios y un vaso de agua por si despierta con sed. Apuesta que Shel cambia el vaso todos los días.
Su respiración es un ligerísimo murmullo, que no podría escucharse en un ambiente casual. Podrían considerarlo muerto. Su pecho apenas si levanta y no hay más reacción que esa. Además de eso, la energía que flota de Nico es muy débil, tan pequeña que Percy se asusta que no quiera superar esa caída. No entra al dormitorio, no quiere perturbar la calma con su presencia corrosiva.
Le da una última ojeada a Nico y cierra la puerta con mucho cuidado, deseando que vuelva a despertar.
Shel le sonríe desde la cocina al ver sus ánimos bajos y lo invita a sus galletas con leche caliente. Ella conoce muy poco de la historia que comparten, más no se muestra dispuesta a saber. Sólo quiere acobijarlo y prometer de forma silenciosa que las cosas irán bien.
Percy quiere confiar.