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STICKY: The Tengu's curse

Chapter 13: BASTARDO

Summary:

"En esos ojos, siempre hay odio."

Gojo es un tipo raro con ojos espeluznantes.
Geto podía acostumbrarse a casi todas sus peculiaridades.
"Excepto esa".

Porque sí…
Era demasiado obvio.
Porque hasta un bastardo se habría dado cuenta.
Geto y Gojo tienen su primera cita.

Chapter Text

 

Siempre bromearon, cuándo los secuaces de Geto, aquellos que llamaba familia, les preguntaban  cómo se conocieron, a Suguru siempre le gustaba esta parte y tal vez esa sea la razón por la cual  repetían la misma pregunta; Satoru siempre, en todas ellas, estallaba en carcajadas.

Era una risita coqueta que envolvía las mejillas de Gojo en media tajada, azucarando sus facciones para nada inocentes que reían embelesados. Con adoración, lo observaba,  mirando la ternura líquida en los seis ojos que solo se reproducían exclusivamente para él.

Porque la respuesta de Suguru solía ser:

 

-        Apareció desde el cielo, cayendo como un ángel.

 

Y pueda que sea un poco ridículo que un hombre en sus veintes dijera eso en voz alta. Es ridículo a cualquier edad, es y son ridículos lo que los hacen ellos mismos.

 

 

Pero era la verdad.

Su verdad en este mundo.

 

Satoru apareció en su vida como un ángel puro y sagrado, un unicornio blanco extraño y hermoso que…

 

 

 

 

 

 

Comenzó a perseguirlo ¡Perseguirlo por todos lados!

Satoru, mejor dicho, “él chico Gojo”.

No cayó como un ángel, no. Invadió su vida, estrellándose como un auto de fórmula uno en la parrilla sabática de su jardín.

 

Tan silencioso  y bullicioso a la vez, como una plaga sagrada… tan espeluznante, con esos ojos redondos y brillantes…

Que en un principio fueron espeluznantes… pero que después se volvieron dulces.

Que en un principio fueron fríos e ingenuos… hasta que Geto los ensució y sacrificó.

 

 

 

 

 

 

De repente  todos estaban en grupo, ¡Por fin!  habían sido presentados de mala gana por un maestro Yaga que claramente se arrepentía por no haber renunciado cuando se le ofreció.

 

Y Gojo solo parpadeó cuando se le informó los nuevos nombres de sus compañeros de clases, antes de volver a desviar la mirada a cualquier punto fijo.

Ese tipo espeluznante, parecía nunca querer hacer contacto visual con nadie a su alrededor, caminando, yendo y viniendo a su antojo sin escuchar nunca a nadie; pero, cada vez que Suguru era rápido y  volteaba  con astucia, “él” estaba viéndolo.

¿Por qué? ¿Cómo?

No puede explicarlo.

Ya qué, él se avergonzaba de haber sido atrapado espiando, pero negándose a acéptalo, convirtiendo su vergüenza en presunción, atrapando cualquier oportunidad y tomándola para humillarlos en cuanto pudiera para así, demostrar quién era el más fuerte.

Y cada vez que Geto recuerda a Gojo, también recuerda su risa burlona y las primeras palabras crueles que esa boca mimada escupió en su dirección:

 

 

-       Tan ignorante y tonto.

 

 

 

Instantáneamente, Suguru lo odió por eso, lo odio desde el principio.

 

El sujeto del que todos hablaban era tal como se les había advertido.

Engreído, arrogante y narcisista.

Con unos ojos inhumanos que te miraban fijamente con desprecio, con odio casi.

 

 

Odio.

En esos ojos, escondido, había odio.

 

 

Un muñeco pálido y fantasmal es lo que era, una marioneta que siempre caminaba a espaldas de Geto, con esos ojos inexpresivos y amargos que no parecían contener alma.

 

 

-        Ese chico raro, el tipo Gojo- Shoko le había comentado un día- es el orgullo del clan más poderoso de todo el mundo del jujutsu, incluso mis padres que son simples oficinistas están que trinan de la emoción, no te metas con él.

 

“Raro” “Insensible” “Arrogante”

Parecían medirlo con demasiada exactitud.

 

 

“Un idiota despreciable.”

 

Esos fueron los primeros pensamientos de Suguru Geto, cuando lo conoció.

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

Todas las mañanas, como regla de la institución, todo estudiante que estuviera ileso, debería entrenar personalmente a  las 6:00 am, una norma aceptada por todos con resignación; quien no era lo suficientemente fuerte, no regresaba a casa.

Así de sencillo.

Geto no necesitaba que alguien lo despertara, porque a las cinco de la mañana él ya estaba entrenando por voluntad propia.

Encantado de poder practicar con cualquier arma, Suguru pasaba sus mañanas probando todo tipo de armas pasivas o bélicas que pudiera encontrar. Era un chico de campo que habían soltado en un mundo de manga, así de sencillo, entonces se le subió las nubes a la cabeza.

Cuando regresaba una mañana de la armería, satisfecho por haber logrado empuñar un bastón en solo dos semanas desde que se había inscrito, escuchó un curioso repique en el aire. Un silbante sonido de batalla que sonaba demasiado silencioso y dudosamente inofensivo.

En dirección contraria a su camino habitual, sus pies se movieron encendidos por pura curiosidad inocentes, ahí encontró al dueño de aquellos sonidos.

 

En lo más alejado del campus.

 

Satoru sintió su presencia antes de verlo, deteniendo su entrenamiento a la mitad y esperando con irritación  la aparición del intruso.

En la finca, no recuerda a ningún sirviente tan valiente como para atreverse a tanto.

 

Y sopesó la idea de un castigo para el chico nuevo.

Había quedado explícito en su contrato que nadie podía acercarse a su patio privado, ni siquiera el propio sensei. Por lo tanto, enfureció indignado cuando vio un chongo despeinado sonriente.

 

>> “Y este pequeño granjero ignorante.”

 

Miró muy molesto al tipo frente a él.

 

Suguru no esperaba que la persona que encontrara escondida detrás de las montañas fuera su nuevo compañerito de clases, aquel que no había vuelto a ver desde ese día.

Apenas llevaban unos días cursando y parecía que ya habían empezado mal. Ambos pusieron mala cara, uno más que el otro, pero de igual forma, ambos parecían querer sacarse los dientes.

Intentó cambiar eso.

 

 

-        Lo siento- sonrió, tragándose su orgullo propio como siempre y extendiendo una mano de paz, aun cuando ese mismo idiota se hubiera burlado de el en clase por su ignorancia esperada.- escuché un sonido y vine a ver… lo siento ¿te interrumpo?

Suguru esperó que eso bastara para bajar sus defensas.

 

 

 

 

“Sé bueno, sé educado y sé gentil”

“De esa forma, las personas te aceptarán.”

 

 

 

 

-     Un pueblerino ignorante y cotilla.

 

Bufó, ignorando su voluntariosa mano y regresando a su cancha de entrenamiento sin mirar atrás.

 

Bien, la sonrisa seguía en su lugar, sus manos regresaron a sus bolsillos y sus hombros se mantuvieron estoicos, nada en él había flaqueado, no había nada en él que demostrara lo contrario.

Sonrió con más ahínco y se despidió a la nada.

Por dentro, Suguru solo quería matarlo.

 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

Una cosa extraña que un día notó en Gojo, en el idiota que no le importó cuanto rechazo Suguru fuera capaz de dar, fue su extraña persistencia con él y solo con él.

Simplemente se sentaba a su lado, siempre a su lado.

Y… solo eso.

Hizo que, a pesar de estar observando al “más fuerte” tuviera lástima por ese ser “tan solitario”.

 

Al comienzo, fue tan malditamente rompe pelotas que Suguru se decidió un día a ignorar completamente al otro chico bonito con lengua de serpiente, simplemente se dijo, eran Shoko y él, solo dos alumnos de primer año y nada más.

Ya sabes lo que dicen de la psicología inversa…

Bueno, ello fue involuntario, niégale un dulce a un niño, y por Dios que era clavado en este caso…

Notó la indiferencia y tuvo que comenzar a aceptarlo.

 

A veces, Shoko y él,  compartían un desayuno o merienda juntos, para  comenzar su día con mejor humor.

Y Gojo venía sin más a sentarse con ellos, inexplicablemente se aparecía como un fantasma frente a ambos, nuevamente, apenas atreviéndose a dirigirles la mirada. Siempre en silencio morboso… o tal vez riéndose, burlándose groseramente de ellos en su retorcido cerebro.

Pero era así.

 

Sin decir nada, nunca nada.

Haciendo lo que le apetecía.

Sin comer nada o beber nada.

Se sentaba, “siempre” al lado de Suguru, recostándose sobre sus propios brazos, con el rostro vuelto y escondido, nunca dirigiéndole una sola mirada, nunca teniéndolo presente en sus ojos.

Pero “Siempre” cerca.

 

Los días lentamente se adaptaron, ya no eran “Shoko y él” eran “Shoko, el muñeco espeluznante y él”.

Del odio a “la tolerancia” la convivencia hizo su parte.

 

 

 

Suguru se encontraba quejándose un día, le habían dado duro en el entrenamiento táctil, sus puños dolían cuando intentaba sostener su taza de café.

 

-       ¿Qué dijeron tus padres anoche?- Shoko se quejó, ese día cargaba las mejillas adoloridas como un mapache, aun cuando su técnica recorrió su piel amoratada, el dolor fantasma del duro entrenamiento de combate mortal, palpitaba en su piel.

-       Nada- Suguru había recibido la visita de sus padres el día anterior, justo después de terminar su feroz entrenamiento junto a Yaga, permitiéndose apenas cubrir con vendas y pomada, antes de ser atrapado por ellos en el salón principal.- Fingieron que no lo vieron.

-       Oh, hombre- Shoko intentó, medio intentó consolarlo. – Eso apesta, pero, al menos te dejaron dinero ¿No?

-       Si, es verdad- soltó una risita temblorosa, escondiendo o desapareciendo cualquier rastro incómodo detrás de su amable sonrisa.- ¿Y tú? ¿Qué dijeron los tuyos?

-      Ah- ella bufó, sacando la lengua y arrepintiéndose cuando sintió que se le caerían los dientes.- lo mismo de siempre… que sea más cuidadosa y que ya debería haber logrado curar golpes y  esto- señaló sus mejillas de ardillas.- la misma basura de siempre.

-     Si- Suguru intentó untar mantequilla en su tostada, falló, el cuajo terminó nadando en su café tibio. – bueno…- ambos miraron al enorme elefante rosa pegado en su cadera, respirando sobre su nuca y sonriendo cada vez que abría la boca. – ¿Y tú Gojo? – esperó y esperó, ambos lo hicieron.

 

 

 

Habían comenzado una tregua, o algo así.

Por lo que dentro de sus conversaciones amistosas por la mañana, ambos acordaron silenciosamente en turnarse a intentar.

 

 

Misión del día: Obligar a Gojo a hablar.

 

Nadie jamás se lo hubiera imaginado, el tipo hablador y excéntrico, ese mismo, se encontraba mortalmente silencioso cuando se trataba de estos temas.

 

 

-       ¿Sí? – Gojo suspiró, triste por tener que apartarse de su nueva fijación, descubrir a qué olía Suguru por las mañanas.

Esperó y recordó las palabras, para intentar entender de qué diablos estaban hablando.

Ah, cierto.

 

-       Pues… no lo sé, de esto y aquello. – abrió la boca, mordió la tostada que Suguru le pasó para que masticara, ni siquiera se tomó la molestia de tomarlo con la mano, al contrario, masticó mimadamente, esperando a que le ofrecieran otro mordisco, con los labios separados y tarareando infantilmente por más.

 

Todavía no podía distinguir sabores, pero vale, era rugoso, tibio y aceitoso.

Eso era suficiente.

 

Tuvieron su primera visita familiar, dónde todos los alumnos tenían el derecho de recibir a sus padres y familiares en su muy escaso y primer día libre.

Cada quien recibió a su familia donde quiso.

Entre bastidores, todos murmuraron sobre la llegada de un séquito albino, cubierto de sombrillas y túnicas ceremoniosas.

Suguru los avistó desde lejos, sus padres fueron los últimos en aparecer, junto a Ieiri espiaron a su raro compañero que se despidió amargamente de ellos antes de desaparecer detrás de un alejado edificio abandonado.

Como primeros en aparecer, fueron los primeros en marcharse.

 

Su compañero regresó, confundido y alterado, como si hubiera retrocedido en el tiempo, volviendo a retraerse y mantenerse a una distancia segura de ambos compañeros.

Su compañero raro volvió a ser un muñeco de nieve.

 

Geto e Ieiri lo supieron apenas lo vieron, así que ambos arrastraron fácilmente de un Gojo dócil y mecánico con ellos a desayunar.

 

-     Ñam – masticó el último bocado de mantequilla y queso crema untado en la pieza. Sabía un poco más salado ahora. – Otra – cabeceó cariñosamente sobre el hombro de Suguru, apurando con más ansias.

 

No pudo evitarlo, dejando de lado su propósito por averiguar qué demonios había pasado con su compañero, era como cuidar de un gatito travieso.

Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a simplemente esto.

 

Al principio, en las mañanas que aguardaban a que comenzaran las clases, Suguru creyó que sino hacia algo, apenas estuvieran juntos, Satoru comenzaría  a atormentarlo con sus monólogos y molestos chistes.

Cuando ocurrió, un día cualquiera. Su teléfono no tenía batería suficiente. Se preparó mentalmente para la tortura de Gojo por la mañana.

No ocurrió.

Él… simplemente suspiró y suspiró.

Feliz, sonriendo, sonriendo y sonriendo.

 

Entonces Suguru descubrió que… el tipo era… raro.

Muy raro y con muchas rarezas por descubrir.

Y que “esas rarezas” involuntariamente, comenzaron a parecerle “fascinantes”.

 

 

 

 

 

 

 

Era un adicto al azúcar.

 

Casi nunca comía algo que no fueran esos caramelos que siempre traía en sus bolsillos. Varias veces con Shoko, lo pillaron volviendo a hurtadillas en mitad de la noche, cargado de paquetes y más paquetes de dulces de tienda.

Solo eso.

 

Y cuando Shoko preguntó por primera vez…

 

 

Solo dijo que la comida no le gustaba, no lo hacía y dejó de lado toda explicación, comiendo un chocolate con nueces, luego otro, y otro más.

Ieiri, como futura sanadora, se vio en la obligación de recordarle que el azúcar podía ser deliciosa, pero era venenosa en cualquier cantidad. Empujando, casi atragantando al hechicero de los seis ojos cuando lo obligaron a comer  una bola de arroz con atún.

Satoru quiso protestar, escupirlo o lanzárselos a la cara como despecho. Sumisamente tragó la masa pegajosa en su lengua, porque tuvo a Geto, empujando otro mordisco de sus fideos rancios con esos lindos ojos vibrantes… luego sus empanizados picantes le sonrieron… sus aderezos de carne le hicieron cosquillas… voluntariamente soportó la extraña sensación.

Y Suguru quiso continuar obligándolo a tragar por la fuerza, pero no fue fuerte cuando vio los ojos de Gojo enrojecer o vio su cuerpo temblar cuando lo sometían por las malas a beber leche.

Así, Suguru se resignó a ser débil, volviendo a darle otro mordisco de queso crema con fresas esta vez, tarareó infantilmente cuando escuchó ese sonido satisfecho.

 

Cualquier cosa que Suguru traía para él, se convertía para ellos.

La dinámica entonces comenzó, con Satoru sobre su hombro y masticando y tragando las porciones que Geto compraba para su propio consumo.

 

Suguru no dio otro bocado a su propia parte, se dedicó a observar ese rostro junto, muy junto que olía a desinfectante y su propia loción.

 

>> “Es como un niño”.

Se resignó a convertirse en el asistente personal de las comidas del príncipe Gojo.

Otra peculiaridad que tuvo que aceptar.

 

 

Pero…

La extraña convivencia comenzó.

Con buen pie y buen aguante.

 

Pero…

 

La peculiaridad de Gojo que comenzó a irritarlo, una de la cual no pudo del todo nunca aceptar…

Fue:

Que Gojo.

Él, no se enojaba nunca.

 

 

 

No importaba lo que le dijera Yaga, los golpes o castigos que le dieran por grosero y desobediente. O los comentarios mordaces de Geto, la provocación que quería lograr para apartarlo… para tener algo de espacio.

Cualquier forma o ataque.

 

No es como si “no pudiera” o “no debiera” era más como “si simplemente no entendiera” que tenía que enojarse, al menos no de verdad.

Satoru se lanzaba, cuando agarró suficiente confianza para ser aceptado, a tomar del codo cuando se le ofrecía la mano, y Suguru estallaba hecho una furia sonrojada cuando las manos de Gojo caían en zonas peligrosas, pero Suguru, un chico de campo con mente estrecha, ni siquiera él, fue capaz de contener lo que significaba un ser poderoso y magnánimo que parecía encontrar todo irrelevante y curioso.

Incluso cuando Suguru estampó sus puños por primera vez, cuando Geto pudo haber tomado el puesto como el primer abusador del seis ojos que le rompió la nariz tres veces consecutivas sin reprensiones.

Gojo simplemente apareció al día siguiente de todas ellas con un rostro fresco y de bebé que volvía a enroscarse y desconocer los límites del espacio privado.

 

Eso también.

La privacidad.

 

Parecía de verdad que no sabía lo que era el espacio personal.

Podía tolerar que se frotara en su hombro cuando pedía comida, con la esperanza que eso terminara cuando la comida finalizara también.

Pero Gojo genuinamente era ignorante sobre la interacción personal. Saltando sobre el regazo de Geto cuando regresaban volando a la escuela, frotando su cuerpo contra él cuando corría y se colgaba de su cuello al recibirlo…

O cuando Suguru aceptó contra su voluntad, su compañía por las tardes en su habitación.

 

Un día, simplemente Gojo estaba caminando detrás de él, acostumbrados ambos a su dinámica anormal, tarde se dio cuenta que Gojo ingresó con él a su habitación.

 

 

-       ¿Una película? – preguntó indeciso al verlo ya, tirado sobre su cama.

-       Huele a ti – gimió contra sus almohadas, frotándose en ellas y apachurrándolas emocionado.

 

Eso se  vio tan perturbador, que no pudo evitar sentirse embotado e ido cuando no debiera. Solo que simplemente, le faltaban las palabras para justificarse por qué, tenía que arrancarlo de su nuevo nido. Simplemente no podía respirar.

Entonces… Vieron una película en el reproductor DVD de él, acomodados en el único lugar que había en la habitación unipersonal.

La litera vieja.

Como un pulpo pegajoso, encontró a Gojo, frotando sus extremidades mientras hundía su nariz en la clavícula de Suguru y la olisqueaba sin vergüenza.

 

-       Oye… –intentó quejarse, protestar o algo…

-       Se… siente bien.- suspiró completamente satisfecho, ignorando la película del hulk que tenía un burro.

 

La peculiaridad de Gojo que nunca pudo superar, entonces.

Su insana pegajosidad, su desconocimiento total al espacio personal… su indiferencia ante los ataques y ofensas… su ignorancia y descuido hacia sus hábitos personales… hacia su salud.

 

Nunca podría acostumbrarse a esto, nunca replicaba o se quejaba.

Podía acostumbrarse a casi todo, salvo esto.

Incluso cuando fue llamado a misión cuando prometieron llevarlo a comer helados de sabores exóticos.

Nunca se oponía a nada.

Nunca hacía nada, nada más que… irritar a Geto.

 

 

 

Y así…

Cada día que podían volver a despertar juntos, que podían volver a verse y “tocarse”…

 

Así… Suguru descubrió el terrible secreto de Satoru, un día, la peculiaridad más perturbadora a la cual nunca podría llegar a acostumbrarse: él, genuinamente, no se creía humano.

 

Y muchas cosas cobraron sentido.

 

Por eso no se preocupaba ni una pizca por sí mismo.

Por eso no tenía emociones externas o quejas vacías.

Su sonrisa tan plástica y tatuada… combinaba con esa apariencia inhumana que siempre demostró, pero que nunca supo identificar.

“Cuándo lo descubrió” fue cuando comenzó a detestar esa maldita sonrisa.

 

Pero… se preguntó, ¿sino se creía humano? ¿Qué entonces creía que era?

 

Eso parecía no entrar en razón de él, entonces se decía ser un no humano, sin alimento ni descanso, pero si tenía la oportunidad de escaparse como una rata en la oscuridad a la ciudad, lo hacía, escondiendo sus dulces bajo las tablas de su habitación como un niño goloso.

Fingiendo los tres, que ninguno lo sabía.

 

 

¿Qué era divertido?

Que cuando intentaron comprarle algunos en sus paseos por la ciudad, para evitar que siguiera siendo atrapado por la barrera de Tengen al regresar, Satoru no aceptó ninguno. Pero recibió un caramelo desenvuelto de los dedos de Geto, pero no compró nada delante de ellos tampoco.

 

 

Y si alguno de ellos dos estaba en peligro…

Aquel “no humano” sin sentimientos…

 

 

 

Rescató a Shoko de otra misión suicida, sacándola por los pelos apenas, inteligentemente Shoko le pidió su número a Gojo y no dudó en llamarlo cuando un reptil de 20 metros intentó comérsela.

Y cuando su gran mordida se llevó parte del brazo derecho de Satoru, ella casi se desmayó del susto, sino fuera porque no había nadie más que pudiera regresarlo a la escuela mientras.

Por el contrario, él, solo atinó a acompañarla a la escuela y preguntarle reiteradas veces si se encontraba bien.

A Yaga le dio un ictus cuando fue informado que Satoru tomaría otra misión en ese estado.

 

>> “Ya crecerá” había dicho cuando lo atraparon saliendo de la barrera de Tengen. Despreocupado totalmente de  que luciera mortalmente pálido y estuviera sudando frío.

Si no fuera por la rápida reacción de Geto a su lado, Satoru podría haberse desmayado en algún callejón abandonado hasta desangrarse por completo.

Él simplemente no consideraba su propia vida más que como una existencia necesaria.

Simplemente porque jamás tuvo un pensamiento normal.

 

Solo siendosolo existiendo.

 

Pero aun así… “ese no humano” perseguía a Suguru, lo perseguía a todos lados.

Riendo o solo diciendo su nombre.

 

Habría que ser muy idiota para no darse cuenta de qué, eran esos ojos que le ponía cada vez que lo veía llegar.

Hasta un bastardo se daría cuenta.

 

 

 

Y si hubiera sido una persona normal… fácilmente, podría haberlo rechazado, apartarlo y ponerle unos buenos y sanos límites, hacerle dar cuenta que estaba malinterpretando todos sus comportamientos, hacerle entender “que eso” no era normal.

 

Pero un día, Suguru escuchó:

 

 

 

-        Si yo fuera humano…- y luego calló rápidamente, dejando a Geto pasmado a su lado.

 

Gojo se sacudió de golpe, Suguru había descubierto su escondite secreto en el techo, dónde Satoru pasaba la mayor cantidad de tiempo libre.

Geto lo encontró ahí, sentado muy quieto y mirando el cielo nocturno.

 

¿Qué haces? Preguntó, saltando de su raya voladora, preocupado de perderse la fiesta de los demás por estar buscando al idiota raro que siempre prefería esconderse en la oscuridad.

 

“Miro la barrera… creo que es… interesante”.

 

Y eso era todo lo que hacía… cuando no lo estaba persiguiendo.

Cuando Gojo volvió de la guerra, volvió a perseguirlo descaradamente, con sus extraños apegos e insana cercanía “otra vez”… pero siempre en menor medida. A veces aparecía en los desayunos, otras veces no.

A veces se quedaba a escuchar música con él en las mañanas en el salón, otras veces no.

A veces tocaba su puerta en las noches para ver una película, otras no.

 

Y en todas esas otras no… ese tipo, Satoru… simplemente subía a sentarse en los tejados a observar… ¿Una barrera invisible?

 

 

-        Si yo… fuera humano- suspiró entonces.

-        ¡¿Qué?!-Suguru le había preguntado qué haría en sus vacaciones… Yaga les había conseguido una semana a todos para el siguiente mes.

 

Y luego él dijo que nada.

Y en cambio, pidió a Suguru si podía contarle que haría en su lugar.

 

No le pidió ir con él o salir a algún sitio. Solo… solo hablar. Había esos momentos en que Gojo era tan… acojonantemente humilde… o insignificante consigo mismo. Ocurrió en algunas otras ocasiones cuando logró hablar con él en mitad de sus reuniones secretas en su cama con la excusa de ver una película.

 

Y Suguru tuvo que tragar en su garganta torcida, siempre.

Ya que, intentar hacerlo entrar en razón…

Era humanamente imposible.

 

Habló, habló sobre como iría a recorrer la ciudad y que irían a un Onsen con Shoko y los chicos de Kioto… le contó que había anguila asada que quería probar… le habló del festival de los cerezos y los bailes que quería ver en el santuario del Onobu…

Satoru comenzó a sonreír… a imaginar, con ese rostro risueño que solía poner cada vez que Suguru abría la boca…  a poner ese rostro dulce y tan humano cuando se perdía en la voz de Geto…

 

 

 

 

A mostrar otro rostro.

El verdadero color de Satoru.

Todas las palabras no dichas.

Satoru las tenía pintadas en la cara.

Y en medio de todo eso…

 

-         Si yo fuera humano…- susurró mirando con una de sus sonrisas al cielo.

 

Y Geto por fin comprendió como es que funcionaba los pensamientos de él.

 

-         ¿Qué dices?- lo retuvo antes de que huyera de nuevo y tuviera que adivinar su nuevo escondite- ¡Claro que eres humano hombre!- le dio un golpe suave en el hombro.- Aunque puede que te estés por convertir en un caramelo gigante si no dejas de comer tanto chocolate y dulces basuras.

-        Ahhh- rio divertido por la imagen infantil que seguramente estaba imaginando, riendo con los ojos cerrados y los dientes expuestos, muy distinto a esa sonrisa plástica que siempre ponía.- ¡Un algodón de azúcar azul! ¡Y mi técnica sería el infinito de insulina! ¡El arma diabética final!

 

Rio genuinamente divertido.

Poco a poco, con mucho esfuerzo… esas sonrisas eran cada vez más constantes.

 

-        Si- suspiró, tal vez no podría cambiar algo si le decía en su cara que no era un monstruo o… un arma, como todos lo llamaban, solo se conformó a reír con él. En hacerlo reir.

 

Ya se había resignado a no entender muy bien el sentido del humor del otro, solo reía porque su risa era contagiosa. Su risa destartalada y burbujeante que rara vez aparecía hasta dejarlo sin aire.

Entonces, acompañó su risa con la suya, hasta que ambos no tuvieron más que botar.

 

 

-       Bueno- suspiró y se puso de pie repentinamente.

-      ¿Dónde vas?- Satoru comenzó a alejarse de él, sin decir nada y luego volteó a verlo confuso. Como si el incomprendido y anómalo no fuera él, había que ver…

-      Ah…- miró en dirección de la fiesta que estaba comenzando allá abajo- Pensé en…

 

Se rascó la oreja, un gesto que parecía hacer cuando estaba nervioso.

Suguru entusiasmado adivinó y luego de eso… se animó.

Ambos tenían un punto fijo.

Y dijeron al mismo tiempo:

 

-      Ir a la ciudad.

-      ¿Quieres ir a la fiesta conmigo?

 

Satoru abrió los ojos de golpe.

Casi como si lo hubieran abofeteado físicamente.

 

 

 

Entonces, Suguru se había dado cuenta.

Geto lo sabía.

 

 

Y nunca intentó nada. Otra vez.

Tampoco le pidió su compañía nocturna en su caza de dulces nuevos. Pero eso no significaba que Geto se quedaría atrás. Le confesó que le gustaba escaparse a la ciudad algunas veces mientras corrían silenciosamente frente a las narices de Tengen cuando el sol no estaba;  y que pensó en que esa noche podría volver a  hacerlo, había escuchado que un festival se alzaba en esas fechas y estaba esperándolo con ansias.

 

“Entonces habrá dulces nuevos y cosas por ver”

 

Respondió satisfecho, imaginando las delicias nuevas y limitadas que podría descubrir, todavía era nuevo en Tokio, todavía tenía mucho por conocer.

 

-       “¡Que te diviertas en tu fiesta, Geto!”- lo despidió, aun sonriendo feliz, aun siendo tan ajeno a cualquiera y completamente desconocido en ser invitado por quien sea.

 

Nunca volvió a esa estúpida fiesta.

Por el contrario. Ahora Geto lo sabía.

Tuvo una cita nocturna con el seis ojos, caminaron por pasajes poco fiables, donde Satoru conocía a casi todo mundo.

 

Y vio el rostro emocionado del chico a su lado.

Riendo.

 

Riendo cuando se tomaron de las manos para no perderse, riendo cuando Suguru le regaló su primer peluche en una de esas máquinas de premios. Satoru a cambió le consiguió una caja con los mejores dulces, según su apreciación, de té verde con sal de ajos.

 

 

-          “Siempre pienso en ti cuando los veo”- sonrió con los ojos entrecerrados y la lengua presionando detrás de sus dientes frontales.

>> “Piensas en mi…”

Había dicho.

 

Suguru lo arrastró a un puesto de oden, obligándolo a acompañarlo, obligándolo a probar algo nuevo.

 

-        ¡No te vas a arrepentir!- le dijo, esperando su plato extra de soba para compartir.

-        Sí- Satoru no era exquisito al comer, comía todo lo que pusieran delante.

 

Otra cosa es que le gustara.

 

-       ¡¿Y qué tal?!- preguntó, expectante, emocionado por poder compartir sus propios platillos, o simplemente emocionado por ver un poco más ese lado humano, enterrado bajo tantas capas de mentiras.

 

Fue otra primera vez.

Cuando vio los ojos de hielo derretirse.

 

-        Son tan suaves como tú- le mostró toda esa hilera de dientes bonitos, tomando hasta el último trago de caldo tibio y limpiando todos los fideos oscuros de un solo bocado.

 

>> “Suaves… como yo”.

-        Pero tienes gustos de anciano.- se burló, tomando su mano inconscientemente, arrastrándose a su lado casi de manera natural.- No me equivoqué al observarte.

 

>> “Me observas, siempre me observas”

 

Vieron los fuegos artificiales, disfrutaron del show de arlequines extranjeros y bailarines exóticos. Con Satoru saliendo a bailar entusiasmado, agitando sus caderas algo torpe y luego imitando cada movimiento de la artista callejera con mucha precisión.

 

-         ¡¿Me viste Geto?! ¡¿Viste como bailé para ti?!

>> “Te vi, te vi… bailándome, solo a mí”

 

Porque sí…

Era demasiado obvio.

Hasta un bastardo se habría dado cuenta.

 

 

 

Semanas después, cuando volvió de sus vacaciones en Osaka, Satoru estuvo ahí para recibirlo,  titubeando con sus manos huesudas nerviosas.

Suguru, en medio de esa noche especial, había adquirido la habilidad de leer los pensamientos de Gojo, por muy poco que fuera, “eso era algo útil”  así fue él quien dio el primer paso.

Siempre sería él quien decidiera el primer paso.

 

Abrió los brazos y lo invitó.

 

Solo tomó un parpadeo, para tenerlo colgado de su cuello, frotándose como un perro faldero,  o un perro abandonado… No iba a decir eso, duró apenas un momento, un momento íntimo de ambos cuerpos apretados dónde podía escuchar cómo se deshacía en suspiros pequeños y agudos. Para alejarse deprimido y despedirse con prometerle recuerdos de Tailandia, completamente ocupado y utilizando sus propias vacaciones para continuar trabajando.

Yaga le confesó algo preocupado, como Satoru no había parado, aun teniendo el tiempo para hacerlo.

 

>> “Un arma bien entrenada”

Es lo que era.

>> “Si yo fuera humano”

Es la frase que no abandonó su mente.

 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

Y ahora, viéndolo dormir sobre escombros y sabiendo que ese sujeto continuaría exorcizando hasta morir…

Sintió una furia inexplicable.

15 de Febrero del 2013

10:00 am. Sendai.

 

 

-       ¡¿Por qué lo haces?!

 

Rugió.

Explotó de una  ira desmesurada, dirigida y a la vez no, a ese mismo estúpido.

 

Pero sabía que era como estrellarse contra una pared, él nunca entendería, él nunca haría nada. Su furia aumentó al saber que era impotente contra tantos años de mentiras.

 

-       ¿No es mejor terminar rápido?- sonrió, otra vez, con esa maldita sonrisa.- ¿No es mejor así?

 

Otra vez… retrocediendo.

Otra vez con esa versión comprimida y manejable que concedería todo y soportaría todo.

 

Y su ropa sucia y el cabello pegajoso.

Su rostro pálido y sus extremidades laxas.

Y su respiración entrecortada, y su energía menguante.

 

>> “Si yo fuera humano”.

 

¿Acaso alguna vez lo trataron como uno?

Suguru tenía que detener las terribles ganas de llorar, Satoru no iba a entenderlo, Satoru no iba a aceptarlo, pensaría que estaba haciendo algo mal. Satoru nunca lo había entendido, incluso cuando fueron amantes, sabiendo que todo era mentira… él simplemente obedeció porque “era lo que tenía que ser”.

Satoru aceptó el amor falso de Geto… como un premio de resignación.

¡Cómo un maldito premio consuelo!

 

Y probablemente estaba ya confundido, pensando en qué decir o cómo comportarse ahora, después de todo lo que había pasado…

Seguramente siendo exageradamente amable y amistoso.

 

Porque ahora lo sabe,  y nadie puede conocerlo mejor que él,  esos recuerdos enterrados en el olvido, han regresado y sabe que es lo cierto. Porque conoce a este muñeco y sabe dónde tocar para hacerlo bailar.

 

 

 

 

 

Suguru ha recuperado sus recuerdos, todos.

 

Y ese muñeco incansable, hará y hará lo que sea, avanzará hacia adelante sin contemplaciones. Solo porque se le enseñó que debe hacerlo.

 

No podía con todo.

Era demasiado.

 

Porque…

Suguru…

Ahora recordaba todo.

Y…

Comenzó a sentirse.

Culpable

Tan malditamente culpable.

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

Había esas excepciones en la vida, que Suguru sabía que existían, pero que nunca las verbalizó en voz alta.

 

Ya eran pasadas la media noche, otra vez.

Y la habitación contigua a la suya continuaba vacía y en silencio.

 

Suguru llegó al hotel de nuevo, se dio un largo y tendido baño caliente, mientras deshacía los nodos en sus músculos sobreexpuestos, fueron dos días de golpes y bocados sosos, denle un respiro. Comenzó masajeándose para liberar la carga y luego, al final, optar por cenar un buen puñado de analgésicos y relajantes musculares de buena calidad.

Con el sabor amargo en la boca aún, se dejó llevar por el sueño inducido a la espera despierta en general.

 

Por tal motivo, despertó desorientado a mitad de una noche oscura. Y sus labios buscaron un Satoru antes de volver completamente en sí.

Todavía con ese sueño agridulce en su memoria, con el dulce Satoru, el inocente niño que había estado enamorado de él sin darse cuenta nunca. Con esas sonrisas perdidas, con esos pequeños momentos de anhelo que pasó por alto…

Que ambos pasaron por alto.

 

Es idiota.

Somos idiotas.

 

 

 

 

>> “No es real”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Que gran y absurda mierda.

Es tan real como sus enormes huevos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-         ¿Satoru?- preguntó aun sabiendo que él no estaría ahí, sabiendo que Satoru tenía miedo de estar ahí… solo que aun sin entender… “por qué”, había una pared de por medio que los separaría aun estando tan cerca.

Pero tampoco encontró los rastros de la energía maldita de Satoru en la otra habitación, una que continuaba vacía.

 

>> “¿Dónde estás?”

Su mente se agitó al instante, su adormecido lado protector que fue domesticado por su ajeno lado posesivo, saltó perturbado, decidiéndose a abrir su privacidad y verificar que no hubiera nadie ahí.

 

>> “Podría haberte pasado algo ¿No quedamos en volver a vernos aquí?”

Está incomunicado, el idiota no tiene un teléfono en mano.

 

 

Y es gracias a él.

Que complicado todo.

 

Suguru era habilidoso, romper una cerradura y dejarla intacta después, era algo sencillo para él. Ingresó a la habitación de Gojo con maestría delincuencial, notando de golpe la humedad encerrada en cuatro paredes. Avistando rápidamente que él estuvo aquí antes, denotando fácilmente todos los pasos que pudo haber dado en su habitación al intentar tomar un baño y cambiarse de ropa.

Podía ver el montículo de ropa sucia de Gojo a un costado de la cama.

 

>> “Él vino” se preguntó confundido… la ropa estaba completamente seca y podrida, la humedad era fría y mohosa… aparentemente, se deducía que podrían haber pasado un buen puñado de horas antes de que incluso, Suguru llegara.

Lo que significaba que salió de nuevo, salió a…

 

 

 

-           Mierda, este idiota- rugió al tomar la lista de maldiciones y expedientes en la mesa.

 

Aunque el colegio les brindaba siempre los reportes perfectamente detallados a ambos, la mala costumbre de Gojo en dejar abandonados a su suerte estos dichos papeles, todavía no había cambiado.

Faltaba toda la sección de Sendai.

 

>> “¡No, no lo hizo!”

Rugió, tomando su oni y saliendo disparado por la terraza en su búsqueda.

 

 

Su búsqueda no fue muy complicada, con su propio archivo y sorteando a las últimas antes que las primeras, lo encontró ahí, en la décima maldición ubicada en la zona céntrica con un velo mal puesto, puesto apurado e inconsistente.

 

 

 

Lo vio de inmediato.

 

 

Podía ver los rayos azules de Satoru en el aire.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo ama.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y ya no podía negarlo, tenía que aceptarlo.

Así como había aceptado sus celos posesivos hacia él.

Lo amaba, lo amaba cuando era así de estúpido y descuidado consigo mismo… lo amaba.

Y lo había amado tanto tiempo… tanto que Shoko tuvo que descubrirlo y amenazarlo.

 

 

 

 

Lo amaba.

Es verdad.

Pero…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Había algo que estuvo atorado en su garganta y obligándose a no decirlo nunca en voz alta. Porque si lo dijera, era admitir que era cierto.

 

Pero si solo lo escondía y solo admitía que lo amaba…

 

Podría confundirlo con preocupación genuina y honesta.

Pero ya no puede ocultarlo, no puede esconderlo y debe ser honesto consigo mismo

 

 

 

 

O va a explotar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-         Es… increíble.- susurró, viéndolo flotar en el aire y ondular sobre el velo, la imagen brillante de Satoru expuesta, envuelta en ondas rojas y azules que atravesaban sus ojos desenfocados en una electricidad mal sana por dentro, era jodidamente inquietante como esto lo hacía sentir.

 

 

 

Satoru y él… siempre fueron especiales.

Debe decirlo, una sola vez.

 

Marcando una diferencia entre ellos y el resto.

Marcando una línea entre ellos y el resto.

 

Siendo únicos y compañeros al mismo tiempo.

Haciendo soportable los días que se convirtieron en semanas que pasaron separados por los demás. Haciendo tolerable la masacre y el dolor silencioso que todos soportaban pero que nadie hacia nada por terminar.

 

Marcándose como únicos y propios del otro, contra el resto absurdo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Hasta que un día Satoru dejó atrás a Suguru.

Sin mirar de regreso.

Tiene que aceptar y dejarlo ir.

 

 

 

 

 

 

 

 

>> “No puedo seguir negándolo”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Yo...

 

 

 

 

 

 

 

 

>> "Lo amo, lo adoro ."

Pero no puede amarlo…

No así…

Él no se lo merece.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Suguru tragó esa bola agridulce en su pecho, aceptándolo y resoplando vencido.

Porque… mira, mira a los cielos.

¿Qué es lo que puedes ver ahí?

 

Allá en los cielos, Satoru destellaba purpúreamente y rugía emocionado como aquel Tengu desaparecido, aclamando sobre su presa debilucha con euforia desenfrenada.

Allá ¿Puedes verlo? Se encuentra un Dios incompleto que comienza a construirse, un Dios que es indiferente a las emociones humanas.

Puede sentirlas, pero no puede comprometerse, puede experimentarlas pero también desestimarlas. Puede hacer lo que quiera y aun así no sentir culpa.

 

 

 

 

 

 

 

Un Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y Geto ardía de envidia pura sin diluir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No puede más, debe aceptarlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

>> “Quisiera ser como él… de nuevo”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo envidia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Era esa división entre sus sentimientos sinceros hacia Gojo y su resentimiento malsano hacia el mismo sujeto.

Era ese sentimiento amargo, incomprensible, esa sombra que se anteponía, cada vez que quería mirar al cielo brillante, la sombra de las montañas lo eclipsaban.

 

 

 

Siempre habría alguien por delante de él.

 

 

Sus alumnos lo miraron como si él fuera un Dios. Sus alumnos lo hicieron sentir un poco mejor, recompusieron partes ocultas e inconclusas que ni siquiera él tuvo en cuenta.

 

Hasta que conocieron a Gojo, ahora esa mirada ya no iba dirigida hacia él, ahora se acercaban a él para preguntar por él… por él y solo por él…

 

Puede culpar de todo a esa maldita cosa pegajosa que destruyó la vida que pudo tener… o tal vez no, a lado de Satoru…

Puede ser que hubiera olvidado “ese” pegajoso propio que tuvo a su lado, envolviéndolo y ablandando su corazón lentamente…

Pero también… sabe la respuesta.

 

 

 

 

Ahora que puede ver hacia atrás…

 

Si no hubiera existido esa maldición entre ellos, quién sabe cómo hubieran terminado.

 

 

 

 

 

 

Sabe la respuesta.

Solo que aún no puede aceptarlo.

Todavía no puede aceptar eso.

 

 

 

 

 

Porque es un maldito cobarde.

Porque todavía odia con toda su alma a esos monos debiluchos y fracasados. Todavía odia este maldito sistema de muerte.

Todavía odia no ser tan insensible como Satoru, todavía es un maldito envidioso egoísta que no puede dejar de compararse con alguien quien nunca podrá ser.

 

 

 

 

 

 

Eso

 

 

 

 

Era ese muro infranqueable que lo separaría de Satoru para siempre.

 

Por mucho que lo amara.

 

 

 

 

 

 

 

 

-        Ahhhh ¡WOOO! - aulló feliz, cuando la maldición explotó y se carbonizó en el aire con su último tiro de gracia.

 

Satoru descendió al suelo con delicadeza y tranquilidad.

Respirando agotado como si acabara de regresar de un partido amistoso o un día en la playa.

 

-       ¡Bien!- aplaudió... Suguru había notado hacía mucho tiempo que Gojo hablaba mucho a solas, casi como… como si fuera algo normal, divertido y entretenido de hacer.

 

 

Y ver que continuaba haciéndolo aun de grande… le provocó una punzada de tristeza.

Una vez se lo cuestionó ¿Con que fin lo hacía?

Pero Satoru lo ignoró, lo convenció de ser una casualidad.

 

 

15 de Febrero del 2013

10:54 am. Sendai.

 

 

-       Y con esa son diez- se acomodó la mata de cabello que tenía solo en la parte superior de su cabeza- Todavía me queda algunas horas antes… ¿tal vez podría ir por algunas más?- asintió seguro- sí, es lo mejor, tengo tan buenas ideas.

 

Antes, pensaba que lo hacía a propósito, porque quizá, habría descubierto a Suguru espiando, pero ahora que lo conocía un poquito más… podía estar seguro que…

 

-       ¡Voy a comprar todo el kikufuku! ¡Voy a agotarlo hasta que todos olviden que una vez existió!

 

Sonrió, viéndolo reír él solo.

 

 

 

Ese… ese era el verdadero Satoru.

 

 

 

 

 

Un ser solitario que no esperaba nada de nadie y hablaba a la nada porque nadie quería escucharlo. Un ser que podía contarse chistes solo y divertirse a lo grande sin nadie acompañándolo.

No puede ser compadecido, cuando él mismo no lo hace, no puede ser conmovedor, cuando él mismo aúlla salvajemente divertido y salta dulcemente emocionado sobre escombros y cadáveres putrefactos.

Satoru solo estaba siendo ligero y casi tierno, para sí. Hasta que no lo era, hasta   que alguien se acercaba y se envolvía en capas profundas que incapacitaban ver en su interior.

 

Cuando descubría cosas así… odiaba como esto le hacía sentir superior, como si lamentara pero le divirtiera al mismo tiempo el ser tan patético que había detrás del Dios  todo poderoso.

Y eso era la otra cara del muro infranqueable que no podía dejar de atravesar.

 

Porque entonces la envidia que lo carcomía, se agriaba con la bilis no expulsada que roía en sus muelas.

 

Satoru siempre fue raro.

Pero raro a niveles que enloquecían a las personas.

Una rareza casi inexplicable que le hacían a veces desear poder meterse dentro de ese cráneo maltratado más de una vez para lobotomizarlo y decirle en su cara “mira, no es así como funciona el mundo niño estúpido”.

 

Pero también quería poder decirle “No estás solo niño, me reiré de tus chistes”.

Tal vez por eso siempre se encontraba riendo con él.

 

 

Por eso bordea ese muro infranqueable y se da de golpe de lleno con sus propias manos, porque no puede entenderse así mismo.

Empuja y no puede derrumbarlo, pero todavía salta para ver hacia el otro lado.

 

Y la envidia malsana se siente tan suave cuando esos ojos lo miran contemplativamente.

 

 

 

 

 

15 de Febrero del 2013

11:00 am. Sendai.

 

 

-         Y así ¡Podremos volver temprano!- aplaudió emocionado en un pie.- ¡Que genial soy!

-        Satoru Gojo.- rugió, volviendo a encender las llamas en su interior.

 

Satoru se congeló en su sitio, dando la vuelta cómicamente con las manos en la masa.

 

 

Había algo más, algo que Gojo había estado olvidándose a propósito.

Ahí, con los ojos indignados de Geto.

Debió subestimar mucho su buena suerte repentina.

 

-       ¿Qué demonios?- siseo, descendiendo de su maldición, guardándola como un pokemón muy increíble y cruzando sus brazos frente a su pecho robusto.- ¿Significa esto?

-       Geto…

 

Gojo se congeló como si hubiera sido atrapado como un delincuente, con los ojos enrojecidos y varicosos, con la ropa sucia y raída.

Geto miró su apariencia despreocupada ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué el apuro? ¿Acaso era un complejo de Dios? ¿Lo subestimaba? ¿Creía que Geto no sería capaz de hacer bien su trabajo?

 

-         Geto, yo, creí que de esta ma… manera podríamos terminar antes… solo.

Bajó la cabeza.

 

Y ahí estaba.

La razón real de la infinita “gracia y bondad” de Gojo ante los demás.

Estaba tan apurado por volver…

¿Por qué quería volver tan rápido?

 

 

>> “Es por esa persona”

Suguru no aguantó más. Explotó tan rápido como podría hacerlo una bombilla de cristal.

 

 

 

 

-       ¡Me importa una mierda si quieres volver antes! ¡El trabajo lleva un esquema para ser realizado de esa manera! ¡¿QUIÉN TE DIJO QUE NECESITABA TU AYUDA!

 

Retrocedió un par de pasos como si los gritos pudieran dolerle, como si Geto estuviera golpeándolo con los puños.

 

-       ¿Qué?- chilló patéticamente.

 

 

 

Soltó débil, con el labio inferior temblando, con un rostro infantil, como un niño siendo castigado por portarse bien.

¿Eso si quiera era posible?

 

 

 

 

 

>> “Es injusto”

 

Pensaron ambos.

 

Injusto para los dos, Geto se sentía muy desesperado porque no había maldita forma de hablar con alguien como él de manera seria.

Y Satoru se sentía asustado y algo herido,  intentó  hacer algo bien para aligerar las cosas con él, intentando ofrecer la bandera blanca de esa forma sutil para que Suguru tuviera tiempo de regresar con sus niñas o lo que sea…

Encima, Geto, vio las manos destrozadas de Satoru, con las uñas partidas o algunas arrancadas desde raíz.

 

>> “¿Entonces qué?”

 

Sopesó el aire que traía el día  nuevo.

Y pensó en rendirse y no hacer nada.

 

>> “Seguir la corriente a Gojo”

 

Entonces Gojo volvería a hacer lo mismo, regresaría al hotel y robaría otra parte del trabajo de Geto para “Intentar acabar rápido” para llegar a celebrar esa fecha con… con, con… ¡Ah!

 

 

-        ¡MALDITA SEA!- rugió enloquecido por los celos envidiosos.

 

Y siendo sinceros, ni él estaba seguro a quien iban dirigidos.

Lo ama, lo adora, lo envidia y lo cela… bien, bien… podrían encerrarlo.

“No puede controlarse” está siendo completamente ridículo y es miserable por ello. Está siendo volátil, exteriorizándose y burlándose cuando puede verse tan patético.  ¿Por qué no puede dejarse una última gota de dignidad?

Pues.

¿No dicen que el amor es fuera de razones?

Y quizá el irracional y estúpido fuera él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

15 de Febrero del 2013

11:49 am. Sendai.

 

En ese instante.

 

Frente a la confusión de Satoru, ante su impotencia de siempre sentirse perdido y la desesperación de no poder físicamente poner en palabras sus verdaderos pensamientos para no terminar siempre en el barro por culpa de los agudos comentarios de Suguru que dolerían eternamente.

 

Su alma dio un aullido.

 

Tal como era.

Era un quiebre, un sollozo que retorció su mente y quemó sobre su razón. Su espíritu se bloqueó, sus piernas se tambalearon mientras se concentraba en no desplomarse.

Era un grito, un araño que escarbaba en su espíritu y le ardía sobre los sentidos embotados. Su cuerpo se detuvo, sus palabras se atascaron mientras luchaba en entender y manejar la marea de terror que invadió su sistema.

Porque… esto, ese castañeo helado en sus huesos, esta terrorífica sensación era miedo.

Un miedo absoluto que tenía nombre y apellido.

Era la tercera vez en su vida que sentía tal sentimiento.

 

 

-        No…- jadeó mirando hacia un lugar lejos de la vieja zona residencial, lejos de los ojos curiosos y resentidos de él.- No, no es…

 

 

Un hiper foco que giró sobre sí mismo en viajes circulares y vorágines, viajando sobre una imposible fuerza imaginaria que atravesó la materia real, rompiendo los esquemas y escudriñando sobre la privacidad ajena.

Hasta que logró encontrar su propio lugar seguro, su propio hogar, su propia familia.

 

 

 

 

 

 

>> “Megumi”

 

 

 

 

 

 

15 de Febrero del 2013

12:00 pm. Sendai.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Hey!

Es noche de amor, noche de paz.

 

Entonces, como regalo de Navidad ¡Suguru al fin lo acepta!

Ahora es momento de que ambos decidan qué es lo más importante para ellos.

¡En el próximo capítulo! ¡Por fin se viene el genocidio!

Ho, ho, ho.

 

¡Gracias por leer! <3