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—¡Que viva la Dama de Fuego! —los perezocitos se arrodillaron e inclinaron hasta pegar las narices con el suelo, reverenciando a la perezosa.
El tigre dientes de sable veía con gran asombro la cantidad de perezosos reunidos ante ellos. De inmediato, recordó la historia que contó su amiga esa noche. No le había creído. Nadie podría hacerlo.
La perezosa tomó valor y dejó el resguardo detrás de su amigo. Dio un paso al frente para saludar a todos. Igual que esa noche, toda la tribu la imitó. Intercambió miradas con el tigre, sin saber cómo expresar aquello. Se veía tan confundido como ella.
—Nuestra Dama evitó la inundación. Venga con nosotros, Oh, poderosa Señora de las Flamas.
Como si aquello no pudiera ser más raro, los pequeños pedían a Sid que se uniera a ellos como su guía espiritual o alguna cosa así. Pese a lo absurdo que sonaba, para Diego no pasó desapercibida la gravedad en la propuesta. Ni el interés que despertaba en su amiga.
No iba a permitirlo. -¡Guau! No tan rápido, no tan rápido. Bien. Son muy generosos con su oferta, pero la Dama de Fuego ya tiene compromisos previos.
Dio unos pasos al frente, captando la atención de los pequeños. Su intromisión asustó un poco a la perezosa, no sabía que haría. Él tampoco estaba seguro, iba pensando en la marcha. De lo único seguro es que no daría chance a que ella se fuera.
—Su manada la necesita. —escuchó a la perezosa jadear, provocando una risa que contuvo. —Es dulce y empalagosa, no saben cuanto. Ella es como una cosa chiclosa bastante pegajosa que nos mantiene a todos juntos. Así formó nuestra manada.
Buscó a su amiga, esperando tener su atención. Ella estaba sorprendida, con la boca y los ojos muy abiertos. No parecía asustada o desconfiada, lucía ansiosa por escuchar más. Eso le sirvió para continuar.
—Si se la llevan, nada sería igual. —movió la cabeza, corrigiendo lo último. —Nosotros no seríamos nada sin Sid.
La perezosa moqueó, conmovida por sus palabras. —¿Lo dices en serio?
Al borde del llanto, no resistió la tentación y se arrojó hacia su amigo, abrazándolo con fuerza sin llegar a lastimarlo. Se sintió feliz de saberse aceptada, querida por sus amigos. Ellos no querían que se fuera. Más que un sueño o un deseo, era una realidad y la iba a disfrutar.
—Sidney, estás bien. —Conmocionado y algo aturdido, tratado de apartarla con su pata. —El apapacho no es necesario.
Diego cómo observar el grupo de seguidores se abrazaba en parejas, imitando su gesto. No lo hacía sentir mejor. Tener tantos espectadores no le permitiría disfrutar el gesto que tenía la perezosa con él.
Resignado a que eso iba a tardar, rodeó con una pata la espalda de la perezosa como una manera de corresponderle. —Está bien, Sidney. Yo también te aprecio.
La hembra restregó su mejilla contra el cuello del depredador, disfrutando de la atención que recibía por su parte. Ignoraba la escena a su alrededor y la angustia creciente en el pecho de su tigre.
Como si aquello no fuera a terminar -o quizás lo hiciera de otra forma-, el par de mamuts y zarigüellas llegó hasta ellos, curiosos por la escena.
El tigre carraspeó en un intento de recuperar la postura. —No es lo que creen.
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Todos aprendieron la marcha en búsqueda de nuevas tierras para habitar. Gracias a la brecha formada entre los glaciares, ahora podía explorar el otro extremo sin tener que rodear o trepar.
Era un nuevo mundo por descubrir.
El tigre dientes de sable caminaba sobre la tierra firme, agradecido de ver menos charcos de agua que antes. Junto a él se encontró su amiga perezosa recolectando frutos entre sus patas, explicando a detalle sus funciones o beneficios.
—...y por eso no comemos de estas durante las noches de luna llena. —explicó. —Ante los ojos inexpertos, es complicado distinguirlas de las comunes.
— ¿Cuántos te comiste para aprender a diferenciarlas? —preguntó en broma.
—Menos de las que imaginas. —respondió con sencillez, mirando de reojo a su amigo. —Si tienes suerte, recibes la lección antes que la experiencia.
—¿Tuviste suerte?
—Ah, diría que la suficiente. Era pequeña para sufrir los efectos.
La expresión del tigre cambió al escuchar el relato. Había algo implícito en esa oración sobre la familia de la perezosa. Por lo poco que recuerda sus anécdotas, no quería que la conversación se tornara triste o pesada, acaban de salir de una mala situación para caer en otra.
Por suerte, alguien interrumpió su charla. Eran las zarigüeyas jugando entre sí, correteando alrededor del sendero.
—¡Oigan! Cuidado con esos arbustos, son hiedra venenosa.
Pareció que, en lugar de prevenir, Sidney había ayudado a los pequeños noctámbulos a empujarse mutuamente hacia la planta en una nueva contienda por superarse mutuamente. El resultado fue que cada uno sumergió una parte del cuerpo que empezó a irritarse sin control.
—¡Ellie! ¡Ellie, ayúdanos!
Los pequeños buscaban consuelo en su hermana, quien caminaba junto a su compañero varios metros atrás, conversando en privado.
—¡Ay, no! ¡No! No dejaré que me toquequen estando así. ¡Ya les dije que no se acerquen a la hiedra!
El alboroto se armó hasta la parte de atrás, para fortuna del par que iba adelante. Resulta que, sus amigos mamuts habían escogido permanecer juntos dentro de la manada, por fin, las zarigüeyas venían en el paquete. Eso funcionó bien para todos. En especial, para el tigre dientes de sable.
Diego no lo había considerado, pero al apoyar a Manny para que siguiera a Ellie, él quedaría junto a Sidney. Serían ellos dos haciendo largos viajes, recolectando bayas, pescando, cazando; las conversaciones nocturnas junto a la fogata serían más privadas, las siestas a la intemperie cambiarían a un refugio para prevención...
No sería preocupante si aquella hembra, amiga suya, le pusiera tenso cada vez que se quedaban solos. ¿Por qué se ponía tenso? Porque notaba lo mucho que se relajaba y se distraía estando a su lado. No era conveniente para un depredador, como era su caso.
Mientras Sidney hablaba y seguía recolectando -comiendo- bayas, Diego no prestó atención al desvío que tomaron. Tampoco se percató de la lejanía de las voces de sus amigos hasta que dejaron de escucharse. Ambos detuvieron la caminata al verso desorientados.
—Uy. —Comió lo último de las bayas que recolectó, lamiendo el jugo que chorreaba por sus garras. —No me percaté, lo siento.
—Descuida. —se sintió frustrado y apenado. —Yo debía estar atento y me distraje. Soy quien lo siente.
—Bueno, por ser la primera vez, estás perdonado. —bromeó, dándole una caricia sobre el lomo. El tigre la miró y una sonrisa apareció en su rostro. —¿Qué?
Apuntó a una parte con su garra. — Deberías limpiarte.
La perezosa jadeó, avergonzada. Lamió sus garras para humedecerlas y limpiar los lugares que señalaba el tigre sobre sí mismo. A mitad de su tarea, un ruido extraño captó su atención. Iba a comentarlo, pero su compañero se puso en alerta de inmediato. También lo había escuchado.
—Tal vez son Crash o Eddie jugando otra broma. —propuso, mirando a su alrededor.
—Si es uno de sus juegos, no responderé. —se dio la vuelta y regresó a su lado. —Ya te ves mejor.
A la perezosa le costó entenderlo. Pronto supo qué decía y sonriendo, halagada. —Gracias. Eres muy atento.
—No fue nada.
—Pero significa mucho. —reafirmó. —Así como lo que le dijiste a los de la tribu.
—¿Eran una tribu? —arqueó una ceja. Se relajó y movió la cabeza. —No fue nada, Sid. Somos manada y siempre hay que permanecer juntos.
—Aún así…significó mucho para mí.
Diego se obligó a dar la vuelta y avanzar. No podía mirar a la perezosa o se quedaría congelada, sin saber qué responderle. Tampoco se vería bien solo quedarse mirando.
—Hay que regresar con los demás. —apenas giró a verla cuando la llamó.
—Ay, les llevaré más moras. —dijo con calma, apurando el paso hasta él. —He visto colgar algunas en esa dirección.
Sidney entendió. Ella podía ver los gestos, leer entre líneas. No lo presionará, pero espera con ansias por el momento en el cual podrá abrazarlo libremente sin que el tigre se preocupe por algo o alguien más.
Sid sería paciente. Siempre lo ha sido.
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Al caer la noche, la manada abrió el punto para su campamento. Encendieron una fogata, recolectaron suficientes ramas para mantenerla tanto como fuera posible. Las noches se tornaban más frías conforme la luna bajaba.
Casi todos estaban listos para dormir. Salvo por cierta perezosa que no paraba de caminar alrededor de una gran roca.
— ¿Problemas para dormir? —preguntó con sarcasmo.
-No. Solo pensaba en algo. —se detuvo y miró al tigre. —Diego, nunca escuchas a los perezocitos, ¿verdad? Esa noche cuando me sacaron del campamento.
La expresión de su rostro denotaba asombro y extrañeza. Era obvio que no esperaba aquel interrogante.
Interpretando su silencio, continuó. —Está bien, yo tampoco pude escucharlos.
El tigre rodó los ojos. Eso no le sorprendió, su amiga tenía el sueño muy pesado. Por otro lado, él es de sueño ligero. Se supone que siempre estaba alerta. Esa noche debería haber podido notar la ausencia de Sid o la invasión a su lugar de descanso.
Pero no fue el caso. Tampoco captó olores extraños ni rastro alguno en el barro al amanecer.
—Esos chiquitines hijos sigilosos. Admito que hacen honor a nuestra especie. —se apoyó en la roca, colocando su brazo para recargar su cabeza. —Apuesto que podrían recorrer largas distancias y no dejar el mínimo rastro. Igual que mis padres.
—¿Crees que te siguió desde antes de esa noche? —ignoró el último comentario, enfocándose en el asunto real. —Suena a que te hubieran acechado.
—No escuché que un perezoso lastime a otro con toda la intención de herir. Además, esa no era su intención.
¿Y cuál era? Recuerdo que dijiste que trataron de lanzarte a una fosa de lava ardiente. —frunció el ceño. Su semblante tranquilo había cambiado, ahora se veía irritado.
—Pensaban que con un sacrificio el agua dejaría de subir. —comentó con simpleza, encogiéndose de hombros. —No eran tan avanzados, supongo.
—No estaban ni cerca de ser evolucionados. —Se colocó en pie, acercándose. —Pensar que lanzar a una perezosa a la lava detendría la inundación… ¡Bah! Hay cada loco cuando se presenta una nueva amenaza de la naturaleza.
—Diego…
—Lograste escapar de eso con suerte. —la miró fijamente. —Pensaste en lo que hubiera pasado si no lo hacías? Ellos te lanzan, ven que el agua continuaba subiendo… ¿y qué más? ¿Habrían venido por nosotros? ¿Habrían lanzado a los suyos?
El tigre caminaba de un lado a otro, notablemente molesto a cada palabra que decía. La perezosa no podía opinar entre la sorpresa y la contemplación de los hechos.
—Me sorprende que hayan sobrevivido a las inundaciones.
—Oye, no tienes que…
—He conocido sujetos raros, otros locos y algunos desquiciados. Esa tribu son los chiflados más peculiares que he visto y ni siquiera fue por mucho tiempo. Tan solo bastó escuchando una de sus hazañas.
La perezosa se impresionó por la dura forma de hablar del tigre. No esperaba una reacción así cuando tocó el tema. Se veía enojado, amenazante; no paraba de moverse de un lado a otro. A Sidney le pareció que estaba preocupado, tenso, temeroso.
Diego tomó un momento para controlar su mal humor, notando que esa arrepentida explosión no tenía sentido. A esas alturas, lo ocurrido no tenía arreglo. Ellos estaban vivos y debían agradecer.
Volvió a sentarse, manteniendo la cabeza gacha. Estaba abierto. —Lo siento. ¿Qué querías decirme de los perezocitos?
Sid se acercó hasta él y tomó lugar a su lado. —Iba a preguntar si crees que podrían regresar.
—¿Para qué?
—No estoy segura.
—Piensas que todavía querrían que te unieras a ellos? Ya les dijiste que no. Me parece que te tienen algo de respeto para escucharte.
—Sí… solo que no dije que no.
Levantó la cabeza, confundida. —¿Qué?
—No les dije nada. Escucharon tu discurso y yo te abracé. Luego ellos se abrazaron y nosotros nos fuimos. No vimos si nos seguían o se marchaban ¿recuerdas?
Aunque suene absurdo, esos tipos no eran serios. Diego intuía que podría haber algo de razón o verdad en lo que decía Sid.
El sonido de las hojas llamó su atención. Frente a ello había un arbusto que se agitaba ligeramente. No sentían la brisa, así que otra cosa debía moverlo. Se acercaron para averiguarlo.
El arbusto se sacudió de nuevo y cayó una bellota. Un segundo después, surgió una ardilla.
—Oye, me resulta familiar. —comentó la perezosa.
La ardilla miró a los extraños, cohibida. Al mirar al suelo, vio su bellota. De inmediato, saltó sobre ella y salió corriendo hacia otra parte, dejando atrás al par de animales grandes.
—Quizás no le pareciste conocida. —se dio la vuelta, suspirando. —Ven, Sid. Olvidemos el tema.
—¿Crees que exageras?
—No, no es eso. Lo mejor sería ya no recordarlo. Ambos acordamos que no te irías y eso es todo el asunto. Lo demás no importa.
La perezosa quedó callada. Meditó sobre aquellas palabras y los gestos del tigre. Se notaba cansado. Sea por el sueño o la conversación, quería terminar con eso.
—Tienes razón. Elegimos esto, ellos deberían entender. —regresó a la roca y se subió, quedando de lado para mirar al dientes de sable. —Buenas noches, Diego.
—Descansa, Sid.
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Sus orejas se movieron. Ahí estaba de nuevo. Había escuchado ese ruido en el bosque, estaba seguro. Se convenció de que no se trataría de nada, que estarían bien conforme siguieran andando.
Parece que se equivocó.
—¿Sid? —se levantó, caminando hacia la roca. Ella no estaba. —¿Sidney?
Comenzó a olfatear. Todos sus amigos estaban ahí, solo faltaba la perezosa. Debido a que la fogata se había extinguido, no había mucha luz en la zona. Olfateó el último lugar donde vio a la perezosa, siguiendo ese rastro hacia el bosque.
De pronto, recordó la conversación. —Espero que camine dormida.
El depredador se interna en el bosque. Siguió de cerca el aroma de su amiga, llegando a un claro iluminado por la luz de la luna. Ahí estaba la perezosa, salvo que no estaba sola.
—No es cierto. —susurró.
Sid estaba rodeada de los perezocitos, quienes lograron mantenerla en el centro. Apenas se escuchaban los murmullos entre ellos, y los ojos no se apartaban de ella ni un segundo. Eso no le gustaba para nada al tigre.
De repente, uno de los pequeños notó la presencia del depredador, avisando al resto. Todos los ojitos saltones fueron hacia él, incluyendo los de la perezosa.
—¿Diego? —achicó los ojos, intentando ver entre las sombras. —Oh, vaya. ¿Acaso te desperté?
—No, descuídate. Desperté por mí mismo. —dejó su escondite y se expuso al resto. —Puedo preguntar qué están haciendo o cómo llegaron?
—Ah, sí. Parece que me encontraron. —hizo una mueca, intentando sonreír. —Me trajeron aquí. Creo que quiero mostrarme algo.
—Así veo. —dio un paso al frente, en seguida, los perezocitos tomaron asiento en el suelo y dejaron un espacio para que el tigre pudiera acercarse. Eso le asustó. —De acuerdo. Sidney, es tarde, debemos volver.
—¡Esperad! —llamó una tercera voz. Entre los pequeños, su líder se presentó y se levantó. —Por favor, esto es importante. Les pido que se queden un momento para mostrarles.
Diego la miró con cautela. La perezosa sostenía dos piedras filosas entre sus garras, y sobre sus brazos colgaban algunas lianas. Recordaba perfectamente la historia de su amiga.
— ¿Qué van a mostrar? —Su tono fue la advertencia, provocando una exclamación colectiva.
Pero el líder no se inmutaba. Se acercó al tigre y extendió una pata. —Venido, por favor.
A Diego no le termina por convencer el asunto, pero no ve otra forma de acercarse a Sidney sin que los chiquitos intenten algo extraño para detenerlo o alejarla. Sería prudente acercarse.
La perezocita caminó junto al dientes de sable hasta la perezosa más alta. Al llegar, la pequeña la saludó con una reverencia a Sidney y repitió las palabras de cuando se conocieron.
—La Dama de Fuego. —ofreció las piedras que sujetaba. Todos inclinaron un poco la cabeza, imitando el saludo.
Diego notó la pequeña fogata formada a los pies de su amiga. No había notado aquello, y por el gesto de ella parecía que tampoco lo hizo. Gruñó, captando la atención del resto.
—Suplico paciencia, pronto entenderán. —intervino su líder, apaciguando al par. —Adelante.
Sidney le dio una mirada a Diego, no estaba segura de nada. Tras un breve debate interno, se animó a participar. Quizás regrese pronto a dormir.
Golpeó las piedras hasta generar la chispa que saltó. La fogata ardió enseguida, propagándose por un camino oculto entre la multitud hacia un pequeño altar de piedra improvisado a unos metros de distancia. La figura familiar de Sidney brillaba al lado de otra figura que asemeja la cabeza del depredador de pelaje claro.
—Uhhh —corearon los perezocitos, impresionados de su propia obra y la habilidad de su hermana. —La Dama de Fuego.
—¿Esto tiene algún propósito? Sospecho que algo nos puede pasar. —le susurró a su amiga, intentando no alertar a los demás.
Los perezocitos se levantaron, retrocedieron tres pasos y volvieron a inclinarse, pegando las cabezas contra el suelo mientras extendían las patas.
—Wow, eso es realmente bello. —dijo a sus hermanos. —Y… ¿eso es todo, amigos?
El líder de los perezocitos se levantó, extendió los brazos y comenzó a decir —Claro que no, Dama Nuestra, apenas hemos comenzado.
—¿Qué?
—¡Oíd hermanos! Nuestra Dama brilla por sí misma y comparte su luz con otros, sin importar su identidad. —giró y señaló al dientes de sable. —Aquí ante ustedes, ella escogió a un protector.
El tigre abrió los ojos, pasmado. ¿Había entendido mal o lo estaban metiendo en ese embrollo?
El grupo permaneció de rodillas, alzaron la cabeza y corearon con suave voz “Salve, su protector” dando una mirada al depredador felino.
Entre los presentes, dos perezocitos se levantaron. En sus manos llevaban dos coronas de flores y espinas que otorgaron a su líder, hicieron una reverencia y regresaron a sus lugares. Ella recibió los obsequios y los presentó a ambos.
—Eh… que lindos. —mostró una pequeña sonrisa para agradarles. De repente, los arreglos fueron colocados en la cabeza de cada uno. —Vaya, que gentiles.
Diego intentó quitárselo, pero el líder le daba un suave golpe a su pata cada vez. — ¿Qué es esto?
—Parece que hay regalos.
—¿Con qué fin?
Sidney iba a tratar de explicarlo, cuando la pequeña se adelantó. Tomó una de sus patas y acomodó la palma abierta hacia arriba. Luego, agarró la pata de Diego y la colocó encima.
Aquel gesto había inquietado a los animales. Con disimulo, quisieron retirar el toque, pero la pequeña los sujetó. Habían regresado los pequeños de las coronas.
—Chicos, les agradecemos estos recuerdos, pero…
—Permítanos. —pidió el líder.
En silencio, los otros dos perezocitos tomaron las lianas y rodearon sus patas para mantener las juntas. Dejaron el resto de la liana colgando y colocaron encima de aquellas piedras que sirvieron para la fogata. El líder se colocó frente a ellos, sosteniendo en conjunto todas esas piezas y comenzó a cantar en voz baja. El resto hizo coro.
Sidney observó con detalle la dedicación sobre los gestos, embelesada. Diego mantenía la misma expresión confusa y disgustada del inicio. Ese drama lo estaba cansando realmente.
—Sidney-
—Shhh.
— ¿Eh? —se sorprendió de ver que a su amiga no parecía molestarle el asunto. —Sabes algo, ¿no es verdad? ¿Acaso están haciendo un ritual extraño como el de esa vez?
—Costumbres, Diego. —susurró, no queriendo interrumpir a los demás. —No estoy seguro lo que hacen, pero podría ser-
Los chiquitos guardaron silencio de arrepentimiento. Eso inquietó al par.
—Nuestra Dama hizo una sabía elección, nosotros nunca pudimos interferir con ello.
—No estoy tan seguro. —murmuró, ganando un presionado a su pata por parte de la perezosa.
—Es mejor de esta forma, y lo entiendo. Nuestra Dama… —señaló a Sid. —El Protector de la luz… —señaló a Diego.
—Sid… —llamó a su amiga.
—Paciencia, Diego. —murmuró Sidney, acariciando el dorso de su pata con su garra.
El gesto resultó extraño, como un apaciguante. El tigre intentó ignorarlo, resignado a no poder apartar su pata todavía.
—Le pedimos venir con nosotros, pero usted se ha negado. Entendemos su razón de inmediato. Por eso, nos reunimos esta noche para celebrar tal acontecimiento…
—Esto ya suena a matrimonio—
El tigre se mordió la lengua al caer en cuenta de sus palabras. Miró a su compañera, notando un extraño calor bajo su pelaje. ¿Estaba pasando lo que creía?
—Ahm… Les agradezco mucho todo esto, pero deben entender que queremos volver a dormir. —decidió terminar el asunto pronto. —Ya saben… Descansar. ¿Sonar?
—Por supuesto. Nuestra Dama Ordena.
Con una seña, el grupo se levantó y se esparció en menos de dos segundos, adentrándose en el bosque hasta perderse a la vista del par; perdiendo la melodía cantada.
—Feliz larga noche y que tengan una vida excepcional. —hizo una reverencia, dio la vuelta y caminó tranquilamente hacia el bosque. El escenario quedó a la vista como si nada.
Diego se mantuvo alerta, en caso de que aquello fuera un truco o engaño. Al cabo de unos segundos y que no pasara nada, finalmente se liberó de esas ataduras, cortando las lianas con su garra.
—En serio son sigilosos. —al quitarse la corona de flores, se pinchó con una espina. —Auch.
—¿Estás bien, Diego? —se acercó para ver su pata, pero su amigo se apartó. —¿Te hiciste daño?
—Estoy bien. —dejó la corona en el suelo. —Ya hay que volver, Sid. Tenemos que descansar.
—Oh, pensé que querrías saber sobre-
—El trasfondo de esto? —le interrumpió, mirándola. —Sabías algo desde el comienzo ¿verdad? Por eso no quisiste pararlo.
—Es que… bueno…
—Dime de qué se trata. —ordenó.
La perezosa se sintió asustada por la presión del tigre. Había creído que explicar al final sería apropiado para que pudiera procesarlo, pero ahora no estaba segura ni cómoda diciéndolo.
Diego tenía la mirada fija en ella, esperando por una respuesta. Tan solo la vio agacharse para tomar la corona que tiró antes. La observaba con detalle, contemplando algo que solo ella entendía.
—Sid.
—El día de hoy… no esperé que dijeras todo eso sobre mí. Creí que solo estábamos juntos porque íbamos al mismo lugar. —jugueteó con la corona, no pudiendo ver directamente al tigre. —Tus palabras tocaron muy dentro de mí. Puede que malinterpretara algo como ellos.
Hubo una larga pausa entre los dos.
—Así que decidió celebrar la declaración.
-¿Declaración?
Rodó los ojos, molestando por la interrupción. —Es lo que parecía, Diego.
—Pero no me estaba declarando… —reflexionó un momento, repasando su discurso y la forma en que lo dijo. Estaba implícito que la quería a su lado. -Guau.
—¿Pasa algo?
—Ah… quizás tengas razón. Fue como si te lo pidiera hoy.
—Así fue… digo, parecía ser.
—Entonces… Todo es diferente ahora. —señaló las coronas. — ¿Es algo oficial?
Sidney pensó por un momento. Tomó las coronas de flores y las dejó sobre el improvisado altar. Después, fue hacia su compañero y tomando su pata le hizo avanzar de regreso al campamento.
Diego no lo entendió pronto. La idea de lo que había pasado no lo dejaba. Descubrió que no le disgustaba. Puede que ahora estén unidos por la tradición antigua de los perezosos, eso no le significaba un cambio a sus sentimientos. Veía a su compañera de la misma forma, la cuidaría y acompañaría como lo estuvo haciendo hace mucho.
Llegaron con sus amigos. Retomaron sus lugares para dormir, despidiéndose de la amabilidad del otro.
—Buenas noches, Diego.
—Descansa, Sid.
La perezosa se colocó sobre su roca, mirando al tigre dar vueltas y echarse. Ahora eran compañeros de vida, algo que nunca imaginó llegar a ser con alguien. Menos con uno de diferente especie.
Mordisqueó su garra, mirando el lomo del depredador subir y bajar con calma. ¿Tenías que pensar en algo? Que le encanta todo eso. Tiene algo propio y lo disfrutará, aunque no se diera de la forma apropiada.
Tiene toda su vida para conocer al tigre, conversar, pasear, explorar y compartir en esas tierras. ¿Y lo mejor de todo? Escuchó al tigre confesar parte de sus sentimientos, los aceptaba.
Más feliz no podría estar.