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You are my everything
Desde que Ikaris llegó a la Tierra junto con los demás Eternals, mostró una lealtad hacia Arishem y los Celestials, que acató las indicaciones de su líder Ajak. Pero esa fe ciega lo puso en discusiones constantes con Druig, en un principio al igual que todos, creyó que la misión que les asignaron era la verdadera. No tardó en darse cuenta de que era una mentira, su propósito verdadero no solo radicó en derrotar a los Deviants, sino que ocurriría el Surgimiento, que trató de la aparición de Tiamut y eso conllevaría la destrucción del planeta. Eso no representó problema para Ikaris, quien no logró encariñarse con la humanidad. Después de que cada quien tomó un camino distinto a partir de la caída de Tenochtitlán, siguió firme en mantener sus ideales. Pensó que Ajak cumpliría con lo designado, sin embargo, no fue así, lo que causó que se opusiera a ella hasta que acabó en su muerte al dejarla a su suerte contra esos Deviants que quedaron en ese lugar frío. En ese largo tiempo en el que no vio a sus compañeros, no pensó que no podría sacar de su mente a Druig. Contrario a él, el telépata apreció a los humanos, que no dudó en cuestionar acerca de lo impuesto por Arishem. Conforme tuvo más ideas, tuvo claro que no podría estar al lado de Druig si decidió continuar con el plan de Arishem. Pronto, dejó de estar en un dilema, en el momento de su reencuentro, fue incapaz de dejar de verlo, cuantas ganas de probar esos labios, de hacerlo callar, de que fuera solo suyo por toda la eternidad. Así que a últimas instancias, ayudó al resto para detener a Tiamut. Se olvidó de limitarse a su papel como guerrero y líder táctico, quiso tomar una dirección, una elección propia. Por lo que como acordaron para recibir su colaboración, Druig estaría con Ikaris. Quien, para la consternación de sus antiguos compañeros de equipo, no dudó en aceptar.
—No sé por qué ahora tienes interés en mí, si siempre me diste a entender que me considerabas un niño caprichoso, que hacía berrinches y disfrutaba de oponerse a la autoridad de Ajak o la tuya, Ikaris—su toque sarcástico se percibió en su tono de voz.
—No nos llevamos de la mejor manera, pero quería acercarme a ti y tú no parabas de hacerme pequeñas travesuras.
—Pues disfrutaba de ver tus expresiones, siempre lucías serio y nada más le tomabas importancia a derrotar Deviants y lo que nos dijera Arishem, entonces, ¿qué cambió? —quiso obtener respuestas.
—A que no voy a privarme de la felicidad, que lo siempre necesité estuvo a mi alcance y no lo supe valorar… que te quiero conmigo, a mi lado, Druig.
—Me dices bien que es lo que esperas conseguir, no estoy para juegos ni bromas, Ikaris.
—Antes de que pudiera darme cuenta, te apoderaste por completo de mí, que ya no pensé en seguir a Arishem, que lo más importante siempre has sido tú, que terminé enamorado de ti y que te amo demasiado, Druig. Estoy seguro de lo que me haces sentir y no voy a dejarte ir, así que dame la oportunidad de hacerte feliz, de reponer los siglos en los que no estuve contigo.
—Eres un tonto…—hizo una pausa y unas cuantas lágrimas salieron de sus ojos—. Siempre guardé mis sentimientos, ese anhelo por ti, creí que me odiabas, que nunca me aceptarías y alejarías. Me consideré un cobarde por no decirte la verdad, pero no podía arriesgarme, menos cuando no parábamos de tener esos conflictos. Por supuesto que quiero estar contigo, no cometeré el mismo error, ya no. Nosotros también tenemos la libertad de hacer nuestra vida como queramos, de alcanzar la felicidad y te amo tanto, mi querido Ikaris.
Sin resistirlo más, ambos se fundieron en un beso que empezó como uno suave para convertirse en uno apasionado, en el que transmitieron ese amor que rebasó cualquier límite, pues estuvieron seguros de lo que sintieron, que permanecerían juntos hasta el final de los tiempos. Al separarse, Ikaris lo abrazó, ¿cómo no se percató de su sentir desde hace siglos? Pero ahora no tuvo sentido pensar en el pasado, ahora lo importante era el presente y futuro. Los días pasaron, siguieron su transcurso habitual, consiguieron una vivienda en Londres, un hogar lleno de calidez, pues Ikaris no paró de tener detalles románticos con su pareja, dándole flores, llevándolos a cenas a restaurantes, incluso bailar a solas bajo la luz de la luna llena.
—Estoy orgulloso, no lo digo solo por los gestos que has tenido conmigo, sino que he notado que toleras más a los humanos y sé que no ha sido sencillo, mi amor.
—Sé que siempre los valoraste, aunque hay algunos que son egoístas, crueles y desalmados, pero intento adaptarme, a aceptar sus defectos.
—Sí, entiendo a lo que te refieres, no digo que todos valgan la pena, sin embargo, al menos la mayoría. Las épocas cambian, sus valores, su modo de vivir y nosotros permanecemos intactos al paso del tiempo.
—Nunca los entenderé por completo, eso lo admito. Y por eso mismo, aprovecharemos muy bien cada instante porque nadie me ha hecho sentir este amor, esta necesidad de verte sonreír, de besarte, llenarte de caricias. Voy a darte lo mejor de mí y no es una promesa vacía.
—Y lo has cumplido porque me siento pleno, agradecido de que estemos juntos, ya no estoy solo, te tengo aquí conmigo, superaste lo que imaginé, cualquier sueño, adoro nuestra realidad. Te adoro, cariño.
En medio de besos que subieron de tono, profesaron su amor de nuevo, no fueron dos seres, ahora eran uno solo, almas gemelas que mantuvieron un lazo inquebrantable. Palabras de amor, devoción total, que reflejaron la profundidad de sus sentimientos. Que nunca volverían a tomar caminos separados ni a distanciarse, ya que procuraron tener una buena comunicación, a no guardar nada de lo que sintieron. Puesto que si estuvieron juntos, superarían cualquier reto. Por Druig, Ikaris creció de manera personal, convirtiéndose una mejor versión de sí mismo y Druig aprendió que esta pasión, este romance no contó con un final, pues su historia continuaría para siempre.