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Si Tan Sólo...

Summary:

Después de 5 años de estar atrapado en el inframundo, el Charro Negro ha regresado del mundo de los vivos para vengarse de Leo San Juan por una vez por todas.

Pero primero, tocaría su guitarra mientras su caballo podía descansar un rato.

¿Qué tan raro podría suceder?

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Work Text:

Era una noche tranquila en la Nueva España, con el tapiz celestial del cielo embellecido por innumerables estrellas titilantes que bañaban el paisaje con su resplandor radiante.

La luna casi llena, con su imponente presencia, arrojaba un suave brillo plateado sobre el terreno, extendiendo largas sombras sobre las colinas distantes.

El aire estaba cargado de olor a tierra húmeda, transportado por una suave y fresca brisa que acariciaba tiernamente los rostros de los caminantes, si ellos aún seguían vivos y despiertos.

Era, en efecto, una noche profundamente tranquila en la Nueva España.

...

Pero de repente, sin previo aviso, el cielo nocturno fue envuelto por una densa e impenetrable manta de nubes negras como la brea.

¿Y por qué, se preguntarán? Bueno, tal vez fue porque un cierto jinete espectral de pura malicia, el mismisimo Charro Negro en ‘carne y hueso’, estaba en busca de alguien que debía pagar por desafiar al diablo.

Su presencia era tan quimérica como la tiniebla, que alguna vez fue tranquila, ahora densa de una furia intensa y palpable. El rápido repiqueteo de los cascos de su caballo esquelético reverberó por el desierto, provocando temblores en el suelo como si la tierra misma retrocediera ante este despreciable intruso.

A medida que el jinete avanzaba por el desierto, un aire de decadencia y desolación lo seguía. Cada paso de su caballo parecía drenar la vitalidad de la tierra, dejando un rastro de podredumbre y descomposición a su paso.

Nubes oscuras se cernían sobre él, persiguiéndolo y arrojando un frío opresivo sobre el paisaje árido. Incluso las plantitas apenas resistentes se marchitaron, y la tierra adquirió un tono oscuro y reseco.

La luna, que alguna vez fue vibrante, y las estrellas brillantes ahora parecían tenues en comparación con la figura espectral; su luz se vio atenuada por la presencia abrumadora de algo más allá de lo ordinario.

El Charro Negro, a horcajadas sobre su corcel sin vida, siguió adelante en su incansable búsqueda de venganza. Sus ojos penetrantes y ardientes, oscurecidos por un sombrero de ala ancha, y su traje, tan negro como el cielo de la medianoche, irradiaban un aura de llamas tanto dentro como alrededor de él. Su atuendo, desgarrado y andrajoso, reflejaba la agitación que sentía.

La ira lo consumía, una rabia que parecía infundir la oscuridad misma de la noche. Cada latido del corazón resonaba con el recuerdo de una antigua traición, transformando su misión no solo en un acto de justicia sino en una sentencia que trascendía el tiempo. No había tregua ni piedad en su búsqueda; su propósito era claro y su deber, inquebrantable.

El objetivo de su furia era un joven cazafantasmas, de corazón puro y lleno de generosidad, como un diamante en bruto que brillaba con autenticidad. Este joven héroe, Leo San Juan, había sido elegido como su sucesor, pero había rechazado ese destino de una manera que no podía ser perdonada.

Por culpa de Leo y sus supuestos amigos pintorescos, el Charro había sido derrotado inesperadamente por el poder de la repulsiva amistad, dejándolo debilitado y prisionero en el inframundo durante cinco largos años, aislado del mundo de los vivos.

Sentía un odio incontrolable hacia el joven San Juan, a quien consideraba el culpable de su humillación y confinamiento. La memoria de aquellos momentos de derrota lo mantenía despierto, alimentando una sed de venganza que ya no conocía los límites.

La huida de Leo y su rechazo a asumir el gremio de Charros Negros no solo había desafiado su autoridad, sino que había debilitado su influencia sobre el inframundo, dejando una cicatriz profunda en su orgullo.

El ser espectral sabía que tenía que actuar con precisión para lograrlo. A pesar del paso de los años, el dolor de su derrota aún lo carcomía, dejando heridas abiertas y sin cicatrizar en su psiquis. Mientras hacía su regreso triunfal a las tierras de la región que una vez mandó, un velo de oscuridad descendió, arrojando una sombra ominosa y premonitoria sobre el dominio que alguna vez fue vibrante.

Quería seguir su camino hasta encontrar a San Juan y darle un castigo dolorosamente merecido, pero su caballo avanzaba con una lentitud inquietante, muy cerca del agotamiento. El demonio frunció el ceño al sentir el peso del letargo de su corcel.

"¡Maldita sea!" gritó en voz alta, su furor impregnando cada palabra mientras los ecos de su maldición reverberaban por las colinas desoladas "¿Qué te sucede, bestia? ¡No tenemos tiempo para echar un descanso!"

A pesar de ser un espectro como él, su corcel parecía haber sucumbido a alguna forma de resistencia contra la resolución inquebrantable de su jinete. El hombre se inclinó hacia adelante, tratando de infundir un último soplo de energía.

"Vamos, anda," insistió con voz áspera, "¡No me falles ahora!"

El caballo, con sus ojos hundidos en la desesperanza, hizo un esfuerzo titánico para seguir moviéndose, pero el Charro podía sentir la resistencia creciente en cada paso.

"¿Qué parte no entiendes tú?" le preguntó en un susurro enardecido entre colmillos. "Cada instante que pierdes, es una eternidad más para tu condena. ¡Muévete ya!"

Pero el corcel esquelético sólo respondía con un trote lento y pesado, como si cada paso fuera un grito silencioso de resistencia contra el destino que su jinete le imponía.

Y así, el Charro suspiró frustrado, significando que no había otra alternativa que convencerle de continuar. Miró a su alrededor, evaluando las opciones en medio de la desolación que se extendía ante él. La noche misma parecía ser testigo mudo de su desgracia.

Él tenía que hallar un lugar cercano para que pudiera detenerse. Después de unos minutos más tarde, en la distancia, vio una vieja cueva, parcialmente oculta entre rocas erosionadas por el tiempo. Aunque el lugar parecía inhóspito, era su única opción para encontrar algo de refugio y permitir que su caballo recuperara su energía, al menos por un rato.

El Charro Negro avanzó hacia la cueva, sintiendo cómo el aire frío se volvía más denso a medida que se acercaba al abismo. Cada paso que daba resonaba en la inmensidad de la noche, acompañada de los quejidos de su caballo. Al llegar a la entrada de la cueva, la oscuridad parecía engullir por completo, pero su figura aún era visible debido al aura infernal que brindaban como iluminación.

El interior del lugar era áspero y sucio, pero ofrecía un refugio temporal. El Charro desmontó con sencillez. Mientras el caballo se acostó y acurrucaba en un rincón, el jinete recargaba su espalda contra la helada pared rocosa con los brazos cruzados, observando con desdén el entorno que había elegido para su breve descanso.

La oscuridad del lugar no era tan opaca como la del exterior, pero el ambiente era inquietante, cargado de ecos y susurros que parecían brotar de las grietas de la piedra.

Mientras su caballo descansaba, no sabía qué hacer, así que intentó observar hacia el cielo. Sin embargo, su frustración se intensificó al ver cómo las malditas nubes negras cubrían la hermosa vista de la luna y las estrellas. Supo que su estado de cólera parecía manifestarse en el cielo tormentoso, como si el universo entero compartiera su descontento.

En medio de su frustración, el bigotón se vio obligado a calmarse, el estrés era demasiado para él en lidiarlo, y sabía que tendría que encontrar un equilibrio antes de continuar su búsqueda o de lo contrario perdería la compostura y la efectividad que tanto necesitaba en su objetivo principal.

Entonces, pensándolo mejor…

¿Por qué no tocar con su guitarra mientras espera?

Ya que hace tiempo que no tocaba la guitarra.

Dejó escapar un suspiro resignado, su furia momentáneamente atenuada por la necesidad de serenidad. Sacó mágicamente de su espalda una guitarra azul oscura antigua, deteriorada por el paso del tiempo y el uso, pero aún digna. La sostuvo con manos temblorosas, no por debilidad, sino por la nostalgia que le evocaba simplemente el acto de sacar el instrumento.

Tenía las cuerdas desafinadas y dos de esas estaban rompidas entonces tuvo que reparar las cuerdas rotas con un pedazo de hilo que encontró en su propia vestimenta. Con movimientos meticulosos y una concentración inesperada, logró volver a poner el instrumento en condiciones mínimas para tocar. Aunque las cuerdas no eran perfectas, la guitarra todavía emitía un sonido que, en lugar de los ruidos estruendosos y amenazantes del exterior, traía consigo una serenidad melancólica.

Se retraja sus afiladas garras, con manos hábiles y callosas, comenzó a rasgar las cuerdas con una suavidad inusitada. Las primeras notas que surgieron fueron un lamento bajo, casi inaudible, como el susurro de un viento lejano. A medida que sus dedos comenzaron a deslizarse por el mástil, una melodía oscura y nostálgica comenzó a fluir. Los ecos de la cueva creaban un contraste inquietante con la paz que la melodía intentaba ofrecer.

Finalmente, cerró sus ojos llameantes, y dejó que el sonido de la música fluyera su mente.

 

...


 

Su visión permanecía completamente cerrada y vacía, sin atisbo de claridad. A pesar de ello, la suave melodía que había estado envolviendo sus oídos seguía presente. Cada acorde parecía penetrar profundamente en su ser, transmitiendo una paz que había estado soterrada bajo capas de ira y deseo de venganza.

Ahora se sentía más tranquilo, más centrado; el furor que había consumido su mente se había reducido, aunque no del todo, al menos en parte.

Parece que había logrado controlar, en cierta medida, su irritación. Sin embargo, de repente sintió que algo, más bien no una sola cosa, sino varias, le estaban picoteando el rostro. Este incómodo disturbio comenzó a sacudir su frágil estado de calma, generando una creciente molestia.

Gruñendo de pura frustración, el Charro abrió los ojos lentamente, las dos figuras que aparecieron ante él se veían borrosas al principio. Necesitó ajustar su vista un par de veces antes de lograr enfocarlas claramente y un escalofrío recorrió su espalda, aumentaron al identificar a las causantes de la interrupción: las malditas calaveritas de azúcar del grupo cazafantasmas del chamaco San Juan.

¿Cómo llegaron hasta aquí?

¿Cómo sabían que él se encontraba en este lugar?

¿Y porque ambos se visten… elegante?

Quedó paralizado por la sorpresa y la indignación al ver que estas diminutas calaveritas se movían inquietas a su alrededor. Cada uno de ellos tenía una expresión burlona y traviesa en sus caras. Los picoteos que le daban se sentían como si fueran aguijones afilados, aunque en realidad no lo eran.

Este par de traviesas criaturas continuaba picoteando la cara con sus dedos esqueléticos, y hasta la maldita calaverita rosada se atrevió a picarle justamente el ojo, supo que ella lo hizo a propósito. El dolor le hizo soltar un quejido, mientras se llevaban la mano al ojo adolorido y maldecía a las calaveritas: "¡Argh, mi ojo! ¡¿Qué chingados les pasa, carajo?!”

Cuando estaba a punto de aplastarlas en pedazos, una voz, que le resultó algo molesta, le interrumpió y exclamó con fastidio: “¡Ey, ahí estás tú, viejo huevón! Te hemos estado buscando por todas partes. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?”

Al levantar la vista para ver quién había tenido la audacia de hablarle de esa manera, se quedó aún más confundido e impactado al reconocer al autor de la voz. Resultó ser el despistado lagartija bibliotecario, y junto a él estaba su ¿gemelo? La verdad, le importa un carajo si lo es o no, es solo el torpe hippie de siempre.

Y al igual como el dúo de hermanos esqueléticos mudos, ambos llevan atuendos elegantes, bueno, más bien solo tienen un sombrero de copa, guantes blancos y pequeños moños en medio de sus largos cuellos. Madre mía, pero qué absurdos se ven estos dos.

Finado y Moribunda bajaron el pecho del hombre, dejándolo y no molestarlo más, se dirigieron rápidamente hacia los dos alebrijes, trepando ágilmente por sus cuerpos multicolores. Finado se acomodó en la cabeza del Alebrije mientras Moribunda se asentó en el hombro de Evaristo.

Maldita sea, si antes las calaveritas ya eran una molestia, ahora con ese par de ineptos la situación está a punto de convertirse en una verdadera tortura.

“A ver, ¿por qué estoy aquí? Mejor dicho, ¿qué están haciendo USTEDES aquí? ¿Cómo encontraron esta cueva?” lo interrogó, apuntando su dedo con indignación hacia el Alebrije, y este simplemente se pellizcó el puente de su hocico con tanto harto.

“Hombre, ¿de qué cueva estás hablando? ¡Estás acostado en un árbol por todo los cielos!”

¿... Cómo?

Y efectivamente, el bicho raro tenía razón. A su alrededor, el paisaje ya no es el de una cueva en medio del desierto deprimente donde se encontraba. En cambio, es un día luminoso y soleado, con la hierba verde por todas partes, el cielo azul despejado y las aves cantando alegremente sobre sus cabezas. La cosa que estaba acostado si era un árbol, este está lleno de granadas, cuya sombra brinda una frescura inesperada.

Las suaves notas de la melodía que él había tocado con su guitarra aún se puede escuchar. ¿Es el único que podían escucharlo o qué?

Parpadeó varias veces, intentó descifrar la realidad que se desplegaba ante sus ojos. Los detalles que antes le parecían tan evidentes y ominosos se habían convertido en un panorama apacible e incongruente.

“¿Pero qué…?” murmuró, mirando a su alrededor, tratando de comprender la situación del entorno, “¿Cómo puede ser posible?”

“Uy no sé, ¿qué sé yo?” respondió Alebrije, con sarcasmo, claro. “Pero estuviste durmiendo, ¡y bien profundo! Dudo mucho que hayas tenido pesadillas, considerando que no te movías ni un milímetro cuando te encontramos,” pero antes de agregar algo más, notó algo que tenía un lado al hombre en el pasto y eso se fastidió, "Ay no cabrón, ¿estuvistes bebiendo eso? ¡¿En el día de tu boda?!"

El Charro arqueo una ceja confundido.

¿Bebiendo?

¿Durante una boda?

¿Su PROPIA boda?

“¿Qué demonios estás diciendo, imbécil?” respondió con un gruñido.

Alebrije, con el rostro serio y brazos cruzados, no le contesto, solo movió sus ojos a otro lado para dar señal y entender a que se refiere. Entonces le hizo caso y cuando giró la cabeza hacia abajo, había una botella de champaña, medio vacía, reposando sobre el césped a su lado. El Charro Negro no recordaba haber tocado ni mucho menos beber de esa botella.

“¿Esto es parte de alguna broma?” preguntó el Charro, aún sin entender. “¡¿Pero qué está ocurrien–?!”

“Oh ya estuvo, pues,” espetó el Alebrije, “Estoy harto de oir tus babosadas y de ver cómo tratas de complicarlo todo aún más. Solo el hecho de que ya estés casado, no significa que debes tratarlo como unos de tus jueguitos para llenar un vacío de tu miserable aburrimiento. Ya me canse de tu actitud. ¿Te crees que eres digno de estar a su lado o todo fue solo una farsa tuya?”

“¡¿Qué chingados me dijistes, insecto?!” El ser espectro gritó, su furia volviendo a asomar a la superficie. “¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Y con quien VERGA me he casado?”

Eso no agradó para nada al bibliotecario.

Cuando Alebrije estaba a punto de dar unos buenos madrazos al cretino este, alguien intervino.

"Ya, ya, olvídalo, carnal. Deja eso atrás, no vale la pena.” responde Evaristo a Alebrije, con serenidad en su voz.

"¡¿Qué?! ¡¿Perdiste el coco?!" exclama el Alebrije a su compadre, "¿Vas a dejar que este viejo podrido se salga con la suya faltando el respeto a–?" Pero Evaristo le interrumpe con un gesto de ‘shhh’, su expresión inmutable mientras trataba de tranquilizar el ambiente.

"No te agites, brother. Lo que está pasando no es para ponerse así. Todos estamos medio desubicados, especialmente con él que andaba embriagado a gusto con el champán. Se nota que hay un rollo de malentendido y no era su intención." Evaristo se dirigió al Charro, a quien tenía una mirada que mezclaba compasión y algo de desorientado.

Continuó, "Mira, la cosa se puso bastante gacha, eso si, pero no ayuda nada que nos pongamos rabiosos. Él es ya parte de la familia gustemos o no y hoy no es el momento indicado de ponernos así."

Espera, ¿familia? ¿Lo escucho esta parte bien? ¿O solo fue el efecto de la champaña que estuvo poniéndolo unos cuantos ilusiones en su maldita cabeza?

Alebrije estaba a punto de contradecirlo pero se contuvo, mordiéndose la lengua mientras observaba cómo Evaristo acercaba al hombre bigotudo, extiende el brazo y ofrece con su mano con una sedante sonrisa, “Venga, master. Toma mi mano y levántate de una vez, ¿va? No te pongas en puro ridículo. Ni tampoco Leo quiere verte así."

¿Leo?

¡Aguanta!

¿Acaso se acaba de casar con...?

No.

Oh no, no, no.

No quiere ser engañado por esa clase de truco tan loco.

Al principio, dudaba del gesto que Evaristo le estaba ofreciendo. Aunque sigue emputado, por alguna razón en una parte de él, no puede dejar colgando, ni menos cuando mencionó el nombre de aquel niño. Quiere saberlo. Entonces, dio un suspiro, agarra el mano de la lagartija bohemio y se levanta, junto con su otra mano agarrando la botella.

Se enderezó, tambaleándose un poco, mientras los ojos de todos los presentes lo observaban con una mezcla de expectativa y preocupación. La confusión seguía reinando en su mente, y su corazón putrefacto latía con rapidez. Miró a su alrededor nuevamente, buscando alguna señal que le aclarara lo que pasaba.

El árbol en donde se descanso fue en una colina que estaba ubicada un poquito lejos de Puebla. Mientras todos se bajaban, el Charro preguntó con una voz áspera y cansada, aún incapaz de creer esa 'realidad' que se desplegaba ante él. "Bueno, ¿alguien puede explicarme cómo terminé aquí en lugar de, pues... en una cueva? ¿Alguno de ustedes me recogió o...?"

Tratando de mantener la calma, Alebrije fue quien contesta después de dejar escapar un respiro: “No, güey, no estás en una cueva. Estás en la fiesta, de tu post-boda pues. Es el gran evento del año para todo Puebla, y todos están esperando para festejar contigo. Pero en lugar de disfrutarlo, tú quedaste aquí durmiendo y bebiendo.”

“​​¡Aja, ese! ¡La boda! ¿Con quién me casé?”

La dudosa pregunta pareció golpear a los dos alebrijes y las dos calaveras con la fuerza de un rato. Callados, Alebrije y Evaristo se miraron entre sí, para luego mirarlo a Finado y Moribunda y viceversa. El Charro no entendía de porqué se quedaron callados ¿Ha dicho algo malo o que pedo?

“¿Realmente no recuerdas de nada? ¿Ni menos un poquito?” cuestionó Alebrije con una expresión descontenta por la que ha salido de la boca de ese señor sin ninguna pena.

¿Y a Charro? Solo le pudo responder con los hombros levantados, significado que no lo sabe.

La criatura multicolor se pasó una mano por el rostro, claramente frustrado. “Dios santo, tú nunca me dejas de sorprender. Pueda que tengas suerte que yo no te voy a madrear, pero oh canijo, ¿con Nando? Si alguna vez te oye eso de ti, te va a dar unos chingadazos fuertísimos.”

"¿En serio? ¿Fernando? Oh, por favor, ¿no has visto esos brazitos flacuchos que tiene? ¡Si eso fuera posible vencerme así de sencillo!" Le da un codazo contra el brazo de Alebrije mientras soltaba carcajadas. Mientras estaba distraído, la lagartija morada-verde le robó la champaña y bebió la mitad de lo que quedaba dentro.

"¡No subestimes al muchacho, pendejo! Nando no tiene que ser así de poderosísimo para vencerte si, mientras tanto, tú no le chingues a su hermanito, él no se va a meter contigo. Eso te lo garantizo. Solo… comportante y tratándolo bien, ¿vale? No es difícil ser decente." Finaliza el Alebrije con un tono serio y una indudable advertencia.

Al oír esto, el breve buen humor del Charro se esfumó, desde entonces él y los demás permanecieron en silencio durante todo el camino en rumbo a la gran fiesta.

Por culpa de estos tarados, le está quitando su estado de serenidad que le quedaba y eso eran evidentes, no lo ve como alguien amenazante ni aterrador, más bien le ve como un pendejito con pedo mentales nada más, y no podía evitar preguntarse cómo había llegado a esta situación tan surrealista.

Y antes de que alguien pregunte, sí, la melodía de la guitarra todavía resuena en su cabeza, pero ahora suena más animada y energética que nunca.

Así que cuando seguían llegando hacia el centro del pueblo, los paisajes cambiaron gradualmente, pasando de natural en pura verde a una vibrante calle llena de luces, decoraciones y gente que parecía estar en el clímax de una fiesta deslumbrante. La música, el ruido de la gente, y el aroma de la comida que flotaba en el aire creaban un contraste abrumador con el callado desierto de la noche en la que había estado antes.

El Charro observó el bullicio a su alrededor con una mezcla de asombro y escepticismo. Las caras no muy conocidas se mezclaban con extraños vestidos con ropas elegantes, y todos parecían esperar su llegada con entusiasmo.

Con las damas y los caballeros bailando animadamente, los escuincles correteando por ahí, el ambiente festivo no dejaba lugar a dudas: se trataba de una celebración de grandes proporciones. El hombre, aún tambaleándose y con el rostro marcado por la confusión, se adentra en el bullicio del pueblo. Separado ya a los alebrijes y calaveritas quienes lo acompañaron.

Mientras caminaba entre la multitud, encontró al viejo caballero loco, quien aún permanece usando su típica armadura, hablando felizmente junto a su esposa. Todavía se pregunta porqué ese lunático se casó con esa mujer a pesar de su apariencia ‘peculiar’.

Luego, al otro lado, encontró a las dos molestas chicas fantasmales. Una de ellas, la pelirroja, anda charlando animadamente sobre algo, suponiendo hablando acerca de su elegante y costosa vestido sin parar mientras bebía su bebida, mientras que la otra, la de cabello lacio oscuro, parece estar... decaída, en un estado muy deprimente que contrasta con todo el ambiente alegre y festivo que lo rodea.

Puede que supiera o no el motivo del estado de la niña, pero esta parte no es relevante para él ni su incumbencia.

Los invitados lo felicitaron, comentaron que se ve radiante y muy apuesto, a pesar de la evidente desorientación en su rostro. Algunos incluso le dieron palmadas en la espalda y le ofrecieron bebidas que aceptó sin mucho entusiasmo y por otros se elogiaron por su traje llamativo y vibrante de puro blanco–

Espera, ¿blanco?

Por mera casualidad, había un espejo en una de las paredes adornadas con luces doradas, y el Charro, intrigado, se acercó para observarse con más detenimiento. Al mirarse en el espejo, además que regresó su aspecto ‘humano’, se dio cuenta de que el traje y sombrero blanco que llevaba era completamente ajeno a él.

Era un conjunto exquisitamente diseñado con bordados dorados que reflejaban las luces del lugar, y con una rosa blanca en su bolsillo de pecho, pero no tenía idea de cómo había llegado a ponérselo.

Mientras trataba de procesar, un grupo de personas se le acercó y empezó a rodearlo, felicitándolo efusivamente. Intentó recordar cómo había llegado hasta allí, pero su mente estaba vacía. Miró a su alrededor, buscando alguna salida de la multitud.

Todos parecían conocerle, pero él no reconocía a ninguno de ellos.

En ese momento, la melodía de la guitarra que acompañaba únicamente con él se volvió ominosa y más intensa, sus notas resonaban de una manera inquietante en sus oídos, como si estuvieran a punto de explotar su cabeza por su desafinación.

Sin otra alternativa, se desvaneció en humo negro y logró escapar de la multitud molesta. Al encontrar un rincón tranquilo, pudo recuperar su apariencia original. Su respiración estaba agitada; a pesar de ser un charlatán y un gran alma de fiesta, no estaba acostumbrado a tanta atención inesperada ni a lidiar con estos animales tan ambiciosos.

Se alegra un poco que la guitarra ya dejaba escuchar disarmónica y volvió nuevamente como antes pero aún así no se alivia completamente.

Se sentía abrumado, tan abrumado y deseaba volver a la realidad que conocía. Ya no lo soporta más.

Mientras se alejaba de la multitud, una risita suave llena de alegría llamó su atención, ese tono de voz lo reconoció como él pensaba quién era.

Al buscar aquella risa, se acercó al centro de la plaza, el Charro Negro notó una gran tarima decorada con flores y luces brillantes. Allí, en el centro del escenario, estaba una figura que le resultaba muy conocida. Su mente, todavía embriagada por el champán, luchaba por asociar el rostro que ahora se veía iluminado por los focos del escenario.

Era Leo, luciendo con un largo, espléndido y hermoso vestido blanco, con una sonrisa radiante que acentuaba sus labios pintados de negro, con las pestañas perfectamente largas con delineador, su cabello castaño que ondea con un velo blanco detrás atado a su cabello, y una mirada de profunda felicidad.

Está bailando divertidamente con Nando, que este traía un traje de igual en blanco, con un elegante chaleco y, algo poco pasmado, no está usado su mugrosa pañoleta en su cabeza y lleva su cabello bien peinado, gracias a Dios.

El demonio, con la vista de los dos jóvenes hermanos bailando juntos, en medio de la fiesta, sintió un aturdimiento profundo, un estremecimiento recorrer su cuerpo al ver al chico que detestaba, ¿o que debería detestar?

Se sorprendió al ver al joven vistiendo... así, de una manera que no encajaba en su género, con maquillaje y todo. Era extraño vestirse de esa forma en público que le podía matarlo en un instante. Pero notó que a los invitados no les molestaba ni asqueaba lo que el niño estaba usando.

Porque, bueno, tal vez la razón es que él es la novia, su esposa, después de todo. Nadie se atrevería a comentar barbaridades hacia la novia en su día especial.

¿Por qué su estúpida, enferma cerebro imaginaba a su némesis de esta manera?

Pero si pensaba que era raro, ¿por qué se veía tan... hermoso? Como un lindo ángel se tratara.

No, 'hermoso' no era suficiente para describir lo que estaba viendo, ni 'bello', ni 'precioso', ni nada que se le pareciera. Esa palabra que buscaba para capturar la magnitud de lo que sentía no existía en este idioma, ni siquiera en sus pensamientos más profundos. Era una sensación nueva y desconcertante, un deslumbramiento tan intenso que desafía toda lógica y razón.

¿Qué había pasado para que su percepción cambiara tan drásticamente en un segundo?

¿Cómo podía alguien como Leo, que había rechazado y dejándolo a su suerte terminado siendo derrotado, a despertar en él con una admiración tan inesperada y tan radicalmente transformadora?

Él no sabe y teme a descubrir por qué.

Leo, al notar la presencia de alguien en el borde del escenario, giró la cabeza y lo vio, sus ojos se encontraron brevemente, y una expresión de sorpresa y luego de felicidad iluminó su rostro. Leo dejó de bailar con Nando y se dirigió rápidamente hacia el Charro, su vestido blanco ondeando a su alrededor con cada paso.

Con una gran sonrisa de pura dulzura y levantado su mano en el aire moviendo uno del otro lado, que el mismo hombre no había esperado que viniera del muchacho cuando exclamó:

"¡Víctor!"

Dios, hace mucho no escuchó a nadie pronunciar su nombre. Incluso casi se ha olvidado el suyo por ya no usarlo desde la noche que se convirtió en el temible jinete espectral. La manera como Leo dijo su nombre fue tan tierna y, por un instante, sintió que su descompuesto corazón latía con una fuerza inesperada y le dio pelos de punta.

A pesar del desconcierto que aún lo envolvía, esa simple palabra parecía derribar las barreras que había construido a lo largo de los años.

Leo siguió corriendo hacia él con pasos decididos, hasta que llegó y abrazó con fuerza en la cintura del mayor. El Charro no supo cómo responder al abrazo, su mente aún nublada por el confuso remolino de emociones que estaba empezado a atraerlo sin querer.

Sintió el calor del cuerpo del castaño, su fragancia suave que llegó en su nariz y el abrazo que, aunque no era un amante hacia los afectos cariñosos, no pudo mentir a sí mismo que en realidad era reconfortante, seguro y reconfortante. El contacto con Leo rompió momentáneamente la nube de cualquier energía negativa que lo rodeaba.

“¡Ahí estás, amorcito!” exclamó Leo con entusiasmo genuino, separándose un poco del abrazo. Con sus pequeñas manos, alcanzó y acarició tiernamente las mejillas del mayor, mirándolo con sus ojos grandes y brillantes de tono ámbar, llenos de preocupación y amor. “Pensé que te habías perdido o algo peor. ¿Dónde has estado?”

'¿Amorcito?’ Repetía en su mente, como si la palabra misma fuera una enredadera intentando enredar su pensamiento. Su cara se puso ardiente por los actos y el apodo cariñosa que el chiquito le había dado, haciendo que el nerviosismo se empezaba a llegar en su ser y profundiza aún más.

"Yo– erm..." el hombre trataba de articular sus pensamientos, pero las palabras salían de manera fragmentada. No lo ayudó en absoluto ni menos cuando Leo colocó su manita en su frente, checando la temperatura que parecía demasiado alta.

"Dios santo, estás caliente. ¿Te encuentras bien?”

Intentó mantener la compostura, ser todo un maduro, pero no pudo evitar sentirse desbordado por la calidez del momento. El apodo cariñoso, junto con la preocupación genuina en los ojos de su, no puede creer lo que iba admitirlo, esposa y la forma que le acaricia con ternura, lo hizo sentir una avalancha de emociones contradictorias.

No puede herir de manera desgarradora a los sentimientos del castaño y arruinar este momento que, si todo lo que está pasando fuera falso, comenzaba a ser especial.

“Eh… sí,” su voz tembló ligeramente al inicio pero luego ya recupera más firmeza, “¡Sí, ando rebién, claro! Solo ahorita está haciendo bien caluroso, nada más." Ahora va a seguirle el juego a esta extraña pero, de alguna manera, dulce fantasía. A ver que tan lejos puede llegar.

Continuó, sonando algo ‘lamentado’, "Perdona que me haya esfumado así, mi vida. Es que estuve algo cansado después de la ceremonia y terminé dormido, por eso todavía ando medio dormilón por toda la jeta.” Agarra la mano del joven, lo toma con gentileza y pone en sus labios a besarlo con melosidad, “Te prometo que te recompensaré con un baile mágico e inolvidable que te mereces.”

Leo lo miró con una mezcla de alivio y comprensión en sus ojos, se rió suavemente. “Aw mi charrito, no te preocupes por eso, lo importante es que estás aquí ahora. Todos te esperaban con ansias, y yo... bueno, ¡yo no podría estar más feliz que estes conmigo!”

Al ver al chico así de contento y sonriente, no pudo evitarlo pero sonreír de vuelta, ¿cómo no hacerlo? La belleza que cargaba Leo era contagiosa, demasiada contagiosa, es como si estuviera hipnotizado y lo mucho que lo trata a romperlo, no se podía hacerlo así de sencillo por más que lo intente y para ser honesto ahora mismo, desearía que este hechizo no se fuera.

Leo tomó la mano del Charro Negro con ternura y lo guió hacia el centro del escenario, donde sus amigos cercanos e invitados esperaban entusiasmado a ver a los recién casados su esperaba baile especial. Las notas de la guitarra ahora parecía envolverme en una melodía de júbilo y suavita.

“¡Vamos, Víctor, todos están esperándonos! Tengo que demostrarles a todo el mundo lo afortunado que soy de tener a alguien tan guapo y chulo como tú a mi lado.”

¿Cómo podría rechazar una invitación tan única? Aunque, bueno, hace un minuto le prometió que daría un baile y eso es lo que va a hacer, pensar en eso, algo que sería muy sorprendente para los demás, el baile no es lo suyo y es muy pero MUY pésimo para hacerle aprender los pasos, pero haría lo posible en no cagarla solo por Leo.

Entonces sin negar esta linda invitación, asintió, tratando de adaptarse a esta nueva realidad. No estaba seguro de qué esperar, pero la mirada de Leo y el cariño en su voz eran innegablemente reales. Al tomar el primer paso hacia el centro del escenario, con una invisible máscara que oculta bastante bien de sus nervios pero eso no signifique que le quite, pero su pareja le asegura que le guiarán y lo acompañarán con cada paso.

Por tanto en una breve pausa que Leo soltó la mano para charlar rápidamente con Xóchitl y Teodora, Nando, aún en el escenario, lo miró con desdén, claramente molesto por su ausencia y tardanza. Esperaba que se iba a encabronar, pero en lugar de eso, estiró el brazo esperando un apretón amistoso.

'¡Ah, eso es lo que quería el cabroncito!' Pensó, sólo un apretón amistoso entre cuñados no haría daño a nadie, ¿cómo no?

Inmediatamente, el pelinegro le devuelve el aquel gesto, agarra la mano con fuerza y sacude con diversión. Pero lo que él no se esperaban, Nando le jala con fuerza, para que a lo siguiente le susurra al oído, advirtiendo con un toque amenaza de:

"Más te vale no lastimar o engañar a Leo de alguna manera, o te aseguro que no volverás a ver el pinche sol salir. Este es su día, y lo más mínimo que esperas es que lo hagas feliz, ¿va?"

Al escucharlo, no pudo hacer nada más que ver a los ojos, asistirlo y quedarse bonito y calladito. El mensaje era claro y contundente, y aunque sabía que Nando no estaba haciendo una simple amenaza, sino una promesa de protección, también entendió la seriedad del asunto de que si, algo malo pasa a su hermanito, le va recibir por las malas.

Leo, ajeno a la tensión subyacente entre su marido y su hermano mayor, sonreía con la misma alegría que lo había caracterizado. Tomó la mano nuevamente y lo condujo al centro, donde la pista de baile ya estaba completamente vacía para estos dos. Con Nando, ya algo satisfecho, se baja del escenario y deja que la pareja tenga su gran momento en paz.

La gente observaba expectante, y el Charro, con cada movimiento de la melodía envolvente, sentía que sus temores se desvanecían, aunque no completamente.

Así que, el espectro coloca su mano contra la mano del menor mientras su otra mano le agarra a la delgada cintura que, sorprendentemente, cubre con todo su mano entera mientras Leo coloca su otra manita en el fuerte brazo, guiándose con firmeza y suavidad.

Antes de empezar, el demonio se fijó en el anillo de bodas que el pequeño llevaba en el dedo anular, era de oro, y se dio cuenta ahora de que él también tenía uno, algo que le enterneció extrañamente. Ambos anillos, a pesar de ser de diseño sencillo, llevaban el peso de una promesa compartida, una unión que ambos, en esta realidad, habían elegido y celebrado.

Ahora sí, comenzaron a moverse como uno solo, la elegante dirección de Leo guiando al Charro a través de los pasos. Aunque el pelinegro no era un bailarín experto, había una innegable energía que emanaba de cada uno de sus movimientos.

Mientras bailaban, la proximidad entre ellos parecía reducirse, no solo física sino emocionalmente también. La mirada del castaño eclipsó temporalmente las preocupaciones que habían plagado su mente.

El suave y rítmico rasgueo de la guitarra acompaña cada paso, sincronizado con los latidos de sus corazones y creando una armoniosa sensación de júbilo. Mientras se entregaba al momento, el Charro se encontró abrazando la experiencia en lugar de resistirse a ella. Los sonidos de la multitud se alejaron a un segundo plano, dejándolos envueltos en una burbuja íntima dentro de la bulliciosa fiesta.

Con cada giro y cada paso, el mayor se dejó llevar por el momento, despojándose de sus miedos e incertidumbres. Su atención se centró únicamente en su niño hermoso. Cada vez que surgían dudas, el suave agarre de Leo proporcionaba un ancla tranquilizadora.

La cadencia melodiosa parecía hecha a medida para ellos en ese fugaz instante, y el Charro se dio cuenta de que bailar no era tan malo como había pensado, especialmente con alguien como San Juan a su lado, nutriéndose y amándolo con cada movimiento.

“Lo estás haciendo genial,” susurró Leo suavemente, sus cálidas palabras acariciando el oído de Charro, luego dejando que su cabeza descansara contra su pecho. Su tierno estímulo profundizó aún más la conexión del hombre con el baile.

El Charro, sintiéndose más seguro con cada paso, comenzó a relajarse y a disfrutar del baile, encontrando una inesperada alegría en la simpleza del acto. Los movimientos eran cada vez más fluidos y menos forzados, y se dio cuenta de que, por primera vez desde que llegó, se sentía verdaderamente feliz.

La multitud aplaudió y vitoreó mientras los dos bailaban juntos, una imagen perfecta de amor y felicidad en medio de la celebración. El Charro Negro se dio cuenta de que, a pesar de la confusión inicial y el caos de la fiesta, había encontrado algo precioso en esta realidad alternativa que se le había presentado.

Finalmente, la música llegó a su crescendo, y Leo lo miró con una sonrisa de triunfo. “¡Lo hiciste! No puedo creer que te saliste increíble, ¡estoy tan orgulloso de ti, mi amor!”

Con el corazón rebosante de calidez, el Charro le devolvió la sonrisa a Leo. “No podría haberlo hecho sin ti, mi corazón.”

Con un último giro y un beso suave en la mejilla del menor, la música se desvaneció, aunque la guitarra sigue presente, y la multitud estalló en vítores y aplausos. Los dos, ahora de la mano, se inclinaron hacia la multitud en una reverencia compartida, disfrutando de la calidez del momento y la conexión que habían fortalecido a través del baile.

Y así, los esposos siguen celebrando su dulce fiesta de boda, cómo cortar juntos el gran delicioso pastel y dárselo a cada invitado su torta, luego continuaron con el brindis y el festejo, rodeados de amistades y seres queridos que disfrutaban de la alegría contagiosa que irradiaban. La fiesta parecía no tener fin, y cada rincón del lugar estaba lleno de risas, música y buena compañía.

Mientras compartían la torta, el mayor observó a Leo con corazones en sus ojos. Había algo profundamente reconfortante en ver a su amado tan feliz y relajado, rodeado de amigos que apreciaban y celebraban su unión, de verdad ellos le aprecia e importa su felicidad.

A lo largo de la noche, él se entregó por completo a la festividad, disfrutando cada momento y apreciando el hecho de que, a pesar de sus dudas, estaba viviendo un sueño que parecía tan lejano hasta hace poco.

Leo no se despegó de su lado, asegurándose de que cada detalle estuviera perfecto y compartiendo con él como un precioso tesoro. Juntos, se checa los grupos de invitados de cada mesa, compartiendo historias y celebrando con ellos de puras risas y jodeos.

El toque final como cereza del pastel es cuando Leo lanza un ramo de flores causando un alboroto de emoción entre las invitadas solteras que luchan por atraparlo. Los empujones, los tirones del cabello y la algarabía se desbordan mientras el ramo es finalmente atrapado por Teodora que grita frenéticamente emocionada.

La multitud la rodea, algunas están celebrando con ella, las otras le miran con envidia y Leo, al ver la alegría de su amiga, únicamente pudo sonreír por ella.

Cuando la noche llega a su fin, Leo le habla a su amado que se vayan, ya que el chico está un poco cansado de escuchar la música a todo volumen, harto con sus pies doliendo por las tacones que estuvo usado todo día, así que se van, lejos de su fiesta, lejos de Puebla, y lo llevan a un algún lugar, un lugar tan especial.

Así que mientras el ser espectro se preguntaba a dónde lo lleva, ambos subieron caminando a una colina, algo que él lo reconoce y de que en este punto, al ver un árbol por allí, se dio cuenta que es el aquel árbol de granadas que comenzó todo este enloquecido relato.

Huh, ¿quién lo diría?

La suave brisa nocturna acariciaba sus rostros mientras ascendían por el colina, rodeados por la tranquilidad de la naturaleza y el murmullo lejano de la fiesta que quedaba atrás. Leo caminaba a su lado, su vestido blanco ondeando suavemente con el viento, y el Charro Negro podía ver cómo las estrellas brillaban en el cielo despejado, reflejando la luz de la luna sobre ellos.

Al llegar al árbol, la pareja se sentaron juntos en el césped, acostados contra el tronco del árbol. Con el varón mayor quitado su chaleco y sombrero blanco a un lado y con el joven por fin quitado a estos torturados tacones de zapatos, arrojadas junto el chaleco y sombrero sin tanta importancia.

Allí, bajo la luz de la luna y las estrellas, compartieron un momento de intimidad, en el que Leo puso su cabeza en el hombro de su marido, disfrutando del silencio que se había instaurado entre ellos. El ambiente estaba lleno de una calma que contrastaba con la animada fiesta que habían dejado atrás. La serenidad de la noche parecía amplificar el suave murmullo de las hojas del granado y el canto lejano de los grillos.

Leo, con una expresión de satisfacción en su rostro, se acurrucó más cerca, sintiendo la calidez de su marido bajo su mejilla. El Charro Negro, aún procesando la intensidad de la noche, se permitió un suspiro profundo, dejando que la tranquilidad lo envolviera. La presencia de Leo a su lado era un sensación de confort, un refugio en medio del torbellino de emociones que había experimentado.

"Sabes," comenzó Leo en un tono suave, "Es curioso cómo la vida puede ser tan inesperada. Jamás imaginé que terminaría con alguien como tú, y mucho menos que acabaríamos así, juntos."

El bigotudo rió sin poder resistir, su mano buscando la del joven y entrelazándose con delicadeza. "No hombre, ni me lo digas. Si que la vida siempre nos lleva caminos misteriosos hacía menos los esperamos. Y aunque hemos conocido algo, um, digamos un malentendido, no cambiaría nada de lo que hemos vivido. Porque ahora, en este momento, aquí contigo, todo parece haber valido la pena."

El castaño levantó la vista al cielo estrellado, sus ojos reflejando la luz de las estrellas. "Siempre soñé con una vida llena de amor y aventuras, pero nunca imaginé encontrarme con alguien que pudiera entenderme tan bien. Contigo, siento que cada día es una nueva aventura."

“Oh, Leonardo,” El Charro Negro giró la cabeza para mirar a Leo con una mezcla de admiración y adoración. "Eres un sueño hecho realidad.”

Su áspera mano acaricia suavemente la mejilla de San Juan con querencia, “No solo has cambiado mi miserable vida, sino que también me has mostrado una perspectiva nueva sobre lo que significa estar vivo.”

Continuó, “Uno en el que cada momento se convierte en una oportunidad para descubrir algo nuevo contigo. Has iluminado los rincones oscuros de mi existencia que creía que había perdido y tus palabras han sido el faro que guía mi corazón hacia un horizonte aún más brillante que el sol mismo. Ahora ya podemos estar juntos, sólo tú y yo contra el mundo. ¿No te parece maravilloso?"

Después de oír estas palabras, la sonrisa de Leo comenzó a desvanecerse lentamente, desvaneciéndose hasta que su rostro se convirtió en una máscara de desapego emocional.

Mantuvo esta expresión sin emociones por unos segundos, como si se estuviera preparando para la marea de sentimientos que amenazaba con abrumarlo. Sin embargo, esta fachada no duró mucho. Su exterior estoico cedió y la máscara de indiferencia cuidadosamente mantenida se hizo añicos.

En un instante, sus ojos comenzaron a brillar con lágrimas no derramadas. Las esquinas de sus ojos brillaron con un toque de humedad, y luchó por contener el torrente que ahora era inminente.

Su labio inferior tembló mientras luchaba por reprimir los sollozos que subían desde lo más profundo. La fachada de control se desvaneció por completo mientras su respiración se volvía irregular y entrecortada, cada inhalación venía con un ligero tirón que delataba la profundidad de su agitación interna.

Los hombros de Leo se sacudieron con la fuerza de sus emociones, y las lágrimas que brotaban finalmente se derramaron, trazando caminos húmedos por sus mejillas. Por igual manchadó y arruinado el delineador de sus ojos con hilos negros cayendo. El sonido de sus sollozos era crudo y sin filtro, un triste testimonio de la tristeza que ahora era incapaz de contener.

La visión de su colapso emocional era un marcado contraste con la actitud tranquila que había intentado con tanto esfuerzo proyectar, revelando el profundo impacto del momento en su corazón y alma.

Los ojos del Charro Negro se suavizaron con genuina preocupación mientras miraba a Leo. El cambio en la expresión de su amado de su habitual ser alegre y contento a un estado quebrado y lloroso fue como un puñetazo en el estómago.

El cambio repentino fue desconocido pero discordante, y la actitud normalmente tranquila del espectro vaciló ligeramente, su preocupación ahora era clara en los profundos surcos que se formaban en su frente.

"Ey, ey, ¿qué ocurre?" La voz del ser demonio, normalmente autoritaria y sólido, ahora temblaba con ligero de nervios. Las palabras salieron más suaves de lo habitual, mezcladas con un intento sincero de comprender qué había causado este cambio abrupto. "¿Por qué lloras? ¿Dije algo malo?"

Extendió la mano instintivamente, flotando en el aire como para ofrecer consuelo, pero dudó. Su mano permaneció suspendida, sin tocar del todo, mientras sopesar las posibles consecuencias de su toque. El impulso de consolar a Leo era fuerte, pero era muy consciente de que su toque podría no ser bienvenido en este momento de angustia.

"¡No, no! No es nada de eso, lo juro," negó Leo, o al menos sonó como uno. Trató de limpiar las lágrimas que se avecinaban con sus manos, pero fue inútil. "Es solo que... Oh, a quien engaño, no debería haberte apresurado para que te casaras conmigo, fue tan estúpido de mi parte, no tengo idea de lo que estaba pensando. Lo siento mucho–"

"Ay mi niño, no digas eso, no hiciste nada malo en lo que has cometido. Además, ¿de qué estás hablando? Si todo lo que pasó en la boda fue perfec–”

“¿No escuchaste lo que te dije? ¡Te forcé a que te casaras conmigo sin pensar en lo que realmente querías! Me dejé llevar por el miedo que estuve sintiendo durante toda la semana, fingí que todo estaba bien pero no lo fue, no así.”

Continuó, “Y ahora me doy cuenta de que no he sido justo contigo. Ni menos te he dicho la verdadera razón de porque quise hacerlo ahora en vez de esperar cuando yo cumpla 18..."

"¿’Razón’? ¿’Razón’ de que? ¿A qué te refieres con eso?"

Silencio.

"Leonardo."

Sigue sin decir nada más.

"Leonardo, escupelo de una vez ya... por favor."

Leo, aunque inquieto y aterrado, permaneció en silencio, su rostro se contrajo en una expresión de incomodidad y reflexión. Entre sollozos y temblores, lo observaba hacia otro lado con una mezcla de desesperación y anhelo. El silencio prolongado solo aumentó la tensión en el aire.

Finalmente, el niño suspiró profundamente, como si estuviera recopilando las palabras correctas. Su voz ahora sé cargada de vulnerabilidad. “Víctor, hay algo que… que he estado ocultando. Una razón por la cual sentí la necesidad de apresurar nuestra boda.”

“¿Qué es? Anda, dime, puedes contarme lo que sea. No me enojaría contigo si eso es lo que te preocupa.”

Leo dejó escapar una respiración profunda y temblorosa más, sus mejillas todavía estaban surcadas de lágrimas junto con el delineador corrido. El peso de su secreto guardado durante quién sabe por cuánto tiempo parecía hacerse más pesado con cada momento que pasaba, como si estuviera desenterrando una carga que había estado enterrada en lo más profundo de él.

En lugar de tratar de poner sus sentimientos en palabras, Leo decidió dejar que sus acciones hablaran por él. Extendió su mano y tomó la de su esposo en la suya, guiándola lentamente para que descansara sobre su vientre. Colocando la mano allí, esperaba transmitir lo que había estado sintiendo y experimentando.

El Charro se confundió bastante hacia este aquel extraño gesto y se quedó mirando su mano tocada sobre el vientre de Leo, hasta que pudo sentir una energía extraña y sutil fluir a través de sus dedos. La sensación era distinta a cualquier cosa que había experimentado antes, una conexión al ardor y algo más profundo y pulsante.

Sentía una cosita dentro del vientre, sentía cómo si Leo tuviera una vida ahí, un alma, un…

Ser vivo.

Poco a poco, la comprensión llegó a Charro con un estremecimiento. Sus ojos se agrandaron, y la incredulidad y la emoción se reflejaron en su rostro. Su mirada se desplazó de su mano hacia Leo, buscando una confirmación en los ojos del niño, quien recibió un asentimiento en respuesta. "No puede ser..."

“Perdoname, mi amor. Sé que eso no es lo que habíamos planeado, o al menos para ti,” confesó, “Quería que supieras que estoy esperando un hijo tuyo, si me llego asustarme mucho en cómo lo tomarías, que te daría asco, qué te enfureces y que me abandonarías por eso, pero no pude seguir con esa mentira.”

Acariciar la mano de su amado esposo fue lo único que podía tranquilizar y seguir explicándolo, “Mi miedo a perderte me hizo actuar de manera impulsiva y fue por esa razón que quería apresurar nuestro casamiento. No estaba seguro de cómo reaccionarías, y la idea de enfrentarte a la posibilidad de que me rechazaras o, aún peor, que el niño sufriera por mi imprudencia, me aterrorizaba.”

Charro se quedó sin palabras, completamente desconcertado por la enormidad de la revelación. Su mano, que todavía estaba colocada suavemente sobre el vientre de Leo, tembló levemente, dividida entre la conmoción de la noticia inesperada y una inesperada sensación de alegría que florecía.

Su mente corría a mil por hora, tratando de procesar la noticia de que iban a ser padres.

¡Que él iba a ser padre!

Sin embargo, sí tuvo sus dudas a respecto sobre esto.

¿Cómo lo dejó embarazado si es–?

Bueno, tu sabes, del mismo sexo pues.

Además, ¿significa que también hizo el amor con él? ¿Cuántas veces hicieron?

Porque en el fondo sabe muy bien que con ese nivel de beldad y follabilidad el chiquito parece, pueda que tuvieron relaciones por innumerables de veces.

Madre mía, sus gustos que tenía hacia el chamaquito son mucho más retorcidas de lo que él pensaba que fuera.

Pero todo eso no se quita la idea de tener un hijo con Leo, de construir una familia juntos, le resultaba increíblemente castrosa para ser un poco realista. Es que a criar y cuidar a un ser vivo diminuto, especialmente un híbrido, parecía una responsabilidad abrumadora pero innegablemente hermosa. Cuando Leo reveló la verdad, la preocupación y la ansiedad que lo habían consumido anteriormente se disiparon gradualmente.

Solo imaginar a su bebé con rasgos hermosos como los de su niño lo tiene en las nubes. ¿Cómo podía negar eso? Eso sí sería una completa maravilla.

En tanto que el Charro seguía en silencio, a Leo le alarmaba que su amante todavía no respondiera cómo se sentía ante la noticia, "¿Estás molesto? Por favor, dime que no lo estás. No quiero que te vayas pero tampoco quiero deshacer nuestro bebé te lo suplico, charrito. Solo déjame quedármelo, te comprendo si no quieres criarlo–”

Y de repente, con tanta rapidez, el Charro le abrazó lleno de terneza y cálido, rodeo sus brazos a su amada esposa con una intensidad que desbordaba cualquier emoción previamente contenida.

La fuerza del abrazo hizo que Leo se sintiera seguro y querido, como si el mundo entero se hubiera detenido en ese momento para permitirles a ellos dos experimentar esta conexión significativa. Entonces sin pensar dos veces, el chiquitín le devolvió el gesto, rodeando sus brazos y hundiendo su rostro en el cuello. No queriendo separarse.

“Ay, mi dulce angelito, ¿de verdad pensaste que estaría molesto por recibir uno de los mejores regalos que podrías haberme dado?” Finalmente, rompió el silencio, pero sus palabras salieron como un susurro lleno de emoción.

“Nunca imaginé que sería padre, durante toda mi vida mortal, jamás tuve hijos porque nadie me cautivó lo suficiente como tú me hicistes. Je, ¿quién habría pensado que en esta vida como demonio tendría la suerte de tener una familia propia?”

Mientras hablaba, una sonrisa suave se dibujó en su rostro y sus ojos brillaron con lágrimas de alegría. Puso su mano para acariciar atrás el cabello de su pareja, un gesto de amor sincero que reflejaba el profundo afecto que sentía.

San Juan, con su rostro aún escondido en el cuello de su esposo, dejó escapar un suspiro de alivio. Las lágrimas que habían brotado antes se habían transformado en lágrimas de alborozo, y su cuerpo temblaba ligeramente mientras intentaba calmarse. El calor del abrazo era un consuelo inmenso, y sentía que por fin podía respirar en paz.

"Siempre temí que todo esto te asustaría. Temía que, al ser algo repentino, podría destruir lo que tenemos entre nosotros, pero..." El chico separa el abrazo, solo para que tenga contacto visual sin importar que tan desastroso le tiene por su maquillaje, "Me has mostrado que no hay nada que temer."

Con delicadeza, el Charro acarició el rostro de Leo, limpiando las lágrimas restantes con sus dedos. "No hay nada que temer, mi amor. Si alguien puede hacer de este mundo un lugar mejor, es contigo. Lo que siento por ti, y ahora por nuestro hijo, es más fuerte que cualquier temor que pudiera tener, y este bebé será un recordatorio constante de nuestro amor, y lo criaré con todo el cariño que le pueda ofrecer."

“¿Lo dices en serio?”

“Por supuesto que sí, ¿o qué? Acaso creíste que te mentiría, ¿eh?”

Pues, la carita de Leo lo dice bastante de su pregunta anti-climática.

“Pero descuida, te dejaré clarito lo más franco que nunca fui contigo.” El mayor finge aclararse la garganta, algo que hizo que Leo no pudiera evitar reírse un poco por esa tontería. Agarra y sostiene sus dos manos contra las suyas, las trata con delicadeza y con todas sus fuerzas le dice:

“Eres mi vida, Leo, y ahora tenemos una nueva vida creciendo entre nosotros. No hay nada más hermoso que eso, y no quiero perderme ni un solo momento de esta aventura que estamos a punto de comenzar.”

El Charro, incapaz de contener su emoción, empezó a besar a su pequeño en toda la cara, sus preciosas risitas siendo el sonido más contagiosamente adictivo que jamás se cansaría en oírlo. Cada beso que deposita en las mejillas, en la frente y en la punta de la nariz, estaba acompañado de un ferviente "Te amo, te amo, te amo."

Y cuando estaba a punto de besarle en los labios…

Se abrió sus ojos.

Junto a la última nota que ha tocado con la guitarra, ese perfecto y maravilloso sueño se ha ido.

Se despertó en un lugar al que pertenecía desde siempre.

La realidad.

Volvió a donde estaba en primer lugar, la sucia, fría y sombría cueva con su caballo que todavía reposaba su descanso por la noche.

Tanto como su forma desgarrada e infernal aún perdura en su apariencia.

La melodía que había resonado en sus oídos como un consuelo transitorio se desvaneció, dejándolo nuevamente en el abismo de la soledad y lobregura.

El interior de la cueva aún seguía más sombrío y desolador de lo que recordaba, cada rincón parecía estar impregnado de una humedad fría que calaba hasta los huesos.

No quería que ese sueño terminara.

Todavía no.

Quería quedarse allí.

Quería quedarse con su dulce angelito.

Sólo un poquito más.

Esto no es justo.

Nada de esto es justo.

Mira con atención su maltratada guitarra, la sostiene con más fuerza, temblando con cierta sensación de ira, con sus ojos llameantes ardiendo internamente, aprieta sus colmillos y su respiración más rápida y superficial. Lo siguiente que supo fue que tuvo un ataque de ira.

Lo siguiente que sucedió fue que destruyó su guitarra a la pura bestia.

Pedazos a pedazos.

Despedazando la guitarra con una furia incontenible. Las cuerdas rotas y las maderas astilladas volaron en todas direcciones, esparciendo los restos de su único consuelo. El sonido de la destrucción resonó con un eco ensordecedor en la cueva, mezclados con los lamentos agudos de las grietas en las paredes.

Su respiración se volvió errática, y la rabia incontrolable lo arrastró a una vorágine de destrucción. Cada golpe era una descarga de ira contenida, estallando llamas por todo su cuerpo, una manifestación tangible de su frustración y abatimiento.

Una vez que la última astilla de la guitarra fue arrojada al suelo, el hombre se quedó de pie, respirando pesadamente, el pecho alzándose y hundiéndose con el ritmo de su respiración agitada.

La sensación de pérdida que sentía se arremolinaba en su mente, intensificando el vacío y la oscuridad que lo rodeaban. Las llamas de su furia estaban bajando lentamente, dejándolo frío y solo en la penumbra.

Miró alrededor, observando el desorden que había causado, y se dio cuenta de la futilidad de su ataque. No podía cambiar lo que había hecho ni volver en ese preciso momento.

No puede mentirse a sí mismo.

Realmente no puede.

Puede intentar engañarse muchas veces si tiene que hacerlo, pero desafortunadamente esta vez tuvo que aceptar este hecho que intentó evitar y negar.

Le gusta Leo.

No, más bien…

Ama a Leo.

Mucho, muchísimo más de lo que él jamás podría haberse imaginado.

Era una emoción que nunca en su vida humana había dominado, o comprendido del todo.

En su percepción, el amor es una emoción que no vale la pena arriesgar, una debilidad que no puede permitirse mostrar, especialmente en un ente como él, una ser macabra hecho de escoria y vileza. El amor es un lujo que no está hecho para alguien como él, una tentación que sólo sirve para mostrar cuán profundamente se puede caer de este tipo manipuladora trampa emocional.

Y él nunca tuvo la intención de enamorarse del chico desde un principio.

Todo fue sólo por un deber que le asignaron los dioses, sus patrones a quienes él sirve.

Desde la noche donde el pequeño pisó por primera vez en la vieja casona para enfrentar contra la condenada bruja esa, su único deber fue vigilar a Leo, sin contacto ni interacción y sin saber de su existencia, sólo comprobando que cada paso que daba fuera según lo planeado.

Originalmente, debería haberlo llevado cuando el chamaco cumpliera su primera misión, convirtiéndose ya en su reemplazo para que, ahora sí, pudiera terminar con su largo, exhausto sufrimiento y descansar en paz de una vez por todas. Pero oh vaya, su observación que se suponía que duraría una noche resultó ser de 2 largos años.

¿Y por qué se tardó tanto, entonces?

Bueno, digamos que, inesperadamente, podría haber ganado su corazón el joven.

Al principio, las primeras impresiones que tuvo hacia Leo cuando lo vio desde lejos, pensó que solo era un mocoso inútil, un bueno para nada, un grandísimo gallina que se acobarda fácilmente, a la primera cosa que lo asustas y este se termina meará encima en sus pantalones.

Pero, a medida que pasan los retos, esa primera impresión se desvaneció. El chavito era mucho más que lo que el Charro Negro había pensado inicialmente.

Leo no era un simple reemplazo ni heredero ni nada parecido para solo ocupara su lugar; era un ser lleno de vida.

Detrás de su apariencia y comportamiento temeroso, había una centella de valentía junto un sorprendente gran espíritu aventurero que desafiaba las expectativas que le tiraban inopinadamente. Siempre fue un alma digna que ayudaba a la gente sin importar el peligro que le pudiera llegar. La bondad, la gentileza y la nobleza fueron las mejores cualidades que tenía el joven San Juan.

Encima de tener una personalidad muy bonita, también los rasgos que, benditos sean sus padres por haberlo crearlo, llegó siendo una completa preciosidad.

Su cabello largo y castaño que le recuerda a las cálidas tardes de otoño, ondeaba suavemente al viento como las hojas que caen de los árboles. Sus ojos, grandes y de un tono profundo de ámbar, reflejaban una inocencia inquebrantable. Su piel canela, fina y tersa, tenía un brillo que parecía capturar la luz del sol en cada movimiento.

Ah, pero ¿su favorita? Tenía que ser su sonrisa, que podía iluminar hasta la más tenebrosa de las noches, esa sonrisa era su salvación, su ancla en un mundo corrupto.

Con ello, el corazón endurecido del demonio se ha agrietado de maneras que no puede controlar en todo. La fragilidad de sus propios sentimientos había quedado expuesta por primera vez en años de existencia, y a pesar de todo el odio que se había aferrado a su ser durante tanto tiempo, esa delicada fuego de afecto había encendido una vela que no podía apagar.

Le quiere ayudarlo, le quiere dar una mano para que pueda lograr en sus misiones sin la necesidad de que descubra de repente de su presencia porque supo que con la ayuda de sus amigos alborotosos no sería suficiente.

Así que, lo hizo. El espectro indirectamente ayudó al joven cazafantasmas de muchas maneras. Desde las sombras, influenciaba las situaciones y pequeñas pistas que Leo encontraba en su travesía, guiándose sin ser visto.

Las misiones a las que se tuvo que enfrentar, los desafíos, las criaturas legendarias e incluso las pequeñas victorias estaban, hasta cierto punto, bajo su guardia. A veces, el hombre se preguntaba si todo tenía sentido; si su mini intervenciones realmente estaba cambiando el destino del joven o simplemente prolongando la inevitable tragedia que estaba destinado a cumplir.

Sin embargo, cada vez que Leo expresaba alegría genuina por su triunfo junto a sus amistades, una parte de él sentía una punzada de satisfacción, haciendo que al final sí valió completamente la pena.

Lo admira, lo adora, lo obsesiona. Ese hermoso solecito le tiene loco por toda su jodida cabeza. Lo observa desde lejos, intentando no dejar que su propia debilidad salga a la superficie. Pero cada vez que el chico radia con cualquier vibra positiva, esa sensación se vuelve incontrolable.

Se encuentra atrapado entre el deber y el deseo, entre la responsabilidad y la fascinación. El espectro, a pesar de su naturaleza incorpórea, siente una creciente necesidad de estar más cerca, de influir no solo en el camino del castaño, sino en su vida misma. La delgada línea que separa el interés profesional del personal se desdibuja cada vez más.

Lo ama, ama mucho, muchísimo a Leo en cada fracción de su ser.

Pero él sabe bien, muy jodidamente bien que eso nunca sucederá.

Que Leo nunca jamás se fijaría en alguien como él.

¿Quién, alguien tan santo como Leo San Juan, se enamoraría de un monstruo como el Charro Negro?

Para el chico, el Charro Negro siempre será solo un pobre diablo que engaña a los inocentes para robarles sus almas, para que luego termina siendo botellados en frascos de tequilas por toda la eternidad.

Cuando esa noche infame finalmente los dos caminos se cruzaron en uno, donde encontró al mendigo estafador y tomó el alma de la hija de este último, fue evidente que la primera impresión que Leo tuvo en él fue de impactado, terror y arrepentimiento por lo que había hecho para tener este lío.

Creía que Leo se entendería por lo mucho que se ha esforzado para que finalmente pudieran encontrarse después de 2 años de espera, incluso si fuera un poquito tiempo. Aunque si no lo hacían, bueno, ni modo, aún así Leo no puede regresar al pasado, darse cuenta las grandes señales de advertencia que lo ignoro y corregir los errores que cometió.

Por mucho que no quisiera hacerlo, no había otra forma de garantizar que ambos varones pudieran existir al mismo tiempo.

Por alguna razón, el actual poseedor de la maldición tiene que transmitir el espíritu maligno del Charro Negro a su sucesor a través de una forma de posesión para poder continuar con el linaje. Aunque sonaba un poco decepcionado, a una parte en sí le resultaba algo reconfortante que él y su amado Leo estarían juntos como uno solo, y nadie podría separarlos.

O al menos eso es lo que pensó que debería ser si no fuera por su pinche hermano y sus amistades que tuvieron que quitarle primero a él y luego al don de Leo para que ya no pudieran estar conectados.

Eso lo puso furioso, pero ¿puedes adivinar qué es peor? Vio, con sus propios ojos, que la chica Xochitl besó a Leo y él... él lo disfrutó.

¡Ese maldito escuincle lo disfrutó!

Con esa escena que había presenciado, Charro se sintió tan devastado, traicionado pero sobre todo enfermo de celos. No es de extrañar que rugiera de manera monstruosamente emputecida.

Y… ya sabe lo que sucedió después.

La angustia en su pecho se fue acumulando hasta convertirse en una tormenta implacable. Mientras los restos de su guitarra yacían esparcidos por el suelo, una ola de desolación lo invadió. Contempló los fragmentos rotos y pensó en cómo su único refugio había sido destruido en un ataque de ira, reflejo de una frustración que no podía expresar de ninguna otra manera.

Su mente se sumergió en un mar más profundo de pensamientos desordenados, donde la amarga realidad y el anhelo de un amor imposible con San Juan se entrelazan en una danza cruel. Se sentía como si los dioses le hubieran jugado una broma tétrica, mostrándole un atisbo de lo que podría haber sido y luego arrebatándole sin piedad.

¿Por qué la vida lo trata así de injusto?

¿Por qué no le permite tener su propio final feliz que tanto se merece?

Si tan sólo...

Si tan sólo pudiera abrazar ese tal sueño que se le escapa entre los dedos, sumergirse en este aquel mundo paralelo donde el amor y la concordia se fusionan a la perfección sin duda.

Si tan sólo pudiera experimentar los afectos cariñosos de Leo una vez más, libre de la escalofriante maldición que se interpone en su camino.

Si tan sólo los dioses le ofrecieran un respiro, un momento de tregua en el que pudiera vivir la vida que había visto en sus visiones, en vez de estar atrapado en este ciclo interminable de agonía y desamparo.

Pero el cruel curso de la vida no le concede ese deseo; le niega el consuelo y lo arrastra de nuevo al abismo de su propia existencia, donde el sueño es solo una ilusión efímera y la realidad, una condena implacable.

Oh, genial.

Lo que faltaba.

Sus ojos lo traicionaron, empezaron a caer lágrimas hechas de... ¿lava?

Puta madre, ¿qué verga es esta chingadera?

Eso son para maricones y él no debería estar llorando.

Secó las lágrimas ardientes con un rápido y brusco movimiento de su mano, intentando con desesperación limpiar el desorden que se acumulaba sin cesar. Sin embargo, de alguna forma, siempre parecía que llegaban más lágrimas, sumiendo todo en un caos que parecía interminable.

"Carajo, carajo, carajo–" se maldice a sí mismo, mientras nota que, usando ambas manos, las mangas de su chaqueta favorita se están derramando y derritiendo un poco nuevamente pero esta vez es por las lágrimas de lava. Esto ni siquiera es gracioso en absoluto, es tristemente humillante.

Sin importar cuantas veces le quitan, con ese tipo de actitud que le trae ahorita como un quejumbroso, no va a cambiar nada. Los sentimientos que lo consumían seguían allí, imposibles de disipar en un simple parpadeo.

Justo cuando estaba llorando descontroladamente, el caballo se levantó de su lugar y caminó hacia él como si comprendiera la tormenta interna que se desataba en su jinete. Se acercó lentamente, colocando su hocico frío y esquelético sobre el hombro del Charro Negro, buscando consolarlo con su presencia.

Al principio, el Charro se niega a aceptar cualquier maldito consuelo. Frustrado, aparta la cara del caballo y grita “¡Quítate, animal!”, pero el caballo no se rendiría tan fácilmente. El corcel persiste, acercándose cada vez más y empujando suavemente al Charro con su hocico.

Su toque constante parecía ofrecer una forma de consuelo en medio de los demonios internos del espectro, ironicamente. El Charro Negro, resistiéndose, trató de quitarlo, pero la persistencia y la presencia del caballo le resultaron imposibles de ignorar.

Finalmente, en un gesto de rendición, el Charro cayó de rodillas al suelo, su cuerpo temblando con sollozos incontrolables. Se abrazó a sí mismo mientras el caballo se acurrucaba a su lado, ofreciéndole un respiro de calma en medio de su tormenta emocional. El cráneo frío del caballo descansaba sobre su regazo como si comprendiera y tratará de compartir su dolor.

Las lágrimas de lava seguían fluyendo, y todo lo que pudo hacer fue acariciar el cráneo del caballo, mientras las lágrimas caían incesantes sobre el animal. La frialdad del corcel contrastaba de su desdicha, y aunque no podía comunicarse con palabras, el Charro sentía una laza inusual, una comprensión que trascendía el lenguaje y los límites de su propio tormento.

Ja, ¿quién lo iba a pensar que se iba a poner a llorar tan patéticamente por un chiquillo bonito?

El tiempo pasó lentamente, ya sintiéndose algo despejado, se pudo levantar, alejado el lugar donde se brindó sus emociones más humillantes y el lugar en que destrozó su fiel guitarra. El resplandor de la mañana comenzaba a filtrarse a través de la entrada de la cueva, pintando una tenue luz dorada en las paredes desgastadas.

Al menos se agradece que ya el cielo no lleva de su horrorosa nubes negras, puede que después de todo, si pudo deshacerlas si fuera que mantiene en todo control sobre sus pesadas, negativas emociones.

Miró al cielo, fijó la vista en el punto donde brillaba el sol reluciendo como nunca. A través de la grieta de la cueva, los primeros rayos del sol ofrecían un atisbo de un nuevo día. Aunque el abatimiento todavía se instalaba en su pecho, había algo en ese sol naciente. Era un símbolo, tal vez, de que incluso en la oscuridad más profunda, siempre hay una posibilidad de dar una segunda oportunidad para segur adelante.

O bueno, eso es lo que él podría pensar, tal vez se equivocara, quién sabe.

Tomó su caballo por las riendas y dieron pasos hacia la salida de la cueva, se subió a la silla de montar. Esta mañana podía ser diferente, un nuevo comienzo en medio de la vasta extensión del desierto que se extendía frente a él. Había algo en la luz dorada que tocaba el horizonte, algo que le daba una pizca de ilusión.

Condujo a su caballo fuera de la cueva, avanzando con mayor velocidad mientras el sol comenzaba a elevarse más alto en el cielo. Cada paso que daba, cada respiración del caballo bajo él, parecía llevarle un poco más lejos del tormentoso sima emocional en el que había estado sumido.

Ahora, su preocupación más inmediata era:

¿Qué haría con Leo?

Esta vez, en pura seriedad.

Sabía que la situación con Leo era compleja, pero después de ese sueño que ha tenido, se ha reflexionado respectivamente, pensándolo mejor de que ya no desea vengarlo. La conexión que había tenido hacia el chico durante estos años de observación y seguimiento se había convertido en algo más de la manera obsesionada no muy sana, sin decir que también muy toxicamente parasocial de su parte.

Y es vergonzosamente difícil deshacerse si se pregunta.

Pero eso no significaba que pudiera pretender que había dejado que Leo se saliera con la suya tan fácilmente. Todavía necesita pagar sus consecuencias por haber desafiado contra el destino que tenía preparado especialmente para él. La realidad der ser el siguiente Charro Negro era dura y cruel; pero no había escapatoria.

Los caminos entre él y San Juan estaban entrelazados en un juego interminable de causa y efecto, aunque el espectro deseaba lo mejor para el joven, no podía ignorar el hecho de que su vida estaba sellada y decidida por fuerzas mayores y más poderosas que ambos combinados.

No podía simplemente desentenderse del deber que le había sido impuesto por los dioses, ni tampoco podía ignorar las consecuencias que debían surgir de sus propias acciones.

Se pensará bien sobre los posibles puestos que podría tomar con respecto a Leo y su futuro. Aunque la idea de que el niño sea su sucesor podría ya no ser la opción más viable, todavía hay formas en las que podría mejorar significativamente la situación del joven. Es posible que considere presentarle esta propuesta a sus superiores para discutirla, siempre y cuando ellos estén dispuestos a aceptar dicha oferta y escucharla.

Siguió cabalgando su caballo, ajustó las riendas con fuerza y se dirigió hacia el horizonte. Era consciente de que el trayecto que le esperaba no sería sencilla, pero ahora más que nunca, estaba decidido a hallar una manera de unir su sueño sea una posibilidad. El sol resplandecía como un faro, y con cada paso que daba, ya no deseaba desperdiciar ni un segundo más en seguir a su nuevo objetivo principal.

Notes:

Dato Curioso: Este idea lo he tenido primero muchísimo antes que "Notas del Destino" y "La Trampa Maldita" existieran lol

Ah, y por cierto, si ustedes ya lo sabían o no, Leo lleva el vestido de novia de su madre o una réplica parecida del mismo, ¡pero en talla chica para que le encajaran bien! :3

En fin, espero que lo hayan disfrutado mucho. No se olvide comentar y dar kudos el fic, ¡con eso sera sufienciente para sentirme súper feliz! >//v//<

Si necesita agregar y/o eliminar alguna tag, ¡hágamelo saber! ☜(゚ヮ゚☜)

¡Hasta la próxima, ciaooo! (~‾‾∇‾‾ )~