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Toc, toc, se escucha en la puerta. Suspira, da vuelta sobre la cama, imposible seguir ignorando el ruido. Mira su celular para saber la hora y no puede evitar maldecir a todo el mundo mentalmente, pero en especial a su compañero detrás de ella.
Que mierda hacen intentando levantarlo tan temprano cuando ni siquiera tienen que entrenar hoy. Parece incluso que quien sea está ahí detrás, va a tirar la puerta abajo en cualquier momento si sigue así, ensimismado en despertarlo como sea.
– Dale, Facundo, salí. Los gruises nos esperan abajo para tomar unos mates.
Vuelve a suspirar, conocería esa voz en cualquier lado, en todos los universos, la suavidad melosa de la entonación. Tirándose de la cama luego de desesperarse, salta dentro de un short, poniéndoselo a la velocidad de la luz y va con pies pesados a abrirle la puerta a Manuel.
No quiere admitirlo, pero si fuese otro intentaría con todo su poder ignorarlo, es más, se pondría auriculares e intentaría que se cansará de llamarlo.
Abre, dejando espacio para que entre, lo mira, y no es la primera vez que tiene unas ganas inevitables de mandarlo a la mierda por estar tan lindo tan temprano.
Obviamente perdió totalmente la cordura, porque no puede evitar posar su mirada en su compañero, en cómo se termina de adentrar al cuarto y lo mira al cerrar la puerta, escaneando su pecho descubierto.
Sus ojos podrán estar cansados, podrá no tener el mejor humor en las mañanas, pero él no delira. Siente su mirada quemarle, su estómago se anuda en sí mismo y aún así da una vuelta en seco cuando observa a Manuel chupar la bombilla de su mate.
Es un degenerado total, ya no tiene retorno alguno.
No puede evitar querer ser un objeto inanimado. Desearía ser él, tener los labios perfectos sobre su cuerpo, sobre su pecho, su cuello, otros lugares más inapropiados también.
— Facu, ¿Estás bien? — pregunta, chasqueando los dedos, un pequeño deje de preocupación aparece al no recibir respuestas o saludos, ni un mísero hola de su parte, — Te me fuiste.
— Manu, ¿Sabes qué hora es?
El otro solo puede levantar los hombros en una señal despreocupada, murmurando un tema que Facundo no reconoce, recargándose contra la pared y aun cebando un mate tras otro.
Pasan unos segundos eternos tan solo mirándose, reconociendo a la otra persona en la habitación. No puede evitar recorrerlo con la mirada, trazando un camino desde sus pómulos hasta las piernas tan bien trabajadas. Ni siquiera se anima a imaginar las guarangadas que quiere hacer con ellas.
La tranquilidad rota en el momento que el cinco le ofrece un mate sin más preámbulos, sus dedos largos y canosos agarrando el recipiente como Facundo desea que lo agarrara a él, las venas marcadas se verían espectaculares alrededor de su cuello, metiendo presión, siendo partícipes de volarle la cabeza.
Facundo solo puede aceptar a pesar de que sabe que no le va a sentar bien a su estómago, no con el enredo de problemas que sus sentimientos generan, aparte de tener esa cosa hereditaria de su madre de no poder tomar mate a primera hora sin terminar del orto después. Pero como siempre, se da cuenta de que todo capricho que le pueda cumplir a Manuel es prioridad en él, lo tiene de la correa, es un gobernado con todas las letras sin siquiera ser algo.
Tiene una debilidad tan poco común, nunca antes se había sentido así, tan arrastrado, comiendo de la palma de la mano de su compatriota. Y sinceramente es mucha la revelación, el proceso de iluminación al que llega en una hora tan abismal.
La concha de la lora, Dios no lo ayuda, la frase está mal. Una rotunda mentira.
No es momento, no es momento para tener un ataque de pánico o similar sobre su sexualidad con la persona que le genera las dudas (o más bien dicho, la certeza) en la habitación.
— Facundo, me estás preocupando en serio, loco. Estas re perdido hoy.
Se quiere autocagar a piñas, pero se conforma con sacudir la cabeza, con intentar prender o formatear su cerebro a los ajustes de fábrica. Bajo la mirada atenta del más alto por fin va en busca de su remera para mantener su cerebro ocupado.
Obviamente igual no puede perder la oportunidad de meter bocado, — Bue, discúlpame por no ser perfecto como vos y no levantarme sonriéndole a la vida.
Ugarte pega una carcajada, una música armoniosa que calma su alma de manera sin igual. No le entra en el pecho cuanto lo quiere, cuanto quiere acortar toda distancia y estamparlo contra la pared más cercana hasta que los dos se olviden de sus propios nombres, de sus profesiones, todo.
— Sabes que eso no es así.
Y Facundo no pude evitar sonreír, lo sabe, lo sabe porque ha compartido cuarto con él. Se acuerda de como el más alto casi le encaja un piña en catar cuando él inocentemente lo movió, recuerda la casi hora entera del montevideano pidiéndole disculpas y haciéndole el desayuno con una forma de disculparse. El recuerdo lo llena de una extraña calidez, le trae de vuelta el sabor dulce de los panqueques, las risas y las anécdotas intercambiadas entre capuchinos.
Cree firmemente que allí comenzó todo, su obsesión para con todo lo que tenga que ver con Manuel Ugarte. Su corazón acelerándose en todo momento de conexión.
Se da vuelta rápidamente, dando término a sus recuerdos cursis. Dándole la espalda y poniéndose la remera de la selección, intentando esconder el orgullo presente en su cara, al ser uno de los pocos que puede decir conocer algunas de las mañas de Manuel Ugarte.
Se hace el bobo para pasarla bien, tal como diría su mejor amiga, — ¿Qué, lo de la felicidad?
— Facundo, — Manuel empieza, dándole mística importancia a lo que va a decir, — La única manera en la que me podría levantar feliz todos los días es al lado tuyo.
Sus mejillas se pintan carmesí al instante, siente la calidez acompañada de la vergüenza, agarra una almohada rápidamente y la tira cerca de la cabeza del otro, — Deja el chamullo barato, tarado.
Manu vuelve a reír, esquivando su ataque fácilmente, se acerca, — Viste, al fin te avivaste. Hasta te despertaste más rápido, capaz que lo debería de hacer más seguido, ¿no?
Los nervios se apropian de su cuerpo, no sabe qué contestar, no se puede ni mover del lugar al que se siente pegado cuando Ugarte deja su mate y termo en la mesita de luz y da pasos agigantados hacia él.
— ¿Te gustaría eso, Facu? — ya frente suyo le mueve un mechón de pelo, se siente como un adolescente de nuevo. Como si estuviera en medio de un baile con alguien intentando levantarlo, — A no ser que se te ocurra otra estrategia más divertida.
Y el reverendo hijo de puta se lame los labios.
— Manu…
— ¿Qué pasa pelli? — pregunta sonriente, le revuelve el pelo como lo haría su madre, arreglándolo como le gusta a él. Y una vez hecha su labor le planta un beso mojado en la mejilla, — Buenos días, enano.
Se siente explotar y realmente no puede hacer más que desviar toda la conversación, finge demencia como los mejores, — ¿A quién le decís enano, pajero?
Detesta ver como el otro lo mira divertido, un gesto burlesco apoderándose de su hermosa cara, sus rasgos definidos por el mismísimo Miguel Ángel lo miran con la ternura con la que alguien miraría a su hermano menor. Lo odia, odia la sensación asquerosa, el destello de enfermedad que simple hecho de haber leído su dinámica tan mal le genera.
Genuinamente se propondría el suicidio antes de escuchar a Manuel llamándolo hermano o manito como a veces lo hacen Darwin y Araujo.
— Estás muy pensativo hoy, no sabía que eras capaz de eso. — vuelve a descansarlo, buscando molestarlo, que se prenda la mechita tan corta que tiene.
— Sos un estúpido, Manuel.
— Viste, sos re malo conmigo… — dice, dándole un pequeño toque en la nariz, es el rey del histeriqueo, — Me voy a enojar si me siguís ignorando a propósito.
Y el tipo hace puchero, le hace una escena digna de pareja, su corazón se estruja en el pecho, un dolor particular que se centra en él. No le pasa con nadie más. Le molesta un poco.
Le genera una bronca que no tendría que tener, lo señala, su sangre hierve debajo de su piel ¿Quién se cree para jugar así con él?
— Terminala con eso.
Pasan unos minutos en silencio, su respuesta parece haber apartado a Manuel, el más alto retirándose de su espacio personal casi al instante, como si se hubiese quemado.
Facundo traga fuerte, y decide hacer como si nada aun si su corazón late a mil, ignora la mirada descolocada del centrocampista, como su ceño se frunce. — Mejor vamos con los pibes abajo, nos deben de estar esperando.
Se hace a un lado del otro, evitando de cierta forma la conversación y da zancadas hasta la puerta abriéndola de un tirón. Solo espera que Ugarte agarre su mate y termo y emprenden el camino hasta el ascensor en silencio.
Es todo tan raro, todas las líneas que borran, las rayas en la arena qué hacen y luego desaparecen en un instante. No debería, no debería de imaginar ni hacerse ilusiones, no es momento ni lugar para actuar a la par de sentimientos seguramente no correspondidos.
Una pequeña voz lo hace salir de sus pensamientos, un dejo de tristeza tan fuera de lugar, — ¿Estamos bien?
— Obvio, bobo.
Como ofrenda de paz deciden seguir compartiendo el mate en el ascensor, un ciclo vicioso de hablar del clima, chupar, compartir chisme, quejarse de la yerba que Manuel usa, escucharlo defender la Baldo como si su vida dependiera de ello y repetir.
No cambiaría nada por esto.
***
— Pah, tardaron mil años en bajar. Ya estaba por mandar al Lolo a que los vaya a buscar. — Dice Ronald, el único Araujo despierto, ya que Maxi es de dormir hasta más tarde cuando pueden. Y tiene todavía el privilegio con el que Pellistri no corre de ser dentro de todo nuevo, para que no lo arrastren a sus desayunos a horas totalmente inhumanas.
— No exageres, sabes como es Facundo por las mañanas. — Añade Valverde, intentando defenderlo de la única manera que sabe hacerlo con sus compañeros de selección, enterrándolos más.
Posta a veces no sabe qué maruja se fumaron cuando llegaron a la decisión dividida de hacer a Federico el capitán atrás de Luis.
— ¿Vago?
— Exacto.
— Bo, ¿saben que estoy acá?
Manuel salta a su defensa, aun cuando no es necesaria, — Fui yo quien lo entretuvo.
Y para qué, los otros sentados alrededor de la mesa chiflan. Tirando cada vez más comentarios alzados con el afán de descansarlos, lo más tranquilo que dicen es Lolo con su, “mira con se defienden los novios.”
Los mataría a todos a sangre fría.
— Ta che, dejen a los gurises en paz, deben de tener hambre. — Dice Luis, en modo padre total. Tomando rienda de la situación e indicándoles las sillas a su lado vacías se levanta para traerles el desayuno.
Facundo sinceramente no sabe cuándo pasó, o cómo pasó, pero de la noche a la mañana Luis los adoptó a ambos como sus pollos justo después del 19 de la selección. Quien, hablando de Roma, no tarda mucho en hacer acto de presencia, tirándose en la silla a un lado de Ronald luego de darle un beso en la mejilla.
Sus buenos días asquerosamente alegres retumban por el lugar, todos respondiendo al instante, ya sea asintiendo o usando las mismas palabras.
Es el solcito de la selección, Facundo de verdad no sabe como lo hace, como puede ser tan feliz con tanta perpetuidad. Ya quisiera él ser capaz de madrugar y no levantarse con el pie izquierdo.
— ¿De qué hablan? — pregunta, con la boca llena de scones, Darwin tiene la costumbre de atragantarse de comida apenas se despierta, exclamando que lo hace más fuerte, más concentrado en su labor. Personalmente, Pellistri piensa que es todo chamullo para que no le digan muerto de hambre nomas.
— De que Manu y Facu estaban muy ocupados dándose besitos.
Facundo gira los ojos al mismo momento que Darwin se gira rápidamente hacia ellos después de la declaración del Riverense, mirándolos como que bajo Dios y le dio una revelación, los ojos abiertos como platos. Su yo del futuro claramente diría que ese no es el momento justo para tomar café, pero Facundo se odia a sí mismo, y al instante se atora con la bebida caliente al escuchar las palabras del delantero.
— Felicitaciones — dice Darwin, claramente feliz por ellos, por la relación ficticia que sus compañeros les crearon, Facundo siente la vergüenza comérselo cuando Manuel le pega en la espalda para desatorarlo. — Era obvio, hacen re linda pareja.
Ninguno presente en la mesa se anima a emitir sonido, ya no es gracioso. Nunca lo fue sí son honestos.
Sus ojos pican, la humillación que siente no es normal, quiere que la tierra se parta al medio y se lo trague. No quiere ni imaginar la cara de Manuel, no quiere saber lo que está escrito en ella.
Su corazón se aprisiona, se siente tan fuera de lugar con todos mirándolo, es la primera vez que se siente como alguien que se coló en la selección uruguaya. No sabe qué decir, qué palabras pueden funcionar para disipar la tensión, la forma en la que sus compañeros se llenan de culpa viéndose enfrentados a la sencilla aceptación de Darwin.
Quiere mandar todo a la mierda, se siente como animal enjaulado. Y su incomodidad demuestra la verdad, sabe que les hace ver que no están tan equivocados en sus suposiciones.
Detesta el hecho de que está arrastrando a Manuel consigo.
Intenta sonreír, sabe que no es más que una mueca extraña, quiere agradecerle al delantero por apoyarlos incluso cuando no es más que una broma, una mentira hasta cruel en su parecer. — Um, gracias… Yo - creo que me olvidé de algo.
Y huye, se levanta rápidamente de la silla a pesar de las quejas, del intento de los otros de retenerlo un ratito para llenarlo a él y a Manuel de disculpas.
Hace caso omiso y casi corre hasta la salida, dejando al otro montevideano tirado, que se encargue del problema. Que se haga responsable por el desastre que ha hecho de su persona, de sus sentimientos confusos.
Quiere llorar, tirarse en su cama y darle rienda suelta a sus lágrimas. La verdad que hubiese preferido que lo tratarán de puto asqueroso antes que esto, que hacer evidente los sentimientos que siente por el mediocampista, por el único hombre capaz de moverle todos los esquemas.
Corre como si no hubiese mañana, toma el camino largo de las escaleras y las salta de dos en dos. Lo único positivo es que no rompió la racha del entrenamiento de cardio, Bielsa no va a tener motivos para enojarse con él al menos.
Un positivo en esta mañana de mierda, no se debería ni de haber despertado. Quizás morir entre sueños no suena como tan mala idea tampoco.
Se larga a llorar de bronca al instante que cierra la puerta de su cuarto, sus manos tiemblan con impotencia, con todo lo que tiene por decir, todo lo que tiene por hacer. No quiere enfrentar la realidad, pero debe, debe ser sincero consigo mismo, con Manuel, con sus padres.
Siente que quizás podría ser un peso sacado de encima, una mentira rectificada. Son pasos gigantes, que se sienten mucho en su cuerpo, en sus años de vida. Pero por ahora se conforma, se conforma con tirarse en la cama, con taparse la cara con sus manos frías, el café que estaba tomando incapaz de calentarlo luego de las palabras helantes.
**
Vuelve a sentir el ruido característico de alguien tocando la puerta. Esta vez no se levanta, no debería de cometer el mismo error dos veces.
— Facu, por favor, háblame.
Su corazón comienza, da el salto para arrancar, tal como lo haría un auto viejo en una mañana fría de invierno en Montevideo, le cuesta.
No le contesta, simplemente se da vuelta a un costado en la cama. Mira a la puerta como si personalmente le hubiese fallado en la vida. Manuel continúa golpeando cada vez más fuerte.
— Facundo, abrime la puerta. — Es una demanda, lo sabe. Y el sentido de deja vu se apodera de su cuerpo al dar los pasos hacia ella.
Odia el poder que tiene sobre él.
Apenas la abre se trastabilla con el poder del abrazo de Manuel, como lo sostiene como si fuese la última persona en la faz de la tierra. Sus manos hacen un puño su remera en la espalda, — Facu, ¿estás bien?
No puede evitar dejar ir una risita, su cabeza sobre el hombro del otro, aferrándose a la calidez, al aroma tan especial. Su perfume es perfecto, tan único como el jugador del Paris Saint-Germain ya lo es, — Es como la quinta vez que me preguntas en el día.
Manuel ríe también, separándose un instante para tomarlo de la cara, lo observa como intentando encontrar algo en sus ojos. — Me preocupo por vos, enano.
— No tenés nada de qué preocuparte. No pasó nada, vos no hiciste nada malo.
— Pero… te hicieron sentir mal, ¿no? — pregunta, lo conoce. Es horrible lo fácil que es de leer estando frente a él, como se derrite bajo sus toques llenos de sinceridad, de aprecio, — Sabes que no fueron sus intenciones, solo estaban jodiendo como siempre.
Suspira por milésima vez, separándose del agarre plácido, armándose de valor antes de hacer esto, de cambiar la trayectoria de su relación para siempre, — Manu, el problema no es ese. El problema es que no quiero, no quiero que sea una joda.
Antes de que el otro pueda contestar añade más, más leña al fuego, más formas en las que podría rechazarlo. — No puedo no querer. Quiero tanto…quiero despertarme todos los días a tu lado, quiero que me digas lindo y amor y todo lo que las parejas se dicen, quiero comerte la boca a besos.
Se siente como demasiado, es abrir su alma para que el otro mire dentro, pero igual se arma de valor. El que arriesga no gana, y él es de Peñarol, huevos no le faltan, — Quiero que me hagas lo que quieras hacer conmigo.
No puede terminar su declaración porque Manuel lo vuelve agarrar del rostro, sus ojos tan expresivos mirándolo con esperanza, con el amor que Facundo se autoconvenció no existía. Es demasiado, todo es demasiado y tan poco hasta que el mayor estampa sus labios juntos, es un frenesí, un sin fin de emociones cayendo dentro de él y depositándose en el otro.
Se aferra a la cintura del mediocampista como su línea de vida, como si fuese a desaparecer si no la estruja. Quiere marcarlo, quiere poder decir que le pertenece y que él también le pertenece a Manuel.
Utiliza su lengua para reconocer cada lugar recóndito de su cavidad bucal. Es un sueño hecho realidad, poder decir que Manuel los guía hasta una pared, los aprisiona en ella.
Se deja llevar, contesta a todas sus intrusiones, fluye como el océano, deja que las olas lo ahoguen en suspiros, en mordidas a su labio. Nunca se había sentido así, tan correcto, su lugar de pertenencia.
Definitivamente su lugar seguro es entre los brazos fornidos del cinco, del amor de su vida, el futuro padre de todos sus hijos.
Se separan, se miran, y Manu empieza recorrer sus mejillas calientes con delicadeza, no sabe por qué, pero no puede evitar largar todo, dejar que el agua salga a cántaros dentro de sí. Es un alivio enorme, desligándose de las ataduras de sus dudas.
— Mi vida, ¿Por qué lloras?
— Estoy feliz, Manu. — admite, y el más alto responde dejándole beso tras beso en cada lugarcito de su cara. Limpiándole las lágrimas, mordiendo en su línea de mandíbula, tras la oreja, besándolo como si fuera el mejor manjar qué podría tener.
Y Facundo se deja hacer, deja que lo ame, que lo quiera. Lo mínimo que puede hacer es intentar seguirlo, más aún cuando Manuel por fin habla, — No sabes cuanto llevo esperando esto. Desde hace cuánto me gustas, me volvés loco Facundo, mi amor.
Manuel le agarra la mano, tomando cada dedo con delicadeza, intentando conocerlo hasta la profundidad, anotando en su memoria cada detalle. Continúa con su confesión a pesar de la atención especial que le da a uno de los dedos más largos. Facundo mentiría si dice que la idea de ellos en otros sitios no lo hace pirar.
— No era joda cuando te dije que me levantaría mucho más feliz contigo al lado, soy la persona más feliz de la tierra cuando estoy contigo, cuando te reís de un chiste conmigo, cuando simplemente estás ahí… Te quiero pila, Facu.
— Y yo, yo también.
Pasan unos minutos abrazados, animándose a tocarse como antes no se habían permitido, reconociendo sus nuevos roles, sus nuevos lugares. Intercambiando besos inocentes, sencillos, yendo paso a paso, no apresurando las cosas.
Es Manuel el que rompe el silencio cómodo en el que estaban, una lámpara prendiéndose en su corteza cerebral, — Decime, por favor, que ahora sos mi novio, por favor. — le suplica al menor, lo agarra en casi un delirio.
— No seas bobo, obvio que soy tu novio. — Le contesta sonriente, igual reprochando, porque no sería él si no lo hace, — A pesar de que no me lo hayas preguntado cómo la gente.
El otro pega carcajada limpia, esa chispa prendida siempre, jodiendo, — Pah, deconstruite loco, ahora funcionan así las relaciones. Es más, sos mi vínculo romántico afectivo. Que novio ni que novio, que pavada.
Lo empuja, pegándole en chiste, — Sos terrible idiota. Sos vos el que me llamó tu novio, tarado.
— Si, pero soy tu idiota. — dice sacándole la lengua primero y luego tirando del brazo para plantarle un beso de nuevo. — Sos mío, mi novio hermoso.
Sus mejillas son de un perpetuo color rojo, su corazón en una danza imposible de parar, en el bombeo casi idéntico a cuando se está viendo una comparsa en pleno carnaval. Quiere vivir para siempre en este momento, en este lugar, entre las palabras dulces y los besos pesados, entre suspiros y los apodos más estúpidamente cursis qué se les pueden ocurrir.