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El chico de miradas caleidoscópicas

Summary:

Sakusa cree que es meramente cuestión de su autocontrol no desear moverse de habitación en cuanto Hinata empieza a hablar de varios temas a la vez con una sola persona, forzando su lengua a no terminar enredada.


El problema y la solución de Sakusa tienen nombre y apellido.

Notes:

Escribí este coso como un regalo de cumpleaños para mi beta reader, y sigue siendo de ella. No juzguen mi smut, gracias :]

Work Text:

Amistad e introspección son los puntos de partida y retorno de Sakusa Kiyoomi. Aunque en ciertas circunstancias, cuando se trata de Hinata, la amistad termina metiendo sus fastidiosos hilos, teniendo la ventaja de manejarlo como un titiritero a su bonita marioneta de madera. Sakusa cree que es meramente cuestión de su autocontrol no desear moverse de habitación en cuanto Hinata empieza a hablar de varios temas a la vez con una sola persona, forzando su lengua a no terminar enredada. 

Mejor que se enreden las nuestras.

Palidece, por segundos. La introspección aún no le apura. Recuerda que se encuentra rodeado por el resto del MSBY, y que Hinata está a lado suyo, charlando con el tipo más insoportable del mundo. A ese, por el contrario, quiere callarlo a balonazos. Pero ¿qué había sido aquello? Huir a las duchas le hace reparar en lo poco decoroso que se había comportado dentro de su mente. ¿En verdad él había tenido uno de esos pensamientos…? ¿Cómo es que los llaman? ¿Libidinosos? Bueno, debería tomárselo con seriedad si es que quiere descubrir el detonante. Porque, no es su amigo. Sí, en definitiva no es su compañero de piso, con el que comparte más de su vida de lo que ha compartido incluso con Motoya. Oh, vale, ahora sí se pone preocupante. 

Lo siguiente es despabilarse. Hace de sus manos juntas un cuenco bajo el grifo. El agua a temperatura ambiente que se esparce por la cara le hace recobrar el sentido, lo necesita. Porque simplemente no puede parar. En su mente se dibujan las formas de él y Hinata acortando la distancia, fundiéndose en un beso, compartiendo fluidos; la emoción creciendo desde la parte baja de su abdomen lo orilla a sujetarse al borde del lavamanos. El espejo frente a él le brinda su imagen: no está arruinado, no todavía. ¿Cómo sería su reflejo, entonces? El de un Sakusa Kiyoomi arruinado por un ser tan divinamente salvaje. 

Es inquietante lo mucho que desea descubrirlo, porque nunca antes había deseado a nadie de esa forma. 


El entrenamiento acababa de concluir, su piel estaba caliente y húmeda, como la de muchos, como la del chico que casi tenía encima. Sakusa sabía lo mucho que a Hinata le gustaba invadir el espacio personal cuando la confianza ya estaba zanjada por ambas partes, y eso no lo dejaba fuera. A menudo se le juntaba para ir a comer a un izakaya cercano, otras veces se habían escapado a un McDonald´s durante el desayuno. Sakusa se percata de lo constante que es a la hora de seguir a Hinata, y lo toma desprevenido.

—Te ayudaré, Sakusa-san —dijo, no a modo de sugerencia.

Es cuestión de autocontrol poder repasar su cuerpo de abajo hacia arriba sin ruborizarse, sin tentarse a morder su labio inferior por esos muslos esculpidos por el mismísimo Miguel Ángel, por esas caderas que le ha visto mover al son de Hips Don´t Lie en medio de la cancha , o su cintura que maniobra con astuta flexibilidad en los partidos. Se detiene en su boca, en el primer desencadenante. ¿A qué sabrá la sensación de hurgar en la boca ajena, de converger incontables bacterias con el sólo propósito de descubrir si Hinata es tan deleitoso como se ve? ¿Valdrá la pena en verdad? 

Sakusa se toma un respiro antes de hablar.

—Creí que estabas con Miya.

—Él se ha ido a duchar. De hecho, estamos solos.

El sonido cliché de una cinta al rebobinar, es justo lo que se reproduce en la mente de Sakusa. ¿Cómo fue que pasó por alto tal cosa? Debió haber sido obra de alguien, del destino o de sus compañeros que seguro comenzaban a sospechar. ¿Tanto se le notaba en la cara, las ganas de besarlo como si no hubiera un mañana? Esto tendría que acabar esta misma noche, o dejaría de llamarse Sakusa Kiyoomi para pasar a ser un peón más de sus vulgares pensamientos.

—Sigo aquí —contestó Hinata, en medio de una llamada—. Ajá, nos vemos allá.

Sakusa sigue de pie detrás de él.

—Deberías ducharte, nos esperan en el Maharaja —avisa Hinata, devolviendo el móvil a su maleta, la cual cierra y se la cuelga en el hombro—. Ellos nos esperarán, pero creo que no deberíamos prolongarnos tanto.

El pelo naranja continuaba apelmazado en su frente por el sudor, los brazos le brillaban como si estuvieran untados de aceite, la camisa se le adhería al cuerpo empapado, se le ceñía en los hombros y cada que se estiraba, su abdomen desnudo se asomaba. ¿A qué sabría la gota que resbala por su nuca? ¿Sería salada, como una aceituna? ¿Sería dulce, al igual que el almíbar? Un poco de ambas, quizá. Tal vez ninguna, tal vez podría ser tan ácida como un buen lemon gingerini . La sangre se le está empezando a subir a la cabeza. La aversión abandona su espíritu, dejando entrar a un ser desvergonzado y hambriento. Hambriento de Hinata Shoyo.

—Agradezco la invitación, pero hoy no —Sakusa quiso despedirse brevemente, temeroso de perder la cordura.

A Hinata le toma por sorpresa la negativa de su amigo , quisiera decirle que sin él, no se divierte de la misma manera; pero esta vez, como muchas otras, elige no decirlo. Aunque sin verse en un espejo, a Hinata le salen subtítulos por la cara. 

—¿Y qué tal ir por un sorbete mañana? —dijo, pero siente que ha dejado la pregunta al aire porque Sakusa ya se encuentra lejos de él, y de espaldas. 

Sakusa se detiene en seco, lo medita. No quiere quitarle de un día para otro todo lo que le ha dado. Esa exclusividad casi infantil de no usar sus guantes cuando está con él, o de mantener lejos su mascarilla mientras charlan sobre el clima del día y cómo eso podría afectar la temporada de juego, pues ninguno desea perdersela. Deseo, deseo, deseo . Lo desea tanto, a borbotones.

—¿Mañana? —Sakusa se gira, luchando por no verse expuesto—. Claro, si es que ya estás sobrio.

Hinata de pronto se siente indignado, lo hace sonreír y soltar una risilla nerviosa. Sabe acelerarlo, lo que es peor. Pero a diferencia de Sakusa, Hinata no libra una batalla desdeñosa con sus sentimientos, él fluye, a rienda suelta. Es la parte que a Sakusa le aterra, aunque no quiera decirlo en voz alta ni en su cabeza. 

—Ya veo cual es el concepto que tienes sobre mi, Sakusa-san. ¿Qué debería hacer para que deje de ser así?

Deberíamos besarnos. Sí, eso rompería la tensión. 

Esa noche, a sabiendas de que Hinata no se encuentra en la habitación de al lado, Sakusa tiene la libertad de acariciarse con nada más que la imagen de un beso entre él y Hinata en su cabeza. Se viene dos veces y, al final, los remordimientos no lo dejan dormir. 


Hay dos sorbetes de sandía en la mesa de una cafetería, y dos muchachos disfrutando de su día libre. Es nueva , piensa Sakusa, al notar la playera de One Piece que Hinata lleva puesta. Quiere señalarlo, pero duda en sí se verá demasiado obsesionado. Qué va , no es para nada antinatural.

—¿Cuándo la compraste? —pregunta, luego de su mini discusión interna.

—Oh, ¿te refieres a esta? —dijo Hinata al estirarse la playera, sonriente—. Natsu me la obsequió en navidad. Ha dicho que para mi cumpleaños será una exclusivamente de Zoro. Yo le he dicho que no hace falta, pero se enfada si no me dejo consentir .

Su cumpleaños es dentro de un mes, ¿qué debería obsequiarle? 

One Piece es lo único que mueve tu mundo, ¿o hay otras cosas? 

A Hinata le calienta el corazón esa pregunta. Por fuera, puede parecer distante e incluso indiferente por el tono que Sakusa emplea, pero la coraza se resquebraja y deja ver el aprecio que por él siente, independientemente de si se trata de algo romántico o de camaradería, o aunque termine siendo unilateral o no.

—Me encantaría mostrarte —el de hebras anaranjadas sonríe, pidiendo su mano al más alto.

Hinata se pone de pie, y Sakusa se deja guiar una vez más.


El departamento se ve a oscuras, excepto por la habitación de Hinata, que es donde se encuentran, ambos, sentados a la orilla de la cama. Sakusa considera que es un espacio muy íntimo, pero, gracias a ese señor omnipotente, (como muchos le llaman) su mente está libre de todo pensamiento bochornoso. Dios sí ama a los gays, quien te haya hecho creer lo contrario, miente. No pretende arruinar el momento. Hay algo que anhela más que besar a Hinata con nociones eróticas: su corazón. Porque sabe que puede amarlo de ambas formas, con devoción, hecha de ternura y caricias al alma, sin olvidar la locura pasional que le embriagan los sentidos. Esos mismos que le imprimen abrazarlo hasta quedarse dormido, hipnotizado por la esencia de su cuerpo. 

Sí, desde el principio. 

Desde que le saludó por primera vez antes de que Karasuno cayera contra Kamomedai, antes de la fiebre que lo llevó a las bancas y lo despidió del éxito en la secundaria. Sin saberlo, sin antes poder decir “no me interesa, no es lo mío”, Sakusa ya había caído enfermo por él en innumerables ocasiones. Lo dicen, a viva voz, los actos a los que jamás se ha negado, y otros tantos que nunca creyó atreverse a cometer, por el simple hecho de tratarse de él.

Si ya era valiente y orgulloso, si ya era digno y competitivo, Hinata le hacía sentirse cuan Aquiles en la guerra de Troya.

—Creo que es algo que no le he mostrado a nadie —confiesa Hinata, colocando una cajita de madera sobre su regazo. Sakusa sigue atento cada uno de sus movimientos—. Alguna vez te mencioné que colecciono cosas, ¿no?

—Lo hiciste —respondió Sakusa, intentando encontrar su mirada. Hinata se resiste a que suceda—. Aunque creí que te referías a las películas en blu-ray de Anne Hathaway. 

Hinata ríe avergonzado, con la cabeza gacha. Tiene fijas las manos en la cubierta de su caja. Su corazón late con vehemencia, siente que se le va a salir del pecho. Si sucediera ahora, se lo entregaría a Sakusa-san. Cierra los ojos, quiere despejarse. No entiende qué es lo que lo pone tan nervioso de repente. Siente que vuelve a tener quince años y que está actuando igual de torpe como aquella primera y última vez que invitó a salir a Yachi. Dios , lo odia tanto justo ahora. Es injusto ser tan guapo y estar tan sereno a la vez. Desearía no tener que lidiar con esos pensamientos. Desearía arrancarlos desde donde nacen y deshojarlos como a una flor. Deseo, deseo, deseo . Y, sin embargo, hay algo que desea mucho más, con el doble de fuerza  de la que usa al golpear la pelota, haciéndola sonar en los tablones de la cancha. 

Finalmente, descubre la caja. Sakusa puede ver que hay varios tubos dorados dentro, no muy grandes y parecen salidos de una película fantástica de Barbie, como la del cascanueces. Son caleidoscopios. Hinata le entrega uno, con sumo cuidado.

—Los caleidoscopios decidieron coleccionarse en mi casa y no al revés, porque se cruzaron en mi camino muy caprichosamente —empezó a contar Hinata, mientras Sakusa ya probaba uno, mirando a través de él, observando las imágenes ilusorias producidas por los espejos que se encuentran en su interior—. Un día, cuando aún vivía en Miyagi, la escuela nos llevó de excursión a un museo. En la tienda escogí uno y miré a través del pequeño orificio. Fue mi perdición. En verdad los valoro mucho. 

—Pues en verdad tienes porque —concordó Sakusa, devolviéndolo a su lugar. Eleva la mirada, esta vez no tiene que buscar, se encuentra con la del muchacho frente a él, se lo permite. Espera proyectar con sus ojos lo que su boca aún no es capaz—. Son muy lindos, y maravillosos.

Dilo.

—Como tú.

Jesucristo, voy a enfermar. 

—¿Soy… muy lindo? —duda Hinata, con una sonrisa de medio lado, se le marca un hoyuelo—. ¿O… maravilloso? 

—¿Hay una razón para verme obligado a escoger sólo una? —se defiende Sakusa, firme. Adorna su voz con elocuencia y algo de atrevimiento.

—No respondas con otra pregunta, Sakusa-san —el nerviosismo de Hinata se ha ido, y da cabida a la reciprocidad, pues no es el único que sabe con que están lidiando.

En ese instante suceden tres cosas: un acercamiento que no es comprometedor, todavía. Es más bien lento, cuidadoso, con miedo a perder; sus cuerpos se mueven y posicionan listos para encajar. Sakusa descubre la abertura, una oportunidad latente, decide inclinarse un poco más. Hinata finalmente cierra sus ojos y entreabre los labios, como si fuese a decir algo. ¿Por cuánto tiempo he anhelado esto? ¿Qué debería hacer ahora? 

Por favor, no. 

Hinata percibe una picazón en las manos, se resiste a aferrarse a la camisa de Sakusa y hacerle saber su necesidad de contacto. Sakusa no ha apartado la mirada de los labios de Hinata, quiere atraparlos, privarlo del oxígeno por unos segundos, aunque sea la aventura más rápida del mundo. ¿A qué sabrá? ¿Qué textura tendrá? 

Están por sellarlo, sea o no un pacto. La distancia se corta como suave mantequilla caliente, las respiraciones chocan al compás de sus latidos. Va a suceder. Pueden saborearse, casi fundirse el uno con el otro. Sakusa toma la delantera, da el paso arriesgado: su mano sostiene el mentón de Hinata, tentado a acariciar el labio inferior ajeno con el pulgar. 

No, eso me rompería

Y, cuando no hay nada más, el móvil en el bolsillo de Sakusa empieza a sonar. Este se tensa, Hinata retrocede, apartándose de su lado de inmediato. De su boca emerge una risa, es corta, y triste. Sakusa no lo entiende, sólo está furioso con quien sea que haya hecho esa llamada. 

—¿Eso era Waterfalls de TLC , Sakusa-san? —Inquiere, sonriendo. Sigue siendo como una herida. 

Jódete, Motoya. 


Sakusa quiere separarse a sí mismo del enredo de sus emociones. No puede ver a Hinata a la cara, no puede sostenerle la mirada, y mucho menos ha podido volver a dirigirle la palabra. Han pasado tres días desde que casi fallece por insolación. Y cree firmemente que lograría soportarlo de nuevo.

—¡Dame una más, Inunaki-san! —pide Hinata, esperando a recibir la pelota a través de la red. 

Sakusa lo observaba en silencio, encorvado en una de las bancas; lleva una toalla en la cabeza que, al igual que sus rizos, le cubre la frente y oculta parte de sus ojos. Voy a enfermar, maldición . Se resiste a atravesar la cancha, tomarlo de la muñeca y arrastrarlo fuera para acabar con esa situación de una vez por todas. Sus pies se despegan apenas unos milímetros del suelo, pero no logra nada aparte de eso. 

—¡Omi-Omi! —Y justo como si el universo no conspirara a su favor, aparece la persona más irritable que ha pisado la tierra. Este cara de… Atsumu se sienta a su lado, ingiriendo su bebida isotónica favorita—. Oí que te habías cansado, así que vine a comprobar, y evidentemente, aquí estás.

—Bien, ya me has visto. Ahora largo —dijo con brusquedad, secándose el sudor de la cara con la toalla.

—¿Qué es lo que estás sintiendo realmente, Omi-Omi? —El cuestionamiento de Atsumu le hace sentir obstruidas sus vías respiratorias, pero antes de que pueda formular cualquier manera de mandarlo al demonio, el rubio vuelve a hablar—. ¿Sientes frustración por estar tan cerca de él y no poder tomarlo? ¿Sientes miedo de lo que dirá el equipo, nuestros fanáticos o tus padres? 

No va a mirarlo, por más que le hable de frente, hacerlo sería aceptarlo. Y Sakusa preferiría entrenar en vestido y tacones antes que darle la razón al rubio oxigenado .

—¿Qué demonios, Miya? ¿Desde cuándo eres tan emocionalmente maduro?

—Desde que estoy de novio con otro dolor de cabeza llamado Oikawa. 

De todas las razones que Atsumu pudiera haberle dado, esa era la que menos se esperaba. Si bien había escuchado algunos rumores sobre el amorío de su compañero con ese otro dolor de cabeza de la selección Argentina, Sakusa no se había dado el tiempo de reparar en lo obvio: Atsumu no tenía como prioridad dar explicaciones sobre lo que hace o deja de hacer.

—Estamos viviendo el siglo veintiuno, Omi-Omi, lo que menos debería importarte es la opinión pública. Que claro, te entiendo, estamos expuestos a ellas —Atsumu decidió llevar una de sus manos al hombro de Sakusa, como si lo estuviese adoctrinando. En otras circunstancias, Sakusa se hubiera dislocado el hombro con tal de quitarse de encima al rubio—. Pero, ¿y? Los portadores de esas opiniones no están viviendo nuestras vidas, no están teniendo estos altibajos, no están enamorándose. O lo hacen, pero no genuinamente, porque te aseguro que más de la mitad no saben quiénes son ellos mismos. No se conocen como deberían. 

—Será mejor que hables claro, Miya.

—Debes ser capaz de nombrar lo que sientes, Omi-kun, con todas sus letras. 

—No tengo idea de a qué te refieres.

Atsumu nota lo mucho que Kiyoomi se resiste, no va a dejárselo tan fácil.

—Dude, ¿en serio? ¿Estás diciéndome que todos en el equipo notamos la tensión entre tú y Shoyo-kun, excepto ustedes dos? —Kiyoomi no sabe qué expresión acaba de hacer para que Atsumu suelte una carcajada, lo cual empieza a irritarle—. Oh, santa mierda, si que están perdidos. ¡Están tan enamorados que se han quedado ciegos!

Es la gota que derrama el vaso. Sakusa le empuja, lo que provoca a Atsumu huir (en realidad, sólo se retira lo suficiente para que su rostro no corra peligro), no sin antes agregar:

—Aquí entre amigos, te daré un consejo.

—No somos amigos —asevera Kiyoomi, volviendo a colocarse la toalla en la cabeza. 

—Su cumpleaños es en unas semanas, y pienso que sería un buen regalo que su crush le confiese sus sentimientos. Aún estás a tiempo. 

Atsumu emprende el camino hacia alguna parte, a Sakusa le deja sin cuidado, salvo por las últimas palabras que dijo antes de darle la espalda: «aún estás a tiempo» . ¿Qué le estaba queriendo advertir? ¿Qué sabía Atsumu y que desconocía Kiyoomi? Definitivamente sería otra noche sin dormir. O no.


Las manos le sudan, qué repugnante. Pero él lo es más. Se encuentra ahí parado, frente a su puerta, fuera de su habitación, ¿dónde están sus agallas ahora? ¿Se terminaron comiendo unas a las otras como sus tripas en días de ayuno? Cabe la posibilidad. Esto apesta, yo apesto. Kiyoomi empieza a creer que lo más pestilente del caso, es que esté contemplando la idea de seguir los consejos del dolor de culo con más seguidores en instagram del equipo. 

Inhala, exhala. El amor es una enfermedad. Da dos golpecitos a la puerta, le apura un tercero, más leve, y aguarda. Dentro, se oye a un cajón cerrarse, seguido por unos pasos, y finalmente la puerta se abre luego de girar el pomo. 

—Oh, Sakusa-san —el aludido no se esperaba ser recibido, en primer lugar—. ¿Necesitas algo?

Dilo.

—Quería hablar de lo que sucedió hace unos días.

El amor es un virus, está en el aire. 

Y si fuera físicamente visible, ya Kiyoomi le habría vaciado el spray desinfectante encima. 

—Cierto —asintió Hinata, no hay rastro de sonrojo en su rostro—. Ese día, en lugar de ofrecerte una disculpa, solamente me reí de tu tono de llamada —sabe que está desviándose del tema, así que se recupera al instante. —No es que Waterfalls sea mala, digo, es un buen tema sólo… supongo que estaba muy nervioso. 

—Para nada —afirma Kiyoomi, colocando una mano en la puerta para evitar que sea cerrada, aunque Hinata no tenía intenciones de hacerlo—. Era un buen momento, y yo lo arruiné. Espero puedas disculparme.

Bésame ahora, por favor.

—¿Por qué no lo haría? 

Te odio tanto, Miya.

—Voy a obsequiarte algo en verdad especial en tu cumpleaños —revela Kiyoomi, retirando la mano de la puerta—. No soy bueno con las sorpresas, así que es lo único que te diré.

Hinata se lleva una mano al estómago, apretando la camisa del pijama. Sus ojos color sol resplandecen, está emocionado. Está bien, maldito virus, llévame a la tumba. 

—Será mi posesión más preciada, Sakusa-san, te lo aseguro.

Esa noche, Kiyoomi se lo pasa despierto, buscando en esos sitios de compras por internet el caleidoscopio más raro y codiciado del mercado. 


La mañana del veintiuno de junio es preciosa, está soleado y el cielo es claro y despejado. Para muchos (y con eso me refiero a casi todo el equipo del MSBY), el día promete ser de los mejores del año, empezando porque el entrenador ha convocado una reunión con motivo de celebrar el cumpleaños número veinticuatro de Hinata, luego del entrenamiento matutino. Desde el capitán Meian hasta Bokuto, se encuentran ahí, exceptuando a Kiyoomi. Él continúa en su departamento, esperando por un paquete que debió ser expedido cinco días atrás.


Por supuesto, todos los habitantes saben de primera mano cómo cambia la ciudad por las noches. Ese día no es para menos, pues el Arty Farty espera al equipo de los Jackals para culminar su festejo. Los primeros en llegar son el cumpleañero y dos acompañantes, Atsumu y Bokuto. Le siguen Meian e Inunaki, pues Thomas y Barnes agradecen haber sido contemplados en la joven noche que van a disfrutar, pero ellos dicen que dejaron de sentirse jóvenes hace ya un rato. Aún así, Hinata recibe obsequios de parte de ambos: un jersey autografiado de los Panasonic Phanters de Barnes, y un box set de The Ancient Magus’ Bride de nueve volúmenes de Thomas, respectivamente. 

—¡Yo le he obsequiado ya el tomo tres de esa temporada! —Atsumu tiene una crisis, lo cual hace reír a Meian e Inunaki, mientras Bokuto trata de consolarlo y Hinata le dice que lo conservará de todas formas. 

Kiyoomi, aún en el departamento (pero con un obsequio seguro), sigue repasando cada línea de las palabras que le dedicará a Hinata; no únicamente por ser su cumpleaños, pues finalmente se ha dispuesto a dejar de ser víctima del virus del amor. Ahora lo busca como un antibiótico, o un buen desinfectante para manos. Al principio se planteó la idea de escribirle una carta, pero dedujo que el acto seguía pareciendo cobarde. 

Horas más tarde, bien entrada la noche, Kiyoomi llega al recinto. Es de esos lugares exclusivos, pero los mismos que se diferencian de otros por no tener que esperar en una fila de tres cuadras de longitud. Las luces violáceas le lastiman un poco la vista, la bola disco que pende del techo hace un magnífico trabajo, (aunque es algo excesivo para él) la distribución de gente es insana, apenas le permiten el paso, y la música le restalla en los oídos. Ahora le preocupa que Hinata no vaya a escuchar su confesión. 

Unos pasos adelante, encuentra la mesa de sus compañeros. Inunaki y Atsumu le gritan “fondo, fondo, fondo” a Meian, mientras Bokuto le ofrece apoyo moral (y graba con tal de recordárselo al capitán) para lograr beber una cantidad razonable de ginebra sin caer ebrio. Hinata no está ahí. Atsumu deja de jugar por unos segundos, le señala con la mirada hacia los baños. Kiyoomi asiente y se va. 

Al llegar a la puerta, deja salir a un grupo antes de pasar. Se sube la mascarilla, y es cuando habla.

—Hinata, ¿estás aquí?

No se oye que tiren de la cadena del desagüe, sólo hay una perturbación. El aludido se levanta del excusado y sale del cubículo con un pañuelo sobre su nariz. No estaba haciendo sus necesidades, sólo se encontraba ahí, porque sí. 

—Sakusa-san, creí que no vendrías —dijo, yendo al lavamanos. No es condescendiente, simplemente se siente herido. 

—¿Por eso estabas ahí dentro, llorando? —cuestionó Sakusa, tratando de no sonar exasperado. 

—¿De qué hablas? Nadie lloraba, sólo eran alergias. 

Sakusa no se traga el cuento. Conoce bastante bien ese lado suyo.

—Hinata, no eres alérgico a nada. Lo sé bien. ¿Por qué me mientes?

Hinata de pronto se siente encajonado.

—¿Por qué hablamos de alergias en mi cumpleaños? —Intenta cambiar de tema, incluso intenta irse lo más rápido posible de los baños—. Son las once, que es apenas mediodía cuando te estás divirtiendo. Y tú, Sakusa-san, no te has divertido todavía. 

Kiyoomi es arrastrado fuera, de regreso a la mesa. Meian no ganó el reto, y es turno de Inunaki. Agradece no haber bajado el obsequio de su auto, una discoteca no era un buen lugar para un bien tan preciado. Piensa en la expresión que pondrá Hinata cuando se lo entregue, en ese momento lo mira de refilón: tiene los brazos cruzados sobre la mesa, está sonriendo divertido por la convicción de Inunaki, pero definitivamente no está feliz. ¿Qué necesita, en todo caso?

De pronto, al igual que una señal celestial, las luces bajan un poco más, convirtiendo el excéntrico ambiente en uno taciturno pero aún con dotes de extravagancia. Like Crazy de Jimin, uno de esos chicos de BTS que Hinata adora escuchar mientras se ducha, se apodera de la pista. Atsumu le da un suave codazo en las costillas, externando con la mirada una idea a Kiyoomi que tal vez lo saque de sus cabales. 

Invitalo a bailar. 

Kiyoomi duda por uno, dos y hasta tres segundos. Al cuarto ya se ha aclarado la garganta, y al quinto, aunque siente la lengua pegada al paladar, se dispone. 

—¿Te gustaría bailar? —Le pregunta con suma seriedad. Hinata se vuelve sorprendido, él más que nadie sabe que es un tronco para esas cosas. 

—¡Claro! —Responde con esplendor, no se parece al muchacho que vio en los baños hace unos instantes. 

Ambos se vuelven parte de la pista al poco. La gente se arremolina alrededor de Sakusa y eso le dispara incomodidad, hasta que Hinata lo toma de las manos. Su mente se queda en blanco, jamás ha hecho nada parecido. 

—¿Cómo se supone que debo de hacerlo? —dice en voz alta, tratando de traspasar el sonido de la música para que llegue claramente a oídos de Hinata.

—Sólo siente la música —le explica con facilidad. Quiere que le resulte así, tan pragmático como es. 

No, sienteme a mí en su lugar, por favor. 

—Escucha, Hinata, estoy cansado —expresa Kiyoomi, sin soltarle de las manos. Hinata se detiene, pero no se marchan de la pista. 

—¿De qué hablas? Acabas de llegar. ¿Estás teniendo algún malestar? —Hinata da unos pasitos hacia adelante, de pronto ya no hay espacio entre sus cuerpos. Se miran directamente a los ojos, desesperados—. Si tienes que irte, lo entenderé.

—No, no me refiero a eso. Hablo de que estoy cansado de no saber qué hacer con lo que siento —Kiyoomi toma aire, todo el que puede. Trata de no apartar ni la vista ni sus manos, quiere quedarse justo así, acabar de la misma manera—. Con lo que siento por ti. 

Hinata entreabre los labios, sobrecogido. Traga saliva, sus ojos centellean bajo la bola disco como las formas de los caleidoscopios, tan lindos, tan maravillosos. Sakusa podría llorar al ver tal representación de su belleza. La música pierde frecuencia en sus oídos. 

—Todo este tiempo he pensado y tratado al amor como una enfermedad, como un virus que debo combatir antes de que me destruya. Pero esto era así porque no tenía la capacidad de nombrar lo que siento, con todas sus letras —Kiyoomi puede escuchar su propio corazón martillando su pecho. Junta las manos de Hinata, las resguarda entre las suyas y las coloca en el hueco auditorio de sus latidos—. Estoy enamorado de ti, Hinata. Quiero que me enfermes, que me dejes vulnerable, que me destruyas y vuelvas a construir pieza por pieza. Lo deseo. Lo deseo tanto como a ti cada día y noche que he sido incapaz de no gritarlo. 

Las piernas de Hinata de pronto no responden y su garganta se ha cerrado, pero está boquiabierto, respirando con pesadez. Con sus sentimientos a flor de piel y una emoción ascendiendo hasta su pecho, como un fuego enardecido, siendo avivado por un molino de viento. Pese a su impedimento para hablar, su mirada externaba con desesperación: «¡Besame!»

La música recuperó su frecuencia, y la boca de Kiyoomi ya estaba sobre la de Hinata. Se atraparon mutuamente, Hinata con las manos aferradas al cuello de la camisa de Kiyoomi. Y Kiyoomi con sus manos en la cintura de Hinata. No bailaban, no se movieron ni un milímetro más que lo destinado a devorarse los labios con frenesí, ni siquiera se enteraron si alguien los veía. No estaban dispuestos a perder más tiempo. Suficiente habían tenido con los largos días de espera hasta ese momento, cuando sus lenguas por fin se enredaron y convergieron sus más íntimos secretos cargados en saliva. 

Deseo, deseo, deseo. 

La noche se prolonga devuelta en el departamento, arrancándose la ropa entre besos, botándola en el pasillo camino a la habitación. Sus juicios nublados solo les permite ver y sentir lo sucios que son tras la puerta, donde nadie los ha conocido ni les conocerá. 

Hinata se arrodilla frente a Kiyoomi, y así como éste le ayuda a sacarse la polla de los boxers, se la mete a la boca. Le brinda atención suficiente para que la erección crezca en poco tiempo, lo disfruta, adentro y afuera, por un lado y lo delinea con la lengua. Kiyoomi empieza a follarse la boca de Hinata cuando siente el orgasmo cerca, vertiginoso; enreda los dedos en el cabello anaranjado, firme. Se viene dentro, Hinata no protesta y se los traga, salvo lo que se escurre por la comisura izquierda de su boca. 

Se repite, pero ahora recostados en la cama y Hinata usa las manos, de arriba a abajo, deja un beso en el glande que hace gemir espléndidamente a Kiyoomi y echa la cabeza hacia atrás. Quiere escucharlo de nuevo, quiere ser el proveedor de tal sueño húmedo cumplido. Pero Kiyoomi lo detiene, recostándolo. Acto seguido mete la cabeza entre las piernas de Hinata y las deja descansar en sus hombros, empieza a darle placer sin preguntar. Un “oh” sale entre los labios de Hinata con un suspiro, se repiten y se alternan entre unos eróticos "ah", y unos "mmm" largos y tendidos. Se retuerce, todo su cuerpo reacciona acorde a las caricias que le brinda Kiyoomi hasta el clímax, hasta que no lo aguanta más y se viene también en la boca de Kiyoomi, elevando las caderas, metiéndose de lleno en su boca. Éste se limpia las comisuras, se traga lo debido y arremete nuevamente en la boca de Hinata con un beso corto y desesperado. 

Se endereza, de rodillas en la cama. Hinata se gira, acabando boca abajo. Kiyoomi prepara su entrada con lubricante y luego se coloca un condón. Intentará ser suave, pero no promete nada. La entrada de Hinata empieza a dilatarse, se abre con un gemido ahogado en la almohada que abraza, mientras la polla de Kiyoomi se desliza lentamente hacia su interior.

—Maldición, eres tan maravilloso —expresa Sakusa entre jadeos, se muerde el labio inferior pero sin dejar de profesar sonidos guturales. Se recuesta casi completamente sobre Hinata, con un brazo apoyado en la cama y con la otra mano tirando de su pelo en su dirección, cabalgando. Sus caderas golpeando las nalgas del más bajo, efectuando un sonido inundado de perversión pura—. ¿Así? ¿Lo quieres más rudo, más rápido? 

—¡Ah, sí! —grita Hinata, salivando, con los ojos fuera de órbita por la colisión de sus cuerpos y los sentidos perdidos en el hambre que sólo la práctica les podía saciar—. ¡Lo quiero rudo, lo quiero rápido! ¡Más, dame más, O-Omi-san! 

Hinata se deshacía, profiriendo suspiros obscenos. En contra de la marea de sus límites, el frenesí le erizaba la piel, sintiendo sus paredes internas vibrar, a su entrada contraerse y la polla de Kiyoomi ensancharse dentro. Se permitiría enloquecer, ser destruido también, con cada hormigueo y cada embestida.

—¿Te gusta? Dime, ¿estarás bien por más de esto? 

Esta vez, Hinata sonrió, de forma torcida, delirando. Kiyoomi se dio la tarea de acariciar más de la exquisita piel de tonos bronceados. 

—¡Sí! ¡Lo quiero má-más rápido! ¡Más duro! ¡Llename de ti a-ahora! 

La pasión empezaba a consumirlos, como la llama de una vela que se va apagando al contacto con la cera fría. Pero podía soportarlo, Hinata podría con más, siempre había gozado de un buen aguante. Kiyoomi le gruñó al oído, había pasado la mano que le tiraba del pelo bajo su mentón y dos de sus dedos se los había introducido a la boca. El aliento de Hinata estaba ardiendo, como todo su cuerpo, como las lágrimas que brotaban gracias a la sensación deliciosa de ser mutilado en vida y seguir viviendo para recordarlo siempre que pudiera. Kiyoomi mordió con suavidad el hombro de Hinata, pero éste se hallaba lo suficientemente aturdido como para reaccionar. 

—Hinata, voy a venirme —siseó Kiyoomi, entre dientes, con las únicas fuerzas extraídas de la voluntad disfrazada de lascivia—. Qué d-debo hacer.

—Dentro. 

Hinata no había titubeado al pronunciar aquello, lo que descolocó a Kiyoomi por efímeros segundos, hasta la llegada del éxtasis palpitante, eufórico desde la punta de los pies hasta el último hilo de cabello. Hinata se retorció, instantes después, la explosión de sensaciones le dejó la sangre hirviendo y la piel vibrante. 


—Entonces, ¿qué era eso tan especial que ibas a obsequiarme?

—¿Acaso esto no te pareció especial? 

El de hebras anaranjadas suelta una risa, que no llega a carcajada, pero que de igual manera contagia al de rizos, quien sólo sonríe. Hinata se encuentra entre los brazos de Kiyoomi, ambos están aún desnudos, aunque revitalizados y han ido a la cocina por aperitivos. Se besan en ciertos tiempos de su conversación, cuando se les viene en gana, o cuando creen que han hablado tanto que les llega el momento de descansar en los labios del otro. Son efímeros, ahora castos, merecidos.

—De acuerdo —Kiyoomi se endereza, se gira hacia la cómoda y le pasa a Hinata en las manos una caja de madera con cintas amarillas—. Este es tu obsequio. Feliz cumpleaños, Hinata —dice, para terminar dejando un beso en la sien ajena.

Hinata tira de la cinta amarilla y esta se desanuda fácilmente. Descubre la caja, que tiene algunos grabados tallados seguramente a mano y, que además, lleva dentro un caleidoscopio color cobrizo. No tiene otro parecido en su caja.

—¿Puedo probarlo? 

—Es todo tuyo. Tú decides.

Hinata se recuesta en la almohada, con el orificio del caleidoscopio en su ojo derecho. Se le dibuja una sonrisa al instante.

—¡Son mariposas! 

Mientras Hinata cae una vez más por esos pequeños aparatos llenos de arte, Kiyoomi caerá más fuerte cada día por el chico de miradas caleidoscópicas.