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Chapter 8: Epílogo: Incluso si sembraste solo tempestades, siempre hay tranquilidad en el ojo del huracán.

Summary:

"Solo espera por el nuevo futuro que Gin preparará para ti..."

Chapter Text

Un vestigio de viento le acarició el rostro, putrefacto, como un vertedero añejo borbollando dentro de sus fosas nasales. (...) despertó con la mejilla aplanada contra la pared de un callejón y después de reprimir una arcada por los contenedores de basura a pocos pasos, levantó la cabeza, a unos metros podía ver el resplandor de la luz proveniente de las calles transitadas por personas y alguno que otro amanto. Trató de incorporarse, pero los músculos fatigados de su cuerpo gritaron y punzaron sin piedad, provocando que se desplomara contra el suelo con un bufido exasperado, golpeándose la punta de la barbilla con fuerza; ante su posición maltrecha miró su brazo extendido y el puño cerrado al final, aferrándose a un par de billetes arrugados y a punto de romperse.

Entonces lo recordó, aquel cliente, no le importó la sangre seca manchando su kimono desgastado o el olor que desprendía por estar varios días sin bañar, caminando bajo un sol inclemente, con la garganta árida y la piel ardiendo en llamas, porque solo le interesaba follarse a una puta por unos míseros billetes y marcharse pronto después de liberarse. (...) arrugó la boca, de repente siendo consciente de la humedad entre sus piernas, oculta por la tela de su ropa, pero igual desagradable.

—Esto... es una mierda —Un gruñido agudo retorció su estómago, tan potente que la obligó a apretar los dientes y encogerse sobre sí misma. Comida, la necesitaba si quería continuar avanzando. No había tomado finalmente su decisión para retroceder ante la primera dificultad.

No había salido de ese infierno para morir en el corto plazo, no se había manchado las manos para eso.

—Pasan los años, uno tras otro y tú sigues aferrándote a esa porquería con las uñas, escondiéndolo como si yo fuese un imbécil, como si nunca me hubiera enterado de lo que venía a hacer ese estúpido rebelde —El recuerdo reciente de la raíz de su cabello siendo jalada con fuerza, mientras ella se encogía sobre el libro de poemas maltrecho, después de recibir repetidas patadas en el estómago y una próxima mejilla hinchada por el trato del proxeneta, un hombre en los cuarenta de cabello liso y canoso peinado hacia atrás y siempre vistiendo kimonos lujosos, se clavó en su mente—.La anciana esa que les cubría la espalda acaba de morir, igual que aquel estúpido de cabello plateado —Hecha un ovillo, (...) negó con la cabeza y una sonrisa sardónica explotó en el diafragma del proxeneta—.¿Sigues creyendo que él puede estar esperando? Las putas y sus clientes hacen promesas de amor eterno que duran una noche, es como un juego de muñecas. Los que pierden son los que creen y tú, fiel a esa estupidez, cruzaste la línea, ofendiste a uno de los mejores clientes que viene por aquí —Acompañando su plétora indignada, una sonora bofetada volteó su rostro hacia a un lado con violencia—, ¡puta! ¡Le has chupado el pene a muchos durante años, negarte ahora, morder como un perro rabioso es estúpido!

—No querí- —Otra bofetada, aún más fuerte la lanzó contra el suelo; su mejilla palpitante ramificó el dolor hacia la parte superior de su cráneo.

—¡Esa porquería que conservaste te hizo aspirar a algo a lo que ustedes renunciaron cuando decidieron abrir las piernas! ¡Han pasado años desde que esos rebeldes desaparecieron! —(...) tomó aire con lentitud, el sabor metálico de la sangre se mezclaba con su saliva y abrió los labios para dejar que saliera, manchando su barbilla de paso.

—No... —Escupió y levantó la mirada llena de convicción, inquebrantable—, no hicimos una promesa tonta como esa —Sus brazos temblaron—, no necesito que él esté aquí para conservar lo que dejó atrás —Siquiera terminó sus murmuraciones, cuando una patada se hundió con rabia en el centro de su estómago, impulsada por su acto de rebeldía; mirar a los ojos desafiante.

Gin se había ido, fuera que los gusanos ya hubieran devorado su carne o que estuviera lejos, siendo feliz con una familia o aún errando por el país como un alma en pena, pero las últimas palabras dichas por él antes de ver su espalda alejarse se habían grabado con fuego en su alma.

«¿Sabes por qué no las dejan ver la luz del sol? »

Entre el abuso y los gritos desaforados, con la punta del pie hundiéndose en sus entrañas incansable, a través de sus pestañas pudo ver el borde la puerta medio abierta, la luz artificial se colaba como una diagonal que parpadeaba en su dirección.

«Porque les temen a sus alas... »

Su corazón frenético fue ralentizándose, el frío templado de su respiración, fluyendo como una corriente por todo su cuerpo.

«... y a lo alto que pueden llegar con ellas»

Sus dedos rasgaron el papel sobre el que estaba escrito su poema favorito cuando se cerraron con fuerza, la cuchilla bajo la manga de su kimono ardió y antes de que el metal se fundiera contra su piel, la tomó con fuerza y al levantar la parte superior del cuerpo, tomando desprevenido al hombre. Dejó caer contra su pómulo el filo, sintiendo la carne abrirse, la espesura de la sangre filtrándose entre sus dedos y como una cremallera, por su repentino estallido de adrenalina, deslizó un camino desprolijo hasta la yugular, rebotando contra el hueso de la mandíbula y al hundirse la punta en la vena hinchada, estalló el rojo contra su rostro, y fue hasta que su calidez mórbida la salpicó, que sus sentidos regresaron como un rayo.

Él tenía las manos a centímetros de su cuello y las facciones deformadas por un grito silencioso. 

Lúcida, dejó caer la cuchilla con un sonido sordo sobre la alfombra de terciopelo y retrocedió un par de metros con las piernas y brazos, antes de que el cuerpo cayera sobre ella. Una risa horrorizada acompañó su temblor profuso, el olor picante de la muerte le era familiar, de tantos soldados que llegaron allí en antaño.

Con las piernas temblorosas se puso de pie, dejando atrás las piezas más pesadas de su ropaje, recogió la cuchilla y caminó sobre el cadáver aún caliente, hundiendo la planta del pie en el charco viscoso, estremeciéndose en el acto. Bajó multitud de escaleras tambaleándose y cuando salió, las extensidades de las colinas lejanas y el cielo azul le dieron la bienvenida, otra vez y horrorizada tragó saliva. Tantas cosas inmensas que podían aplastarla le arrancaron el aliento, pero luego de morderse el labio con fuerza, comenzó a caminar, sin mirar atrás, dispuesta a sobrevivir, hasta que encontrara un lugar apacible para poder descansar, para reposar las alas de su libertad.

Así fue durante semanas, buscando indicios de la tecnología de los amantos para encontrar rastros de civilización, así, sin rosa o finales felices se había liberado de su prisión, aprendiendo a vivir al aire libre, prostituyéndose para conseguir alimento, señalando con la cuchilla a cualquiera que pudiera hacerle daño, fatigada por el peso del clima sobre sus hombros, los cortes infectados en las palmas de su mano y los raspones de sus pies. 

Llegó a Edo sorprendida por la inmensidad que había traído consigo el paso de los años, y casi fue arrollada un par de veces por esos extraños vehículos que pasaban a toda velocidad por la carretera, también encogiéndose cuando se topaba con un amanto o una persona que la miraba con asco. De esa manera había llegado a su situación actual, aún mareada por el hambre y sus recuerdos fortuitos, apretó el dinero en su mano y cojeó hasta el sencillo puesto que escribía chasuke en su letrero y desprendía un aroma reconfortante a té verde y arroz cocido.

—¡Largo de aquí!

—Tengo dinero... —murmuró extendiendo la mano con lentitud, pronto siendo golpeada por el dueño furioso, los pocos papeles verdes volaron hacia todas direcciones.

—¡No necesito tu sucio dinero! ¡Drogadicta! ¡Puta!

Ante su último insulto, una pequeña chispa de reconocimiento se encendió dentro de ella, y como un chisporroteo de electricidad, estalló y su mano se atenazó en torno al cuello del mayor, aprisionándolo contra la barra de comida, donde una única cliente observaba de brazos cruzados a pocos asientos de todo el alboroto. Había una repulsión absoluta que le provocaba la mención de esa palabra, la que la había marcado durante años y aún después de sus cadenas libres, le era impuesta. El filo brillante de la cuchilla estaba a centímetros de la piel rugosa del viejo, quien jadeando horrorizado, hundía las uñas en sus muñecas tratando de liberarse de su agarre de hierro. Sus ojos desorbitados lo escrutaban con fijeza, la garganta, se la despellejaría y entonces, la sangre...

La cuchilla tembló.

—Adelante, niña —La voz rasposa llamó su atención, y asustada, con las cejas juntas miró a la mujer inmutable, apoyando los codos sobre la barra. Tenía ojos pequeños, enmarcados por el maquillaje y líneas de expresión profundas, pero la quietud de su mirada, el llamado silencioso... —, si quieres ser un monstruo, si vas a permitir que las palabras de ese hombre signifiquen tanto, hazlo, pero sin dudarlo.

(...) jadeó y miró al vendedor, ya con el rostro rojo por la pérdida de aire y sintió las lágrimas picar en sus escleróticas resecas; ya no podía reconocerse a sí misma, y ese hecho, la mirada chocolate de la anciana, y el roce del papel contra su pecho, el cuaderno bajo su kimono, arrugó su interior como una bolsa de basura. Lo soltó y dejó caer el arma, pronto derrumbándose en el suelo hasta retroceder con la pared, y ahí apoyar la frente contra sus rodillas, seguido de los gritos ásperos del hombre, difamando contra ella, que pronto se vieron callados por el chirrido de una silla y pasos pausados hacia ella.

—¿Ganaste ese dinero? —La voz de la anciana hizo eco en sus oídos, y afirmó con la cabeza casi de manera imperceptible, el ardor de una frase quebrada reptó por su esófago.

—Soy puta.

—No te pregunté cómo lo ganaste, solo me interesa saber si es tuyo —En silencio, asintió otra vez.

—Si es dinero ganado por tu esfuerzo, lo aceptaré.

—¿Huh? —(...) levantó la mirada, las lágrimas pegajosas adherían sus cabellos sucios a la piel de sus mejillas y sintió un nudo en la garganta cuando vio la pequeña sonrisa pintada de labial carmín. La primera que recibía en mucho tiempo.

—Tengo un local cerca, puedes ir a comer algo ahí.

En un primer momento, incluso si el sollozo que brotó de su pecho era de alivio, estuvo escéptica, pero cuando entro al pequeño bar apodado "Snack's Otose"  y la sensación de la comida cálida llenó su estómago, el alivio y el profundo agradecimiento hinchó su corazón. Ella no había temido hablarle incluso en su arrebato de locura, no le hizo caso a los susurros bajos de los transeúntes que juzgaban su apariencia maltrecha, siquiera había arrugado la nariz por su aroma a sudor. La ayudó sin rechistar.

—¿Hace cuánto no te aseas? —(...) enrojeció, con la atención fija en los tazones limpios ante ella.

—¿Huelo?

—Es obvio.

—Ugh.

—¿No quieres tomarte una ducha? 

—Yo... ya no-

—¡Tama, muéstrale dónde está la ducha y dale ropa limpia!

—Ya no tengo dinero —Se apresuró a decirle antes de terminar con una deuda imprevista. Otose, como se había presentado minutos atrás, no prestó mayor atención a su palabrería desordenada. Incluso cuando la criada de cabello verde, la cual poco después se dio cuenta era una especie de robot altamente avanzado, la llevó al baño y le mostró todo lo necesario para su cuidado personal, incluso cuando salió fresca, con los músculos relajados por el agua tibia y el aroma suave a arándanos del jabón y la menta de su cabello limpio, o el kimono obscuro que era probable pertenecía a ella. Parecía indiferente a todas las molestias que podía provocar, y por un momento, sintió miedo por su amabilidad—.¿Vas a pedir algo a cambio de esto?

—He visto a muchos como tú, que lo único que necesitan es un pequeño empujoncito para salir adelante y cambiar por completo, si el ofrecer una pequeña oportunidad puede hacer de este distrito un lugar mejor de mano de los que ayudé con algo tan pequeño, estaré satisfecha. Tu arrebato fue fruto de la desesperación, a cualquiera le pasa en un lugar tan problemático como este, pero son pocos los que sueltan el único medio que tienen para defenderse —(...) parpadeó para retener la humedad de sus lágrimas.

—¿Hubo alguna otra razón?

—No. Ninguna —Cerró los ojos dando una larga calada al cigarro, abriéndolos cuando dejó escapar todo el humo, perdidos en la reminiscencia de un recuerdo impoluto por la nieve—.Tu mirada, se me hizo familiar.

—Yo... te pagaré de alguna manera —(...) se apresuró a caminar hacia la barra, con la mano sobre el pecho—.No será ahora, no sé cuándo, pero te lo pagaré. Te lo prometo —Otose rió con lentitud, no había burla ni crueldad destilando de su tono, solo una pequeña mancha de orgullo ahí creciendo.

—Está bien, esperaré por ese día, asegúrate de que sea antes de que muera —Sintió las comisuras de sus labios temblar por su humor pesado—.Sin embargo, puedes establecerte un tiempo aquí mientras encuentras un trabajo.

—¿Puedo?

—Incluso de esa manera puedes pagar, hay mucho por hacer aquí.

—E-eh, ¡de inmediato! Si no es molestia —Estaba radiante, casi como si en la mañana no hubiese estado hambrienta, agazapada en la esquina de un callejón. 

—Bueno, puedes empezar por ir a encender el letrero de la entrada, comienza a anochecer y pronto comenzaran a llegar personas.

—No hay problema —Sin miramientos, se dirigió hacia la puerta, rogando a todos los cielos que el botón o lo que fuese necesario para encender eso estuviera a la vista, no queriendo comenzar a cometer errores con el giro afortunado de los acontecimientos y su nuevo trabajo. Sin embargo, a centímetros de tocar la madera, la puerta se deslizó de golpe, provocando que saltara y un segundo después, quedara de piedra.

—Oi, vieja, es sobre la renta... —Gintoki entró rascándose la cabeza, con una amplia mueca de hastío—, pasó esto y aquello, no importa, a lo que quiero llegar, huh, ¿me das otro mes?

—¡Llevas tres meses de retraso, Gintoki, tres!

—Ya sé, ya sé, te lo compensaré algún dí- —Se detuvo cuando fue consciente de su presencia, aún sorprendida y boqueando como un pez fuera del agua; lo vio estrechar los ojos, quizá reparando en lo familiar de sus facciones, o escarbando entre sus memorias.

—¿Gin? —Y pareció que su voz fue suficiente para que la reminiscencia regresara de golpe, porque la magnitud de su asombro y las pupilas achicándose en su mar borgoña era una imagen que nunca se borraría.

—¿(...)?

 

No tuve que buscarte, solo... viniste a mí.