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A veces Memo se preguntaba cuando había empezado todo.
Tal vez fue de joven, cuando en una entrevista le preguntaron por su tipo de chica y él solo pudo pensar en un cuerpo delgado, de piel blanca y con un largo cabello castaño.
Tal vez fue hace un par de años, ya con un anillo en el dedo un periodista había señalado como había encontrado a alguien con esa descripción exacta, y no cualquier persona, era el mejor del mundo.
Pero Memo sabía que no era más que un burdo reemplazo para aquel que no había podido tener.
Al menos no hasta esa fiesta.
No recuerda mucho de esa noche, solo que Javier les dio muchos tragos y que empezó a ignorar las llamadas de Lionel en cuanto Andrés llegó a su lado. La mañana siguiente habían despertado en la cama del menor, ambos cuerpos llenos de evidencia de lo que había sido la noche anterior.
Debieron dejarlo como un error, ya eran adultos y ambos estaban casados, no podían seguir ese juego.
Sin embargo ahí estaban... En la habitación que compartía el matrimonio Ochoa, Andrés se encontraba saltando en el regazo del mayor, quién lo sostenía de los brazos para ayudarlo a moverse.
—Dios Memo —gimió Guardado, moviéndose hacia adelante para enterrar su cara en el cuello de su amante— te sientes tan profundo.
Ochoa gruñó en respuesta, siempre era un placer escuchar su voz destrozada, y es que amaba saber que él era quien lo provocaba.
Amaba el como sus gemidos se volvían más agudos cuando se acercaba al orgasmo.
Amaba sus ojos llenos de lágrimas del placer que podía darle.
Amaba lo fácil que era dejar sus marcas en su cuerpo.
Lo amaba a él.
Y es que ese era el gran problema, Memo y Andrés ni siquiera trataron de detener lo que ocurrió esa primera noche porque sabían que había sido más que un simple acostón ¿Podría traerles problemas? tal vez, pero serían para después porque por ahora tenían un orgasmo al que llegar.
Ochoa los movió rápidamente, dejando a Andrés en medio de la cama y abriendo sus piernas para entrar con mayor facilidad, amando su jadeo ahogado y el como su pequeño agujero se expandía para poder recibirlo.
Empezó a empujar con fuerza, tratando de llegar más profundo con cada embestida, como si quisiera quedarse dentro y no salir nunca.
Fuerte. Rápido. Profundo. Más.
Era lo único que su cerebro repetía mientras sentía las uñas de Andrés enterrarse en su espalda y sus piernas apretar su cintura. Mordió y chupó todo a su alcance, dejando un claro mensaje.
Mío.
No tardó mucho en sentir como su compañero se apretaba a su alrededor, señal de que se había corrido, él solo necesitó unas cuantas embestidas más y escuchar a Andrés gemir por la sobre estimulación para terminar también.
Memo se recostó jalando a su amigo con él, haciendo que recostara su cabeza en su pecho.
—No podemos seguir así —dijo después de unos minutos.
—¿De verdad? quiero decir, para eso me llamaste la vez pasada y solo terminamos teniendo sexo otra vez —señaló el más bajo.
—Lo sé —habló el rizado, comenzando a jugar con el cabello contrario— me refiero a que hay que hacerlo oficial, Leo no se merece esto.
Y era cierto, tal vez Memo no podía llamarlo el amor de su vida pero sí le tenía un gran cariño al castaño.
—Lo resolveremos —fue lo único que Andrés dijo acomodándose mejor para poder dormir.
Ya satisfechos y cansados, permanecieron tranquilos en un silencio que les permitió escuchar la puerta de la entrada abrirse.