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La noche envolvía la pequeña cabaña con su manto oscuro, mientras el sonido del mar resonaba en la lejanía. Dentro, la luz de una lámpara titilaba débilmente, iluminando la figura de Will Graham, quien se movía con cuidado entre las sombras. Se había convertido en el guardián silencioso de Hannibal Lecter, cuyo cuerpo yacía inerte en la cama, luchando contra las secuelas del accidente que los había arrojado al mar.
Con esfuerzo, Will había arrastrado a Hannibal hasta esta remota cabaña después de la caída. Las heridas de ambos eran profundas, pero Will se negaba a rendirse. Hannibal estaba inconsciente, su respiración apenas perceptible. Will sabía que no tenía mucho tiempo; necesitaban un refugio y recursos si querían sobrevivir.
Después de registrar la cabaña en busca de suministros, Will encontró lo que necesitaban: comida, medicinas, un botiquín y aguja e hilo para las heridas. Aunque Hannibal estaba en coma, Will sabía que el tiempo era crucial. Con determinación, cargó todo en el barco que encontró junto al embarcadero solitario.
Los días se volvieron una lucha por la supervivencia. Hannibal permanecía inconsciente, a veces agitado por la fiebre y los delirios. Will se esforzaba por cuidarlo, enfrentando sus propias heridas y luchando contra el cansancio y la incertidumbre.
Pasó el tiempo y Hannibal comenzó a despertar del coma, pero su recuperación fue lenta y dolorosa. Las secuelas del accidente lo dejaron con temblores en las manos y ataques de confusión y desorientación. Will se encontraba dividido entre la necesidad de cuidar a Hannibal y enfrentar su propio dolor y resentimiento por lo que habían pasado juntos.
Los días se convirtieron en semanas, y Hannibal luchaba con su orgullo herido y su incapacidad para valerse por sí mismo. Se negaba a aceptar ayuda, incluso de Will, quien se sentía impotente ante la situación. Pero cuando Hannibal decidió dejar de comer por completo, Will supo que tenía que intervenir.
Fue entonces cuando Will comprendió que debía cambiar su enfoque. En lugar de resentir a Hannibal por su situación, decidió mostrar compasión y paciencia. Poco a poco, comenzaron a reconstruir su relación sobre una base de respeto y entendimiento mutuo.
Hannibal prosperaba a paso de tortuga, lento pero estable. Las secuelas del accidente seguían presentes, cada día era un nuevo desafío.
Un día como otro mientras se dirigían camino al puerto por provisiones. El sol se ponía sobre el horizonte y el mar susurraba su canción eterna, una patrulla de la policía costera se acercó al barco donde Will y Hannibal estaban dando un paseo por la cubierta. Hannibal, todavía débil y luchando por mantener el equilibrio, se detuvo repentinamente al ver a los policías, su rostro reflejando una confusión alarmante.
Will notó el cambio en Hannibal de inmediato, su corazón latiendo con fuerza mientras se preparaba para lo que vendría a continuación. Los policías, alertados por la reacción de Hannibal, abordaron el barco con expresiones preocupadas, preguntando por el estado de los dos hombres.
Con una rapidez que solo la experiencia podía otorgar, Will inventó una historia sobre Hannibal siendo su esposo y sufriendo un ataque debido a la presencia de personas desconocidas. Explicó cómo el trauma del accidente de auto los había dejado a ambos en un estado vulnerable, sin saber cómo reaccionar ante la presencia de extraños.
Los policías intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de la gravedad de la situación. Mientras tanto, Hannibal luchaba por mantenerse en pie, su mente confundida por la presencia de los recién llegados.
Después de unos momentos de deliberación, los policías aceptaron la explicación de Will y se disculparon por la intrusión. Prometieron mantener su distancia y ofrecieron ayuda si la necesitaban.
Will suspiró aliviado cuando los policías se fueron, su corazón aún latiendo con fuerza por la tensión del momento. Se volvió hacia Hannibal, cuya mirada perdida reflejaba una mezcla de confusión y angustia por lo que acababa de presenciar.
Con un suspiro de alivio, Will ayudó a Hannibal a regresar a la cama del barco, envolviéndolo en un abrazo reconfortante y prometiéndole que lo cuidaría siempre, sin importar qué.
En otro momento de su vida no se le hubiera ocurrido mostrarse así y menos con Hannibal pero aprendió por las malas que el lugar mental en el que se encontraba el psiquiatra, requería que lo trataran con cariño y paciencia.
Cuando sintieron que estaban lo suficientemente lejos de llamar la atención. Se trasladaron a una rustica cabaña en una playa cualquiera, no sabían donde estaban realmente pero no importaba mucho. Estarían el tiempo suficiente para recuperarse sin preocuparse de que escaseara la comida.
Con el tiempo, Hannibal comenzó a mostrar signos de mejoría. Sus heridas sanaban lentamente, y aunque todavía sufría de temblores en las manos y episodios de confusión, su mente estaba más clara que antes. Will se sentía aliviado al ver el progreso de Hannibal. Tuvo días en los que pensaba que Hannibal jamás podría caminar más de diez pasos o que nunca volvería a tener una conversación que durara más de cinco minutos sin agotarse mentalmente.
Una tarde soleada, Will decidió llevar a Hannibal a dar un paseo por la playa cercana. Con cuidado, ayudó a Hannibal a levantarse de la cama, tenía todo preparado para el día: ropa cómoda, baño listo, el repertorio de cremas que utilizaba todas las mañanas para el cuidado de sus cicatrices y su rutina para el afeitado preparada. Así empezaban todos los días sus mañanas. Cuando terminó con todos sus cuidados, lo llevó afuera, disfrutando del cálido sol y la brisa marina. Hannibal caminaba con dificultad, había rechazado rotundamente usar andador así que no le quedaba de otra que apoyarse en Will en cada paso, pero su determinación era evidente en cada movimiento.
Mientras caminaban por la playa, Will y Hannibal compartieron recuerdos de su tiempo juntos, hablando de los pocos momentos felices en su infancia y desafíos superados. La conversación fluyó libremente entre ellos, creando un vínculo más fuerte que nunca.
De vuelta en la cabaña, Will preparó la cena mientras Hannibal descansaba en la cama. La comida no era tan exquisita como la de Hannibal, era simple pero reconfortante, y compartieron una tranquila cena juntos, disfrutando de la compañía del otro.
Los días seguían pasando y Will continuó su rutina diaria de cuidar de Hannibal. Ayudarlo a bañarse, prepararse para el día y de proporcionarle todas las comodidades que necesitara. Como una manta cuando estaba sentado escuchando música clásica, una bufanda cuando estaban a punto de salir, ponerle calcetines en las noches lluviosas, cepillarle el pelo cuando los cansados brazos de Hannibal ya no resistían más su propio peso o el simple echo de hacerle un masaje para aliviar esos tormentosos dolores en las piernas. Todo con sumo cuidado y delicadeza. A veces incluso sobre protegiendo. Al principio se lo tomó como un castigo divino, algo que tal vez merecía pero que no quería. Aunque a medida que pasaba el tiempo, su relación se profundizaba, cada uno iba encontrando consuelo y fuerza en la presencia del otro. Ya nada lo hacía a desgana. Entendió que Hannibal era su Dios y a un Dios se le venera.
Ni en las situaciones más duras refunfuñaba o gruñía, siendo paciente con Hannibal en cada momento. Por mucho que a veces tuviera ataques donde se negaba a comer o dejarse bañar. Bien podía empatizar Will con que eso era un ataque en el orgullo del siempre prefecto doctor, perder gran parte de la autonomía era un duro golque que asumir.
Una noche, mientras miraban las estrellas desde el banquito que había fuera de la cabaña, después de haber sido arropado por Will, Hannibal tomó la mano de Will y le agradeció por todo lo que había hecho y seguía haciendo por él. Sus ojos brillaban con gratitud y melancolía. Will sintió un cálido hormigueo en el pecho al darse cuenta de cuánto significaba para Hannibal.
Sabía que les deparaba un futuro incierto, pero estaba listo para enfrentar todo lo que el mundo tenía preparado para ellos. Sin importar a quién tuviera que matar para proteger a Hannibal.