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"En unión del coro de tus ángeles en el cielo, te alaba el coro de tu iglesia en la tierra. Hosanna en las alturas. Bendito es el que viene en nombre del señor" recitaban las personas dentro del edificio al unísono, con devoción. Personas de todas las edades, desde los más inquietos infantes hasta los mayores más devotos, entonaban a una sola voz. Agustín lo hacía de la misma manera.
Santo eres en verdad señor, fuente de toda santidad. Por eso te pedimos que santifiques estos hechos con la efusión de tu espíritu. De manera que se convertirán para nosotros en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, nuestro señor", mencionó Francisco, el sacerdote, invitando a todos los presentes a ponerse de rodillas pues era el momento de la consagración. Agustín, desde el altar, observará a cada uno de los presentes hacerlo. A todos, sin excepción alguna.
Bueno, casi sin excepción.
Ese hombre, aquel que se encontró en uno de los rincones de la iglesia, con la mirada sombría y sin despegarla de Agustín. El ojiazul lo había notado desde el momento en que puso un pie dentro de la iglesia, era imposible no hacerlo, era imposible ignorar aquella aura y porte con la que ese rubio alto cargaba.
No era la primera vez que cruzaban miradas. Cada domingo, sin falta, se presentaba en el lugar y no apartaba su mirada del ruludo. Nunca se acercaba ni intentaba conversar con él y Agustín tampoco lo hacía, no hacía falta mencionar que se encontraba algo intimidado por el hombre.
"El cual, cuando iba a ser entregado a su pasión voluntariamente aceptada, tomó el pan. Dándote gracias lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomen y coman todos de él, porque este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes" la hostia ya consagrada fue elevada, al mismo tiempo en que Agustín tocó la campanilla, mientras un par de rezos se dejaban escuchar por el lugar.
"Del mismo modo, acabada la cena tomó el cáliz. Dándote gracias lo bendijo y lo pasó a sus discípulos diciendo: Tomen y beban todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada. .por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía" ahora, el cáliz fue elevado y Agustín repitió la misma acción de hace unos segundos. Cerró los ojos, rezando entre murmullos. "Este es el sacramento de nuestra fe".
"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, señor Jesús" respondieron a las palabras del sacerdote, poniéndose de pie. El joven, aún con sus brazos cruzados y esa mirada penetrante, no dejó de ver a Agustín, quien comenzaba a ponerse bastante nervioso.
"Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: "la paz les dejo, mi paz les doy", no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu iglesia y conforme a tu palabra concédenos la paz y la unidad, tú que vives. .y reinas por los siglos de los siglos".
Un estruendoso "amén" resonó por todo el lugar y en pocos segundos, el pueblo completo comenzó a darse cuenta de la mano, en señal de paz los unos a los otros. Los niños corrieron con Agustín acercándose al seminarista para darle la mano. Desde que llegó al lugar, fue muy bien recibido por la población más joven del lugar, encariñándose demasiado con él y Agustín con ellos. Amaba a los niños, criado en una familia con bastantes hermanas, aprendió a ser bastante tolerante y amoroso con los pequeños.
El siguiente cántico, cordero de Dios, se escuchó dentro de esos cuadros paredes, mientras el sacerdote preparaba las hostias que en pocos minutos serían entregadas al pueblo. Le dedicó una mirada a Agustín, quien rápidamente ascendió. Hoy él estaba autorizado y sería quien realizaría la comunión. Estaba bastante contento por eso, era un paso más en su preparación como sacerdote.
"Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del señor" elevó el cáliz y la hostia consagrada. Agustín respiró hondo, poniéndose de pie y encaminándose hacia el altar. Tomó ambas copas y observó la larga fila de las personas que comulgarían.
Tomó una hostia frente a la primera persona, hundiéndola en el líquido rojizo y pronunciando: "El cuerpo y la sangre de cristo nos guardan para la vida eterna" y la depositó en la boca de la mujer, después de que ella haya contestado 'así. mar'.
La fila poco a poco se iba acortando y el nerviosismo abandonaba su cuerpo. Miraba con disimulo a Francisco y él le devolvía una sonrisa, la cual Agustín interpretaba como una muestra de que lo estaba haciendo bien.
Sólo quedaban tres personas, una mujer y su hijo y, quien imaginaba, su esposo detrás. Bajó hasta la altura del niño, entregándole una hostia sin vino y dedicándole una sonrisa a él ya su madre.
Sin embargo, cuando madre e hijo se alejaron, Agustín rápidamente comprobó que quien estaba detrás de ellos no era el marido de la mujer. Era aquel extraño joven que no había dejado de observar a Agustín. El ojiazul tragó saliva, sintiéndose bastante intimidado por la proximidad del joven, pero al mismo tiempo, sintiendo cómo era atraído a él y sin la posibilidad de apartarse.
"El cuerpo y la sangre de cristo n-nos guarden para la vida eterna" pronunció, sintiendo sus dedos temblar con la hostia entre ellos. Una gota de vino se deslizó por su dedo, cayendo con lentitud por su palma. Agustín observó la mirada esmeralda del joven siguiendo el rastro del rojizo líquido. Dio un rápido vistazo a su cuerpo por sobre la sotana negra antes de regresar a su mirada cerúlea. Agustín sintió sus piernas temblar, esperando que no fuera lo suficientemente evidente para que Francisco notara el efecto que este extraño joven tenía sobre él.
"Amén".
Su voz profunda endulzó su canal auditivo, enviando una corriente eléctrica que erizó cada vello corporal del cuerpo del ojiazul. Depositó la hostia en la boca del joven y antes de que pudiese retirar su mano, la cálida y húmeda lengua del chico rozó con su falange, y está bastante seguro de que puede ver un atisbo de sonrisa brotando de su perfecto rostro antes de alejarse.
El resto de la misa pasó bastante rápido para Agustín, aún encontrándose bastante abrumado debido a lo ocurrido anteriormente. Está bien, no es la primera vez que algún pensamiento impuro recorre su mente. Francisco ya le ha dicho que eso no es malo en lo absoluto y que lo único que debe evitar es sucumbir ante el deseo carnal.
"Y la bendición de Dios todopoderoso; el padre, el hijo y el espíritu santo, descienda sobre todos ustedes y los acompañe siempre. Con la alegría de haber celebrado al señor, podemos ir en paz" el sacerdote dió por finalizada la misa, haciendo una reverencia en el altar y dejando un beso en él.
Las personas comenzaron a abandonar la iglesia, los padres de niños esos alegres siendo prácticamente obligados por sus hijos a regresar a casa lo más pronto posible, pues en palabras de los infantes, "es halloween, mamá. ¡tenemos que preparar mi disfraz!" . Se llevaron un par de miradas de las mujeres más viejas del pueblo, Agustín puede notar la mueca de disgusto al escuchar la palabra halloween. Se abstiene de rodar los ojos.
Desde que llegó al pueblo, siempre le ha parecido muy drástico lo arraigados que están a las buenas y antiguas costumbres. No aceptaban halloween, alegando no celebrar cultos dedicados al señor de las tinieblas. La navidad, mientras en otros lados del mundo significaba un momento lindo en familia e intercambiando presentes, para el pueblo donde Agustín ahora reside ese momento significaba rezar, agradecer y celebrar el nacimiento de su salvador, sin caer en las imposiciones americanas ni sus celebraciones carentes. de Dios. San Valentín, Día de Acción de Gracias y demás no tenían cabida en el lugar.
Conforme más personas se mudaron al lugar, esas tradiciones comenzaban a desvanecerse. Agustín llegó en un momento de conflicto donde los padres disputaban la libertad para que sus hijos celebrasen cuanto quisiesen, mientras los originarios del pueblo alegaban que no podían simplemente llegar y demoler sus buenas costumbres, al mismo tiempo que juzgaban la crianza de los infantes pues consideraban que no les inculcaban los valores familiares.
Margarita, Rosanna y Ana bastantes conocidas por ser las mujeres más devotas del lugar, decidieron ignorar a los niños y se encaminaron hacia el sacerdote con una gran sonrisa. Le saludaron y felicitaron por su trabajo en la excelente misa, como cada domingo. Agustín se acercó al grupo y fingio no ver las miradas desaprobatorias en su dirección.
Nunca entendió el desprecio de las mujeres hacia él. Durante los casi dos años de estancia en el pueblo, ha intentado ser lo más amable posible con todos por igual, sin embargo, esas tres mujeres no han hecho más que mirarle mal y lanzar todo tipo de comentarios malintencionados.
A veces, le aterra pensar que ellas conocen su secreto.
Por suerte, Francisco siempre ha sido su salvador, alejándolo de todas las situaciones comprometidas en las que se ve envuelto a causa del trío femenino. Además de ser una respetable figura de autoridad a la cual Agustín aspiraba a imitar, fue quien lo acogió cuando se encontraba desamparado, recién llegado al pueblo y viviendo en las calles sin un centavo encima.
Nacido y criado en La Plata, Agustín vivió una infancia relativamente normal. Su madre, una amorosa ama de casa que siempre tenía la comida preparada, un hogar limpio y sus brazos abiertos para su primogénito. Su padre, un hombre ausente en la mayor parte de sus recuerdos debido a su exigente trabajo, pero a quien aprendió a respetar desde muy pequeño.
Sus hermanas fueron la luz que necesitaba en un lúgubre callejón. Alma fue la niña de sus ojos. Su pequeñita que llegó cuando él tenía apenas seis añitos, siendo seguida por Lucía tres años después y las dos risueñas gemelas, Blanca y Sara, con quienes podrían pasar horas y horas jugando, riendo o leyendo cuentos fantásticos −aquellos que su padre permitía, claramente. .
Criado entre un montón de niñas siendo el único chico, Agustín aprendió a dejar de lado su orgullo, dejándose ser una libreta abierta donde sus hermanas pudieron plasmar su lado artístico. No se siente la persona más orgullosa al confesar que más de una vez fue un vándalo, robando paletas de maquillaje y labiales de intensos colores (ya que eran los únicos cosméticos de los que tenía una noción acerca de su función, gracias a su madre) , prendas como vestidos, faldas y lindas sandalias que eran catalogadas exclusivamente para mujeres y que harían que su padre lo matara si se enteraba que poseía; todo para que sus hermanas tuviesen la libertad de vestirle con ellas y colorear su rostro a su gusto.
Ellas reían y pasaban sus días encantadas en la habitación del ruludo, a escondidas de sus padres mientras entonaban sus canciones favoritas, polvoreando las mejillas del ojiazul en bermellón intenso, sus párpados coloreados en diferentes tonos de rosa y sus labios con ese rojo pasional que a veces desbordaba por las comisuras de sus labios, pues las pequeñas gemelas no tenían un pulso quirúrgico. Sin embargo, ellas creían que era realmente lindo, como una de esas princesas que Agustín relataba con entusiasmo.
Sabía que no era lo que un hombre hacía compartido, no era algo que debiese hacer. Mas lo que realmente le importaba era ser un buen hermano mayor, no sólo guiándoles por un buen camino, sino dejando de lado los prejuicios con los que ha crecido para sacarles un par de risas a las cuatro niñas de su vida.
Todo comenzó a irse por la borda el día en que su padre descubrió lo que hacía.
No sintió la llegada del hombre y su madre se encontraba lo suficientemente ocupada con la cena para notar que sus hijos no estaban en la sala de estar para recibir al hombre, como cada noche. Su padre subió las escaleras y después de buscar por todas las habitaciones dejando un notable olor a alcohol y cigarrillos, llegó a donde se encontraba el quinteto.
Las risas murieron en cuanto la puerta fue abierta. Los ojos cerúleos del ruludo se abrieron hasta lo imposible y aunque intentó ser lo más rápido posible con sus manos para deshacerse de esas prendas y la pintura en su rostro, no pudo evitar que su padre lo notase, arrugase el entrecejo y entrese furioso a la habitación.
Las niñas fueron testigos de la primera paliza que su padre le dio con solo quince años.
Y aunque días después intenté sonreír, como si nada hubiera pasado y volver a traer más maquillaje y ropa, pero su padre se había desecho de todas. Ya no existía esa aura risueña entre sus hermanas, quienes decidieron dejar de hacerlo para que su hermanito no volviese a ser golpeado por su padre, como comenzó a ocurrir cada noche.
Trató de razonar con él, haciéndole ver nada más que la verdad, que lo hacía para entretener a sus hermanas y no porque fuese un maricón, como su padre comenzó a llamarle, comenzando a juzgar su aspecto; debilucho sin musculatura, sin vello facial y con sus caderas ensanchándose cada día.
El hombre, aunque se rehusó al principio, terminó aceptando aquello, aunque la pizca de duda se sembró en su cerebro. Así que obligó al chico a que realizara trabajos para reforzar su masculinidad, enseñándole carpintería, plomería y consiguiéndole un trabajo en un taller mecánico.
Fue difícil al inicio, pero terminó acostumbrándose al mal olor, desorden y suciedad del taller con sus diecisiete recién cumplidos. Sin embargo, sus colegas no terminaron de convencerle; siempre lanzándole miradas inquisitorias murmurando a sus espaldas quien sabe qué tantas cosas que Agustín ni siquiera deseaba saber.
Tampoco eran los más lindos con los clientes, siempre terminando en alguna pelea con los amables hombres que llegaban al taller por algo de ayuda o gritando barbaridades bastante desagradables a las damas que tenían la mala suerte de pasear por ese lugar.
Si para su padre eso significaba ser un verdadero hombre, Agustín no quería serlo más.
Pero, aun así, no pudo quejarse por los conocimientos que iba adquiriendo cada día por los pocos hombres respetables que trabajaban en el lugar, quienes lo miraban como uno más de ellos. Sabía que, si incluso no estaba en la posición más cómoda, debería sacar el máximo provecho a las situaciones que se les presentaban.
No fue lo único que se llevó de ese lugar. También el horror de que su padre estaba en lo correcto; sí era un maricón.
Era un adolescente con las hormonas a tope y descubrir que podía ponerse duro al observar a esos hombres musculosos, con sudor y aceite escurriendo por sus marcados bíceps, con sus pechos descubiertos mientras trabajaban arduamente, esforzándose y dejando al descubierto esas marcadas venas que hacían a. Agustín sonrojarse y exhalar bruscamente.
Pensó que nadie había notado las aberrantes reacciones de su cuerpo, que podría pasar desapercibido y que poco a poco superaría esa extraña confusión, encontraría una linda novia y viviría la vida como Dios lo dicta en las sagradas escrituras.
Pero no fue así, pues en una de las ocasiones en que no pudo evitar ponerse duro al observar a sus compañeros, notó que una mirada inescrutable no se despegaba de él. No lo reconocía, probablemente era un empleado nuevo. Entró en pánico y huyó de la escena, excusándose y escondiéndose en un lúgubre rincón mientras intentaba recobrar la compostura.
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Y cuando una sombra lo cubrió, con la figura masculina frente a él y una hambrienta mirada que no dejaba de ver su cuerpo, Agustín se vio a si mismo jadeando, arrinconado por aquel gran cuerpo y expuesto, muy expuesto.
La voz profunda perteneciente al extraño hombre se filtró en su canal auditivo, endulzándole y viéndose imposible a negarse cuando el hombre le preguntó su podía tocarlo. Asintió rápidamente, cediendo ante las necesidades que su cuerpo exigía y pronto, las callosas manos recorrieron sus caderas y cubrieron su trasero, amasándolo a su gusto y devorando con ferocidad el cuello del pequeño.
El hombre le hizo ponerse de rodillas y sacó su miembro. Grande, gruesa, goteando semen y dura. Y se encargó de follar la boca del chico, quien a duras penas conseguía llevarse poco más de la mitad antes de retirarse por falta de aire. Terminó derramándose en sus bonitas pestañas y pómulos afilados. El hombre lo levantó y lo empujó contra la pared.
Los dedos recorrieron sus pezones, su miembro y su culo, rozando en diversas ocasiones con su agujero. Las piernas de Agustín comenzaron a temblar y ahogó un sonoro gemido cuando un dedo se introdujo en él. Nunca había sentido algo como eso y con los nervios a flor de piel, se vio a si mismo desmoronándose entre las expertas manos del hombre. Mientras más dedos se unían a las embestidas, Louis no podía dejar de llorar por auténtico placer y un gruñido brotó del pecho del hombre cuando Agustín terminó corriéndose, sin siquiera tocar su polla ni una sola vez.
Aún perdido entre el placer y el nerviosismo, pudo distinguir el trozo de carne caliente frotándose entre sus nalgas y luchando por entrar en él.
Maricón. Maricón. Maricón.
El pánico se apoderó de él al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, de lo que iba a hacer, de lo que acababa de hacer.
"No, por favor no" rogó, alejándose del hombre y poniéndose sus prendas, visiblemente afectado, asustado y con sus ojitos poniéndose rojos, ahora las lágrimas se habían vuelto tristes. El hombre maldijo y se alejó de él furioso.
**
El rumor, fundamentado por el mismo hombre, de que Agustín era un maricón que había rogado por ser follado durante su trabajo, comenzó a esparcirse por todo el pueblo y en pocos días, llegó a oídos de su padre.
Aquella noche, fue la última vez que vio a su familia. Su padre llegó a casa y lo arrastró por todo el pasillo, sin importarle si sus rodillas sangraban, ni los gritos de las chicas y su madre exigiendo una explicación. Ni siquiera le dejó despedirse antes de echarlo de casa.
Quedó varado en las solitarias carreteras de La Plata, recorriendo pueblo a pueblo sin quedarse en un lugar en específico. Sobreviviendo a duras penas, comiendo las migajas que lograba sacar de algún mercado y viviendo del cariño de la buena bondad de las personas que sin dudaban en darle una manta o cualquier tipo de prenda para que pudiese pasar las frías noches.
Hasta que llegó a Lobos.
Un pueblo pequeño, bastante escondido y acogedor. Duró varias noches en la calle, recibiendo miradas cargadas de lástima y algunas otras repulsivas, pero entre su martirio y desesperanza, apareció Francisco, quien le acogió en esa parroquia que ahora era su hogar.
Lo primero que hizo en cuanto llegó a la parroquia fue ir directamente al confesionario, arrodillarse y dejar que sus lágrimas escurrieran por sus mejillitas mientras confesaba todos sus pecados, rogando el perdón de Dios.
Francisco, tan amable como siempre ha sido, supo comprender al chico. Perdonó todos sus pecados y dejó que Agustín siguiese llorando en su regazo. Francisco confesó en un susurro que lo comprendía más de lo que creía.
Dios te ama, Agustín. Dios jamás dejará de amarte, no importa si eres un pecador. Porque Dios ama al pecador, pero aborrece el pecado. Nuestra labor como cristianos es no ceder ante la tentación a pecar, y si me lo permites, yo estoy aquí para ayudarte con eso.
Y ahora, a dos meses de cumplir sus diecinueve años, está en su formación para convertirse en el próximo sacerdote de la parroquia en cuanto Francisco decida retirarse. Se había ganado el cariño de muchos y aún intentaba trabajar para obtener el respeto de los demás. Y por primera vez en dos años se sintió realmente bien consigo mismo; habiendo logrado dejar aquellos impuros pensamientos de lado, concentrándose en servir a Dios y al pueblo que le brindó un abrazo cuando lo necesitó.
"Entonces, padre, ¿esta noche si nos acompañará?" preguntó Ana, bastante curiosa por la respuesta del sacerdote.
Agustín ahora sabía a qué se refería. Recuerda hace un año, viéndose a sí mismo bastante confundido al no entender de qué estaba hablando la mujer. Pronto aprendió las tradiciones extremistas del lugar. El día de halloween, era bastante común ver a niños disfrazados, divirtiéndose mientras paseaban en la plaza principal, compartiendo sus caramelos y jugando con otros niños.
Francisco le comentó que hace pocos años, las mujeres disgustadas por la celebración comenzaron a también asistir a la plaza, buscando diferentes tiempos para interceptar a las familias y hacerles entrar en razón para que se alejasen de las celebraciones ocultistas. Siempre intentaron atraerlo, pero Francisco las rechazaba cortésmente, excusándose con que no podía dejar la iglesia sin cuidar.
"Ahora tienes a alguien que puede hacer tu trabajo mientras estás fuera por unas cuantas horas", complementó Rosanna. Francisco miró de reojo a Agustín viéndose incapaz de negarse más y asintiendo lentamente. Las mujeres sonrieron satisfechas y se alejaron, hablando entre ellas.
Francisco se giró hacia él. "¿Está bien si te quedas solo esta noche? Puedo quedarme si lo deseas".
"No, está bien. Creo que puedo cuidarme solo por una noche", bromeó, siguiendo la mirada de Francisco, el cual no apartaba la vista de la entrada principal. Observó la figura del misterioso joven, quien abandonaba la parroquia a paso lento y puerta firme. Agustín tragó saliva, pero puso su mejor cara.
Francisco se giró hacia él y lo escudriñó con la mirada. Agustín no iba a mentir, que lo mirasen fijamente, intentando ver más allá de su alma, lo ponía sumamente nervioso. Se removió incómodo en su lugar, llevando sus manos detrás de su espalda. El sacerdote terminó suspirando, rendido.
"Bien. Ten mucho cuidado, Agustín" se despidió, girando en dirección a la oficina de la parroquia la cual conectaba con los dormitorios, dejando a un nervioso Agustín frente al altar.
Elevó la mirada, visualizando a Cristo en la cruz. Observó la figura de cerámica, deteniéndose en la corona de espinas y la sangre que se derramaba por su rostro y cuello. Se inclinó hacia el frente, haciendo una reverencia y siguiendo los pasos de su mentor.
Giró su rostro hacia la entrada, pero ya no había rastros del joven.
Agustín tomó la escoba, recorriendo las bancas de la iglesia y barriendo toda la basura que pudiese encontrar entre ellas. Estaba bastante cansado, pero limpiando el lugar era la mejor manera de matar el tiempo.
Ya había oscurecido. Francisco había abandonado el lugar y se había encaminado hasta la plaza principal, la cual estaba relativamente cerca de la iglesia. Alegó una vez más que su presencia no era necesaria y que podría quedarse con Agustín, pero el ruludo terminó desistiendo. Además, un tiempo a solas no le vendría nada mal.
Vestía un cómodo pantalón de chándal gris y una camiseta negra bastante holgada. El viento fresco comenzaba a filtrarse en el lugar, pero Agustín podría soportar un poco de frío. Había una ligera capa de sudor cayendo por sus siete años y en definitiva necesitaba un vaso de agua para poder continuar.
Podía escuchar un murmullo lejano, risas infantiles y quejas adultas, una extraña mezcla. Aun no comprendía la necesidad de esas mujeres de alegar e intentar imponerse en la crianza y diversión de unos niños, pero tampoco era padre, no estaba a carga de unos infantes, por lo que su opinión no era válida, o al menos eso le habían dicho.
La iglesia tenía dos puertas laterales y la puerta principal. La noche había caído y ya era hora de cerrar el lugar. Las puertas laterales solo lograron cansarlo un poco, grandes pero ligeras, nada que no pudiese manejar. El problema fue cuando llegó a la puerta principal, un par de puertas bastante antiguas y pesadas.
Empujó su cuerpo, intentando mover la puerta, pero fue inútil. Inhaló, buscando una posición diferente e intentando jalarla en su lugar, simplemente para conseguir el mismo resultado. Se apoyó en sus rodillas, respirando profundamente y tomando un merecido descanso de unos pocos segundos, simplemente para recuperar las energías y poder cerrar esa puerta.
"¿Necesitas ayuda?"
Soltó un ruido sorprendido, girándose abruptamente al escuchar aquella voz profunda que se encontraba bastante cerca. En primera instancia, no pudo vislumbrar a nadie. Tuvo que parpadear varias veces hasta que su mirada logró enfocar al mismo joven de esa mañana, sentado en una de las últimas bancas y mirando fijamente en su dirección.
"Uhm, disculpe... no debería estar aquí" fue lo primero que soltó, sin que por su cabeza pasaronsen las interrogantes: ¿cómo entró? ¿Qué hace aquí?
El más alto caminó en su dirección, a paso lento. A cada segundo, Agustín comenzaba a ponerse nervioso. Pasos firmes resonando entre las paredes y la alta sombra acercándose sigilosamente hasta él.
Pareciese que el hombre no tenía ni idea acerca de las reglas sociales o el espacio personal, pues en cuanto llegó hasta Agustín se posó frente a él bastante cerca, lo suficiente para que Agustín pudiese tener más de cerca aquellas oscuras cuencas, adornadas con un ligero Tono verdoso que logró descolocarlo.
El joven se inclinó, empujando las manos hasta chocarlos con la puerta y encerrando al ruludo en su lugar. "Lucen muy pesadas. Déjame ayudarte" susurró, incitando al más bajo a que se diese la vuelta para empujar al mismo tiempo la puerta. Acción que hizo, confiando ciegamente en aquel joven que solo deseaba brindarle un poco de ayuda.
Agustín sintió el cuerpo del joven pegarse a su espalda, empujándose contra su trasero intencionalmente. Tragó con fuerza y empujando al mismo tiempo, sorprendiendo al ojiazul ante la facilidad con la que la pesada puerta terminó por cerrarse. El más bajo intentó separarse, pero aún se vio acorralado por esos musculosos brazos. Cerró los ojos, recitando una oración en su mente pidiendo clemencia.
"Muchas gracias, j-joven" mencionó con un tono vacilante, girándose para volver a quedar frente a él. Observó la expresión casi serena del joven. No podía negar que era bastante atractivo, con ese cabello rubio que terminaba en unas ondas, con esos delgados labios, con ese mentón definido el cual pareció apretarse significativamente en cuanto le regaló una sonrisa.
"Llámame Marcos" se presentó el ojiverde, levantando la mano y esperando una reacción del más bajo.
Marcos. Era un lindo nombre.
"Agustín" estrechó su mano, suprimiendo el estremecimiento que recorrió su columna vertebral en cuanto el calor de la palma ajena colisionó con la suya. Sus manos eran suaves, pero con un agarre tan firme que Agustín preferiría no confrontarlo.
"Sé cuál es tu nombre, te he observado durante un tiempo" soltó Marcos, como si aquella declaración fuese algo banal como la hora o el clima, como si no repercutiera en Agustín de la manera en que lo hizo, con su estómago revolviéndose entre diferentes emociones, pasando del nerviosismo e inseguridad hacia el miedo y la curiosidad.
Tosió en un intento de aligerar el ambiente que comenzaba a marearlo. Quería alejarse, pero de cierta manera, había algo que le hacía querer mantenerse cerca de Marcos.
"Sí... yo también. Eh, es decir, te he visto los domingos durante la misa" sonriendo, mirando al suelo y jugando con sus pies, un tic nervioso que había adquirido con el tiempo. Escuchó un bufido burlesco saliendo de Marcos, antes de que una de sus manos bajase y se acomodase en su cintura.
"¿Te gustaría que te ayuden en algo más, cariño?".
Decir que no sintió un vuelvo en su pecho ante la mención de ese apodo sería una mentira, y Agustín jamás mentiría en la casa de Dios. Boqueó unos segundos, viéndose prácticamente incapaz de apartar su mirada de él. Quería irse, aprovechar la oportunidad que Marcos le estaba dando de girar su cuerpo y poner sus piernas a andar lejos de él, pero no podía. Había algo en el joven, algo bastante pesado en el aire que los rodeaba que sólo le hacía tener pensamientos fuera de lugar.
"En realidad joven- Marcos, no debería estar aquí. La iglesia está cerrada" argumentó Agustín, esperando que aquello fuese suficiente para que Marcos diese la vuelta, murmurara una disculpa y saliese del lugar. Lo cual, no sabía cómo lograría, ya que oficialmente todas las puertas estaban cerradas, pero aquello no era lo importante, claro que no.
Lo realmente importante, es que aquello no parecía ser suficiente para el rubio.
"Tenía entendido que las puertas de la casa de Dios siempre estaban abiertas, para cualquiera que lo necesitara. ¿Estoy mal, padre?" mencionó Marcos, con ese tono de grandeza asegurando que estaba en lo correcto. No había manera en que pudiese refutar aquello.
"¡No! Uhm, está bien, puede quedarse el tiempo que desee, tiene razón. Y aún no soy sacerdote, no debería llamarme así" aclaró el más bajo, mordiendo levemente su labio inferior e intentando esconder el rubor que comenzaba a teñir sus mejillas.
"Me gustaría confesarme, en realidad. ¿Tiene algo de tiempo para este hijo de Dios?" y si Agustín no estuviese tan concentrado observando el movimiento de sus labios y de su manzana de Adán subiendo y bajando lentamente, se habría dado cuenta del tono burlesco con el que escupió esas últimas palabras. Quiso negarse, alegando que no tenía la autoridad para hacer aquello, pero esos ojos, penetrando cada milímetro de su alma, le hicieron asentir lentamente.
Obtuvo una sonrisa como respuesta y se vio siendo arrastrado hacia el confesionario. Ni siquiera supo en qué momento sus pies se pusieron en marcha, pero para cuando se dio cuenta, estaba dentro del estrecho lugar y Marcos, del otro lado de la ventanilla, se arrodillaba hasta que dar a su altura.
"A-ave María Purísima".
"Sin pecado concebido" Agustín respiró hondo, alejándose de los pensamientos intrusos que abordaron su conciencia al escuchar es profunda y burlona voz.
"¿Cuándo fue la última vez que se confesó?" preguntó Agustín, viéndose incapaz de evitar llamar a Marcos de usted.
"Jamás me he confesado. No lo necesito".
Agustín frunció el ceño, no pudiendo conciliar en su cerebro la idea de que alguien jamás se haya arrepentido tanto de pecar, que no necesitaba un momento de confesión. "¿Qué es diferente ahora?".
Marcos tarareó. Agustín se perdió en el suave sonido del movimiento de sus manos, frotando sus palmas y en su calmada respiración.
"¿Alguna vez ha pecado, padre?" interrogó Marcos, sonando bastante intrigado ante la respuesta de Agustín. El de rulos se confundió ante el arrepentido cambio de tema de Marcos, pero antes de que pudiese tocar ese punto, una avalancha de recuerdos llegó a su conciencia.
Unas manos recorriendo su cuerpo, unos gemidos abandonando su garganta, una corriente eléctrica atravesando cada fibra de su anatomía, un jovial orgasmo.
Pecado, pecado, pecado. Maricón.
"Uhm, lo he hecho, sí. Como todo ser humano" dio por zanjado el tema, removiéndose incómodo en su asiento y colocando las manos en su regazo. Marcos ascendió, luciendo casi conforme con aquella respuesta. "¿Usted ha pecado? Me es bastante extraño pensar que alguien jamás se haya confesado, para ser franco".
Marcos excitante, una sonrisa ladeada que expresaba más de lo que Agustín pensaba. "No tengo la necesidad de confesarme, cuando Dios mismo me ha creado para pecar".
Agustín se atragantó con su propia saliva y tosió fuertemente. Sintió sus músculos tensarse, con la necesidad de salir de ahí. No entendía por completo esas palabras, lo que estaba detrás de ellas, pero tenía el presentimiento de que nada bueno iba a salir de esa situación. Pero antes de que pudiese hacer un movimiento, Marcos decidió hablar, volviéndolo a hipnotizar con esa profunda voz.
"Pero, considera que es mi momento de confesarme. Perdóneme padre, porque he pecado. He tenido pensamientos lujuriosos con un emisario celestial, tengo el desenfrenado deseo de hacerlo mío cada hora, cada momento del día. Dicen las sagradas escrituras que los sodomitas no heredarán el reino de los cielos. Sin embargo, si yo pertenezco a las tinieblas, ¿qué puedo perder?".
Agustín mordió su labio inferior, sin preocuparse en medir su fuerza, pues sangre comenzó a brotar de este. No le importó aquello, no le tomó importancia a nada más a su mente ya su nula capacidad de dejar de tener pensamientos de ese tipo.
Unas manos, doblándolo y manejándolo a su antojo. Un horrible falo, caliente y goteante llenándolo a cada segundo, haciendo sus piernas temblar, haciéndole lloriquear.
Maricón. Maricón. Maricón.
Podía sentir la ligera risa de Marcos a pesar de la distancia, como si el joven supiese exactamente qué es lo que estaba pensando, como si supiese lo que era, lo que le gustaba. Se sintió expuesto, humillado. Y aquel último no ayudó a bajar la erección que empezaba a formarse en su pantalón.
"¿Puedo hacerle una pregunta, padre?" la voz resonó en su cabeza, punzando una y otra vez. Sentía la pesada sombra de las manos ajenas empujándolo más en su asiento, obligándole a escuchar lo que el rizado tenía que decir.
Agustín tarareó, dándole el permiso a Marcos para que continuara hablando. No hubiera podido hacerlo de otra manera, no cuando incluso el solo movimiento de sus falanges se había vuelto una tarea difícil, no cuando su garganta se había cerrado y le costaba respirar más de la cuenta.
"¿Hasta cuándo va a continuar con su farsa? ¿Hasta cuándo va a seguir cubriéndose bajo el ala de un Dios amoroso, privándose de lo que realmente desea?".
La sangre se le fue a las mejillas y las palabras se atoraron en su garganta. No no no. Él no era una farsa. Él era un devoto. Su alma entera le pertenece al creador. No era una farsa.
"¿Q-qué?"
"¿Sigues pensando en ese momento? ¿Le hubiera gustado ser follado jodidamente duro en aquel más alto, padre?" soltó, sin ninguna pizca de vergüenza, descaro o pudor, riéndose el último sobrenombre, como si Agustín no mereciese ese título.
"¡No sé de qué estás hablando!" gritó, casi con pánico. "Salga de la iglesia, por favor".
"Poniendo todo su esfuerzo en suprimir sus deseos carnales, los más bajos instintos que el mismo Dios ha puesto en nosotros y condenando a aquellos que sucumben a ellos..." puntuó cada acción, enlistándolas como si Agustín fuese una especie de criminal por cada acto mencionado. Él no era nada de eso. No era un maricón.
Maricón. Maricón. Maricón. Maricón. Maricón.
"¡Yo jamás he caído en los brazos de la tentación! El Señor es quien guía mi camino... s-son pruebas de lealtad, está asegurándose de que jamás caiga en el pecado" tartamudeó, escupiendo cada palabra con apenas voz, intentando creerse a sí mismo las falacias que salían de su boca.
Maricón. Maricón.
Dios te ha abandonado.
"Está jugando con tu cordura a su voluntad. ¿Por qué otra razón te haría enfermo y te prohibiría tomar la cura?" Sorprendentemente, habiendo dado en un punto claro. Agustín se estaba volviendo loco. Respiró profundamente, tratando de ignorar olímpicamente al hombre y concentrarse en su propia mente.
Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me ha abandonado?
"Él nos hace perfectos, a su imagen y semejanza. Toda desviación es producto del mal..." alegó, apretando sus manos en puños y encajándose las uñas en sus palmas. Mereces el dolor, maricón.
"El mal tiene cosas más importantes por hacer que ir seduciendo almas débiles. El mal no te convierte, el mal toma lo que es suyo, cariño.".
Gimotea ante el apodo, sus mejillas están calientes y siente que las lágrimas van a derramarse sin que él pueda hacer nada al respecto. Se removió en el asiento, tomando grandes bocanadas de aire y buscando a tientas abrir la puerta. Una carcajada brotando el pecho del hombre le hace detenerse, expectante ante sus siguientes palabras.
"Oh, pero si sólo eres un pobre chico... tanto tiempo ocultándote tras esa túnica, convenciéndote de que podrás curarte en algún momento, que el amor de Dios será suficiente para reemplazar las necesidades carnales que te atormentan cada noche".
"Está mal, es incorrecto..." murmuró, convenciéndose así mismo de que debería salir ya. Debería gritar por ayuda, Francisco no tardaría en aparecer, siempre estaba cerca por si Agustín lo necesitaba...
"¿Preferiría que las cosas hubieran ocurrido de otra manera, padre?" preguntó. "¿Hubiese dejado que ese hombre jodiera su agujero tantas veces como quisiera? ¿Les habría abierto las piernas a todos los hombres en aquel más alto si se lo hubieran pedido?" Agustín jadeó, cubriendo su boca con ambas manos. "No suena mal eso, ¿eh? Ser la pequeña putita de esos hombres, dejando que se turnen entre ellos para usar su culo... Si tan solo hubiera seguido sus instintos, pudo haber tenido todo eso".
Agustín no evitó soltar ahora el lloriqueo que llevaba aguantando hace rato, sin embargo, fue acompañado esta vez de un tirón en su miembro. Podía sentir su ropa interior ligeramente mojada, donde estaba la punta de su miembro y se sentía vacío, increíblemente vacío. Cubrió su rostro con ambas manos, intentando de alguna manera hacer que su cerebro dejase de funcionar, pues las imágenes que se posaron en él no fueron nada santas.
Él se hubiera dejado follar. Maricón.
Él hubiera dejado que el montón de manos hubiese tocado todo su cuerpo, que todas esas pollas le hubieran jodido durante toda la tarde, durante toda la noche si ellos quisieran. Maricón.
Porque era lo que su cuerpo le pedía, era lo que necesitaba en ese momento, era lo que estaba anhelando desde hace años. Era lo que pudo tener por al menos una tarde, pero lo perdió. Lo perdí por intentar hacer feliz a un hombre que lo botó a la primera oportunidad. Un hombre que no mereció ninguna de sus lágrimas, un hombre que se creía el dueño del mundo y de su vida, cuando en realidad no era más que mierda. No, él no iba a honrar más a ese hombre que se hacía llamar padre, aquel que siempre detestó.
La imagen de su padre reprochándole, golpeándole y echándole de casa ya ni siquiera lograba causarle miedo. Solo había odio en su interior, odiaba a Dios por hacerlo un maricón, odiaba a Dios por burlarse de él y esperar oraciones de agradecimiento, odiaba a Dios por darle agua y prohibirle beberla, odiaba a Dios por abandonarlo.
Odiaba a Dios, porque, aunque estuvo noches en vela, lloriqueando hasta que sus ojos se secaron, pidiéndole que lo curase, lo único que recibió de parte de su amoroso Dios, fue una sonora carcajada en el abismo de su mente.
Odiaba a Dios, pero Dios lo iba a odiar a él esa noche.
Respiró con pesadez, luchando para ponerse de pie y salir del confesionario, sin embargo, la puerta de madera fue abierta antes de que pudiera hacer nada.
La figura alta de Marcos se posó frente a él y los ojos llorosos del ruludo bajaron hasta posarse en la carpa que se hacía en su entrepierna y casi se sintió salivar, su propio miembro filtrado más pre-semen. Elevó la mirada cuando una risita salió de Marcos.
"Así que te gusta ser humillado... bien" se inclinó, quedando frente a frente con Agustín. Llevó una mano, peinando la maraña que tenía por cabello y deslizó las ardientes falanges hasta posicionarlas en su mejilla, acunándola casi con cariño, pasando el pulgar por esos húmedos y rosados labios. Agustín sintió que le fallaba la respiración, conectando con esas cuencas verdosas, donde ahora las pupilas estaban completamente dilatadas, mostrando hambre.
"Sin embargo, no habría dejado que nadie te tocara. Ninguno de esos hombres habría puesto una mano en ti o lo hubiera descuartizado ahí mismo" gruñó, tomando la quijada del ojiazul y apretándola sin miramientos. "Porque eres mío, Agustín. Porque Dios te ha creado enfermo y yo soy tu cura. Porque eres mío, y yo no comparto mis cosas".
Y este joven, sin embargo, era quien estaba ahí. No Dios grabándole que era un pecador. Marcos, quien era un enfermo como él, era quien estaba ahí. Era quien le ofrecía algo de beber en ese solitario desierto. Era Marcos, quien le miraba con pupilas dilatadas y el miembro duro y Agustín quería abrir sus piernas para él.
"Puedes irte en este momento; salir de aquí, irte a tu cama y seguir finciendo que no deseas tanto tener mi miembro dentro de ti. Pero si quieres sucumbir al pecado, Agustín, si quieres vender tu alma al diablo en la misma casa de Dios, entonces sígueme y ponte de rodillas".
Marcos salió del confesionario abriendo paso entre todas las bancas hasta ponerse frente al altar. Agustín siguió cada uno de sus movimientos, asegurándose con un vistazo de que estaban en completa soledad. Elevó la mirada, observando de frente la cruz la cual se hacía más grande a medida que se acercaba. La agonía en el rostro de Jesucristo hizo que su estómago se revolviese, no sintiendo más que comprensión pues en cada paso mortal que daba, podía sentir espinas encajándose en él, cargando su propio ataúd en camino a su crucifixión, con las mismas ganas de mirar. al cielo y preguntar: Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Y fue fácil para Agustín caer de rodillas. El escozor en ellas al momento del contacto con el suelo fue dolorosamente placentero. Miró al más alto a través de sus pestañas, largas y húmedas cubriendo su campo de visión. La palma ardiente se posó en su mejilla derecha y acarició suavemente.
"Qué buen chico".
Soltó un jadeo y se regodeó ante el cumplido, sintiendo las palmas de sus manos picar por la necesidad de moverlas y posarlas sobre aquella piel ajena, sobre aquel joven que había prometido darle lo que ha estado anhelando desde hace tiempo. Sus entrañas se revuelven ante el pensamiento y sin evitarlo más, lleva ambas manos y las posa en los muslos del joven.
Agustín dejó un presionado en ellos, jadeando ante lo duros que son. Movió sus manos, fascinado ante la anatomía del joven y saboreó la sombra del miembro que se asomaba en su pantalón negro. Su palma no era lo suficientemente grande, incapaz de cubrirlo por completo, cosa que le hizo gemir desconcertado; Podía imaginar ese miembro follándole a velocidades inimaginables, babeó ante la posibilidad de pasar un buen tiempo abriéndose en ese miembro, obligándose a soportar los bestiales empujes de Marcos...
Hubiese continuó en su ensoñación, pero una fuerte bofetada le hizo caer a los pies del más alto. Gimió con sorpresa y levantó sus desconcertados ojitos, sobando la caliente mejilla. Ver la imponente pose de Marcos, con sus palmas escondidas en sus bolsillos delanteros, con el pantalón ahora desabotonado y con esa expresión seria casi aburrida que le dirigió, pudo sentir sus muslos temblar y su miembro palpitar.
"¿M-Marcos...?"
"Habíamos empezado muy bien, ángel", mencionó Marcos, con un fingido tono de desaprobación que Agustín creyó por completo. "Pensé que ibas a tener un poco más de respeto en la casa de Dios, pero parece ser que realmente te conviertes en una pequeña zorra necesitada cuando quieres un pene" Agustín jadeó ante el apodo, apretando sus piernas y buscando algo de fricción en su erección. "Tendrás que mantener tus manos quietas ahora, ángel, o me veré en la obligación de disciplinarte hasta que entiendas tu lugar; aquí no tienes ningún poder, aquí eres simplemente un agujero donde pondré mi miembro hasta satisfacerme" Marcos lo tomó del cabello, halando sus rulos entre sus grandes manos y gruñendo ante la deliciosa visión de un destrozado Agustín cayendo en sus ramas poco a poco. "Y desde ahora, llámame señor".
Agustín se dejó llevar por esa voz fuerte y profunda endulzando sus oídos, perdiéndose en aquellos iris verdosos y pupilas dilatadas que miraban en su dirección, se perdió en el delicado pero firme toque contrario que sostenía su cabello. Recostó su cabeza en el muslo contrario, suspirando entrecortadamente y llenando sus pulmones con el oxígeno suficiente para poder decir:
"E-entendido, señor".
"Bien ángel. Ahora, abre esa preciosa boquita" acatando la orden del hombre, Agustín separó sus rosados e hinchados labios. Marcos mostró una sonrisa ladeada y deslizó su dedo pulgar por sus carnosos y húmedos belfos, con tanta lentitud, como si tuviese toda una vida para admirar al chico que reposaba en sus rodillas esperando indicaciones.
Lo tomó del mentón y le obligó a mirar hacia arriba, hasta unir sus miradas, dio un vistazo a la suave mirada cerúlea, observándole desde abajo, volviéndose poco a poco una perdida y rodeada de lágrimas no derramadas. Sintió alrededor de su pulgar el vaho ardiente exhalado en un derrotado suspiro.
Con una lentitud casi burlona, alejó sus manos del bonito rostro de Agustín y las dirigidas a su cremallera, deslizándola hacia abajo y deshaciéndose de sus pantalones, dejando al descubierto su marcada erección a través de la tela de la ropa interior. Observó las pupilas del chico dilatarse con hambre a medida que pasaba su mirada por la extensión de su miembro.
Tuvo que apretar sus manos en un puño para evitar levantarlas y bajar la ropa interior de Marcos, ya que esto le costaría otra bofetada, aunque aquello no le parecía del todo malo...
No tuvo que esperar mucho más, ya que Marcos deslizó sus falanges por el elástico de sus bóxers, bajándolos y dejándolos junto a su pantalón.
Agustín jadeó al ver la extensión de su miembro descubierta. Duro, con la punta rojiza y goteante. Agustín deseaba pasear su lengua por todo el tronco, delineando las venas que lograban marcarse en él. Era largo, Agustín solo había visto un miembro además del suyo y estaba seguro de que el que estaba frente a él era más grande, mucho más. Su grosor también le había sorprendido, estaba seguro de que apenas podría rodearle con su mano.
Marcos tomó su erección en su mano, masajeándolo de arriba hacia abajo frente al rostro de Agustín, quien sólo podía observarlo con esos ojos acuosos, brillantes y suplicantes.
"Voy a joder tu boquita, amor", mencionó Marcos, sonriendo cuando escuchó el ligero gemido del ojiazul. "Tú vas a quedarte ahí de rodillas, luciendo lindo y tomando todo lo que quiera darte" avanzando con euforia, sintiendo un escalofrío recorriendo su cuerpo. Por puro instinto, llevó sus manos hacia su espalda, dejándolas en una posición firme que demostraba su completa sumisión al joven. Marcos se regodeó por el gesto.
Acercó la punta de su polla hacia la boca del más bajo y comenzó a hundirse en su húmeda cavidad poco a poco. Soltó un ronco gemido, saliéndose y volviendo a empujarse en él, esta vez sin detenerse. Agustín sintió ahogarse y eso sólo logró estimularlo más, deseando obtener todo lo que Marcos deseaba darle, y más. Él quería más.
Marcos tomó en su puño un gran mechón de cabello y haló de él, dejándolo en esta perfecta posición donde pudo seguir empujándose, una y otra vez. Movió sus caderas a un ritmo moderado, aumentando la velocidad de un poco, sintiendo la garganta de Agustín contrayéndose y apretando su dureza deliciosamente.
Los ojitos de Agustín estaban fijos en él, brillando en su dirección y aglomerados de lágrimas las cuales comenzaban a derramarse por los costados en dirección a sus regordetas mejillas y cayendo por la extensión de su cuello.
"Tu maldita boca" gruñó Marcos, maravillándose por la calidez del másbajo. Agustín gimió alrededor de su miembro y eso sólo logró estimular al más alto. Dio dos profundas y duras embestidas, sonriendo ante el lloriqueo del más bajo que se encontraba de rodillas. Bajó su mirada y se encontró con que el chico apretaba su miembro entre sus muslos. "Mierda, eres una completa puta. Jodidamente estás disfrutando que te uso".
Salió de él, dejando que el chico tomara una profunda bocanada de aire. Admiró sus mejillas rojas y su mirada perdida, sus labios hinchados y el movimiento descuidado de su garganta mientras intentaba obtener un poco de oxígeno. El sonido roto de un agudo jadeo, seguido de un tembloroso suspiro expulsado por un destrozado Agustín, solo logró poner más duro a su miembro y aumentar ese ardiente deseo de llenarlo de sí mismo.
Volvió a dirigir su miembro a la boca del más bajo y se empujó en ella. Agustín sintió ahogarse ante la repentina intromisión al mismo tiempo que su miembro dio un tirón y filtró un poco de presemen en su ropa interior.
Se maravilló con sus profundas embestidas, las cuales se volvieron erráticas, descuidadas y bestiales. Agustín movió sus manos, las cuales se había mantenido quietas en su espalda baja y las dirigió hacia sus propios muslos, apretando la carne en ellos mientras viraba sus ojos perdiéndose en el aura de placer que rodeaba a ambos cuerpos.
Sentía que su cuerpo respondía, su polla se contraía y sus propias caderas comenzaban a moverse, casi con la necesidad de tener algo en su trasero. Deseaba tocar su intimidad, pero había algo en su interior que necesitaba seguir las instrucciones del joven que ahora follaba su boca.
"¿Te gusta ser una putita, ángel? Por supuesto que sí, estás disfrutando que use tu boquita a mi antojo. Amas ser una zorrita por mi miembro, estás jodidamente mojado esperando tenerlo dentro de tu bonito agujero, ¿uhm?" tomó con fuerza el cabello de Agustín, manteniéndolo firme y embistiéndolo como si de una muñeca se tratase. Y eso era, el chico se había entregado por completo a él en el momento en que decidió ponerse de rodillas; se había convertido en su juguete, y el solo pensamiento de ello lograba que el ojiazul se volviese loco.
Marcos siguió empujándose en un ritmo errático, bastaron poco más de cinco embestidas profundas y seguidas antes de que Agustín sintiese el miembro de Marcos salir de su boca y el espeso líquido caliente cayendo en su rostro. Sacó su lengua, intentando conseguir que algo del semen de Marcos aterrizara en su boca. Marcos paseó su punta llena de semen por la lengua de Agustín, esparciendo de su corrida y dejando que el más bajo degustara de él.
Miró al ojiazul, observó sus mejillas rosadas, sus ojitos acuosos y perdidos en una nube de placer y el rostro lleno de lágrimas y semen. Marcos podía observar al chico temblar ligeramente, bajó la mirada por su debilitado cuerpo y no intentó ocultar la socarrona y casi diabólica sonrisa que se asomó en su rostro cuando se fijó en la húmeda mancha que se lograba ver en el pantalón de chándal del ojiazul.
"¿De verdad, Agustín? ¿Eres tan puta que eres capaz de correrte sin tocar ni una sola vez tu pequeño pene? No he puesto una mano sobre ti, cariño. Te encuentras tan desesperado, tan mojado y estás rogando por mi pene" escupió con sorna. Agustín bajó la mirada, intentando ocultar el desastre en su entrepierna con sus palmas, luciendo bastante avergonzado.
El escozor en su mejilla derecha le descolocó, soltando un agudo jadeo y está bastante seguro de que su polla dejó escapar un poco de corrida. Agustín llevó una de sus manos hacia su mejilla, sobando donde la palma del ojiverde había impactado por segunda ocasión. "¿Quién dijo que podías cubrirte, zorra?" preguntó con desdén.
"No, y-yo- no, lo siento- yo..."
Balbuceó, tragando saliva con pesadez y sintiendo sus mejillas encenderse en carmín al no conseguir que su cerebro funcione correctamente. Por supuesto que la carcajada de Marcos fue lo siguiente que llenó la iglesia.
"Mírate, eres una cosita tonta que no puedes ni siquiera hablar correctamente. De eso deberías sentirte avergonzado, princesa" Marcos se puso de rodillas, bajando hasta ponerse frente a frente con Agustín.
Agustín le miró, mordiendo su labio inferior y dejando que las manos de Marcos le recorrieran el cuerpo, sintiéndolas tomar su camiseta y despojársela del cuerpo, exponiendo la tierna y blanquecina piel de su torso. Jadeó cuando las toscas y ásperas manos de Marcos viajaron hasta sus pezones.
Apretó los sensibles botones del chico, girándolos entre sus falanges y riendo cuando el ojiazul comenzó a retorcerse, luciendo bastante sensible y perdido en su propia nube de placer. Cuando las protuberancias de Agustín ya se encontraban bastante hinchadas, Marcos se alejó para apreciar su obra maestra; Estaba seguro de que la mancha húmeda en la entrepierna del ojiazul se había hecho más grande.
Delineó las perfectas curvas del chico, quien lo miraba con ese atisbo de admiración y lujuria que, siendo sinceros, estaba ansioso por observar esas reacciones en más ocasiones. Bajó sus pantalones de chándal y junto a ellos el bóxer de Agustín, despojándolo completamente de sus prendas y arrojándolas despreocupada hacia un rincón realmente poco importante.
Observó al chico, completamente desnudo y expuesto para él. Su pene tenía restos de su propia corrida y seguía completamente duro, sus horribles muslos apretando su intimidad, luciendo regordetes y bastante apetecibles para pasar horas entre ellos, con sus manos aferrándose a ellos y su lindo rostro, ligeramente rojizo en su mejilla y lleno de lágrimas y corridas. Luciendo tan lindo, esperando sus órdenes.
Se puso de pie, complacido esos ojitos azules siguieron sus movimientos. Estiró su mano, acariciando su cabello, estudiando todas las posibilidades que tenía para complacerse con ese pequeño ángel.
"Qué linda zorrita. ¿Te gusta complacerme, cariño?" preguntó con ese dulce tono lleno de burla. Agustín ascendió, dejándose llevar por el suave toque de Marcos. "Ahora, quiero que me escuches bien. Vas a venir conmigo, vas a inclinarte en el altar dejando tu perfecto culo al aire mientras yo voy a buscar un par de cosas que vamos a necesitar. ¿Entendiste?".
"Sí, señor", pronunció Agustín, haciendo el amague de levantarse, siendo inmediatamente detenido por el más alto.
"No, ángel. Vas a llegar ahí arrastrándote como la perra que eres escuchando", girándose y abriéndose paso hacia el lugar anteriormente mencionado. Agustín ahogó un jadeo y comenzó a gatear tras él, sin importarle el escozor que comenzaba a sentir en sus rodillas. Probablemente se teñirían de un ardiente bermellón y tendría dificultades para ponerse de pie e inclinarse tal como se le ordenó, pero ni siquiera aquello lograba detenerle.
Siguió arrastrándose hasta llegar a los pequeños escalones que lo llevaban al altar, Marcos tomó una dirección diferente, encaminándose hacia la pequeña oficina, donde además de hacer diferente tipo de papeleo guardaban varios de los artefactos usados en misa.
Cuando Agustín llegó al altar, cubierto de esa pulcra manta blanca, casi se sintió mal por profanar el templo de Dios. Pensó en todas las ocasiones en que Francisco confió lo suficiente en él, todas las veces en que logró superar las tentaciones aberrantes y lo que estaba a punto de hacer.
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Descansó su pecho en la fría estructura, contrastando con el abrasador calor que se desprendía de cada poro de su piel. Tomó una gran bocanada de aire, sintiendo el tembloteo de sus piernas mientras esperaba pacientemente en la misma posición. Sus manos picaron por la necesidad de aferrarse a algo, obteniendo como último recurso apretar con fuerza la manta blanca que seguramente, terminaría manchada. Quizás se sonrojó ante aquel pensamiento.
Se vio obligado a salir de su mente cuando un par de objetos fueron colocados a su lado. Giró un poco su rostro y pudo observar lo que el más alto colocado: el cáliz santo, de donde resbalaban un par de gotas de vino por los costados, dorado brillante casi dejándole ver su reflejo; un bote de agua bendita; un rosario y un crucifijo, ambos de madera; y, por último, Agustín pudo identificar una biblia, su propia biblia, aquella que se encontraba en su mesilla de noche, aquella que leía antes de irse a dormir. Tragó en seco, intentando tener una visión de Marcos, expectante de conocer lo que sea que tuviese en mente.
Le miró, mientras Marcos inspeccionaba el lugar. Una ligera sonrisa se dejó ver y Agustín siguió su mirada, deteniéndose en el cirio pascual, el cual se encontraba al lado de la pila bautismal. Marcos caminó con gracia y lentitud hasta él tomándolo descuidadamente con una mano y dejándolo junto a los demás objetos.
Marcos se aproximó hasta él, colocó ambas manos en la orilla del altar y empujó su pelvis contra su trasero; volviendo con sus prendas pulcramente colocadas, como si jamás se hubiera tenido deseo de ellas para joderle la boca a Agustín, por lo que ahora deslizaba su duro falo vestido contra el desnudo culo de Agustín. Jadeó con suavidad, sintiendo su propio pene contraerse.
Los labios del más alto ardieron cuando hicieron contacto con su tierna piel; tersa y cuasi impoluta erizándose ante el roce de esos pecaminosos belfos, besando un recorrido desde su nuca y deslizándose por su expuesto cuello. Limpio y carente de marcas, Marcos ansiaba dejar sus huellas en él.
"Voy a darme un jodido banquete con tu celestial cuerpo" murmuró, estirando la mano para tomar el cáliz. "Pero antes, deberíamos beber la santa sangre, ¿no lo crees?" mencionó con burla, jugueteando con la copa. Agustín sintió un tirón en su cabello, su cabeza fue alzada al instante. "Abre tu linda boquita, ángel".
Agustín obedeció y al instante, el delicioso vino tinto se deslizó por sus labios, la gran mayoría viajando hasta su garganta para tragarlo con facilidad, mientras unas cuantas gotas descendieron por las comisuras de sus labios, cayendo por su barbilla y siguiendo su camino por su cuello. Marcos tarareó complacido, llevándose el cáliz a la boca y bebiendo el resto de él.
La caliente humedad de la lengua del más alto fue lo siguiente que Agustín sintió en la intimidad de su entrada. Jadeó ante la sorpresa de aquello, pero Marcos lo sostuvo apretando y amansando sus nalgas, separándolas más para enterrar su rostro por completo en su culo.
Delineó su agujero con la punta de su lengua, deslizándola lentamente y exhalando entre tanto su cálido aliento que, al chocar con su sensible piel, provocó un escalofrío y el tembloteo de los muslos del castaño.
Agustín se aferró con sus manos al altar, gimiendo en voz alta cuando el cálido músculo ingresó en él. El más alto se estaba burlando de él, acelerando y ralentizando sus movimientos a medida que lo preparaba para tomarlo, acercándolo y arrebatándole su liberación, jugando con su cordura.
Ligeramente mareado y con su visión borrosa, ni siquiera notó cuando el ojiverde se separó de él. Agustín solo pudo sentir cuando algo era colocado alrededor de su cuello y cuando enfocó su vista, se encontró a Marcos empapando dos de sus dedos de agua bendita.
"Joder, qué lindo te ves así: tan perdido y a la espera de ser tocado. Has deseado esto durante tanto tiempo, entregarte por completo al placer; al pecado" susurró, llevando sus dedos hasta encontrarse con su agujero. El ojiazul ahogó un jadeo, suprimiendo el impulso de empujar sus caderas hacia atrás, dejando que las experimentadas falanges del contrario trabajaran a su ritmo.
"Voy a abrirte muy bien, ángel. Voy a prepararte para que tomes mi polla. No te preocupes, seré gentil contigo" Marcos besó su mejilla, al mismo tiempo que encajó dos dedos dentro de él de golpe. La sensación fue tan repentina que le hizo saltar en su lugar, mas no se movió pues una fuerte mano le tomó por el cuello y apretó. Agustín lloriqueó, pero la siguiente arremetida llegó dando de lleno contra su próstata y sintió sus piernas volverse gelatina.
"A menos... que desees que sea duro contigo" sonrió Marcos, abriendo sus dedos a modo de tijeras, estirando el borde de Agustín. "¿Te gusta el dolor, cariño? ¿Te gustaría tener mi pene abriendo su apretado agujero? ¿Te gustaría sentir cómo te parto en dos?" la respiración de Agustín se volvió agitada, aferrándose al altar y apretando sus manitas en puños. "Te forzaría a tomar mi polla. Me empujaría tan fuerte en tu pequeño agujero hasta que lloriquees, hasta que el escozor sea tan intenso que no seas capaz de soportarlo. Pero eso te gustaría, ¿no? El dolor haría que tu pequeña polla se pusiese tan dura, tan rojiza y necesitada y terminarías corriéndote, ensuciando todo a tu alrededor".
Agustín gimió audiblemente, viéndose incapaz de negarse, ni de seguir resistiéndose, cayendo de lleno en sus impulsos, moviéndose junto a los horribles dedos que profanaban su cuerpo. Se sentía lleno con ellos, pero no lo suficiente, no cuando la gorda polla de Marcos estaba ahí y en breve estaría dentro de él.
"Por favor... y-yo- necesito..." se vio interrumpido por un jadeo gutural. La mano en su cuello se apretó y la respiración se volvió una tarea difícil. Las perlas del rosario apretaban entre su piel y la mano de Marcos, probablemente dejando marcas rojizas en él. Viró sus ojos, no creyendo ser capaz de soportar el revoltijo que comenzaba a formarse en su vientre, ni los espasmos de placer que comenzaba a experimentar su anatomía.
"Pero no te daré eso hoy, amor. Tu apretado agujero sigue siendo virgen, así que iremos con calma" besó su mejilla y aflojó su agarre, dejando que Agustín recuperara un poco del oxígeno que se le fue arrebatado. "Aunque, si te gusta el dolor, tengo algo en mente" llevó su mirada hacia el cirio, sonriendo tranquilamente mientras el chico apretaba deliciosamente sus dedos, temblando bajo su toque.
"Pero... ¿no crees que mis dedos son demasiado pequeños, amor?" preguntó, buscando aquel tono de preocupación. Agustín no creía eso, no cuando esas dos falanges le estiraban y le follaban tan bien, pero si Marcos lo decía, debía ser verdad. "Tendremos que buscar algo que sea un poco más grande" el ojiazul avanzando, perdido en su propio placer y parpadeando con rapidez, intentando enfocar a su alrededor. Cuando lo consiguió, miró detenidamente el crucifijo y su redondeada punta. Miró a Marcos, quien tenía sus ojos esmeraldas fijos en él, y volvió a observar el crucifijo. Una aglomeración de sensaciones se instaló en su vientre y su polla dio un tirón, escondiéndose en su propio antebrazo para evitar mostrar el bochorno que inundó su rostro.
Marcos ensanchó su sonrisa. "Oh. ¡Eres realmente fascinante, ángel!" casi pudo distinguir el tono burlesco en el mayor, pero Agustín no estaba realmente preocupado por eso. Marcos tomó el crucifijo; "Mhm, me parece que esto servirá" y tomó el bote de agua bendita, esparciéndola en el extremo más largo, a los pies de cristo.
Lo próximo que Agustín sintió, fue una intrusión que le hizo ponerse de puntillas y morderse el labio inferior. Sintió sus muslos temblar mientras Marcos seguía empujando la cruz dentro de él. "¡Oh, Dios mío!" gimió, sintiendo la necesidad de correrse en cada poro de su piel.
"Está bien, ángel. Puedes soportarlo" mencionó Marcos, sacando el crucifijo lentamente y volviendo a embestir al chico con él. Agustín lloriqueó, pero asintió a las palabras de Marcos, volviendo a empujarse contra la cruz, gimiendo con fuerza cuando dió directamente en su próstata.
Una mano se posó en su espalda baja, obligándole a mantenerse en su lugar. "No seas codicioso, ángel. Obtendrás lo que quiera darte" regañó, dándole una severa bofetada a su trasero. "Te estás volviendo un avaro y lujurioso, amor. Estás sucumbiendo a tus instintos. ¿No te ha servido nada de lo que has aprendido durante este tiempo en el templo de Dios?" Marcos negó, como si estuviese decepcionado de las acciones del chico, y por supuesto que Agustín derramó una lágrima ante aquello, mordiendo su labio ante la necesidad de replicar.
La biblia fue puesta frente a él, Agustín la miró fijamente por unos segundos, gimiendo cuando una arremetida más llegó. "Creo que necesitas recordar lo que se te ha sido enseñado. Vamos" animó. "Recuerda tus valores, léela" dijo con una sonrisa.
Agustín acató la orden, abriendo la biblia en una página aleatoria. Casi se sonrojó cuando reconoció el libro. "Porque esta es la voluntad de Dios: v-vuestra santificación- ¡Oh...! Q-que os abstengáis de inmoralidad se... sexual; q-que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio cuerpo en santificación y honor. P-porque... ¡Oh, Dios...! Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino... sino a santificación. ¡Dios!" terminó en un gemido cuando una fuerte nalgada llegó contra él, marcando la tierna piel de su trasero y haciéndole temblar.
Y Agustín lloró. Lloró mientras tiras y tiras de semen se derramaban en el altar, encima de la biblia. Lloró mientras las sagradas escrituras se llenaban de pecado, de aquel lastimero orgasmo que Marcos acababa de arrancarle a base de humillación y golpes. Su olvidada polla, rojiza y exigiendo atención, expulsando a chorros su corrida y no parecía terminar jamás. El crucifijo seguía taladrando en su interior, golpeando cada segundo ese delicioso punto que le hacía delirar.
Se corrió a montones, mientras caía en cuenta de sus acciones. Estaba pecando en casa de Dios. Estaba aceptando al demonio y abriéndole las piernas cual buffet, entregándose en cuerpo y alma a las tinieblas en la propia casa del señor, en la propia morada sagrada de su padre celestial y por más que intentase rebuscar en su corazón, no había signos de arrepentimiento. ; estaba jodido. Su alma no tendría redención en el juicio final y si eso significaba sentir este placer durante toda la eternidad, o al menos por el resto de su vida, entonces él echaría a la basura el plan de Dios y volvería a ponerse de rodillas para Marcos.
Sus piernas cedieron, demasiado débiles para sostener su cuerpo agitado. Sin embargo, no cayó de golpe en el suelo. Fue sostenido por unos musculosos brazos, Agustín miró hacia abajo y tuvo que morder su labio al observar el contraste de su estrecha cintura contra las grandes manos de Marcos. Podría manejarlo tan bien, a su antojo.
Marcos le giró, empujando su delicada espalda contra el duro y frío altar. Agustín enredó sus débiles piernas en la cintura del más alto, sus manos se aferraron a sus cubiertos bíceps, sintiendo los músculos a través de la ropa.
La mano del ojiverde viajó hasta su mejilla, acunándola con una suavidad que Agustín jamás había experimentado antes. Se sintió débil entre sus brazos, girando su rostro y buscando más de aquel cálido y experimentado toque, el cual Marcos brindó con esa diabólica sonrisa la cual el ojiazul se estaba acostumbrando.
"Por favor" susurró Agustín, sorprendiéndose de lo rota y desesperada que sonaba su voz. Hipó cuando el agarre a su cintura se volvió casi hostil; quemaba, ardía como el infierno y eso no hacía que su dureza bajara. Su polla no se había ablandado, reaccionando ante cualquier mínimo estímulo que pudiese detonar su recientemente descubierto problema con la humillación y el dolor. "Por favor..." suplicó, mirando esas brillantes esmeraldas fijas en su cuerpo desnudo, recorriéndole entero ya nada de atacarle, destrozarle. "Señor, haga algo, por favor".
Marcos observa sus regordetes muslos, blanquecinos y limpios de marcas. Él deseaba encajar sus afilados colmillos en ellos, deseaba dejar los rastros de su paso por aquella piel que desprendía pureza. Gruñó, apretando la cintura del chico y llevando su mano hacia sus regordetas nalgas maltratadas y encajando nuevamente el crucifijo en su sensible entrada. Agustín lloriqueó, tensándose en el agarre del más alto y jadeando, suplicando por más.
Con una sonrisa de suficiencia, Marcos estiró su brazo hasta tomar el cirio, dejando al chico suspendido entre el altar y él, apenas dejando que el peso de Agustín cayera en sus piernas. Los ojitos cerúleos suplicantes se posaron en él, con esa mirada interrogante que volvió loco al ojiverde. Apretó el cirio, logrando que este se encendiera al instante y comenzara a derretirse con una rapidez inimaginable.
La cera de deslizó por la palma del rizado, aunque este no se movió, como si aquel calor infernal no le hiciese ni un poco de daño. En cambio, Agustín soltó un alarido y se aferró con todas sus fuerzas a los bíceps de Marcos cuando el rastro de la vela terminó su recorrido aterrizando en sus lechosos muslos. El ojiazul se retorció en su lugar, sintiendo la cera arder contra su piel y dejando su rastro rojo bermellón.
La cera siguió cayendo y golpeando contra su tierna piel, tornándola de ese carmín que Marcos no podía dejar de admirar. Agustín sintió que las lágrimas derramarse nuevamente por sus mejillas, el tembloteo en sus muslos incrementaba a cada segundo y su polla se encontraba jodidamente goteando preseminal. La punta rojiza, brillante a causa de la filtración de líquido.
Marcos sonriente, comenzando a embestirlo nuevamente con el crucifijo y derramando más cera caliente en su cuerpo. Observó su pequeña polla, contrayéndose y necesitada de un poco de atención y Marcos se la brindó, derramando un poco de cera en ella. Apenas fueron unas cuantas gotas, pero tener a Agustín retorciéndose después de la ardiente sensación en su polla fue algo tan gratificante que animó a su propio falo cubierto por sus pantalones.
"S-señor, necesito... yo-" rogó Agustín, con las lágrimas en su voz y moviendo ligeramente sus caderas, buscando que el crucifijo lleguese más lejos dentro de él, que golpease con fuerza su próstata. Marcos observó el rosario caer por su cuello, acunándose en su esternón y siendo envuelto por sus rojizos pezones, de los cuales ya se había burlado con anterioridad.
Examinó su bonito pecho, carente de marcas además de las obvias a sus botones rosados. Marcos no podía permitir que eso siguiese así. Elevó la vela, derramando una buena cantidad en el pecho del ojiazul, introduciendo más el crucifijo y moviéndolo con más velocidad dentro y fuera cuando el chico se retorció en su lugar.
"¡Oh! M-mierda" escupió mientras seguía aferrándose los hombros de Marcos, llevando una de sus temblorosas manos hasta su boca hinchada, cubriéndola con una cara de espanto. Jamás había maldecido en casa de Dios. Sin embargo, viendo las atrocidades por las que se estaba dejando llevar, pensó que aquel sería un mal menor, definitivamente.
Marcos soltó una carcajada gutural. Tiró la casi acabada vela hacia algún rincón que no era relevante y llevó su mano hacia el cuello de Agustín. El chico podía sentir los rastros de la vela en su mano, sintiéndola aún como si acabase de sacarla de un abrasador infierno.
El más alto afianzó su agarre, sintiendo subir y bajar la manzana de adán de Agustín. Se maravilló de su cuerpo tembloroso y de sus súplicas muriendo en su garganta, mientras apretaba cada vez más. "Jodida mierda. Eres maravilloso, ángel".
El crucifijo seguía moviéndose con brutalidad, follándole sin ningún tipo de compasión ni descanso. Aquel revoltijo volvió a instalarse en su estómago, un escalofrío recorrió su columna vertebral, desde sus pies hasta las yemas de sus dedos, haciéndole rodar los ojos y gemir agudamente. Sin embargo, cuando pensó que podría correrse por tercera vez en esa tarde, su interior volvió a estar vacío.
Su cabeza daba vueltas, apenas comprendiendo la situación. Marcos se había alejado, viéndole desde arriba con esa postura dominante y escudriñándolo detenidamente. Ni siquiera había sentido el impacto de sus piernas en el suelo; Quizás Marcos se había apiadado de su magullada anatomía y lo había depositado con suavidad en el frío mármol. O quizás, había caído al no poder sostenerse en sus débiles piernas. De cualquier manera, aún se sentía ligeramente mareado y abrumador.
Necesitaba su calor. Deseaba su toque, su fuerte agarre. Necesitaba sus marcas en su piel, deseaba llegar hasta el final.
Gateó hasta llegar a los pies de Marcos. Elevó su mirada, brillante y cerúlea, encontrándose con la penetrante esmeralda del rubio. Viajó su vista hasta la carpa que se formaba en su pantalón, marcando su gorda polla, aquella que Agustín ya había tenido en su boca, aquella que ya había follado su garganta con rudeza.
"Señor..." pidió, cerrando sus manos en puños y exhalando vagamente. Mordió su labio inferior, degustando el sabor metálico en él. La mano de Marcos viajó hasta su cabello, sosteniéndole un mechón con fuerza.
"¿Qué deseas, ángel?" preguntó Marcos, delineando sus labios con su pulgar. Agustín gimió, removiéndose en su lugar y pasando su lengua delicadamente por su pulgar. El rubio gruñó satisfecho ante aquello. Los desorbitados ojitos brillosos de Agustín se posaron en el rubio, sintiendo sus piernas temblar y su agujero cerrarse a la nada.
"Fólleme, señor. Por favor", pidió, intentando estabilizar su respiración. Esta vez, Marcos no mostró una sonrisa de suficiencia, no se vio afectado por sus palabras ni asombrado por el arrebato de confianza que llenó al chico. En cambio, simplemente maldijo en voz baja y se alejó, caminando en dirección al presbiterio.
Tomó asiento en la silla donde Francisco se sentaba cada domingo, en ese asiento sagrado justamente posicionado debajo de la gran cruz rodeada de ese bello y colorido vitral. Marcos separó sus piernas y colocó sus manos en sus muslos, palmeándolos ligeramente; llamando a Agustín para que se acercase.
"Ven aquí y fóllate tú mismo con mi pene", demandó, bajando su cremallera y sacando nuevamente su polla. Masajeó su extensión sin apartar la mirada del ojiazul, desnudo y tembloroso sobre el frío suelo. Agustín se acercó con rapidez, intentando ponerse de pie para acercarse a Marcos, fallando estrepitosamente ante la sensibilidad de sus piernas. Cayó nuevamente sobre el mármol al son de una risa profunda, sintiendo sus mejillas calentarse. "Joder, ya te encuentras completamente destrozado y aún no te he follado" se inclinó, desabotonando su camisa y dejando su torso cincelado y fuerte pecho a la vista para el deleite de Agustín. "Ven aquí, zorra".
Agustín obedeció, comenzando a gatear hasta el rubio. Arrastró sus piernas, sintiendo ese delicioso escozor calar en sus rodillas y aterrizar en su polla. Tomó una gran bocanada de aire y aceleró su paso.
Llegó hasta los pies de Marcos y escondió su sonrojado rostro en la pierna del ojiverde. Una dura mano, suavizándose para delinear su rostro, le hace elevar la vista. Ni siquiera hace falta que Marcos repita su indicación, ya que Agustín comprende lo que su dura mirada quiere decir.
Se apoya en los muslos de Marcos y gracias a un gran esfuerzo, logra ponerse de pie. Sus piernas tiemblan mientras sostienen su cuerpecito y debe morderse el labio para no jadear ante ello. Marcos sonríe, sosteniendo sus caderas y brindándole una ayuda, guiándolo hasta que logró sentarse en su regazo.
El ojiazul movió sus caderas, jadeando cuando la gorda polla del rubio se posicionó en el pliegue de sus nalgas. Marcos tomó su culo entre sus manos, amasando sus regordetas mejillas y separándolas, llevando las yemas de sus dedos hacia su abusada entrada. Jugueteó con ella, fascinándose con los ahogados jadeos que el más bajo soltaba.
Los suaves lloriqueos y súplicas del chico removieron su pecho, por lo que tomó su erección en su palma y la llevó hasta la entrada del chico, encajando la punta dentro de él.
Agustín aferró su agarre en los hombros de Marcos y jadeó ante la intromisión. Respiró con profundidad y cerró sus ojos con fuerza. Las saladas lágrimas se derramaron por sus mejillas. Marcos acunó su rostro y Agustín se inclinó hacia su palma. Abró con lentitud sus zafiros, bastante brumado, y visualizó al más alto o. Observó sus labios brillantes, su mentón duro y tenso. Sus ojos mostraban apenas una franja verde rodeando sus dilatadas pupilas.
"Beso" pidió el chico, con una ronca voz y atrayendo a Marcos con sus manos. El movimiento logró que la extensión siguiente adentrándose, sacándole un suave gemido y un estremecimiento que recorrió todo su cuerpo. "Deme un beso, por favor", suplicó, con sus temblorosos labios y en un suspiro.
Marcos lo observó; destrozado, abrumador. Apenas podía sostener su propio cuerpo, sus movimientos eran torpes y su rostro estaba lleno de lágrimas, sudor y corrida. Su trasero estaba rojo y estaba seguro de que su entrepierna estaba adolorida, necesitada de atención y descanso al mismo tiempo, ya que el chico se había corrido dos veces antes sin necesidad de tocarla. Estaba temblando, sollozando y rogando por más, su cuerpo le exigía un descanso, pero él deseaba más. Marcos no era quien para negarle eso.
Dejó una de sus manos en la cintura del chico y la otra la llevó hasta su cuello. Lo atrajo y unió por fin sus labios en un rudo y sucio beso, al mismo tiempo que elevó sus caderas para encajarse por completo dentro de él.
Tragó el gemido expulsado por esos dulces labios, gustosos a cereza y vino. Hinchados y magullados, con ligeros rastros de sangre en ellos saliendo de esas marcas de dientes que el propio Agustín se hizo. Saboreó sus lágrimas y amortiguó sus jadeos, era la inocencia y el pecado juntos en ese lindo ángel.
Su interior era cálido, abrasaba su polla e imposibilitaba su vaivén. Era jodidamente apretado, como si su agujero no hubiera sido utilizado para el propio placer de Marcos durante toda esa noche. Movió sus labios con destreza, dominando rápidamente al pobre chico que intentaba seguirle el paso a como dé lugar.
Los bracitos de Agustín se aferraron a su cuello, moviendo su rostro y permitiendo que Marcos adentrara su lengua a su cavidad bucal. Gimió ante el roce del músculo húmedo y se aventuró a trabajar con su lengua también. El agarre de Marcos volvió a afianzarse a su cintura y, como si de una muñeca se tratase, lo levantó con facilidad y le hizo volver a hundirse en su gorda polla.
Dió de lleno con su próstata, acción que le hizo separarse para tomar un poco de aire y jadear. Su garganta estaba destrozada, sus labios magullados y sus extremidades lucían más como una gelatina. Aun así, usamos la poca fuerza que quedaba en su anatomía para levantarse y empalarse por sí mismo en el miembro de Marcos.
El gruñido que soltó el más alto provocó que una corriente eléctrica recorriera su torrente sanguíneo. Sus mejillas se pintaron de un furioso bermellón y las caderas ajenas comenzaron a follarle con maestría, llenándole bien y dando en cada punto correctamente.
"¿Puedes sentir mi polla, ángel?" habló retóricamente. "¿Puedes sentir lo jodidamente duro que me pones? ¿Puedes sentir lo mucho que te he deseado por tanto tiempo? Podría pasar el resto de la eternidad entre tus piernas, follándote tan duro hasta que te encuentres igual que ahora, llorando y rogando por mí" soltó una bofetada en su trasero, animando a que el chico siguiente montándole justo como lo estaba haciendo. Sus movimientos eran torpes e irregulares, más sus ganas y deseo por seguir sintiendo esa polla dentro de él hacía elevar la líbido del ojiverde.
"Fuiste hecho para mí, Agustín. Siempre me has pertenecido y voy a mantenerte a mi lado. Joder, voy a marcarte. Voy a marcarte, ángel; dejaré mi huella en ti y todos sabrán que he profanado al más bello ángel creado por Dios ".
"Márqueme" lloriqueó el ojiazul, cuando las caderas de Marcos aumentaron su ritmo. "Por favor, señor. Q-quiero pertenecerle" suplicó, sintiendo su orgasmo arrebatado volver a formarse en su vientre bajo, su polla soltando preseminal y su cuerpo temblando y estremeciéndose.
Marcos profanó su boca, un beso húmedo, duro y sucio, lleno de lenguas y dientes colisionando entre sí. Lo tomó del cuello y presionó la extensión, sonriendo cuando el chico jadeó por la falta de aire. El más alto observará su agarre, la manera en que el oro brillante perteneciente a su anillo en forma de "M" resplandecía y adornaba bellamente el cuello del chico.
"Ya me perteneces, Agustín", agregó, los muslos del chico temblaron y su polla se contrajo. Mordió su labio inferior y cerró con fuerza sus ojitos, mientras más lágrimas deslizaban de ellos. "Tallaré mi nombre en tu piel. La próxima vez, dejaré tu precioso culo con mi firma. ¿Qué te parecería una gran M en él? Caminar por ahí, dar una misa con tu culo marcado, sabiendo que me pertenece. Que tú me perteneces".
Y eso fue suficiente para que el liberador orgasmo de Agustín atravesara su cuerpo por completo. Fue duro; Sintió sus muslos tensarse mientras su polla expulsaba tiras y tiras de semen. Su entrada se apretó alrededor de la polla del más alto, quien le instó a seguir montándole a pesar de estar atravesando esa esperada liberación. Su visión se blanqueó, nublada entre el placer y la inconsciencia, dejando caer su laxo cuerpo sobre el más alto.
Las siguientes horas transcurrieron como una secuencia fotográfica en la mente de Agustín. Un simple espectador recibiendo todo lo que el ojiverde tenía para darle. Se recuerda a sí mismo contra la pared, Marcos empujando con fuerza dentro de él y con vista directa a la entrada de la iglesia. Si alguien ingresara, podría verlo tomar esa gran polla. Quizás ese mero pensamiento le hizo correrse. No sabe cuánto tiempo pasó, pero Marcos lo siguió en cada rincón de la iglesia, bebieron más vino y comió su culo. Agustín lloriqueó, gimió y rogó por más, recibió la corrida de Marcos en su interior, en su boca, en su pecho y en sus sonrojadas mejillas.
Cuando volvió a ser consciente, se despertó en la soledad de su habitación. Su magullado cuerpo ardía ante cualquier mínimo movimiento, su culo punzaba y se sentía increíblemente vacío. Sentía sus ojitos hinchados y luchó contra ellos para poder enfocar y visualizar algo en aquel cuarto oscuro.
Se encontró limpio y vestido con su pijama. Reconoció las prendas que usaron esa tarde perfectamente dobladas cerca de su armario. Se acurrucó entre las sábanas y se giró, jadeando ante el dolor muscular y posó su vista en el buró de noche. Se sonrojó cuando encontró su rosario completamente destruido ya su lado, su biblia. La biblia donde se había corrido anteriormente. Jadeó ante ello, sintiendo su entrada contrayéndose a la nada.
El sueño se volvió a invadirlo, en lo profundo de su mente, en ese pequeño espacio entre el mundo real y el mundo de los sueños, pudo escuchar esa socarrona risa y un suave toque acunando su rostro, haciéndole dormir en cosa de minutos.
Quizás sintió un vuelco en su estómago al darse cuenta de lo que había hecho, de la gravedad del pecado cometida en la casa del señor. Mas su cuerpo y mente se divide en el arrepentimiento y en el sentimiento de añoranza, a la espera de volver a sentir algo al igual que esa noche.
Perdóname padre, porque he pecado.
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"Y la bendición de Dios todopoderoso; el padre, el hijo y el espíritu santo, descienda sobre todos ustedes y los acompañe siempre. Con la alegría de haber celebrado al señor, podemos ir en paz" Agustín dió por finalizada la misa, haciendo una reverencia en el altar y dejando un beso.
Los fieles comenzaron a abandonar la iglesia, los padres de esos alegres niños siendo obligados a regresar a casa lo más pronto posible, ya que tal como ellos alegaban: "es halloween, papá. ¡tenemos que preparar mi disfraz!". Se abstuvo de rodar los ojos al observar a Margarita, Rosanna y Ana acercarse hacia él, no sin antes pasar frente al altar dedicado a Francisco y rezar una plegaria por su alma.
En diciembre se cumpliría un año de su fallecimiento y Agustín prefería no pensar en el día en que presenció su dolorosa y, al menos para él, tan placentera muerte.
Recordarlo era un tomento. Una noche fría, cerca de su cumpleaños, fue despertado por Francisco quien invadió su cama con ese ceño fruncido y mirada demoníaca. Alegando que no podía soportar más pruebas que Dios le mandaba, que Agustín era el pecado viviente y no era lo suficientemente fuerte para soportar seguir viviendo a su lado sin tocarle como deseaba.
Agustín suplicó entre lágrimas que se alejase, más fue olímpicamente ignorado por el hombre. Luchó contra las manos que intentaron sobrepasarse con él, pero su fuerza era bastante menor.
Sin embargo, cuando pensó que lo peor podía ocurrir, Francisco se detuvo abruptamente. Llevó la mano hacia su pecho y con esa mirada de auténtico terror, se levantó intentando tomar grandes bocanadas de aire. Ni siquiera notó la presencia de Marcos a su lado, cubriéndolo de su calor, pues estaba más concentrado en observar el cuerpo de Francisco caer inerte en el suelo. Su respiración se iba ralentizando y su visión no se apartaba de él.
"Yo personalmente me haré carga de su alma" había murmurado Marcos, voz cargada de amargura y enojo, sosteniendo al ojiazul entre sus brazos con calidez.
(Quizás Marcos se quedó con él esa noche hasta que Agustín cayó dormido, entre esos brazos protectores y su cálido toque).
Los médicos habían dictaminado una muerte por infarto agudo de miocardio. El pueblo entero había lamentado su pérdida, pero Agustín, quien había conocido al verdadero Francisco, no cabía más tranquilidad en su pecho al saber que su Marcos le estaba dando su merecido en el infierno.
Su Marcos.
"Lo siento, señoras, pero alguien tiene que cuidar la iglesia" se disculpó con el trío de mujeres, teniendo un ligero déjà vu. Ellas se vieron decepcionadas, sin embargo, le mostraron una sonrisa simpática.
"Está bien, padre. Pero el siguiente año volveremos a intentarlo" bromeó Ana, sacándole unas risas a las otras dos mujeres. Agustín las acompañó con una sonrisa y las despidió, siendo estas las últimas en abandonar el lugar.
Respir profundamente, ajustando su sotana y girndose para quedar frente a frente con la gran cruz que se elevaba por encima del altar. Hizo una reverencia y oro; oró por su alma, sintiendo su pecho hundirse cuando el ambiente en la casa del señor se volvió sombrío.
Sintió sus piernas temblar cuando las puertas fueron cerradas, no pudo evitar morder sus labios cuando la calidez del cuerpo ajeno lo envolvió. Casi pudo imaginar esa sonrisa de superioridad y esos penetrantes ojos esmeralda.
Si Dios bajaba y veía a su hijo, a su bella y cuasi perfecta creación arrodillándose ante el pecado en el propio templo construido para su alabanza, probablemente encendería el lugar con ellos dentro, imposibilitándoles la salida hasta que sus propias almas se carbonizaran y se redujeran. . a cenizas y eso sólo sería el comienzo de su castigo eterno en las ardientes llamas del infierno. Encendería el pueblo entero, dando rienda suelta a una segunda cacería al propio estilo de Sodoma y Gomorra.
Pero, con la boca llena de la polla de ese arcángel creada para el mal, con esos gruñidos invadiendo su canal auditivo y siendo estimulante para que su propio pene despertara y su agujero se contrajera; con el pecado viviente frente a él, ofreciéndole más de lo que Dios le ha ofrecido, considera que será mejor cumplir con el castigo eterno en el infierno que volverse a privar de aquel carnal deseo que le hace arrodillarse cada noche.