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Español
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Annonymous
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Published:
2024-02-09
Updated:
2024-08-07
Words:
109,610
Chapters:
13/20
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14
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411

Lirio de Fuego

Chapter 13: Infierno II: Sin Amos

Summary:

“Dame una razón para renunciar a Dios”.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Mientras Agustín estaba acostado en la cama esa noche, envuelto en cómodas sábanas y mirando al techo, se encontró luchando con el mismo problema que la noche anterior. Es decir, no podía dormir, aunque esta vez no se debía tanto a los pensamientos acelerados sino al hecho de que solo se había despertado unas cinco horas antes.

Aunque sabía que Marcos tenía buenas intenciones, no pudo evitar sentirse un poco irritado con él. Después de todo, si no hubiera sido tan insistente, Agustín no tendría este problema ahora.

Con un suspiro, se levantó y encendió la lámpara de la mesita de noche. Durante unos minutos, se quedó sentado, apoyado contra el respaldo del sofá, jugueteando con los pulgares y mirando a la nada. Finalmente, se puso de pie y se acercó a la ventana, abriendo suavemente las cortinas.

Afuera, la ciudad estaba viva y vibrante, las luces del centro titilaban como brillantina. Agustín se pasó las manos por el cabello y se giró, con los ojos vagando sin rumbo por el tranquilo departamento. Caminó un poco y luego se dirigió a la puerta de Marcos. Presionó su oreja pero no pudo escuchar ningún sonido proveniente del interior. Se acercó a la gran biblioteca en la esquina de la sala de estar y comenzó a escanear los distintos estantes.

Mientras estaba parado ahí, se dio cuenta de que, por primera vez podía leer lo que quisiera.

Cada libro que tenía ante él era suyo para experimentarlo, si así lo deseaba. Era tan extraño que Agustín casi no sabía cómo procesarlo. Seguía teniendo que recordarse ese hecho cada vez que reflexivamente se saltaba un título que parecía prohibido. Era extraño cómo funcionaba eso: incluso con total libertad, su mente todavía funcionaba como si estuviera encadenada.

Al parecer, el estante superior era en su mayoría libros de cocina, junto con algunas copias descoloridas de libros con autores que sonaban rusos. Curioso, tomó uno, lo abrió en una página al azar y comenzó a leer.

En Estados Unidos, en la Democracia que los autoritarios nos presentan como ideal, la fraudulencia más escandalosa se ha colado en todo lo que concierne a los ferrocarriles. Así, si una compañía arruina a sus competidores con tarifas baratas, a menudo se le permite hacerlo porque es reembolsada por terrenos que el Estado le cede como gratificación. Documentos recientemente publicados sobre el comercio de trigo americano…

Agustín cerró el libro y lo devolvió a la estantería.

Respirando hondo, se dirigió a los estantes inferiores, donde la mayoría de los libros parecían ser de ficción. No sabía muy bien por dónde empezar, así que decidió cerrar los ojos y agarrar el primero que tocará.

Acabó siendo una novela titulada “El culto de Hiro”. No era especialmente larga, así que Agustín se encogió de hombros, volvió a la cama y empezó a leer. Se sorprendió al descubrir que se trataba de una novela romántica. Se dio cuenta enseguida, sólo por la forma en que se presentaban los dos protagonistas masculinos y cómo interactuaban. Agustín no había imaginado a Marcos como el tipo de persona que querría leer algo así. Pero probablemente había muchas cosas que no sabía de él.

El libro narraba la historia de un joven agente de policía, Shun y el escurridizo ladrón Hiro, al que había pasado los últimos años intentando atrapar. Ambos se cruzan en el escenario de muchos de los robos de Hiro, y cada vez se familiarizan un poco más el uno con el otro.

Después de un tiempo, Hiro comenzó a irrumpir regularmente en el departamento de Shun. Al principio, simplemente se colaba para dejar notas o regalos al oficial, pero finalmente, los dos comenzaron a pasar tiempo juntos deliberadamente. Había un aspecto un poco ritualista; cada vez que Hiro entraba, Shun aumentaba sus medidas de seguridad, pero cuando llegaba el momento, Hiro siempre encontraba la manera.

La tensión entre ellos era palpable.

Agustín no tardó en involucrarse en la historia. El misterio que rodeaba a Hiro, el constante “serán” o “no serán”. Se sorprendió de lo rápido que había conseguido leer la mayor parte de la novela.

Fue durante el último tramo de la novela que el juego perpetuo del gato y el ratón finalmente llegó a su fin, y en una escena inmensamente satisfactoria, los personajes compartieron un beso apasionado.

De alguna manera, Agustín pensó que ese sería el final.

Y luego pasó la página.

Hiro agarró la parte delantera de la camisa de Shun, arrugando la tela con los dedos mientras lo instaba a arrodillarse. Shun lo miraba con hambre, con la mejilla apoyada en su muslo.

Hiro metió la mano en sus pantalones y sacó su pija golpeándola contra sus labios. Shun cerró los ojos, lamió el costado antes de estirar los labios alrededor de la gorda cabeza y chupar. Hiro gimió, con los dedos anudados en su pelo mientras abría más las piernas, empezando a empujar dentro de su boca.

“Mierda”. Gimió. “Apuesto a que te verías muy bien esposado a mi cama, oficial”. Enfatizó la palabra con una embestida especialmente profunda que hizo gemir a Shun alrededor de su pija. Hiro sonrió. “Te gusta, ¿eh? Apuesto a que gritarías y llorarías muy bonito mientras te la meto justo en tu pequeño y apretado…”

Agustín cerró el libro de golpe y lo lanzó al otro lado de la habitación. Por suerte, cayó sobre una silla blanda, sin hacer prácticamente ruido. Se quedó paralizado durante al menos varios minutos, con los ojos como un búho y la cara ardiendo mientras se esforzaba por procesar lo que acababa de hacer.

Cuando por fin recuperó la capacidad de moverse, lo primero que hizo fue levantarse y volver a agarrar el libro, deslizándolo de nuevo en la estantería, no sin antes dedicar unos minutos a asegurarse de que lo había colocado exactamente donde lo había encontrado. Finalmente, se metió de nuevo en la cama, apagó la lámpara y se envolvió en las mantas, como si éstas pudieran protegerlo del flujo de sus propios pensamientos.

Acostado, mirando de nuevo al techo, contempló brevemente la posibilidad de volver a leer el libro de teoría política, sólo para limpiarse el alma, pero no tuvo la fuerza de voluntad suficiente para salir del capullo que había construido a su alrededor.

Así que sólo quedaban él, las mantas, el suave resplandor de la ciudad y su propia mente.

Agustín se retorció, cubriendo su cabeza con las sábanas. No estaba seguro de por qué se sentía culpable. No tenía forma de saber en qué clase de libro se estaba metiendo. Hasta el más sano de los santos podría haber cometido el mismo error.

Simplemente no estaba seguro de cómo procesar el efecto que tenía en él.

La cuestión es que no era… poco atractivo, exactamente. Claro, había una parte de él -la parte racional- que retrocedía ante la idea de que le hablaran así. Pero en un nivel más profundo…

Bueno… Agustín no estaba muy seguro de cómo ordenar esos sentimientos y, francamente, ni siquiera estaba seguro de querer hacerlo. No estaba seguro de si eso mejoraría o empeoraría las cosas para él.

Agustín gimió, acurrucado en un ovillo alrededor de su almohada. Cerró los ojos y se obligó a permanecer inmóvil, ignorando cualquier comezón o necesidad de moverse.

Alrededor de media hora después, finalmente logró dormirse.

 

                          ■■■■■■■■■■■

 

Agustín estaba de pie en el pasillo cerca de los bancos, bañado por la cálida luz del atardecer. Marcos estaba delante de él, con el cuerpo a contraluz y los ojos brillantes clavados en los de Agustín. Mientras mantenía el contacto visual, Agustín sintió la familiar sensación de que algo encajaba en su sitio, y el posterior peso en su mente que dejaba a Agustín confuso y flexible ante él.

En cierto modo, Agustín era consciente de que ya había vivido ese momento antes.

Marcos sonrió, lento y peligroso.

“Ponete de rodillas”.

De inmediato, Agustín cayó, con las rodillas apoyadas en la polvorienta alfombra roja y la mirada perdida.

Pasó un momento en silencio mientras esperaba a que aquel peso se disipara como lo había hecho aquel día.

Las caderas del demonio entraron en su visión.

Y entonces Marcos se llevó la mano al cinturón.

Agustín observó cómo lo desabrochaba, escuchó el sonido del cuero deslizándose. Todo parecía suceder en cámara lenta, como si el peso extra en su mente hubiera estorbado de alguna manera su percepción del tiempo. La tela crujió cuando abrió la bragueta y bajó la cremallera. Marcos metió la mano en sus pantalones, y con voz áspera, dijo: “Abrí la boca, Corderito.”

Agustín hizo lo que le dijeron, sus ojos se cerraron.

Sin embargo, cuando volvió a abrirlos, ya no estaba de rodillas. De hecho, estaba en una iglesia completamente diferente.

Estaba de pie, apoyado contra una vidriera. Seguía con la boca abierta, pero donde esperaba sentir la presión de una carne caliente y dura, sentía la suave piel de una manzana contra sus labios. Marcos le miraba con ojos pesados, esperando. Agustín hundió los dientes en la fruta, saboreando el dulce jugo en la lengua. Sintió los dedos de Marcos pasar suavemente por su nuca justo antes de que le rodeara el cuello con la mano.

Agustín se estremeció, un escalofrío le recorrió la espina dorsal mientras se apretaba contra su tacto.

Y entonces Marcos le metió la rodilla entre las piernas y Agustín gritó, con los ojos llorosos mientras Marcos se frotaba entre sus muslos, presionando tan fuerte que sus talones se levantaban del suelo. 

El jugo de manzana goteaba de las comisuras de su boca. Marcos se acercó para limpiarlo. Excepto que sus manos ya no estaban desnudas.

Agustín tampoco estaba de pie.

Cuando sus ojos se enfocaron, se encontró acostado en el suelo de la sala de entrenamiento, con Marcos encima de él, sus cuerpos apretados mientras el Demonio lo miraba con ojos ardientes. Vio cómo su mano enguantada descendía hacia su boca, las puntas de las garras rozando sus labios.

Pero en lugar de taparle la boca, Marcos apretó los dedos contra ella. Agustín emitió un sonido de sorpresa cuando los dedos medio e índice de Marcos pasaron por delante de sus labios, recorriendo el borde interior.

Luego, estableció contacto visual con Agustín y hundió lentamente los dedos. Despacio, por encima de los dientes, de la lengua y apenas en la garganta.

Los ojos de Agustín comenzaron a lagrimear mientras sus labios se envolvían alrededor de los nudillos de Marcos. Y luego comenzó a moverse, empujándolos hacia adentro y hacia afuera con suaves movimientos en su lengua, sus dientes, el paladar, el interior de sus mejillas como si intentara trazar los rasgos de la boca de Agustín y memorizarlos.

Agustín sintió algo caliente y apretado enrollándose dentro de él. Era tan extraño y, sin embargo, su respuesta llegó con tanta naturalidad que resultaba alarmante de por sí.

Agustín cerró los ojos con fuerza, ahuecó las mejillas y chupó.

Pero antes de que se diera cuenta, estaba de pie nuevamente y los dedos de Marcos habían sido reemplazados por su lengua. Agustín estaba en la cocina del Demonio, presionado contra la encimera mientras Marcos lo besaba hasta dejarlo sin aliento. 

Agustín clavó sus uñas en la nuca del demonio mientras jadeaba y gemía. La pierna de Marcos se introdujo entre sus muslos, y mientras el Demonio se mordía el labio, sintió cómo aquellas manos se deslizaban más abajo, le agarraban el culo y lo apretaban, tirando de él con más fuerza contra el muslo de Marcos.

Agustín gimió contra sus labios mientras sentía el calor recorriendo todo su cuerpo.

Marcos se separó de su boca, besó su mandíbula, bajó por la columna de su cuello antes de hundir sus dientes en su nuca, lo justo para que doliera. Su cuerpo ardía.

Sintió el escozor de los dientes de Marcos, de las garras de Marcos clavándose en la carne de su culo. Sintió la presión de algo grande y duro contra su estómago y casi se ahogó con su propia saliva cuando se dio cuenta de que era la pija de Marcos.

“Mierda”. Gimió, bajo y reverberando en cada centímetro de su cuerpo. “No puedo contenerme con vos, bebé”. Agustín se estremeció, retorciéndose contra su muslo, abrumado por las sensaciones. "Quiero destrozarte. Pero no te preocupes... volveré a unirte cuando termine."

Agustín gritó, algo se rompió dentro de él.

"Corderito..."

Sus rodillas se debilitaron, sus muslos se apretaron alrededor de la pierna de Marcos.

"Corderito."

Se sentía como si estuviera flotando. Como si estuviera en el cielo, el verdadero cielo.

No podía ser mejor.

"¡Eh, Corderito!"

 

                            ■■■■■■■■■■

 

Agustín se despertó sobresaltado, con el cuerpo enredado en las mantas. Estaba cubierto de sudor, y Marcos estaba de pie junto a él, con una taza de té en una mano.

Fue un brusco cambio de escena.

Durante unos segundos, Agustín quedó helado. Se quedó tumbado, mirando a Marcos con los ojos muy abiertos. Éste le devolvió la mirada, con una elegante ceja arqueada mientras daba un sorbo a su té.

“¿Qué carajos te pasa?”.

En ese momento, todo volvió a su mente. Sintió el calor acumulándose en sus mejillas e instintivamente se tapó la cabeza con las sábanas.

“¿Corderito?” Dijo Marcos, sonando ligeramente molesto.

“Me..." Chilló, luego aclaró su garganta. "duelen los ojos.”

Marcos gruñó algo inaudible, pero pareció aceptar la excusa. “Como sea.” Suspiró.

“Son como las siete y media. No tenes que levantarte ya, pero si queres darte una ducha antes de que salgamos, y a juzgar por lo sudoroso que estás, espero que lo hagas y es mejor que sea ahora”

“C-cierto” Agustín tragó. “Yo, um. Voy a hacer eso.”

Gruñó en reconocimiento, luego agregó: “Hay té y café en la cocina, si queres.”

Agustín consiguió esbozar un “gracias”. Luego escuchó como Marcos se daba la vuelta y se retiraba a su dormitorio, presumiblemente para vestirse.

Agustín se levantó de la cama y se quedó paralizado. Sus ojos se abrieron de par en par y apretó las sábanas con fuerza.

Sentía la ropa interior… húmeda.

Y pegajosa.

Podía sentir sus orejas volviéndose de un tono carmín. Después del momento inicial de shock, se levantó de la cama con renovada urgencia y se dirigió hacia el baño, cerrando la puerta con fuerza. Se puso de pie por un momento con la espalda presionada, jadeando, y luego escuchó una voz amortiguada gritar desde el pasillo.

“¡Eh, no des portazos!”.

Agustín se tensó. “¡Lo siento!” replicó, con la voz entrecortada. Agustín se mordió el labio con fuerza hasta que sintió el sabor de la sangreen su lengua, y se obligó a moverse de nuevo.

Comenzó a desvestirse. Se sacó los anillos de Obsidiana. Camisa. Pantalones. Todo hasta que estuvo parado frente al espejo del baño de Marcos en nada más que su ropa interior sucia. Deslizó sus pulgares por debajo de la cintura y se obligó a mirar. Como si no lo supiera ya.

Síp. Agustín pensó, con el tipo de absurda comedia que solo puede surgir cuando tu vida se está desmoronando.

Esto es semen.

Agustín tragó saliva, se le hizo un nudo en la garganta, hizo una mueca mientras se quitaba con cuidado la ropa interior y abría el grifo, haciendo todo lo posible por enjuagar la mancha. Sopesó en silencio los pros y los contras de tirarla al retrete y dejar que el fuego del infierno la destruyera, pero, afortunadamente, la mancha estaba lo bastante fresca como para que saliera con bastante facilidad.

"Lo que significa que ocurrió hace poco", pensó, con el corazón acelerado. Cerró el grifo y miró en dirección a la habitación de Marcos, como si pudiera ver a través de las paredes.

"¿Cuánto tiempo lleva el Cachorro despierto?" Agustín negó la cabeza. "No. No, si lo supiera, habría dicho algo. No podría evitarlo" 

De repente, un borroso recuerdo del sueño de Marcos se abrió paso violentamente en su conciencia.

“No puedo contenerme con vos, bebé”.

Agustín apenas resistió el impulso de golpearse la cabeza contra el espejo del baño.

En lugar de eso, redirigió ese impulso hacia sus manos mientras intentaba sacar toda el agua posible de la ropa interior mojada. Con un poco de suerte, estarían secos para cuando Marcos volviera a usar el baño. Cuantas menos irregularidades hubiera, menos preguntas podría hacer Marcos.

Enterró la ropa interior en el centro de una bola formada por el resto de su ropa, y la metió en el cesto. 

Agustín abrió la ducha y se metió bajo el chorro caliente, y con varios bombeos de jabón corporal más de los necesarios, destruyó las pruebas. Mientras el agua se deslizaba por el desagüe, sintió cómo se liberaba parte de la tensión de su cuerpo.

Respiró hondo y suspiró, cerrando los ojos.

Agustín no era estúpido. Sabía lo que había pasado.

Comprendía su anatomía, hasta el punto de que necesitaba ser consciente de ella.

Agustín se despertaba con erecciones de vez en cuando. Era molesto e incómodo, pero siempre desaparecían en uno o dos minutos. Y claro, a cierto nivel, entendía que se trataba de un fenómeno sexual. Pero nunca se lo había planteado así. Las erecciones matutinas no eran placenteras; en todo caso, eran un poco dolorosas.

Incluso la situación actual no le era del todo desconocida. De hecho, se había despertado en un estado similar un par de veces a lo largo de los años. Era raro e incómodo, pero ocurría. Entendía este tipo de cosas a nivel clínico. Era fácil no pensar en ellas tal y como eran cuando las experimentaba fuera de cualquier tipo de contexto circundante. La diferencia clave era que, esas veces, nunca recordaba los sueños que había tenido antes de este…bueno...suceso.

Esta vez, el sueño parecía decidido a grabarse a fuego en su memoria.

Agustín sintió que un temblor le recorría la espalda. Casi podía sentir la sensación fantasma de los labios de Marcos en su cuello, y sus mejillas se encendieron.

"¿Cómo se supone que voy a mirarlo a los ojos después de esto?"

Agustín suspiró, cerró el grifo y salió a la alfombra de la ducha. Agarró su toalla y empezó a secarse. En ese momento se dio cuenta de que había cometido un error fatal y se quedó helado.

La ropa.

Olvidé traer una muda de ropa.

El corazón de Agustín volvió a acelerarse mientras se envolvía apresuradamente la toalla alrededor de la cintura y discutía en silencio consigo mismo sobre qué hacer.

¿Debería pedirle ayuda al Cachorro? ¿Qué me traiga una muda de ropa? Agustín apretó los puños. ¡Eso sería muy incómodo!

Tras un momento de silencioso pánico, abrió suavemente la puerta, mirando nervioso a un lado y a otro. Desde el cuarto de baño, podía ver directamente el salón, y el dormitorio de Marcos estaba a su izquierda. El armario donde guardaba su mochila estaba a la vista.

Quizá si soy rápido…

Agustín corrió por el salón, agarrando la toalla por la cintura. Agarró el pomo de la puerta, girándolo bruscamente, y luego se encerró dentro.

Suspiró. Estaba oscuro y no había luz, así que tuvo que buscar en su mochila más o menos a ciegas.

Consiguió ponerse bien la ropa interior. Sólo los pantalones le dieron problemas. Acabó tropezando y cayendo contra la pared con un fuerte golpe.

“¿Corderito?”

Oh, no.

Agustín se retorció, intentando ponerse bien los pantalones, pero fue inútil. Marcos ya estaba girando el pomo de la puerta. Agustín se revolvió, Agustín agarró un puñado de ropa de su mochila y se la echó al azar sobre las caderas y las piernas.

Cuando la luz se esparció en el armario, Agustín se quedó inmóvil en el suelo, acurrucado torpemente de lado, medio oculto bajo un montón de prendas variadas.

Levantó la vista hacia Marcos, y se encontró con que el Demonio lo miraba fijamente, con el tipo de inexpresión que sólo podía surgir cuando a uno le presentaban una información que no sabía cómo clasificar.

Al cabo de un momento, se llevó la taza de té a los labios y bebió un largo sorbo.

“¿Qué estás haciendo?” Preguntó, conversador.

Durante varios segundos, Agustín se quedó mirándolo, sin saber muy bien qué contestar. Porque, en realidad, ¿qué estaba haciendo?

“Yo…” Finalmente dijo, entrecerrando los ojos. “Uhhh, bueno… yo… olvidé traer ropa… um. Al baño, así que estaba…” Agustín se alejó. No estaba muy seguro de cómo explicar el vínculo entre eso y la situación actual, así que simplemente… no lo hizo.

En cambio, se retorció en el suelo, e intentó subrepticiamente alcanzar debajo de la pila de ropa y tirar de sus pantalones.

“Qué está pasando ahí abajo.” Preguntó Marcos, casi sin entonación. Agustín se detuvo, mirando fijamente los zapatos de Marcos.

“… las consecuencias de mis acciones.”

Marcos se rió, y el sonido rompió el extraño hechizo bajo el que había estado. Agustín suspiró.

“Yo… entré para vestirme, y… bueno. Me estaba poniendo los pantalones, pero por alguna razón no consigo que me suban del todo. Todavía no puedo. No sé por qué”.

Marcos dio un sonoro sorbo a su té. “Es porque están del revés”.

Agustín parpadeó y volvió a mirarlo. “¿Qué?”

Marcos señaló con la taza de té el lugar donde las piernas de Agustín salían de debajo de la pila de ropa. “Tu pierna izquierda está del revés. La derecha no”.

“…Oh.”

“No sé por qué empacaste tu ropa así, pero…”

“-Yo estaba apurado!”

“Todo lo que me dice esto es que tenes el hábito de quitarte los pantalones así y luego simplemente los dejas de esa manera”, dijo. “La próxima vez intenta doblar bien tu mierda.”

Agustín frunció los labios, mirándolo fijamente. Durante unos segundos, Marcos solo lo miró.

“De todos modos, tenes que salir del armario.” Dijo, tomando otro sorbo de su té.

Parpadeó un par de veces más. “Espera, ¿qué?”

“Sali del armario, Corderito.” Repitió. “Te prometo que este problema va a dejar de existir si simplemente salis del maldito armario.”

“¡Cachorro, no llevo pantalones!”

“No me importa.”

“¡Ese no es el problema!”

“¿Te sentirías mejor si también me quitará los pantalones?”

Agustín se sonrojó. “¡¿Por qué eso me haría sentir mejor?!”

“No sé”. Se encogió de hombros. “Quiero que salgas, Corderito. Sólo intento crear un incentivo: salí del armario y me voy a quitar los pantalones”.

Agustín entrecerró los ojos. “Eso suena más a amenaza que a incentivo”.

Sonrió contra el borde de su taza de té. “Oh, no haré nada que no te guste…”.

Agustín se retorció en su sitio, con las mejillas ardiendo de calor. “¡C-Cerra la puerta, Cachorro!”

Marcos soltó una risita y desapareció cuando la puerta se cerró frente a él, sumiendo a Agustín en la oscuridad una vez más.

 

                          ■■■■■■■■■■

 

Cuando Agustín por fin consiguió ponerse lo bastante decente como para abrir la puerta, encontró a Marcos encorvado en una silla del salón, con una especie de panel táctil en las manos. Agustín se metió en silencio en la cocina para prepararse una taza de café. Le gustaba más el té que el café, pero dado lo poco que había dormido la noche anterior, pensó que le vendría bien la cafeína.

Se sirvió una taza y miró a su alrededor, buscando el azúcar. Había un pequeño recipiente junto a la cafetera, lleno de sustancias variadas. La proximidad de los mismos sugería que estaban destinados a añadirse al café, pero ninguno de ellos parecía azúcar. Agustín se dirigió de nuevo al salón, donde Marcos seguía sentado en el mismo sitio. Levantó la vista al entrar.

“¿Dónde está el azúcar?”

Marcos dudó, como si tuviera que pensárselo un momento. “En el segundo estante de la despensa”. Dijo entonces.

Agustín murmuró un gracias y volvió a la cocina. Volvió un minuto después, con una taza de café humeante en la mano, y fue a sentarse junto a Marcos. Echó un vistazo a la pantalla, pero sólo vio un muro de texto. Marcos tocó algo en el panel táctil, y la pantalla se iluminó en verde, y luego pasó a otra pantalla no muy distinta de la anterior.

“Um. ¿Qué estás haciendo …?”

“Votando”

“¿Oh? Se animó y se acercó. “¿Sobre qué?”

Se encogió de hombros. “Nada especial”.

Agustín frunció el ceño, sorbiendo su café. “Votar cualquier cosa me parece bastante especial”.

Marcos suspiró, otra pantalla se iluminó en verde. “Toma”. Le pasó la tablet a Agustín. “Pulsa las flechas”.

Agustín empezó a hacerlo. Escaneó la primera propuesta.

Oseryth Dist. 7, Propuesta E 508 – Teatro en Sadith y Mocna.

Los trabajadores del Colectivo de Construcción Korraiyasant solicitan el consentimiento para construir un teatro comunitario en la esquina de Sadith y Mocna. Este espacio, anteriormente utilizado por el Saurex Redicent, está obsoleto y necesita…

A Agustín se le pusieron los ojos vidriosos. Se desplazó hacia abajo, observando que Marcos había votado a favor, y pasó a la siguiente.

Propuesta especial Sigma 3369: Ensayo de una nueva tecnología para neutralización de la lluvia

Las nuevas investigaciones del Centro Meteorológico y de Seguridad del Norte han llevado al desarrollo de una prometedora tecnología de neutralización de la lluvia. El análisis de los sistemas de control meteorológico existentes ha llevado a la conclusión de que las ciudades más seguras para probar esta tecnología en cada región son:

Región Central: Erykos

Región Sur: Kolarthm

Región Norte: Svaakyr

Región occidental: Aerolijk

Región oriental: Oseryth

Los investigadores del NWSC solicitan el consentimiento de la población de estas ciudades para desplegar tecnología experimental en estas ciudades. Consulte los siguientes documentos para obtener información detallada sobre los riesgos potenciales.

 

Se desplazó hacia abajo. Marcos también votó que sí.

Después de eso, Agustín dejó de leer las propuestas. Sólo echó un vistazo a los títulos y a las respuestas de Marcos.

 

Gran Propuesta X 1092 – Cosecha de cristales del Parque Sjerre

Votación: No.

Propuesta Colectiva Oseryth G 288 – Expansión de los Búnkeres Subterráneos

Votación: Sí.

Propuesta Subregional K 221 – Expansión de las Tierras de Cultivo de Pirofutia Central

Votación: No.

 

“¿Simplemente… votas todo?”

“No todo. Sólo la mierda que podría afectarme personalmente”. Dijo Marcos, agarrando el panel táctil cuando Agustín se lo devolvió. “La mierda rutinaria, o las cosas que no tienen posibilidades reales de afectar a comunidades más grandes, se manejan internamente dentro de las empresas”.

“Ah…” dijo Agustín. “¿Quién supervisa eso?”

“¿Qué queres decir?”

“Es que…, ¿cómo te aseguras de que las cosas realmente se hagan?”.

Marcos parpadeó, con la mirada perdida. Agustín se movió incómodo.

“¿Me estás preguntando cómo te aseguras de que una empresa de construcción…?”. Entrecerró los ojos. “¿Construya?”

“Quiero decir… si es que todos poseen provisiones”.

Marcos suspiró. “Corderito, si nadie hiciera nada, proveer a la gente no sería posible”.

“Bueno, pero si una persona no hiciera nada, aún podría ser provista”.

“Esta es la cuestión, Corderito. Al contrario de lo que podas pensar, a la mayoría de la gente le gusta ser productiva. Simplemente no les gusta trabajar porque sí. Quieren sentir que contribuyen a la sociedad de alguna manera".

“Pero, ¿qué pasa con las personas que no se preocupan por eso? ¿Cómo hacen que contribuyan?”

“No lo hacemos”.

“¿Qué?”

“En primer lugar, no es un problema tan grave como para suponer una sangría generalizada de recursos. Podemos mantener a unos pocos que no contribuyen, no es gran cosa. En segundo lugar, si no podes confiar en que la gente haga su parte, ¿por qué deberíamos confiar en que supervisen a los demás?”.

“No estoy… seguro de lo que estás diciendo”.

“Déjame decirlo así”. Marcos dijo. “Acá hay dos opciones en cuanto a la naturaleza de la gente. O la gente es buena, o la gente es imperfecta”. Apagó el panel táctil y lo dejó a un lado. “Si la gente es buena, nadie tiene que decirles que lo sean”. Se levantó y estiró los brazos por encima de la cabeza. “Si la gente es imperfecta, es obvio que no podemos confiar en ella para gobernar a los demás”.

Agustín se le quedó mirando un momento. “Eso parece… demasiado simplista, de algún modo”.

Enarcó una ceja. “¿Tenes un argumento en contra?”

Agustín parpadeó. “Yo…” Entrecerró los ojos. “¿Te lo voy a decir más tarde?”

Marcos resopló y se sacó los guantes de los bolsillos. Agustín se sentó y observó cómo se los ponía. “¿Listo?”

Se colocó el artificio, y salieron.

 

                          ■■■■■■■■■

 

El viaje en tren duró unos quince minutos. Agustín todavía estaba nervioso por estar fuera de casa con otros demonios, pero Marcos seguía siendo una presencia reconfortante, aunque un poco sádica. Se mantuvo cerca de él en el tren y después en el camino. Se mantuvo cerca cuando llegaron a la enorme entrada al lugar al que Marcos se había referido como "La Academia".

Una vez dentro, Marcos se quitó la campera y agarró su brazo, haciendo que la marca brillará.

“Hola, Ya llegamos”. Una pausa. “Mmm está bien. Entonces nos vemos pronto”. Se volvió hacia Agustín. “Dice que se reunirá con nosotros en un minuto.

Pero Agustín realmente no lo escuchó. Estaba demasiado ocupado mirando lo que había en el centro de la habitación. 

Ahí, flotando sobre una pequeña mesa, había una extraña esfera plateada. A medida que se acercaba, se dio cuenta de que la mesa tenía lo que parecía ser dos grandes huellas de manos incrustadas en ella. Agitó su mano bajo la esfera, confirmando que, de hecho, estaba flotando.

“Cachorro, ¿qué es esto?”

“¿Eso?” Marcos se acercó a él. “Se llama piedra de toque.” Dijo. “La mayoría de las lecciones de magia se enseñan en este edificio, así que tienen muchísimas de estas por acá”

Agustín ladeó la cabeza. “¿Qué hace?”

Marcos se quitó los guantes y se los metió en los bolsillos antes de plantar las manos justo en las impresiones de la mesa.

Al instante, la esfera, que había sido del tamaño de una sandía pequeña, se redujo al tamaño de un guijarro diminuto, de cuya superficie emanaba un fuego infernal, más brillante que el sol. Marcos se volvió y lo miró.

“Nos permite ver el estado de nuestras almas”. Explicó. “Es muy útil, sobre todo para los principiantes”.

“Eso es… increíble”, respiró Agustín, con las manos tapándole la boca. “¿Tu alma está haciendo eso ahora mismo?”.

“Si”. Contestó, sonriendo. Agustín ni siquiera pudo encontrar la voluntad para burlarse de su evidente arrogancia. Era demasiado asombroso para que pudiera hacer mucho más que mirarlo con asombro.

“Hace algo diferente para cada tipo, por supuesto”.

De repente, el fuego se apagó, y volvió a su tamaño original durante un segundo antes de cambiar de nuevo. Esta vez, se transformó en gas. No fue tan dramático, pero la forma en que el vapor giraba y se enrollaba era un espectáculo en su propio rito.

“Esto es Envidia”.

La piedra táctil volvió de nuevo a su estado sólido, y luego se fundió bruscamente en un líquido, arremolinándose en el aire.

“Y esto es Lujuria”.

Agustín dio vueltas alrededor de la pantalla, tratando de mirarla desde todos los ángulos. “Es genial”. No pudo evitar entusiasmarse. “¿Son todos así? ¿Cambian de estado?”

“No todos”. Dijo. “Algunos sólo cambian ciertas propiedades. La gula es la más rara, en mi opinión”.

“¿Gula?” Agustín le preguntó. “¿También sabes hacer esa?”.

“Un poco”, Marcos se encogió de hombros . “Aunque hace tiempo no la práctico”.

Frunció las cejas mientras se apoyaba en la mesa y presionaba con las manos las huellas. Al cabo de un segundo, la esfera, antes perfecta, empezó a deformarse, adquiriendo un aspecto casi arcilloso.

“¿Qué está haciendo ahora?”

Marcos enarcó una ceja, mirándolo de reojo. “¿Por qué no intentas tocarla y lo ves por vos mismo?”.

“…¿Es seguro?”

“No lo sugeriría si no lo fuera.”

Tentativamente, Agustín extendió la mano, y al principio, tocó ligeramente la masa tambaleante. Era suave y extrañamente…¿pegajosa? Agustín pellizcó un pedazo y tiró, sorprendido por la forma en que se extendía. “Es como un chicle.” Comentó, va a agarrar una pieza más grande, solo para que sus dedos golpeen una masa sólida.

“No puedo hacer más que esto,” le dijo Marcos, como si hubiera leído su mente.

“Nunca estudié la gula más allá de lo básico.” Sacó sus manos de las huellas y la piedra volvió a su estado normal y sólido. “Si queres tener la imagen completa, vas a tener que hablar con un verdadero demonio de la gula.”

“Aun así…”dijo Agustín, sonriendo alegremente. “¡Fue increíble, Cachorro! ¿Y los demás?” Preguntó, prácticamente saltando arriba y abajo. “¿Podes con todas?”

“Hasta cierto punto, sí. La mayoría de los demonios aprendemos lo básico de todas ellas antes de elegir una en la que especializarnos”.

“Entonces hay tres más, ¿no?”. Preguntó Agustín. “¿Puedo verlas?”

Marcos sonrió satisfecho. “¿Qué queres ver primero?”.

Agustín tarareó, pensándoselo. “¿Orgullo?”

Marcos volvió a plantar las manos en las impresiones, y la piedra del alma voló hasta alcanzar unas cuatro veces su tamaño normal. Enarcó una ceja. “¿La siguiente?”

“¡Pereza!”

La piedra volvió a su tamaño original y Marcos cerró los ojos, concentrándose. Agustín observó, paralizado, cómo empezaban a formarse cristales de hielo en la superficie. “¿Puedo tocarla?”

“Adelante”.

Agustín sonrió, rozando ligeramente con los dedos la superficie helada. “Increíble…”

Marcos abrió los ojos, y sintió que la piedra volvía lentamente a la temperatura ambiente. “Sólo queda Codicia, ¿no?”.

Marcos gruñó, frunciendo las cejas. Sin embargo, para confusión de Agustín la piedra no parecía cambiar. “¿Está… pasando algo?”

Marcos tarareó, mirando alrededor de la habitación. “¿Ves esa cajita de la esquina?”.

La señaló con la cabeza. “Agarrala y abrila”.

Agustín corrió hacia la caja y le quitó la tapa de madera. Lo único que consiguió ver fue un destello de algo metálico y un movimiento borroso antes de que la caja quedara vacía, con todos los imanes pegados a la superficie de la piedra del alma. 

"Quizá quieras ponerte detrás de mí para esta parte”.

Agustín se apresuró a acercarse, colocándose detrás de Marcos, pero inclinándose a un lado para mirar. Con la misma rapidez, los imanes fueron repelidos, saliendo disparados en un arco y chocando contra las paredes, sólo para dar marcha atrás un instante después y volver a la piedra. Los soltó un segundo después, ahuecando las manos bajo la piedra para atrapar los imanes y depositándolos en la caja que Agustín tenía en las manos. “Como habrás adivinado, la Codicia manipula la carga”.

“Wow” dijo Agustín. “¡Eso fue increíble, Cachorro!”.

“Y ni siquiera soy un especialista en la mayoría de ellos”. Dijo. “Hay demonios de la Codicia que pueden disparar imanes como balas, incluso generar electricidad. Demonios de Envidia que pueden rodearse de vapor de alma y doblar la luz alrededor de sus cuerpos. Demonios de Lujuria que pueden enviar gotas a heridas abiertas para entrar en el torrente sanguíneo de alguien, y usar eso para controlar sus movimientos manualmente…” Se encogió de hombros. "La gente inventa técnicas nuevas todo el tiempo. Claro que la mía sigue siendo la mejor".

Agustín asintió. “¡Definitivamente, Ira es la mejor!”.

Marcos sonrió satisfecho. “¿Eso crees?”.

“¡Sí!” Agustín apenas resistió las ganas de saltar. “Es tan… llamativo, e intimidante.Como convertir tu alma en una estrella. Apuesto a que puedes hacer un montón de cosas hermosas con eso. Vas a tener que enseñármelo algún día”. Marcos se inclinó hacia él y le miró con ojos pesados. “Podría enseñarte algunos movimientos”.

Agustín se sonrojó ante la proximidad y asintió torpemente.

“Ah, Marcos. ¿Estás seduciendo o sólo presumiendo?”. Agustín dio un respingo al oír la voz de otro hombre y se giró.

Ahí estaba un hombre de pelo largo y oscuro, con un pañuelo gris alrededor del cuello. Le recordaba un poco a Nacho, en el sentido de que él también parecía no haber dormido en años.

“Estoy seduciendo y presumiendo”.

El hombre resopló, dando unos pasos hacia ellos.

“Corderito, este es Navarro. Es el actual nexo de Oseryth”.

“¡Ah!” Agustín se tensó un poco, extendiendo la mano hacia él. “¡Encantado de conocerlo!”.

El hombre le estrechó la mano, mirándolo a los ojos. “No estés tan nervioso”. Dijo, antes de girar sobre sus talones y hacerles señas para que le siguieran. “Vamos. Llevaremos esto arriba”.

 

 

                       ■■■■■■■■■■■

 

Navarro los condujo a un despacho al final de un pasillo del tercer piso. Había dos sillas preparadas para ellos frente al escritorio y, tras sentarse, Navarro giró sobre sí mismo y agarró una cafetera que había detrás. Se sirvió una taza y volvió a girarse, mirando a Agustín enarcando una ceja. “Ya podes quitarte el artificio. No hay nadie más acá”.

“Ah, claro”. Murmuró Agustín, llevándose la mano a la nuca para desenganchárselo.

Se lo guardó en el bolsillo, mirando a Marcos. “No dejes que me olvide ponermelo otra vez”.

“Sí, sí. No me voy a olvidar”. Marcos volvió su atención hacia Navarro. “Entonces, ¿lo leíste todo?”.

El hombre dejó su taza de café.

“De principio a fin”. Dijo, antes de abrir el cajón de su escritorio y sacar el diario. Lo deslizó por el escritorio hacia Agustín. “Sin embargo…” Miró a Agustín. “Necesito verificar que se trata de una fuente fiable antes de seguir adelante”.

“Ah” dijo Agustín. “Bueno… por lo que yo sé, es exacta”. Se encogió de hombros. “Mi mentor es un ángel de la tercera esfera. No veo ninguna razón para que mienta...". Vaciló, haciendo una leve mueca. "A estas alturas, de todos modos… Es un buen hombre”.

“Seguro.” Navarro tomó otro sorbo de su café. “¿Pero cómo sabemos que eres digno de confianza?”

“Navarro”. Dijo Marcos.

“Es una pregunta perfectamente racional, Marcos”.

“Bueno, la respuesta es porque yo sé que lo es”. Marcos respondió, claramente irritado. “Puedo responder por él”.

“¿Y estás absolutamente seguro de eso?”

“Obviamente, idiota. ¿Crees que traería a alguien hasta acá sin investigarlo primero ¿ Vos-“

“Cachorro …” Agustín puso una mano en su brazo, poniendo su mejor sonrisa tranquilizadora. Marcos lo miró de reojo mientras continuaba suavemente: “Está bien. De verdad.”

Marcos miró de un lado a otro entre Navarro y Agustín, por un momento, y luego suspiró, encorvándose en su silla.

“ ‘Cachorro’, ¿eh?” Él sonrió. “Bueno, supongo que eso es todo lo que realmente necesito escuchar”.

Agustín se sonrojó.

“Bueno…”, continuó Navarro. “Lo que leí corrobora mucho de lo que ya sabemos, por lo que me siento bastante seguro al decir que la información presentada es precisa”.

Marcos lo fulminó con la mirada. “Entonces, ¿por qué actuaste de manera tan sospechosa al principio?”

Navarro le dio a Marcos una mirada que pareció profundizar las bolsas debajo de sus ojos.

"Marcos, sé que como demonio principal de la Ira no estás exactamente acostumbrado a este tipo de procedimientos, pero en realidad no es nada personal”. Dijo, en un tono un poco más suave. “Sería irresponsable simplemente dar por sentado la confiabilidad de un ángel, incluso si la información parece ser legítima”.

Marcos lo miró fijamente por un momento, luego apartó los ojos con una larga exhalación. “Como sea”, refunfuñó.

Después de una breve pausa, Navarro añadió: “Francamente, debería interrogarlo mucho, mucho más. La única razón por la que no lo estoy haciendo es porque te conozco.El hecho de que un ángel haya logrado ganarse tu confianza , de todas las personas, es un testimonio de su confiabilidad en sí mismo”.

Su mirada volvió a fijarse en él. “¿Ah sí?” Marcos entrecerró los ojos. “¿Eso significa que dejarás de meterte con sus emociones ahora?”

Agustín se congeló por un momento, y luego lentamente se giró para mirar al otro Demonio, quien simplemente estaba sentado con una expresión engañosamente aburrida, tamborileando con los dedos sobre la superficie del escritorio.

Navarro tarareó, cerrando los ojos y recostándose en su silla. Agustín sintió que algo se liberaba, como el suave fantasma de una sensación en su mente. Probablemente nunca lo habría notado si no hubiera estado prestando atención.

Agustín tragó saliva, poniéndose repentinamente nervioso otra vez. No se parecía en nada a la sensación que había tenido cuando Marcos lo había hipnotizado.

“V-vos…” Agustín tragó saliva. “Sos un demonio de la lujuria”.

Él se encogió de hombros. “Lo siento. Parecías nervioso, eso es todo”.

“Y ahora está aún más nervioso de lo que habría estado de otra manera”. Dijo Marcos, monótono.

“¿Q-Qué hiciste exactamente…?”

“Poco. Acabo de aliviar un poco tu ansiedad”. Respondió. “Si te hace sentir mejor, voy a hacer lo mismo con Marcos”.

“La diferencia es que yo soy un demonio, así que te veo haciéndolo. El Corderito no”.

“Es fácil olvidarlo cuando interactúas principalmente con otros demonios”. Él se encogió de hombros.

“Pero ya no lo vas a hacer más, ¿verdad…?”

“No lo voy a hacer.”

Agustín miró a Marcos, buscando confirmación.

“Está diciendo la verdad”. Marcos contestó. Y eso, al menos, tranquilizó la mente de Agustin.

Tomó otro sorbo de su café. “De todos modos, de vuelta al asunto en cuestión.” Dejó su taza, golpeando el escritorio como un martillo. “Se siente extraño decir esto, pero es mi opinión. La información proporcionada es suficiente para infiltrarse en el Cielo. Muchas de las preguntas que hemos estado haciendo son respondidas acá. Dicho esto, también nos presenta una serie de desafíos de los que no éramos conscientes".

"Y sabiendo lo escurridizos que son, es seguro asumir que es solo la punta del iceberg”. Marcos agregó.

Él asintió, gruñendo de acuerdo.

“Entonces…” dijo Agustín. “¿Cuál es el plan?”

Navarro lo miró, levantando una ceja. “No hay plan. Al menos todavía no”.

Agustín parpadeó. “Bueno, ¿cuándo vamos a actuar?” Preguntó. “¿Podes al menos dar una estimación aproximada?”

“Eso dependerá de la escala del plan y de lo rápido que podamos asignar los recursos necesarios.”

“¿No hay forma de acelerar las cosas?” Presionó. “¿No podes anular ese proceso?”

Navarro y Marcos intercambiaron miradas.

“Corderito, hablamos de esto. Navarro no tiene esa clase de poder.”

Agustín frunció el ceño. “Bueno, ¿no podes llevarme con alguien que lo tenga?”

“No.” Dijo Marcos. “Corderito, nadie tiene tanto poder, al menos no para cosas como esta.”

“¡Pero esto es una emergencia!”

“No veo que ese sea el caso.” Dijo Navarro.

“¿Qué queres decir?” Agustín preguntó, su ritmo cardíaco se aceleró. “Señor, el Consejo se lo llevó. Si no actuamos rápido, ¿quién sabe lo que podría pasar?”. Se le quebró la voz. "¿Y si lo matan? O, o lo convierten en una cáscara, o…”

“Muy bien, en primer lugar.” Intervino Navarro, levantando un dedo. “No me llames ‘señor’. Es raro”. Levantó un segundo dedo. “En segundo lugar, ambos casos parecen muy improbables”.

“¿Qué?” Agustín se quedó helado. “¿Por qué…?”

“Porque necesitan información de él”.

Agustín frunció el ceño. “Pero… vos viste la carta”. Dijo. “Lo que haya usado para borrarse la memoria ya se le habrá pasado”.

“No se trata de eso”. Hizo una pausa, se llevó la taza de café a los labios, dio un largo sorbo y se la terminó. “Se trata de esto”. Luego dijo. “Pocos Ángeles consiguen caer tras ser capturados, y mucho menos en los últimos cientos de años, desde la incorporación de este llamado rango de ‘Acólito’. Sin embargo, en todos los casos que hemos visto, el proceso ha tardado al menos un mes en completarse, como mínimo.”

Agustín se le quedó mirando un rato. “¿Proceso…?”

“Cualquier táctica de interrogatorio que utilicen”. Se encogió de hombros. “No se sabe mucho sobre los detalles. En la mayoría de los casos, la gente no recuerda nada, y en los que sí, parece que lo único que recuerdan son vagos recuerdos de sueños extraños”. Dijo. “Pero la duración es bastante fácil de determinar. Si tu último recuerdo claro fue a principios de marzo y el siguiente es a mediados de abril… bueno, ahí lo tenes”.

Agustín asintió lentamente. “Entonces… Lo que estás diciendo es…”

“Como mínimo, tenemos dos semanas antes de que la vida o el alma de tu mentor se vean legítimamente amenazadas”. Él suministró. “Es casi seguro que más que eso, ya que tuvo la previsión de pre-borrar sus recuerdos. Dada la profundidad de los conocimientos mostrados en ese diario tuyo, dudo que seas la única persona a la que acabe implicando. Lógicamente, el Consejo querrá sacarle todo lo que pueda”.

Agustín permaneció en silencio, mirando el diario que aún tenía delante y mordiéndose el labio.

Finalmente, tragó saliva y preguntó: “¿Podemos actuar en dos semanas?”.

“Por supuesto”. Respondió Navarro. “De nuevo, dependerá del plan que acordemos”.

“¿Hiciste la petición?” preguntó Marcos.

Él gruñó. “Gran red allseer esta noche a las seis”.

Agustín parpadeó. “¿Gran qué?”

“Ese es el trabajo principal del Nexo”. Marcos le dijo. “Así es como son capaces de comunicarse tan eficientemente. Es como una gran mente grupal selectiva”.

Eso plantea más preguntas que respuestas.

“Una gran red allseer es aquella que involucra a todos los demás nexos de defensa del Infierno”. Dijo Navarro. “Estoy seguro de que Marcos podría explicártelo con más detalle más tarde, pero en este momento, realmente necesito señalar que todavía tenemos que llegar al verdadero propósito de esta reunión”.

Agustín frunció el ceño, forzando su curiosidad mientras esperaba en silencio a que el hombre continuara.

Navarro se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos en el escritorio. “Entonces, supongo, ya que viniste hasta acá, estás dispuesto a seguir ayudándonos. ¿Es correcto?”

Agustín asintió rápidamente. “Por supuesto”.

“Bien.” Dijo. “No puedo hablar por todos, obviamente, pero creo que la mayoría de nosotros también estamos dispuestos a ayudarte”.

Hizo una pausa que pareció durar una eternidad.

“Sin embargo, tienes que entender lo que eso implica realmente. Necesito que entiendas que estamos hablando de invadir el Cielo. ¿Sabes cuándo fue la última invasión exitosa del Cielo?”.

Agustín negó con la cabeza.

“Nunca”. Dijo Navarro. “Nunca se hizo”. Las palabras quedaron suspendidas en el aire durante un momento. Los ojos de Agustín se abrieron de par en par, una sensación de frío se apoderó de sus entrañas.

El Cielo es excepcionalmente seguro”, continuó. “Todo en el, desde su concepción, ha sido diseñado para mantener fuera a los Demonios, categóricamente. Lo que tenemos ahora, junto con cientos de años de investigación y desarrollo tecnológico, puede ser suficiente para anularlo, pero también podría ser fácilmente aniquilado. Entonces volveríamos al principio. Teniendo eso en cuenta, si vamos a hacerlo, tendrá que ser lo bastante grande como para justificar el riesgo de desperdiciar todo ese esfuerzo”.

Agustín tragó saliva, con una sensación nauseabunda subiendo por su esófago. “Yo…” Tragó saliva. “No estoy seguro de seguirte”.

Pero sabía, al igual que todos los demás, que era mentira.

Navarro bajó la barbilla. “Agustín, si vas a ayudarnos, debes comprender que no sólo nos ayudarás a ganar otra batalla”. Hizo una pausa. “Nos ayudarás a ganar la guerra”.

Agustín juntó las manos para evitar que le temblaran. No era capaz de responder verbalmente. Marcos puso una mano enguantada sobre la de Agustín, estabilizándolas. El calor de su mano irradiaba a través de los guantes.

Agustín respiró hondo y preguntó: “¿Qué pasa… si consigues tener éxito?”.

“El dogma que impregna el Cielo considera a los demonios infrahumanos. El objetivo del Consejo es obligarnos a volver al tormento eterno o eliminarnos por completo”. Dijo. “Es una ideología inherentemente violenta. Mientras siga existiendo, nunca estaremos a salvo”.

Agustín sintió que se le cerraba la garganta, su visión se oscurecía en los bordes.

"Entonces, ¿Qué va a pasar?” Preguntó. “¿Cuándo termina?”

Navarro hizo una pausa. Agustín cerró los ojos.

“Creo que ya sabes la respuesta a esa pregunta”.

 

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Cuando salieron de la Academia, Marcos tomó su mano, pero no podía sentirla, apenas podía percibir sus propios pensamientos. Marcos en realidad tuvo que detenerlo y recordarle que volviera a ponerse el artificio antes de irse.

Caminaron de la mano por la calle del centro de Oseryth. No tomó nota de su entorno de ninguna manera persistente y duradera. Para él todo eran sólo colores y formas, un extraño telón de fondo de un sueño del que no podía despertar. No fue hasta que Marcos puso algo frente a él y dijo “come” que comenzó a registrar la realidad nuevamente.

Agustín parpadeó un par de veces, su cerebro luchando por hacer que todo volviera a funcionar. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaban en una panadería o cafetería de algún tipo. Estaba sentado en una silla frente a Marcos, en una mesa al lado de la ventana delantera. Se encontró con los ojos de Marcos y lo encontró mirándolo fijamente. Sólo entonces miró hacia lo que había frente a él.

Parecía ser una especie de masa glaseada. El ceño de Agustín se frunció y volvió a mirar a Marcos.

“Es seguro.” Dijo, tomando un sorbo de un café helado. “Es sólo un buñuelo de manzana”.

Agustín asintió en silencio y tentativamente lo agarró. Le dio un pequeño mordisco…

Y luego inmediatamente tomó uno más grande, devorando la mitad en cuestión de segundos.

“Más despacio. Te vas a ahogar”.

Su autoconciencia lo golpeó de nuevo como un tren de mercancías, y Agustín dejó caer inmediatamente el pastel en el plato, sonrojándose.

“Lo siento". Agustín tragó saliva, con los hombros hacia arriba y hacia dentro, mientras sus ojos recorrían el lugar. Por suerte, nadie parecía estar mirándolos. Marcos se burló. “No tenes por qué disculparte”. Se levantó. “Un segundo”. Se alejó, y un minuto después regresó con un vaso de agua. Agustín lo aceptó, sosteniéndolo con ambas manos mientras sorbía.

Marcos volvió a sentarse y apoyó los antebrazos en la mesa, inclinándose hacia él.

“En serio, ¿estás bien?”. Preguntó en voz baja.

Dudó un momento. “S-Sí, es que…”. Suspiró. “No sé.”

Una pausa.

“¿Tenes miedo?”

Los ojos de Agustín se abrieron de par en par. Tragó saliva. “No… sé si es la forma correcta de decirlo”. Su ceño se frunció. Marcos tomó un sorbo de su café helado y esperó.

En cierto sentido, Agustín suponía que estaba asustado. Pero era complicado.

Sabía que lo que había venido a hacer tendría algún tipo de impacto en el estado de las cosas entre el Cielo y el Infierno. Sólo que no había pensado a dónde les llevaría exactamente, al menos no conscientemente. La guerra siempre le había parecido mucho más grande que él. Era difícil imaginar que él, un ángel de la primera esfera, pudiera influir en el resultado de forma significativa.

El fin del Cielo parecía el fin del mundo.

Tenía que salvar a Beto. No había otras opciones en su mente. Simplemente tenía que hacerlo.

Pero… si hacer eso significa…

Agustín tragó saliva.

No dejaba de pensar que tenía que haber otra manera. Tenía que haber alguna forma de salvar a Beto sin traicionar todo lo que él era. Esto no era algo que Agustín pudiera aceptar.

Tal vez había una parte de él que nunca esperó llegar tan lejos. Pero él estaba acá, ahora, y las preguntas que no quería enfrentar estaban sobre la mesa en términos claros. Ya no podía evitarlos. Cuando Navarro pronunció esas palabras, todo se derrumbó sobre él y no supo qué hacer. Era como un ciervo ante los faros de la realidad. 

No podía seguir jugando en ambos lados. Agustín necesitaba decidir, de una vez por todas, quién tenía razón. Necesitaba decidir dónde estaban sus lealtades.

Agustín dio otro mordisco al buñuelo de manzana, masticando lentamente mientras examinaba su entorno. Personas sentadas juntas, comiendo y charlando alegremente. Gente pasando por la ventana, sonriendo, agarrados de la mano. Y Marcos sentado frente a él, con el codo sobre la mesa y la mejilla apoyada en la palma mientras sorbía lo último de su bebida.

Y Agustín sabía que no quería estar en ningún otro lugar que no fuera este. No quería que este momento terminara.

A Agustín siempre le habían enseñado a considerar la alegría y el placer con sospecha. Nunca nada era tan bonito como parecía y, si lo era, probablemente estaba mal. Pero mientras estaba sentado, observando a Marcos (Marcos hermoso, atrevido, tosco y cariñoso ), pensó en cómo se sentía antes de conocerlo. Qué agotador era vivir como él, trabajar como él. Qué agotador física y mentalmente.

Vivir así era difícil.

En retrospectiva, la parte más agotadora fue convencerse a sí mismo de que eso era lo mejor que podía conseguir.

El cuerpo de Agustín se curvó hacia adentro. Podía contemplarlo todo lo que quisiera, pero al final del día, sabía lo que iba a hacer. Podía ver el evento acercándose a él de manera constante, listo para suceder. En última instancia, estas reflexiones silenciosas no tuvieron consecuencias para nada más que los sentimientos de Agustín sobre el evento que inevitablemente se desarrollaría.

Iba a ocurrir.

Iba a doler.

Y Agustín necesitaba sentirse bien con eso, de alguna manera.

Y entonces, miró a Marcos y murmuró algo en voz baja, medio esperando que no lo escuchará.

“¿Hmm?” Marcos dejó su bebida, inclinándose hacia él. “¿Qué fue eso?”

Agustín tragó saliva. “Te pedí que me dieras una razón”.

El ceño de Marcos se frunció.

Agustín respiró hondo y estremeciéndose.

“Dame una razón para renunciar a Dios”. Él susurró. “Para querer matarlo”.

 

                       ■■■■■■■■■■■

 

Agustín se dio cuenta enseguida que Marcos sabía lo que necesitaba mostrarle. Podía verlo en sus ojos.

A pesar de eso, al principio se opuso.

“No quiero que tengas que ver eso”. Le había dicho.

A Agustín no se le escapó la ironía. A pesar de haber pasado los últimos meses minando su fé, cuando se le presentó la oportunidad de asestarle el golpe final en bandeja de plata, Marcos se resistió.

Pero al final, accedió. Y así fue como Agustín se encontró de nuevo a bordo de un tren más allá de los límites de la ciudad. Marcos no dijo mucho sobre adónde iban, sólo que la duración del viaje significaba que no podrían quedarse mucho tiempo.

Agustín se sentó en la esquina junto a Marcos, jugueteando con sus mangas. De vez en cuando lo miraba, pero Marcos rara vez le devolvía la mirada. Su expresión siempre parecía distante, como si hubiera olvidado su mente en la ciudad. Agustín se preguntaba, de vez en cuando, si pedirle eso no habría sido insensible, de alguna manera. Pero no era como si tuviera forma de saber a dónde los llevaría esa petición.

Finalmente se bajaron en una parada a unas dos horas al norte de Oseryth. La plataforma no era muy distinta a la que había cerca del Cruce de la Serpiente , ya que estaba hecha de la misma piedra negra de obsidiana. De ella brotaban algunos senderos en varias direcciones. Marcos no tomó ninguno. Simplemente caminó derecho a través de la hierba alta, guiando a Agustín hacia el escaso bosque que había más allá.

Agustín miró a su alrededor nervioso, recordando lo que Marcos le había dicho sobre la Tierra Salvaje. —"Um, ¿Cachorro?"—Corrió para alcanzarlo—. "¿No es esto un poco peligroso?"

—"No" —respondió Marcos —. "Acá no, al menos. Tenes que aventurarte unos cuantos kilómetros más antes de empezar a encontrarte con algún tipo de fauna agresiva". 

Hizo una pausa por un momento, con la boca todavía abierta, como si no estuviera seguro de si debía decir algo más. Luego, señaló con un gesto amplio el bosque que los rodeaba y, en voz baja, dijo—: "La mayoría de estos árboles están muertos".

Agustín arqueó las cejas y abrió mucho los ojos mientras miraba a su alrededor. Fue entonces cuando se dio cuenta del estado de los árboles. Aunque la mayoría seguía en pie, notó que muchos parecían de alguna manera… marchitos. Pero, curiosamente, ninguno de ellos parecía estar pudriéndose. 

Cuanto más se aventuraban, menos árboles había, hasta que finalmente no quedó nada más que terreno rocoso y grava. Agustín sintió una sensación ominosa que se elevaba por sus entrañas mientras seguía a Marcos, mirando fijamente la parte posterior de su cabeza. Su postura parecía indicar relajación, pero Agustín sabía que no era así. Sabía que esto lo estaba lastimando, de alguna manera. Simplemente no sabía cómo.

Finalmente, llegaron a la cima de una gran colina. Marcos se detuvo un poco más adelante, donde el suelo se estabilizó durante unos pocos metros antes de caer por completo. Agustín se apresuró a alcanzarlo y se paró a su lado en el borde del acantilado.

Él había querido preguntar qué pasaba.

Pero cuando llegó el momento, no había nada que Agustín supiera decir.

Más allá del acantilado, el color del paisaje se fue descoloriendo poco a poco. El suelo, las rocas, los árboles y los arbustos, todo se fue desvaneciendo hasta adquirir un tono gris ceniciento que se extendía en un radio de unos seis metros. Más allá de ese punto, el gris se fue aclarando poco a poco hasta que todo lo que tocaba el suelo era tan blanco como la nieve recién caída.

Y luego estaba la ciudad en el centro de todo.

No era una ciudad grande. Probablemente tenía menos de mil habitantes, a juzgar por la cantidad de casas a la vista. Pero si todavía había gente viviendo ahí, Agustín no la vio.

Todos los edificios del asentamiento estaban tan blanquecinos como la tierra circundante y, por un minuto, lo único que Agustín pudo hacer fue quedarse ahí, boquiabierto. La ciudad desprendía una sensación surrealista que le provocó escalofríos en la espalda. Era como si algo hubiera extraído todo el color de la zona, hubiera abierto la tierra y la hubiera desangrado.

Tal vez lo más extraño de todo era que, aparte de la ausencia de color, todos los edificios, estructuras y plantas parecían completamente intactos. Simplemente estaban ahí, congelados, vacíos y hostiles. Y cuanto más los miraba Agustín, más comenzaba a sentir que no se suponía que lo hiciera.

—"Bendición tóxica"—dijo Marcos, rompiendo el silencio y haciendo que Agustín saltará.

Él lo miró dos veces. “¿Q-qué?”

Marcos apretó ligeramente la mandíbula. —"Así se llama" —murmuró—. "Bendición tóxica. Es el resultado de la sobreexposición a la luz divina".—Dio una patada a la grava que tenía bajo el pie—. "Cuando un demonio es golpeado por la luz divina, muere. Este… "—hizo un gesto vago hacia la ciudad—, efecto blanqueador es lo que ocurre cuando se prolonga o se concentra".

A Agustín se le quedó la respiración atrapada en la garganta. —"Queres decir que…"—Miró la ciudad y notó un sabor metálico en la lengua—"¿Hicimos esto…?".

Marcos se volvió hacia él, finalmente. —"Vos no"—dijo suavemente—"Ellos, Corderito. Ellos hicieron esto".

Por un momento, Agustín se quedó en silencio, con el corazón en la garganta. — "¿Todo… todo esta así?"

Marcos dudó un segundo. “Probablemente… pero no lo sabemos con seguridad. Ninguno de nosotros puede bajar ahí ”.

Agustín lo miró de nuevo, frunciendo el ceño.

“Lo llamamos ‘tóxico’ por una razón”, dijo con una sonrisa amarga. “La mayoría de las personas que viven acá no murieron por exposición directa, sino por el ambiente hostil que crea".                                                                    "Si pusiera un pie en la parte blanqueada, podría estar unos treinta segundos más o menos. Después de eso, entraría en algo parecido a un shock anafiláctico y colapsaría". —Cerró los ojos—"Te corroe el alma. Me mataría en unos minutos — Respiró profundamente— Es… una forma muy dolorosa de morir".

Marcos hizo una pausa y suspiró. Cuando volvió a hablar, su voz sonó más áspera.

—"Se puede sobrevivir a la zona gris, pero aun así te pondrás muy enfermo. Tendrías suerte de no desarrollar algún tipo de enfermedad crónica". —Abrió los ojos y se estremeció un poco—. "Francamente, incluso estar tan cerca me pone un poco nervioso. Se supone que es inofensivo a esta distancia, pero aun así me hace sentir una picazón psicosomática" —Se quitó un poco los guantes y se rascó los antebrazos.

Durante unos segundos, ninguno de los dos habló.

—"¿Cuántos?" —susurró Agustín.

Una pausa.

“Alrededor de seiscientos o más".

Agustín apretó los puños y miró a su alrededor, buscando un camino que bajara por el acantilado.

—"Corderito, sé lo que estás pensando —murmuró—. Pero créeme, de verdad que no queres bajar ahí".

Agustín frunció el ceño. “…¿Es peligroso para mí también?”

—"Quién sabe" —se encogió de hombros—. Pero incluso si no lo es, sigue siendo una idea terrible. Lleva mucho tiempo sacar todos los cuerpos, porque tenemos que hacerlo todo de forma remota. No hemos encontrado más en este sitio específico , pero…"

“¿Hay otros?”

Marcos parpadeó. —"Bueno, sí. Docenas" —respondió, como si fuera obvio. Agustín se llevó lentamente las manos a la boca y se las tapó—. "El peor ataque fue hace dos años, en la Región Norte, Kataghaerek. Se estima que hubo alrededor de veinte mil".— Se metió las manos en los bolsillos— "Todavía encontramos cadáveres ahí, todos los días"

Durante unos segundos, Agustín se quedó ahí parado. Todo lo que Marcos decía sonaba apagado para sus ojos mientras el ruido blanco estático de su sangre corriendo parecía tener prioridad.

—"Por eso no deberías bajar ahí, Corderito. Creemos que los tenemos a todos, pero… —Hizo una mueca—. No puedo prometerte que no… descubrirás algo… si vas a buscar por ahí".

Agustín no estaba seguro de cuánto tiempo pasó antes de que lograra ordenar sus pensamientos lo suficiente para hablar una vez más.

—"¿Cómo…? —tragó saliva—. ¿Cuánto tiempo pasó?"

“¿En este? Unos cincuenta años”. 

“¡¿Cincuenta?!”

Él asintió. —"Incluso después de décadas, todavía parece una versión descolorida y jodida de lo que solía ser. Como si todo estuviera congelado en el tiempo. Todo está simplemente… muerto". —Su voz se quebró. Marcos apretó la mandíbula, los músculos se tensaron mientras aparentemente luchaba por controlarse. Luego, después de lo que pareció una eternidad, dijo: —"Nada volverá a vivir ni a crecer ahí abajo".

Agustín negó con la cabeza y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. —"Pero… ¿por qué…? —susurró—. ¿Esto es solo… por la guerra?"

Marcos se giró para mirarlo nuevamente.

—"No, Corderito" —dijo— "La guerra es por esto".

Agustín frunció el ceño mientras lo miraba fijamente y algo pareció abrirse paso. — "Espera, pero… n-no, la… —Tragó saliva—. La guerra comenzó debido a la presencia demoníaca en la Tierra".

—"Los demonios siempre han tenido una presencia limitada en la Tierra —le dijo Marcos—. Pero por motivos tácticos, nuestra presencia aumentó hace un par de cientos de años, después del primer ataque. Solían ocurrir una vez cada pocas décadas. Principalmente en centros de rehabilitación y asentamientos más pequeños como estos. Últimamente… ha estado sucediendo mucho más. — Marcos suspiró—. Sin embargo, las cosas no llegaron a los niveles de fin de los tiempos hasta hace dos años. —Dio un paso más cerca, bajando el volumen—. El llamado rapto comenzó tres días después de los ataques de kataghaerek".

Agustín lo miró boquiabierto y finalmente algunas lágrimas se derramaron.

—"Entonces, ahí lo tenes, Corderito … Esa es tu razón".

Tragó saliva y se le hizo un nudo en la garganta. —"No… no puedo. Dios no…"—Sacudió la cabeza— "Esto tenía que ser el Consejo, Cachorro".

—"Los ángeles normalmente no pueden llegar al infierno sin la ayuda de un demonio, ¿Te acordas?" —dijo Marcos — "Dicho esto… —suspiró—. Digamos que tenes razón. Digamos que el Consejo realmente está actuando de forma independiente. Ya sabes, no es absurdo imaginar que encontraron otra forma. —Se encogió de hombros—. Pero será mejor que esperes que ese no sea el caso, Corderito". "Porque si lo es… — soltó una risa sin alegría—. Esta mierda se vuelve mucho más oscura, si es que eso es posible".

“¿Q-qué queres decir?”

—"Corderito —murmuró, y el brillo de sus ojos pareció atenuarse levemente—. ¿Sabes de dónde proviene la luz divina?"

Agustín frunció el ceño.

—"La expresión de tu rostro me dice que no". —Esbozó una sonrisa forzada, haciendo una pausa por un momento y mirando hacia un lado con una mirada contemplativa en sus ojos.

—"Quiero darte la opción de ignorar eso por ahora —dijo finalmente, hablando lentamente, como si estuviera eligiendo sus palabras con mucho cuidado—. Si eso es lo que queres, podemos dar la vuelta y regresar ahora. Si no…"

Se quedó en silencio por un momento, dudando.

—"Te lo diré , pero si quieres mi opinión, no sé si tiene sentido pasar por esa mierda ahora mismo".

Agustín tragó saliva y se tomó un segundo para ordenar sus pensamientos y concentrarse en el momento. Se quedó ahí, bajo la mirada de Marcos. Las lágrimas le manchaban las mejillas y las manos le temblaban cuando las apartó de la cara.

Hacía un frío extraño y el único sonido que se oía era el suave flujo y reflujo de sus respiraciones. Agustín cerró los ojos y se preguntó qué era más fuerte: su deseo de saber la verdad o su miedo a descubrirla.

Finalmente, abrió los ojos y se encontró con la mirada de Marcos.

“Quiero saber.”

Marcos respiró profundamente, temblorosamente.

—"En ese caso, abrí tu mochila y dame el diario".

Agustín hizo lo que le pidió. Le entregó a Marcos el libro encuadernado y mientras comenzaba a hojearlo, le dijo: —"¿Escuchaste hablar alguna vez de las endotoxinas?"

Parpadeó un par de veces. “¿N-no?”

Marcos pareció haber encontrado lo que buscaba y se detuvo. —"Hay algunos tipos de bacterias que liberan ciertas toxinas cuando se desintegran. Es como un último esfuerzo por eliminar una amenaza, incluso cuando mueren".

 Agustín frunció el ceño, sin saber qué hacer con esa información.

Pero entonces Marcos comenzó a leer en voz alta.

“Debido a su volatilidad”, leyó, “el dolor infligido a las cáscaras durante estas pruebas es necesariamente muy menor”.

Marcos cerró el diario y lo miró. —"Volatilidad" —repitió—. "¿Qué crees que significa eso, Corderito?"

No pasó más de un segundo. Agustín sintió que toda la sangre se le escapaba del rostro.

“Hay dos tipos de luz divina”. Levantó un dedo. “Está la que viene directamente de Dios mismo…” Levantó un segundo dedo. “Y luego está la que viene de vos”.

Esa última palabra lo golpeó como una bala.

—"Vos, después de desangrar la esencia de quién sos, solo para que tú cuerpo siga funcionando, ya no tenes nada que perder". —Bajó lentamente la mano—"Si resultas mortalmente herido pasado ese punto, no quedará nada de vos al final".

Agustín se tambaleó hacia atrás, volviéndose a tapar la boca con las manos y con lágrimas brotando de sus ojos. —"No. No, no puedo…"

—"¡Corderito!" —gritó Marcos. El corazón de Agustín se agitó contra su pecho en una especie de confusión, conmoción y miedo, y antes de que se diera cuenta de lo que había sucedido, Marcos ya lo estaba agarrando de la muñeca, tirándolo contra su pecho. Lo envolvió con sus brazos— "Mierda, cuidado".

Fue entonces cuando Agustín se dio cuenta de que estaban parados justo en el borde. Que había estado a solo un segundo de caer al suelo, a cientos de pies de distancia. La comprensión desencadenó algo dentro de él y comenzó a sollozar contra el pecho de Marcos.

Pasaron unos segundos y sintió los dedos enguantados de Marcos entrelazarse entre su cabello y acariciarlo suavemente. No estaba seguro de cuánto tiempo permanecieron así. De pie en el borde. Abrazados.

Cuando finalmente se separaron, Marcos tuvo cuidado de guiar a Agustín lejos del borde antes de hablar una vez más.

—"No les importas, Corderito"—dijo, un poco áspero— "Y seguro que no les importo yo. En lo que respecta a Dios, en realidad solo hay dos opciones: o él está detrás de estas malditas atrocidades, o es lo suficientemente negligente como para permitir que ocurran atrocidades aún peores". —Después de una pausa, continuó—: Y basándome en esa mierda de la Operación Lacuna en el diario, solo puedo asumir que empeorará".

“Qué queres decir…?”

—"Están construyendo su propio infierno, Corderito" —dijo—. "¿Qué crees que pasará cuando terminen? ¿Cuándo ya no nos necesiten?"

Abrió la boca, pero las palabras murieron en su lengua.

Después de un minuto de silencio, Marcos habló una vez más: “Vamos. Deberíamos regresar”.

 

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El viaje de regreso en tren transcurrió en silencio. Agustín dormitaba sobre el hombro de Marcos, mirando fijamente las ventanas que tenían frente a ellos. Todo lo que podía ver eran manchas de color.

Pero al menos podía ver el color.

Llegaron a la estación de Savaek dos horas más tarde y posteriormente abordaron el mismo tren en el que llegaron por primera vez.

Agustín miró por la ventana, al enorme mural que se extendía a lo largo de la pared, y finalmente logró verlo en su totalidad.

Ah, pensó. Eso tiene sentido.

No hay dioses, no hay maestros.

 

Notes:

The party ended an a hour ago y etc, etc, etc.
Que tengan buena semana!!