Chapter Text
Agustín sabía que la probabilidad de que Marcos respondiera pronto era escasa, dado lo tarde que era, por lo que optó por buscar un lugar para pasar la noche. Terminó en un pequeño motel cerca de la taberna; las sábanas estaban un poco polvorientas, pero una vez que retiró el edredón, fue tolerable. Desgraciadamente, dormir no fue fácil.
Cada vez que Agustín cerraba los ojos, era como si su mente se inundará con millones de escenarios hipotéticos. No sabía a dónde lo llevaría este camino, o cómo se desarrollarían las cosas una vez que llegará al infierno. Había una parte de él que se preguntaba si sería mejor quedarse en la superficie, darle a Marcos el diario y dejar que él se encargará. Pero eso sería peligroso. Aunque los Acólitos no participaban en batallas, eso no les impedia viajar a la superficie. Había una posibilidad real, aunque pequeña, de que pudieran rastrear a Agustín, y la probabilidad de que eso sucediera solo aumentaba cuanto más tiempo permaneciera ahí. De todas formas, la superficie no era un lugar muy seguro para quedarse a largo plazo.
Por supuesto, si el infierno sería realmente más seguro o no, era otra cuestión. Claro, podría estar a salvo de los Acólitos, pero ¿qué pasa con los otros Demonios? Agustín recordó lo que Beto le había dicho durante su último encuentro, sobre lo difícil que era para los Ángeles organizar reuniones diplomáticas en el Infierno. ¿Quién sabía cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se permitió la entrada a un ángel? Y si, Agustín podría ir ahí —Marcos ya se lo había ofrecido—pero ¿qué pasaría una vez que llegará? ¿Cómo reaccionaría la gente ante su presencia? ¿Desconfiarían de él? ¿Existe la posibilidad de que las cosas se vuelvan violentas?
Agustín se dio una cachetada. Entendió que era inútil pensar sobre lo que actualmente era incognoscible, pero por mucho que intentara despejar su cabeza, algo siempre lo arrastraba al mismo pensamiento una y otra vez. Se quedó ahí tumbado, mirando el techo dañado por el agua de la habitación del motel abandonado. Empezaba a preguntarse si volvería a dormir.
No estaba seguro de cuántas horas pasaron, sólo que cuando logró quedarse dormido, la luz del exterior había comenzado a filtrarse en la habitación oscura.
Se despertó con el sonido de unas botas pesadas golpeando el suelo y se sentó sobresaltado.
"¿No podrías haber esperado hasta una hora razonable para lanzarme esa bomba?"
La tensión disminuyó una vez que lo vio. Marcos estaba parado frente a la ventana, en la que evidentemente había hecho un agüjero al entrar, y parecía casi tan cansado como se sentía Agustín.
“Cachorro”.
"No me digas 'Cachorro' ", refunfuñó, acercándose a él. Se inclinó hacia adelante y golpeó la frente de Agustín con las manos enguantadas. “Tu mensajito hizo que me ahogara con mi puto té. ¿Qué pasa con el repentino cambio de opinión, eh?
Agustín abrió la boca y luego todos los recuerdos del día anterior volvieron a él. Sintió un gran peso hundirse en la boca de su estómago. Durante un rato, permaneció sentado, con la boca abierta. La frente de Marcos se arrugó y se acercó un poco más, mirando a Agustín de arriba abajo.
"Mierda, Corderito." Dijo, su tono más suave. “Parece que no dormiste en días. ¿Qué pasó?"
Respiró hondo y se sentó correctamente. Y de la mejor manera que pudo, le explicó la situación a Marcos.
Cuando finalmente terminó todo, Marcos respiró hondo y exhaló, recostándose contra la pared, con los brazos cruzados.
"...Bueno, eso es...mucho", murmuró Marcos. "Supongo que llevas el diario con vos". Agustín asintió. "¿Puedo ver?"
Agustín señaló hacia su mochila. "Está ahí".
Abrió la mochila y sacó el diario encuadernado con cuero, se sentó en el borde de la cama y comenzó a hojearlo. Agustín observó atentamente su expresión mientras leía. Hubo momentos en los que Marcos parecía completamente imperturbable, y otros en los que parecía algo sorprendido.
Sin embargo, una vez que llegó a la segunda mitad del diario, esa sorpresa se volvió mucho más constante. Después de sólo unas pocas páginas, Marcos cerró el diario y miró a Agustín con seriedad.
"¿Estás seguro de que la información de acá es correcta?"
"No se me ocurre ninguna razón por la que no sea así, al menos hasta donde sabe Beto".
Marcos asintió y guardó el diario. "Bueno, sé que los demás al menos estarán interesados en esto". Se puso de pie y comenzó a decir algo más antes de detenerse, mirando críticamente a Agustín. "Estaba a punto de preguntarte si estabas listo, pero parece que estás a punto de caer muerto".
Agustín se apresuró a retroceder, negando con la cabeza. "¡Estoy bien, lo prometo!"
Marcos se burló. "¿Al menos dormiste?"
"¡Si dormi!"
"¿Cuánto tiempo?"
Agustín abrió la boca, pero se detuvo. Se mordió el labio y desvió la mirada.
“Corderito”
"... ¡Dormiré más esta noche!"
"Mira, Corderito." Él suspiró. “El proceso de llevar un ángel al infierno es un poco más complicado que llevar a un humano. No quiero tener que cargar tu culo después de que te desmayes. Volve a dormir unas horas y nosotros..."
"-¡No!" Agustín lo interrumpió, mucho más fuerte de lo que pretendía. Él se sonrojó levemente. “Cachorro, yo… no quiero perder el tiempo. Beto ya lleva desaparecido casi dos semanas. Quién sabe si..."
No pudo encontrar la fuerza para terminar esa frase.
Marcos guardó silencio por un momento y luego gimió. “Está bien, está bien. Nos vamos ahora”. Agustín se animó. "Pero te vas a ir directamente a dormir tan pronto como lleguemos".
Agustín volvió a desanimarse.
"Pero el-"
"—Yo me encargó del diario, Corderito". Marcos intervino. “Sé a quién llevárselo. Podes venir conmigo mañana por la mañana para discutir sobre su contenido. De todos modos, necesitará algo de tiempo para leerlo todo y analizarlo”.
Agustín respiró hondo, preparándose para protestar un poco más, pero no se le ocurrió ninguna respuesta.
“¿Todavía queres discutir conmigo?” Marcos levantó una ceja. "Porque en este punto, simplemente estarías luchando contra la realidad de que el tiempo es lineal y que las acciones ocurren en intervalos distintos de cero". Él se quedó inexpresivo. "Realmente no estoy de humor para debatir con vos sobre el límite inferior de duración".
Agustín parpadeó un par de veces.
¿Se suponía que eso tenía sentido?
Quizás estoy más cansado de lo que pensaba...
"…Está bien. Pero mañana a primera hora, ¿Bueno?
Marcos asintió. "Nos vamos cuando estés listo".
Agustín finalmente se levantó, agarró la capa de Nacho y se la puso sobre la cabeza antes de comenzar a buscar sus zapatos.
"¿Qué carajos es eso?"
Su espalda se enderezó y sus ojos se abrieron un poco mientras miraba a Marcos. "¿Ah esto?" Pellizcó la tela de la capa. “Nacho me la dio. No tenía ninguna capa oscura”.
Marcos lo miró fijamente durante mucho tiempo, con la mandíbula apretada. Finalmente, apartó la mirada. "Ya no la necesitas, así que podes dejarla”.
Agustín frunció el ceño. "No puedo hacer eso, me sentiría mal".
"Entonces quítatela y ponela en tu mochila".
"Pero-"
"—Corderito, estamos en verano y nos vamos al infierno". Él intervino. "Si termino teniendo que cargarte porque te desmayaste por un golpe de calor, te juro que te patearé el rosquete".
Estaba un poco sorprendido por lo enfático que estaba siendo Marcos, pero al final tuvo que admitir su punto. Se quitó la capa, la dobló con cuidado y la guardó en su mochila.
"¡Listo!"
Marcos asintió y se dirigió hacia la puerta del motel, incitándolo a seguirlo.
"Entonces, ¿cómo va a funcionar esto exactamente?"
"Bueno, como dije, el proceso de llevar un ángel al infierno es un poco más complicado que el de los humanos". Él se encogió de hombros. “No está tan mal, pero es una pequeña caminata. Espero que estés usando zapatos cómodos, churito”.
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Al parecer, la definición de Marcos de "una pequeña caminata" era una caminata de dos horas a través de los bosques del norte de Estonia.
"¿Estás seguro de que no podemos volar más cerca?" -Preguntó Agustín. No había ningún tipo de sendero discernible, y entre observar dónde pisaba, agacharse bajo las ramas y mantener el ritmo de Marcos, rápidamente se cansó.
“No podes verlo desde arriba. Ese es el punto." Le dijo, sin siquiera molestarse en mirar atrás.
Marcos pasó junto a una pequeña rama, lo que provocó que golpeara a Agustín en la cara mientras recorría el mismo camino justo detrás de él. Agustín hizo una mueca, un pequeño e involuntario sonido salió de su garganta. Marcos murmuró un rápido "lo siento", pero algo en la sonrisa en su rostro hizo que su remordimiento pareciera poco sincero.
Agustín murmuró algo en voz baja, tomando asiento en una roca cubierta de musgo. A Marcos le tomó un momento darse cuenta de que ya no lo seguía. Hizo una pausa, se dio vuelta y lo miró con una ceja levantada.
“¿Voy a tener que cargarte después de todo?”
"No." Murmuró, poniendo los ojos en blanco. "Sólo necesito un minuto". Se echó el cabello que caía en su frente hacia atrás con un suspiro. El clima era bastante fresco, pero la humedad se pegaba a su piel de tal manera que le hacía desear poder quitársela de alguna manera. Marcos no parecía desconcertado por eso. Apoyó el hombro contra un árbol y se examinó las uñas. Después de unos minutos, Agustín se levantó, asintió levemente con la cabeza hacia Marcos y lo siguió nuevamente. Hay que reconocer que Marcos disminuyó un poco la velocidad, lo suficiente para que Agustín caminara junto a él, cuando el ancho del camino lo permitía.
“Entonces, ¿estás acostumbrado a este tipo de cosas, o…?”
Marcos se encogió de hombros. "Comparado con los bosques del infierno, esto no es nada".
Agustín lo miró dos veces. "Espera, ¿hay bosques en el infierno?"
Miró de reojo a Agustín. “Bueno, claro. El infierno es un lugar grande, Corderito. Hay todo tipo de biomas, incluso tundras”. Él sonrió. "Lugares donde el infierno literalmente se congeló".
"Eso es... inesperado".
Marcos gruñó.
“Por supuesto, en general, el clima es cálido y la mayor parte del medio ambiente quiere matarte. Si alguna vez fuiste a Australia, es algo así”.
"..Um…."
Marcos apartó una rama del camino y Agustín se animó ante la vista familiar más adelante.
Una valla negra metálica se extendía a lo lejos a ambos lados de una gran puerta de hierro, cerrando un huerto de manzanos que parecía no tener fin. Marcos abrió la verja y la sostuvo para Agustín. En el momento en que Agustín puso un pie en el huerto, fue como si estuviera en un lugar completamente diferente. El aire era seco, la temperatura moderada y el sonido de los pájaros y la vida silvestre que antes los rodeaban cesó abruptamente. Todo lo que se podía escuchar era el débil sonido del viento soplando suavemente entre los árboles y las manzanas rojas y perfectas meciéndose con la brisa.
Fue extraño. Inquietante. Una extraña energía liminal parecia impregnar el huerto, y un escalofrío recorrió la columna de Agustín cuando Marcos cerró la verja detrás de ellos.
"Esto no es el infierno, ¿verdad?"
“No”. Marcos negó con la cabeza. "Supongo que es más como el purgatorio".
“Ah”, dijo. "Entonces, ¿cómo llegamos al infierno desde acá?"
"Bueno", Marcos arqueó una ceja. "Si fueras humano, todo lo que tendrías que hacer es agarrar una manzana y darle un mordisco".
"Pero no lo soy" Agustín frunció el ceño. "¿Entonces que significa eso?"
"Significa que tenemos que seguir caminando".
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Y siguieron caminando. Durante un rato, realmente no pasó nada. Simplemente continuaron a través del pasillo de árboles, viajando en línea recta, y dondequiera que mirará parecían esencialmente idénticos.
Pero entonces, en algún momento, las cosas empezaron a cambiar. Agustín no podía decir con exactitud cuándo; fue tan gradual que ni siquiera se dio cuenta al principio. No fue hasta unos quince minutos que lo registró en su cerebro conscientemente.
Empezó bastante normal. Los árboles eran un poco más altos y sus ramas un poco más verticales.
Veinte minutos después, los árboles habían comenzado a crecer en un ángulo extraño, sus troncos arqueándose hacia adentro a lo largo del camino, como si todos se hubieran vuelto hacia ellos, mirándolos específicamente. Puso a Agustín nervioso de una manera que no podía describir completamente.
“Cachorro …” Tragó. "¿Qué está sucediendo?"
"Nos estamos acercando".
“Y eso está relacionado con los árboles que están…”
"-Sí."
Agustín asintió, aunque sabía que no lo veía. Simplemente continuó detrás de él, tratando de quitarse la piel de gallina. Varias veces, tuvo que disculparse por pisarle los talones a Marcos.
A la media hora, todos los árboles crecían en curvas distintas, formando arcos en lo alto que juntaban las copas de los árboles que estaban frente a frente. Fue en ese momento que Agustín se dio cuenta de lo que realmente estaba pasando.
Es como si…
¿Están formando un túnel a nuestro alrededor…?
Los arcos se volvieron más extremos, eventualmente empujando las copas de cada árbol en contacto directo con el suelo, y luego fue como si estuvieran creciendo directamente a través de él.
El espacio entre un árbol y el siguiente comenzó a reducirse, y después de unos cuarenta y cinco minutos de caminata, los troncos estaban tan juntos que todo lo que Agustín podía ver eran pequeños fragmentos de luz matutina.
Su camino ya no era recto y empezaba a oscurecer mucho. Agustín necesitaba pasar sus dedos por los troncos de los árboles para mantener el rumbo. Después de unos cinco minutos más de esto, la luz regresó lentamente.
Y entonces terminó.
El túnel se abría en una especie de recinto pequeño y circular, de aproximadamente dos metros de diámetro. Las paredes eran orgánicas, llenas de sinuosos zarcillos marrones que se extendían hacia el cielo. Le tomó un momento reconocer lo que estaba mirando, aunque finalmente se dio cuenta de que las paredes eran, de hecho, raíces y el piso era simplemente la base de un árbol enorme. Agustín miró hacia arriba, entrecerrando los ojos ante la pequeña mancha azul a muchos metros sobre él, la única confirmación que tenía de que todavía seguían en la Tierra.
Cuando miró a Marcos, lo encontró rebuscando en su mochila y sacando un par de guantes y un buzo con capucha. Primero se puso los guantes y luego el buzo, cubriendo su cabeza con la capucha.
"Veni acá".
Agustín parpadeó. "¿Eh?"
Marcos refunfuñó, simplemente agarrando a Agustín por los hombros y apretándolo contra su pecho. El aliento de Agustín se quedó atrapado en su garganta y su rostro se calentó. Vacilante, rodeó la espalda de Marcos con sus brazos.
“U-um.” Él chilló. “¿Es esto nece…?”
"Mmm." Marcos lo apretó aún más contra su cuerpo. "Quédate cerca de mí". Le dijo. Después de un segundo, añadió: "Ah, y trata de no vomitar".
Y con esa siniestra declaración, empezó. Agustín quedó paralizado cuando las raíces a su alrededor comenzaron a brillar en un rojo extraño y de otro mundo. Sus brazos se apretaron aún más alrededor de Marcos cuando comenzarón a moverse hacia donde estaban ellos.
"Está bien. No te preocupes." Dijo Marcos, mientras algunas raices comenzaban a envolverlos, como serpientes capturando a sus presas.
El proceso se aceleró a medida que más y más raíces se unían, encerrándolos en un apretado capullo de rojo luminoso, tan brillante que Agustín tuvo que cerrar los ojos y esconder su rostro en el pecho Marcos.
Después de un momento, comenzó a moverse, empujándolos hacia la Tierra, o quizás hacia el propio tronco. Al mismo tiempo, Agustín notó un extraño cambio gravitacional y se dio cuenta de que estaban girando lentamente. Pasó aproximadamente un minuto y sintió como si estuviera acostado encima de Marcos. Muy pronto, estaba completamente patas arriba.
Los zarcillos se detuvieron por un momento y luego se desenredaron rápidamente, revelando una especie de pequeña habitación dentro de un enorme tronco de árbol hueco. Había una abertura sin puerta frente a él, pero parecía estar al revés.
Aún más extraño, sin embargo, fue que Marcos también estaba al revés.
"Un segundo." Él gritó. Salió y desapareció por un momento, antes de regresar con una manzana roja en la mano. Se la ofreció a Agustín.
"Tenes que comer esto".
Agustín tomó la manzana y la miró con duda. Todavía estaba inquieto por el hecho de que Marcos parecía regirse por leyes físicas completamente diferentes.
"Esto no me hará daño, ¿verdad...?"
“No”. Él dijo. “Corderito, no sos el primer ángel en venir acá. Solo dale un mordisco para que podamos seguir adelante”.
Agustín se encogió de hombros y luego hundió los dientes en la fruta. Se limpió el jugo de los labios mientras masticaba, mirando a Marcos, que tenía los brazos extendidos de una forma extraña. Frunció el ceño y se tragó el bocado antes de preguntar: "¿Por qué estás..."
De repente, la fuerza de gravedad se invirtió y Agustín cayó del techo con un grito indigno. Marcos lo atrapó con un gruñido bajo y lo dejó de pie, pero el cambio fue tan abrupto que Agustín casi vomitó el bocado que acababa de tragar.
"¿Estás bien?"
Agustín estaba agarrando la mano enguantada de Marcos, apoyándose pesadamente contra él mientras esperaba que pasara el mareo.
Finalmente, respiró hondo y exhaló. "Sí."
"Bueno, entonces." Él sonrió, señalando hacia la abertura. Marcos entró, arrastrando a Agustín con él.
Su aliento quedó atrapado en su garganta. Durante un rato, todo lo que pudo hacer fue mirar fijamente.
El cielo era de un naranja pálido y rojizo, y esparcidas en su extensión había varias nubes, algunas de color gris, otras un poco más amarillas. Estaban parados justo en el borde de un acantilado que se elevaba sobre un vasto valle de suelo de bronce, las diversas plantas dispersas por todas partes lo pintaban con los colores de una puesta de sol en la Tierra, al menos hasta donde alcanzaba la vista, que no estaba especialmente lejos. Parecía haber una buena cantidad de polvo suspendido en el aire cerca del suelo, y cuanto más miraba, las áreas bajas parecían desvanecerse.
En el horizonte, Agustín podía ver montañas tan altas y escarpadas que parecían cortar el cielo, algunas de ellas inmóviles, mientras que otras tenían espesas columnas de humo elevándose desde sus picos.
Mirando hacia el acantilado, encontró una larga y sinuosa escalera negra que conducía a una especie de plataforma.
"Este es el Cruce de la Serpiente", dijo Marcos, sacándolo de su trance. “Y eso”, señaló hacia la derecha, "es hacia donde vamos”.
Agustín siguió el camino de su dedo y se quedó sin aliento. A lo lejos, una gran masa de algo se abrió paso en el polvo, y Agustín se dio cuenta de que era una ciudad de algún tipo. Estaba iluminado en algunos lugares y con estructuras altas y retorcidas que se extendían hacia el cielo.
“Oseryth.” Dijo Marcos. "Ahi es donde vivo."
De repente, algo pasó rápidamente debajo de ellos, haciendo que Agustín saltará. "¿Qué fue eso?"
"Ah, es sólo el tren". Marcos se encogió de hombros. “Hablando de eso, probablemente deberíamos ir ahí para poder subir al siguiente. Pero primero…"
Marcos buscó en su mochila y sacó una pequeña bolsa de satén. "Toma." Se lo entregó a Agustín.
Abrió el cordón y miró dentro. Cuando lo sacó, se dio cuenta de que era algún tipo de collar.
"¿Qué es esto?"
“Un artificio”. Respondió, poniendo su mochila sobre su hombro nuevamente. “Te va a ser parecer uno de nosotros. Pensé que no querrías llamar demasiado la atención”.
"Oh." Eso es muy considerado... "Ni siquiera sabía que existían cosas como esta".
Marcos levantó una ceja. “Corderito, sé que sabes sobre el incidente del doble agente desertor ¿Pensaste que Izaiya y Setsuko simplemente entraron acá, con alas blancas, halo y todo, dijeron: 'Hola, compañeros demonios' , y listo?
Agustín se burló. "Sabía que tenían disfraces, Cachorro". Él puso los ojos en blanco. "Simplemente no conocía los detalles de cómo funcionaban".
Marcos gruñó. “Bueno, pónetelo. Deberíamos seguir en marcha”. Él murmuró. "No quiero quedarme acá por mucho tiempo".
"¿Por qué no?" Agustín desabrochó el collar, inclinándose ligeramente para engancharlo alrededor de su cuello. Ajustó la posición del artificio en su pecho aunque en realidad no se sentía diferente.
"La mayoría de los animales y al menos la mitad de las plantas de acá son agresivos, así que es sólo...", titubeó. “Solo… uhh…”
Agustín hacia arriba y encontró a Marcos mirándolo con una expresión extraña en su rostro. "¿Qué? ¿No funcionó?
"Oh, funcionó".
"¿En serio?" Agustín frunció el ceño y miró sus alas. “¿Por qué no puedo verlo, entonces?”
"No funciona en la persona que lo usa".
“Ah…” Se frotó la nuca con torpeza. “Bueno, um. ¿Entonces, cómo me veo…?
"Precioso." Su respuesta fue inmediata.
Las mejillas de Agustín se sonrojaron, pero antes de que pudiera responder, Marcos lo agarró por la muñeca y lo empujó hacia las escaleras. "Vamos." Él dijo. "El próximo tren llegará en unos minutos".
Siguió a Marcos mientras descendían la larga y sinuosa escalera. Les tomó un minuto, pero cuando finalmente llegaron a la plataforma, Agustín suspiró, de pie junto a Marcos, esperando.
"Eh..”
“¿Hmm?”
"¿Habrá mucha gente?" Agustín jugueteó con el collar. "En el tren."
Marcos tarareó. "Probablemente no a esta hora del día". Respondió. “Pero para que lo sepas, tus alas todavía están ahí. Son simplemente invisibles. Entonces, intenta que nadie te choque”. Él se encogió de hombros. "En el caso de que haya mucha gente, tal vez podas pararte de espaldas a la puerta".
Agustín se mordió el labio y asintió en silencio. Unos minutos más tarde, el tren llegó, desacelerando hasta detenerse frente a ellos tan rápidamente que Agustín se preguntó brevemente si las leyes de la física eran diferentes acá. Las puertas se abrieron y él contuvo la respiración cuando entraron.
No había mucha gente y ninguno de ellos lo miró de manera significativa, aparte claro,de algunas miradas breves y pasajeras. Sin embargo, el hecho de que Agustín no pudiera ver su propio disfraz lo puso nervioso, y se movió arrastrando los pies, mirando al suelo para evitar hacer contacto visual accidental con alguien.
Las puertas se cerraron y el tren empezó a moverse. Muy rápidamente.
Agustín soltó un pequeño grito y tropezó con Marcos, quien estaba sosteniendo una barandilla, sonriendo mientras lo atrapaba.
"L-Lo siento".
"Esta bien, te tengo."
Agustín tímidamente se dio la vuelta y miró por la ventana. El tren se movía demasiado rápido como para que él pudiera ver algo más que un borrón sin forma de rojo y naranja, marcada por el ocasional destello de materia brillante que Agustín sólo podía suponer que era fuego del infierno. Luego, el tren entró en un túnel, arrojando una oscuridad que persistió durante unos minutos antes de que emergieran.
Poco después, el tren comenzó a reducir la velocidad, lo suficiente para que Agustín distinguiera su entorno. El terreno era en gran parte rocoso y montañoso, por lo que no podía ver mucho más allá la mayor parte del tiempo, pero vio algunas cosas que nunca olvidaría. Un lago de fuego, brillando intensamente en la distancia. En un momento, observó cómo un gran "árbol" agarraba a un pájaro en el aire con sus ramas antes de tragarlo a través de una cavidad dentro de su tronco.
En general, estaba bastante a la par con lo que esperaba que fuera el infierno.
Pero después de unos minutos, el paisaje brutal se volvió más dócil, y la aparición de los edificios se hizo cada vez más común. Finalmente, el tren pasó a través de una membrana de algún tipo, y se detuvo. Una voz sonó sobre el intercomunicador.
"Estación Savaek, estación Savaek."
Marcos tomó su mano y Agustín se permitió ser sacado a la pasarela de obsidiana, que conducía a una gran estructura incrustada en la ladera de la montaña.
Agustín miró a su alrededor mientras Marcos lo llevaba al interior. Casi parecía como una cueva real; las paredes naranjas se curvaban suavemente hacia el techo, e incrustadas dentro de ellas había grandes manchas de piedra amarilla y luminiscente que esparcían luz cálida por toda la estación. Unos quince metros más adelante, vio cinco grandes columnas de vidrio que se extendían a través del techo. No se dio cuenta de que eran pozos de ascensor hasta que una plataforma descendió a la cámara, deteniéndose para dejar salir a un grupo de seis personas.
Marcos lo metió en un ascensor vacío que comenzó a ascender. Pasaron a través del techo, y por un momento, estaba oscuro. Finalmente, surgieron en una gran área al aire libre, solo parcialmente incrustada en la montaña. Siguió a Marcos hasta la terraza, y mientras se acercaban al borde, Agustín tuvo que detenerse y mirar.
La plataforma se elevó unos cuantos pisos por encima del suelo y Agustín se agarró de la barandilla, con la boca abierta mientras era absorbido por la vista que ofrecía la ciudad de abajo.
Los edificios de Oseryth eran muy altos y tenían una extraña forma orgánica, lo que parecía funcionar bien, teniendo en cuenta que la mayoría de ellos parecían tener plantas creciendo en los laterales. A su derecha, vio una escalera que conducía hacia el suelo y, a su izquierda, otra que llevaba a un andén superior del que salían vías de tren. Siguió el camino de las vías y enseguida le llamó la atención que muchos de los edificios parecían estar construidos alrededor del ferrocarril, dejando huecos en la estructura por dónde los trenes podían pasar. Además, un par de edificios estaban conectados por puentes cubiertos en lo alto del cielo, en los cuales los peatones caminaban.
En general, parecía haber un fuerte énfasis en construir hacia arriba en lugar de hacia afuera. Tal vez se debía a que la capacidad de volar de los demonios se había incorporado activamente a la arquitectura, pero no parecía haber mucha gente. Tal vez era simplemente su forma de aprovechar al máximo el espacio.
Agustín finalmente volvió la mirada hacia abajo. Curiosamente, aunque había carreteras pavimentadas, no había vehículos a la vista, y la mayoría de los demonios parecían actuar como si no existieran.
Quizás lo más llamativo, sin embargo, fue el lugar justo enfrente de la estación. El parque estaba cubierto de hierba violeta, y salpicado de árboles carmesí que crecían del suelo como sacacorchos.
No muy lejos de ellos, un hombre se sentó solo en un banco, leyendo. A la izquierda, una mujer se paró frente a un caballete, con el pincel moviéndose sobre un lienzo mientras pintaba lo que parecía ser un estanque normal, lleno de agua, justo delante de ella. Al otro lado del estanque, cinco personas se sentaron juntas en una manta de picnic, comiendo. Riendo.
Agustín tragó, agarrando la barandilla más fuerte.
No estaba seguro de lo que sentía. Hasta ese momento, había estado tan abrumado por la extraña estética que no había sido capaz de contextualizarlo adecuadamente en su mente. El sonido de la risa era como una campana de alarma, sacándolo de su estupor y recordándole que este era un lugar donde la gente vivía, donde la gente se reía.
Un lugar en el infierno, donde la felicidad aún existe.
"¿Corderito?" El sonido de la voz de Marcos lo sobresalto, apretando su mano con fuerza mientras finalmente apartaba la mirada. "¿Estás bien?"
Agustín no estaba seguro de cómo responder a eso. Sus ojos seguían desviándose hacia el parque.
"Todavía nos falta un tren más." Dijo, señalando con la cabeza hacia la plataforma superior. "Pero podemos volver acá más tarde, si queres."
Sin saber qué más hacer, Agustín tragó y asintió en silencio, ajustando su agarre a la mano de Marcos y siguiéndolo por las escaleras. Entraron en una zona parcialmente cerrada y esperaron cerca de las vías. No pasó mucho tiempo antes de que el tren se detuviera ante ellos. Hicieron una pausa para permitir que los demás bajaran antes de subir.
Agustín suspiró y se giró para mirar por la ventana. Fue entonces cuando lo notó: el gran mural que se extendía por la pared opuesta.
Era un diseño abstracto, lleno de un arco iris de colores caóticos y arremolinados. Pero de la locura, algo más parecía surgir. Agustín entrecerró los ojos, inclinándose hacia la ventana mientras las puertas se cerraban, y se dio cuenta de que había palabras
No hay dioses, leyó, esforzándose por descifrar el resto. Pero para entonces, el mural era solo una mancha de color que se alejaba en la distancia.
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Llegarón unos veinte minutos más tarde a una estación cercana al centro de la ciudad y, una vez bajaron, Agustín siguió a Marcos escaleras abajo y cruzó la calle.
"Está a unas cuadras de acá". le dijo Marcos, chocando los hombros mientras caminaban juntos por la vereda.
Volvieron a cruzar la calle y doblaron en la esquina de lo que parecía ser una especie de gran mercado. Agustín estaba tan distraído con el extraño aspecto de algunos de los alimentos expuestos, que casi no se dio cuenta de que nadie parecía estar atendiendo ninguno de los puestos. Frunció el ceño.
¿Tal vez tienen algún tipo de tecnología antirrobo?
En una de los puestos, había una gran caja de esas frutas que le gustaban a Marcos -embrites, recordaba Agustín- y cuando pasarón, Marcos agarró dos de la parte superior y siguió caminando.
Agustín sintió una punzada de pánico. "Cachorro, ¿las robaste?".
"¿Hm?" Lo miró, con expresión desconcertada, como si ni siquiera entendiera las palabras que Agustín decía. Pero podía ver los engranajes girando en su cabeza cuanto más tiempo Marcos lo miraba. Algo hizo clic, y se echó a reír. "Mierda." Jadeó. "Supongo que nunca te conté, ¿No?".
"¿Qué?"
Marcos negó con la cabeza, guardó una de las frutas en su mochila y le dio un mordisco a la otra. "La cosa es", tragó saliva antes de continuar, "que acá las cosas no funcionan así".
Agustín enarcó una ceja. "¿Qué significa eso?
"Quitando cosas como...". Entrecerró los ojos. "No sé, irrumpir en la casa de alguien y quitarle el cepillo de dientes, o quizá agarrar un banco del parque y salir corriendo, 'robar' ", dijo entre comillas, "no existe acá. Al menos no en el sentido al que probablemente estas acostumbrado".
"...¿Así que todo es gratis?" preguntó, incrédulo.
Él se encogió de hombros. "Realmente no tenemos ninguna razón para tener, como, un sistema monetario. Post-escasez y todo eso". Dio otro mordisco.
"¿Pero qué impide que la gente acumule recursos?".
Marcos puso los ojos en blanco. "¿Por qué crees que eso sería un problema?".
"... ¿Porque la gente es egoísta?"
"No, ahí es donde te equivocas" Chasqueó su lengua. "La gente no es egoísta, solo tienen intereses propios."
Agustín frunció el ceño. "¿Hay alguna diferencia?"
"La gente quiere sobrevivir y ser feliz. Eso es interés propio. Eso es natural." Explicó. "El egoísmo es como... el interés propio a expensas de otras personas, supongo. No suele ser un problema generalizado a menos que vivas en una sociedad que premie ese tipo de comportamiento, o lo haga necesario para sobrevivir." Tomó otro bocado del embrite, lamiéndose los labios.
"En lo que respecta a las personas" Continuó, "Creo que en realidad solo hay dos cosas que se pueden decir acerca de nuestra naturaleza." Levantó un dedo. "Lo primero es que somos egoístas: 'quiero sobrevivir, y quiero ser feliz'. Wow que sorpresa". Levantó otro dedo. "Y la segunda es que somos sociables, hay una razón por la que poner a la gente en aislamiento tiende a volverlos locos; dependemos de otros para saber lo que es real y lo que no." Se volvió a encoger de hombros. "Fuera de esos dos, creo que la gente es bastante maleable."
"No..." Entrecerró los ojos, "No estoy seguro de lo que queres decir."
"Solo digo que, antes de hacer grandes generalizaciones sobre la naturaleza de la gente, deberías pensar en el contexto más amplio", dijo. "Por ejemplo, si, tal vez las personas sean inherentemente X. Pero también puede ser que no lo sean, y solo parece que son de esa manera 'porque viven en un mundo que incentiva el comportamiento X. Tal vez sin esa influencia, la gente tendería a actuar de otra manera."
Agustín se quedó mirándolo un rato, con los brazos cruzados mientras caminaba a su lado. Marcos dio otro bocado, el jugo rojo manchando las comisuras de sus labios. Lo miró de reojo y gimió, ralentizando un poco el paso.
"Corderito, déjame decirlo así". Dijo, exasperado. "Si estás en una fiesta con tus amigos, y todos están comiendo torta o lo que sea, ¿qué te impide comerte toda la torta?".
Parpadeó. Agustín entrecerró los ojos. "¿A dónde queres llegar con esto?"
"Seguime la corriente".
"...¿Esto va a ser otra analogía con una tomatera?"
"No, pero podría convertirse en una, si no contestas la pregunta". replicó Marcos, sonriendo siniestramente.
Agustín le lanzó una leve mirada.
"¿Y?"
Suspiró. Se rascó la cabeza. "No sé, Cachorro. Me parece que, probablemente, sea físicamente imposible".
"Sí", dijo Marcos "Igual que tenes una reserva limitada de orina con la que podes regar una tomatera, también tenes un límite en cuanto a lo que podes comer antes de tener diarrea".
"Cachorro".
Marcos resopló, hundiendo los dientes en el embrite. Masticó y engulló el bocado. "De todas formas, ¿y si pudieras? ¿Y si pudieras comerte toda la torta de una vez y aún así disfrutarla, sin enfermarte? ¿Qué te detiene entonces?".
Agustín se rascó la cabeza. "Estaría siendo bastante desconsiderado. No querría ser grosero...".
" Ahí esta la respuesta". Tomó otro bocado, y habló con la boca llena. "La realidad es que, si lo pensas, no tiene sentido acumular casi nada a menos que puedas venderlo. Si no podes, su único valor es personal. Como el uso real que le sacas".
Doblaron una esquina, continuando por la vereda.
"No se puede comer una torta entera a la vez, así que después de unas pocas porciones, deja de ser valioso para vos." Se detuvo para acabar con el embrite, lamiéndose el jugo de los dedos. "Y básicamente eso aplica para todo lo demás. Como por ejemplo, no hay razón para poseer cincuenta televisores, porque después de los primeros, se vuelven inútiles. Ese es el único valor que importa acá abajo."
Un momento después, llegaron a la entrada de un edificio alto y retorcido. "Este es el mío" dijo , llevando a Agustín por las escaleras y dentro. Marcos golpeó un botón en la pared. "E incluso si algo sigue siendo útil en exceso, la presión social generalmente evita que te lleves más de lo que te corresponde."
Las puertas se abrieron y dejaron ver un ascensor de cristal, parecido al de la estación. Entraron y las puertas se cerraron tras ellos. Agustín se distrajo momentáneamente con la vista: la ciudad se volvía pequeña ante sus ojos.
"Supongo que puedo entender la primera parte, pero... No a todo el mundo le importa ser grosero, Cachorro".
"Pero esa es la cuestión, Corderito. No tienen por qué hacerlo". Sonrió. "El comportamiento de mierda tiene consecuencias que hasta los más idiotas pueden entender".
"¿Como por ejemplo...?"
Marcos canturreó. "Sabes, una vez hace unos años, antes de que empezará toda esta mierda, yo estaba en la superficie... sin cambiar, obviamente". Dijo. "Recuerdo que fui a una cafetería y vi a una mujer gritándole al camarero. Creo que era por un cupón caducado, o algo así". Se encogió de hombros. "En un momento, la escuché decir algo como ' vos tenes que hacer lo que yo digo, para eso te pagó '. Sale el gerente y la vieja gritona al final consigue lo que quiere".
El ascensor sonó y se abrió a una pequeña sala de estar. Bajaron, y Marcos se detuvo, girandose hacia él.
"¿Sabes lo que pasa si alguien hace ese tipo de estupideces acá abajo?".
Agustín miró a Marcos. "¿Qué?"
"El camarero los manda a la mierda. Fin". Sonrió satisfecho. "No hay obligación de servir a alguien que está siendo un forro idiota".
"...Supongo que suena mejor, al menos en teoría".
Marcos empezó a caminar de nuevo e hizo un gesto para que Agustín lo siguiera. "Lo que quiero decir es que acá abajo, tus necesidades están cubiertas, pero tus deseos son otra cosa diferente. Si queres algo, ser un idiota y pelotudo pone literalmente en peligro tu capacidad para conseguirlo". Sonrió. "Algunas sociedades hacen que la gente buena actúe como una mierda. Acá, creemos en hacer que la gente de mierda actúe bien".
Doblaron la esquina para entrar en un pasillo hasta que llegaron a una puerta cerca del final. Marcos se detuvo, metió la mano en el bolsillo y sacó una llave.
"Parece tan..." Agustín frunció el ceño. "No sé. Parece demasiado... utópico".
Estaba a punto de abrir la puerta, pero se detuvo, girándose para mirarlo.
"A ver, Corderito". Dijo, suspirando. "No digo que sea perfecto; no lo es. A veces las cosas no salen como queremos, y sí, los pelotudos siguen existiendo. A veces incluso consiguen lo que quieren, a pesar de todo. Es raro, pero la vida es demasiado complicada para que eso no ocurra nunca pero...". Se encogió de hombros. "No hay nada productivo en descartar algo porque suena 'utópico'. Tenes que creer que cosas mejores son posibles, o nada va a cambiar".
"Supongo". Agustín se frotó la nuca, mirándose los pies. "Me cuesta creer que todo esto funcione. Parece que hay muchas formas de que salga mal".
"Hay muchas formas de que algo salga mal". Marcos resopló. "El Infierno no es la única sociedad que es así. Un montón de sociedades humanas hicieron funcionar alguna variación de esta idea, y la mierda que un humano necesita para sobrevivir es mucho más particular de lo que es para los Demonios." Dijo. "Que no sea a lo que estás acostumbrado no significa que no funcione, y cualquiera que diga lo contrario no sabe de lo que habla".
Agustín suspiró. "Supongo que estoy esperando a descubrir cuál es el truco...".
Marcos guardó silencio un momento. Luego, "Veni acá". Le hizo un gesto a Agustín para que lo siguiera, y lo condujo hasta una ventana que había al final del pasillo. "¿Ves ese edificio de enfrente? ¿El de las paredes negras y sin ventanas?".
No fue difícil de encontrar. El anodino edificio se encontraba entre lo que parecía ser una cafetería de algún tipo y otro edificio de apartamentos.
"Um. ¿Sí?"
"Esa es la mazmorra sexual de la que te hablé." Dijo, luego señaló a la distancia. "Si entrecierras los ojos, podes ver el Amphilux desde acá. Es ese gran edificio circular, a la izquierda. ¿Lo ves?"
"... Si.." Respondió, su voz dos octavas más alta de lo normal, sus mejillas ardiendo. "¿Por qué?"
"Mira, para mí, veo estos lugares como una característica, no un error. Pero para vos, imagino que esto te causa algún nivel de angustia y quizas estrés." Se dio la vuelta y se dirigió hacia su puerta. Agustín permaneció arraigado en el lugar por un momento.
"Entonces, ese es el truco, Corderito: la gente en el Infierno es ampliamente conocida por tener algunas tendencias sexuales inusuales. Es decir, nadie te arresta por no coger en misionero."
Agustín escuchó el chasquido de la puerta que se desbloqueaba. Después de un momento, Marcos gritó, "¿Venis o qué?"
Respiró profundamente antes de seguirlo. Marcos estaba sosteniendo la puerta abierta, mirándolo con una ceja levantada, y la más mínima de las sonrisas. Agustín mantuvo la cabeza baja y se escabulló adentro. Marcos cerró la puerta detrás de ellos, y encendió la luz. Estaban en un pasillo corto, al final del cual había una sola planta en maceta. Todavía cargando su mochila, Agustín se quitó los zapatos, caminó hasta el final, giró la esquina y se congeló.
Era... muy bonito.
El pasillo conducia a una zona abierta sorprendentemente espaciosa. La sala de estar estaba delante de él -un sofá, un par de sillas, un televisor- y a su derecha estaba la cocina. Casi toda la pared trasera estaba compuesta por una larga ventana de vidrio curvada, las cortinas estaban a medio cerrar.
Escuchó que Marcos dejaba su mochila en el suelo, así que él también dejó la suya.
"Cachorro, esto es bonito".
Marcos resopló. "¿Por qué pareces sorprendido?".
Agustín se sonrojó ligeramente, apartando la mirada.
"Vamos. Te voy a dar un tour".
En realidad, no había mucho más que ver. Marcos le indicó el baño, le mostró un armario donde podía guardar sus cosas por el momento. Lo sacó al balcón, donde muchas plantas grandes y violáceas parecían crecer en un lateral, y otras estaban en macetas en las esquinas.
El último lugar que le mostró fue la habitación de Marcos, que estaba sorprendentemente ordenada y organizada, aparte de la cama king-size deshecha.
Sin pensarlo, Agustín preguntó: "Entonces, ¿duermo acá o...?".
La sonrisa como respuesta de Marcos hizo que Agustín se diera cuenta de su error.
"Bueno, pensaba sacar el sofá cama", dijo, con voz grave. "Pero si preferis dormir conmigo, seguro que eso también se puede arreglar, Cor-de-ri-to ".
Agustín casi estalló en llamas. Saltó hacia atrás, más allá del umbral del marco de la puerta donde Marcos estaba agarrado, riendo por lo bajo mientras lo miraba.
"Estoy bien... gracias".
Marcos se encogió de hombros, sin dejar de sonreír. "La oferta está sobre la mesa". Dio un pequeño salto, balanceándose desde lo alto del marco de la puerta y aterrizando justo delante de él con un suave golpe. "Con toda seriedad, sin embargo, sos bienvenido a dormir ahí ahora mismo. Voy a preparar el sofá cama y todo eso más tarde, pero por ahora, esto es más fácil".
"... ¿Y vos qué vas a hacer?"
"Necesito comer primero, pero después de eso, me tengo que ir"
Agustín asintió. "¿Adónde vas exactamente?"
"La academia." Él respondió. "Alguien de ahí creo que debería ver ese diario tuyo." Echó un vistazo sobre su hombro. "¿Tenes ropa para dormir?"
"Ah, sí. Yo traje todo. Pero, umm..."
Marcos levantó una ceja. "¿Sí?"
"¿Hay alguna forma de que pueda...bañarme, tal vez?" Preguntó. "Estoy... un poco sudoroso y asqueroso."
Marcos señaló hacia el baño. "Toallas bajo el lavabo."
"Gracias." Él sonrió.
Con eso, Agustín se dirigió al armario, agarró una muda de ropa antes de pasar al baño.
"¡Podes poner tu ropa en el cesto!" gritó Marcos desde la cocina.
"¡Gracias!" Respondió Agustín.
"¡Ah, y una cosa más, si usas el inodoro, aléjate cuando tires de la cadena!"
Agustín frunció las cejas. "¿Por qué?"
"¡Ya lo vas a ver!"
Frunció el ceño, con una sensación ominosa que se asentaba en su intestino mientras se encerraba dentro del baño, poniendo su ropa en la encimera antes de girar hacia el inodoro.
Lo primero que observó fue que no había ningún agüjero en el fondo. En su lugar, había dos agüjeros más pequeños, uno a cada lado, cerca de la parte superior de la taza. Era extraño, pero Agustín no estaba en condiciones de cuestionarlo. Tenía que ir.
Una vez que terminó, buscó la manija del lateral, pero se dio cuenta de que no había nada. Agustín parpadeó, perplejo, mientras miraba a su alrededor, hasta que finalmente vio un botón en el suelo, frente a él.
Tragó saliva y retrocedió unos pasos antes de acercar lentamente el pie al botón. Tras un momento de vacilación, Agustín tenso la mandíbula y lo apretó antes de perder los nervios.
Al instante, dos chorros de fuego salieron disparados de los agüjeros de los lados, hacia el interior de la taza. Agustín gritó y retrocedió contra la puerta, con el corazón latiéndole con fuerza. El fuego no duró mucho, pero durante varios segundos no pudo moverse.
Y a través de la puerta, Agustín pudo escuchar a Marcos partiéndose de risa, desde la cocina.
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Por suerte, la ducha de Marcos era normal, en el sentido de que dispensaba agua y no limpiaba las cosas con fuego.
Marcos estaba en el salón comiendo cuando salió. Se sentó en la silla frente a él con un suspiro. Marcos hizo una pausa a medio comer.
"¿Usaste mi champú?"
"Sí", dijo Agustín. "Lo siento, olvidé traer el mío. Debi preguntar".
"Eh, hace lo que quieras".
Silencio.
Agustín encontró su mente volviendo a su conversación anterior.
"¿Qué pasa si hay escasez de alimentos?" Preguntó impulsivamente.
Marcos se quedó paralizado y miró lentamente a Agustín. "¿De verdad queres que responda a eso?".
"Si, sino, no te lo habría preguntado".
"Bueno, genio". Se burló, tomando otro bocado, masticando y tragando. "Es lo que tiene ser un demonio, Corderito. Que hayamos descubierto cómo cultivar alimentos enriquecidos con pecado no significa que no podamos seguir alimentándonos de la manera antigüa".
Agustín arpadeó. "¿Eso significa que...?"
Marcos sonrió satisfecho. "En caso de apuro, siempre puedo cogerme a alguien y alimentarme de la lujuria que genera".
Estuvo a punto de atragantarse. "A-Ah."
"Sí. Ah."
Marcos mantuvo el contacto visual mientras se llevaba el tenedor a los labios y mordía lentamente.
Agustín apartó la mirada y carraspeó. "¿Tie...?" Jugueteó con el dobladillo de la camisa. "¿Tiene que estar dirigida a vos?".
Tarareó. "No". Se lamió los labios. "Pero sabe mucho mejor si es así".
Agustín tragó saliva. "..Ah.."
"Esa es la razón por la que el Amphilux sigue existiendo, Corderito. Eso y el hecho de que la gente está caliente, pero ya sabes". Agitó la mano sin sentido. "Si tenes hambre, podes pasarte por la puta orgía interminable que hay ahí abajo. Es como un buffet libre de degeneración. Es fantástico".
Agustín hizo una mueca. "Supongo que es... técnicamente una solución." Murmuró.
Marcos solo se rió, y ambos se quedaron callados otra vez.
Él suspiró, dejándose caer en su asiento. Agustín suponía que, si lo pensaba bien, no era la falta de un sistema monetario lo que le molestaba tanto como la falta de una supervisión evidente.
Se podría discutir sobre la naturaleza de las personas hasta el infinito, pero siempre existirían casos atípicos. No todas las personas son racionales. Seguramente tenía que haber alguien alrededor para imponer limitaciones. Tenía que haber algún tipo de jerarquía que controle a los demás. Eso es una sociedad.
...¿Qué no?
Agustín frunció el ceño. Se quedó sentado, mirando por la ventana el vasto y extraño paisaje urbano. La vista era extrañamente hermosa, en cierto modo aterradora. Aún estaba por determinar si el miedo se debía a que Agustín esperaba que la ciudad se derrumbara ante sus ojos o si era una mera reacción a su desconocimiento radical.
No podía evitarlo. Aunque el... asunto sexual... era ciertamente extraño e incómodo de pensar para Agustín, no era exactamente nuevo para él. Se lo esperaba, ¿pero esto? Esto era absurdo. Cosas así no existían en el mundo real. Era una de esas sociedades que parecen buenas sobre el papel, pero que no funcionan en la práctica.
Podía oír las palabras de Marcos resonando en sus oídos.
"Tenes que creer que cosas mejores son posibles, o nada cambiará nunca", le había dicho.
No es que Agustín no creyera que fuera posible hacer cosas mejores; lo creía. Pero para él, "cosas mejores" significaba cosas como expectativas más claras y menos restricciones en el entrenamiento entre los Ángeles de nivel inferior, no... lo que fuera esto.
Agustín nunca pretendió derribar las cosas y reconstruirlas desde cero. No pretendía una revolución. Sólo quería arreglar las cosas. Quería una reforma.
Pero mientras ese pensamiento pasaba por su mente, una voz en su interior soltó una risa sin gracia.
¿Reforma? carcajeó. Después de todo lo que aprendiste, ¿aún crees que este sistema puede reformarse?
El Cielo, en su estado actual, no es como Dios querría que fuera, discutió consigo mismo.
Agustín apretó los dientes y los puños para poner fin a sus oscuras cavilaciones. Pero antes de que pudiera cortarlas por completo, un último pensamiento se abrió paso a través de la grieta; un pensamiento vil y pesado en el registro más bajo de su conciencia.
¿Y si no es un accidente? le preguntó.
¿Y si el sistema funciona exactamente como estaba previsto?
"Corderito, ¿estás bien?"
Agustín levantó la vista de repente, y se encontró con Marcos mirándolo fijamente, con una ceja levantada, el tenedor flotando delante de su boca.
"S-Sí, ¡obvio! ¿Por qué?" Marcos miró hacia abajo y luego hacia arriba. Agustín siguió su mirada y se dio cuenta de que se había hecho un agüjero en la camisa. "¡Ah!" La soltó, como si se hubiera quemado.
Marcos respiró hondo y exhaló. "Mira, Corderito." Comenzó. "Es muy complicado, ¿Si? Obviamente hay mucho más. Más de lo que puedo explicar en este momento" Señaló hacia él con su tenedor. "Todas las preguntas que tenes zumbando en esa cabeza tuya tienen respuestas, pero por ahora, vas a tener que confiar en mí."
Agustín sintió en silencio, y Marcos volvió a comer. Se giró y miró hacia el cielo, y aunque trató de sacárselo de la mente, no pudo calmar la sensación de un presentimiento dentro de él.
El otro zapato iba a caer pronto.
La única pregunta era cuándo.
Agustín escuchó un trueno justo antes de que empezará a llover. Casi de inmediato, un gran aparato negro parecido a un paraguas se desplegó en el balcón de Marcos, protegiendo las plantas. Agustín observó, hipnotizado, cómo empezaban a aparecer estructuras similares por toda la ciudad.
Su ceño se frunció. "¿Por qué están... haciendo eso?". Entrecerró los ojos. "¿La lluvia no es buena para las plantas?".
Marcos tomó otro bocado, se tomó su tiempo para masticarlo antes de tragar y ponerse de pie. Sin palabras, le hizo señas a Agustín para que se acercara a la ventana y luego señaló la calle.
Los ojos de Agustín se abrieron de par en par al ver el humo que se elevaba del suelo, dondequiera que la lluvia golpeara.
"Ácido sulfúrico concentrado".
"¡¿Llueve ácido sulfúrico?!".
Marcos se encogió de hombros, con una expresión despreocupada y casual. "Siempre hay un cincuenta por ciento de probabilidades. La mitad de las veces es lluvia normal. La otra mitad... bueno". Señaló el mundo exterior."Esto".
Se sentó y siguió comiendo como si no pasara nada. Agustín, por su parte, se acercó más, casi pegándose a la ventana mientras contemplaba la calle. Sus ojos se posaron en lo que parecía ser un trozo de fruta, abandonado en la carretera, y observó, paralizado, cómo la lluvia la reducía gradualmente a un lodo negro y humeante.
"Es más común en esta época del año". dijo Marcos, con la boca llena, por como sonaba. "La mayoría de las plantas autóctonas pueden sobrevivir. Las que fueron cultivadas de forma artificial, no tanto... por eso las cubiertas automáticas".
"Cachorro, esto es una locura".
Marcos resopló. "Te dije que el clima era una basura". Se levantó, llevando su plato vacío a la cocina. Cuando volvió, se colocó de nuevo al lado de Agustín. "Por suerte, no suele durar demasiado. Claro que hay que tener cuidado un rato después de que pase. Los vapores pueden enfermarte".
Agustín apartó por fin los ojos de la ventana. "¿Y entonces qué?" Frunció el ceño. "¿Simplemente estás... atrapado en casa durante las próximas horas?".
"No." Marcos se burló. "Esto es el infierno, Corderito. ¿Crees que no sabemos manejar un poco de lluvia ácida?".
Se dio la vuelta y se dirigió al armario, abriendo la puerta con todo el dramatismo de un presentador de concurso revelando un premio.
Ahí, colgados dentro, había un par de impermeables, botas y paraguas, todos aparentemente hechos del mismo tipo de material de goma resistente. Del perchero de la parte trasera de la puerta colgaban dos máscaras respiradoras de color negro. Sonriendo, Marcos agarró una y se colocó la máscara en la cabeza. A continuación se calzó las botas, siguió con el impermeable y finalmente blandió un paraguas con el que apuntó a Agustín como si fuera una espada.
"Soy imparable". proclamó Agustín, con la voz amortiguada. Agustín no pudo evitar volver a mirar por la ventana, al montón de lodo negro. Tragó saliva.
"Bienvenido al infierno, Corderito".
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Marcos se fue poco después, vestido de pies a cabeza con un grueso equipo de protección. Le hizo prometer a Agustín que se iría a dormir apenas se le secará el cabello, y se fue con una última amenaza de despedida:
"Si vuelvo acá y te encuentro despierto, te voy a poner personalmente a dormir".
Y así, Agustín se dirigió a la habitación de Marcos y cerró la puerta suavemente tras de sí. Se quedó quieto un momento, mirando la cama como si pudiera esperar que lo atacará. Luego negó con la cabeza y fue a sentarse cautelosamente en el borde. Parecía bastante cómoda, pero...
"¡Eep!" Sintió que algo le tocaba el pie y, por reflejo, se subió al colchón. "¿Pero qué...?"
Con la mirada fija en el suelo, observó cómo se desplazaban las sombras, y entonces emergió una criatura. Era un gato negro, y después de salir, el gato se volvió para mirarlo con curiosidad. Rápidamente quedó claro que no se trataba de un gato normal, siendo las diferencias más obvias que este gato tenía dos colas, y un tercer ojo situado entre los otros dos.
¿Un gato infernal?
"Um." Agustín parpadeó varias veces. "Hola..."
El gato maulló, luego se dio la vuelta y corrió hacia un árbol para gatos que había en una esquina de la habitación. Agustín no sabía cómo no se había dado cuenta de su presencia hasta ese momento. El gato saltó y trepó, acurrucándose en la plataforma más alta.
"Bueno, está bien entonces..." murmuró Agustín.
No sabía si era seguro. Hasta donde él conocía, las criaturas del Infierno no tenían la capacidad de corromper a los Ángeles a través del tacto, pero era más una laguna en su conocimiento que algo seguro.
Pero el Cachorro me habría dicho si esto era peligroso, ¿verdad?
Aunque puede que él no lo sepa. Probablemente no haya muchas oportunidades de averiguar algo así...
Agustín se mordió el labio, deslizándose bajo las sábanas. Aun así, si hubiera alguna posibilidad, seguro me habría avisado.
Con ese último pensamiento, se acostó y se removió hasta que se sintió cómodo, enterrando su cara en la almohada, respirando el dulce aroma ahumado.
Huele como el Cachorro, pensó para sí mismo, sonrojándose un poco cuando se dio cuenta de que le gustaba. Agustín tiró de las sábanas sobre su cabeza y se acurrucó en una bolita, envolviendo sus brazos alrededor de la almohada mientras se acomodaba más cerca.
Había estado completamente preparado para pasar las siguientes horas luchando por conciliar el sueño, pero cuando se quedó ahí, envuelto en el olor de Marcos, se encontró en el mundo de los sueños en cuestión de minutos.
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Agustín se despertó con la sensación de algo retumbante en el pecho, y cuando abrió los ojos, vio a Marcos encima de él, inclinado sobre el borde de la cama. " Hora de levantarse".
Parpadeó un par de veces, aclarándose la vista.
"Cachorro...", murmuró. Arrugó la frente. Marcos no hablaba, pero seguía sintiendo la misma sensación retumbante. "¿Qué...esta pasando?" preguntó. No sabía muy bien cómo explicar aquella sensación; sólo esperaba que Marcos supiera a qué se refería. Por la forma en que sonreía, parecía que sí.
"Bueno, a Triplet le gustas, supongo".
Sintió movimiento en el pecho, y sólo entonces se dio cuenta de que el gato estaba ahí acurrucado. Marcos levantó al gato, haciendo que le mordiera el pulgar.
"¡Ay!" Hizo un leve gesto de dolor, y luego chasqueó la lengua. "Te voy a dar de comer". Soltó al gato, permitiéndole salir de la habitación.
"Espera", Agustín parpadeó. "¿Tu gato se llama Triplet?".
"Sí."
Agustín tragó saliva. "Como si.."
"Sip", repitió haciendo sonar la 'p'. "Pero si aún no sabes mi 'trágica historia de fondo', suelo decir que es porque tiene tres ojos". Marcos resopló.
Agustín sonrió suavemente y se sentó en la cama. Bostezó. "¿Qué hora es?"
"Un poco después de las seis". Contestó. "Me imaginé que estarías durmiendo un rato, así que hice un par de tareas que tenia pendientes, entonces...".
Se oyó un crujido procedente del salón que hizo que Marcos abriera inmediatamente los ojos.
"¡Eh!" Gritó, dando rápidas zancadas hacia la puerta. "¡Salí de ahí!" Triplet maulló, y Marcos regresó un segundo después, justo cuando Agustín se levantaba.
"¿Qué fue eso?"
Puso los ojos en blanco. "Es que siempre quiere joder con la planta de habanero. Por eso mantengo las puertas cerradas cuando salgo. No sé por qué le interesa tanto". Suspiró. "Voy a ir a darle de comer".
Agustín asintió, siguiendo en silencio a Marcos fuera de la habitación. Cuando pasaron por la sala de estar, Marcos dijo: "Por cierto, ya te preparé el sofá cama". Hizo un gesto perezoso señalandolo.
"¡Gracias!"
"Mm."
Lo siguió hasta la cocina. Se apoyó en la mesada, observando en silencio como Marcos acaba un recipiente de la heladera, con Triplet pisándole los talones. A Agustín le hubiera preocupado pisarla, pero parecía que Marcos estaba acostumbrado.
"¿Dormiste?" Preguntó, poniendo un pequeño cuenco de comida sobre la mesada.
"¡Ah! Um, sí", dijo Agustín. "Dormi bien. Tu cama es muy suave".
Marcos lo miró por encima del hombro, sonriendo. "Es bueno saberlo", le dijo. La sugerente insinuación decayó al instante cuando Triplet intentó morder la cuchara que sostenía. "¡Che!", espetó, apartándola. Murmuró algo inaudible en voz baja y recogió la comida en el plato, luego lo dejó en el suelo.
"Hablé con Nexus" dijo Marcos "le dije que estaríamos mañana cerca de las nueve".
"¿Nexus?"
"Es la persona cuyo trabajo es coordinar entre las diferentes secciones de los militares." Dijo.
Agustín frunció el ceño. "Creía que no tenían rangos".
"Nexus no es un rango". Dijo. "No tienen poder sobre sus secciones. Sólo hace que la comunicación sea más eficiente".
"Mmm..." Agustín murmuró. "¿Entonces de qué sirve dárselo?".
"Bueno, suelen ser los primeros en saber cuándo sucede algo con otros segmentos. Es solo una forma más rápida de difundir información".
"Ah...", se interrumpió. "Bueno, ¿cuánto crees que van a tardar en mover la ficha, por asi decirlo?".
Marcos se apoyó en el mostrador. "Es difícil de decir". Dijo. "Aunque mañana vamos a tener una idea mejor y más clara".
Agustín frunció el ceño, su ritmo cardíaco se aceleró.
"Pero... Pero tenemos que actuar rápido". Su ceño se arrugó. "Beto, él está..."
"Corderito", suspiró. "Lo entiendo. Pero trata de tener un poco de perspectiva. Básicamente estás hablando de invadir el cielo. Sólo entrar ya es un gran obstáculo. Irrumpir ahí sin un plan sería un desperdicio de inteligencia en el mejor de los casos, y un suicidio en el peor".
Agustín tragó saliva. En algún lugar, en el fondo de su mente, comprendió que Marcos tenía razón. Pero no significa que estuviera menos ansioso.
Tras un momento de silencio, Marcos dio otro paso hacia él. "Hay un lugar al que quiero llevarte".
Agustín parpadeó, mirándolo. "¿Esta noche?"
"Mm. Si tenes ganas". Contestó. "Creo que te vas a sentir mejor".
"¿Por qué?"
Marcos sonrió. "Es una sorpresa".
Agustín enarcó una ceja, pensándo. Al final, asintió. "Dale".
"Buenísimo" Se oyó un crujido en el salón, y Marcos se giró de inmediato. "¡Triplet, mierda no!"
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Unos veinte minutos después, Agustín escuchó un pequeño maullido desde el interior de la habitación de Marcos. Llegó justo a tiempo para ver a Triplet sentada en el borde de la cama de Marcos, mientras se inclinaba y la besaba en la parte superior de la cabeza. Agustín rápidamente se alejó de la puerta, y segundos después Marcos salió.
"¿Y esa sonrisa?"
"Nada." Contestó Agustín aún sonriendo.
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El viaje en tren duró unos diez minutos, y cuando llegaron a su destino, eran aproximadamente las siete menos cuarto.
Por fuera, era un edificio parecido al de Marcos, aunque el diseño interior era mucho más tradicional. Tras un corto trayecto en ascensor y unos pasos más tarde, estaban ante una puerta roja de madera.
Marcos llamó y esperaron. Un momento después, la puerta se abrió y apareció una cara conocida.
"¿Nico?" Agustín se animó.
¿Eso significa que...?
Su pulso se aceleró, y comenzó a moverse, su peso iba de ida y vuelta entre sus pies con anticipación.
"¡Ah, Corderito!" Nico dio una amplia sonrisa. "¡Es tan agradable verte de nuevo!" Se volvió hacia Marcos. "¡ Y a Marcos! Así que lograste tentarlo, ¿eh? Buen trabajo!!"
Marcos levantó una ceja. "No del todo." Agustín se tensó mientras sentía los dedos enguantados de Marcos contra la parte posterior de su cuello, desenganchando hábilmente el artificio.
Los ojos de Nico se abrieron. "¡Wow! Estoy confundido, pero de alguna manera esto es aún más impresionante"
Marcos resopló, dejando caer el artificio en la palma abierta de Agustín. "Te lo explicaré más tarde."
¡Esta bien, más tarde entonces!" Sostuvo la puerta abierta "Bueno, ¡Pasen! Creo que hay alguien a quien le gustaría mucho verte".
Agustín asintió rápidamente y pasó por debajo de su brazo. Corrió por el pasillo y dobló la esquina para entrar en una habitación más grande. Por detrás, vio una cabeza familiar de pelo negro, y no pudo evitar que las lágrimas brotaran.
Sofia estaba sentada en el sofá, con una taza de té en una mano y un libro abierto en la otra. Sólo estaba parcialmente cambiada y era extraño verla sin sus alas. Levantó la vista cuando entró Agustín.
"¿Agustín?" Soltó el libro y dejó la bebida en el suelo, casi derramándola en el proceso.
"¡Sofia!" Agustín corrió hacia ella, activando su barrera protectora mientras la rodeaba con los brazos. Tras un segundo de shock, Sofia le devolvió el abrazo. "¡Qué alegría verte!". Empezó a moquear, sentándose en el sofá a su lado cuando finalmente se apartó. "¿Estás bien?"
Sofia sonrió, cálida, contenta y genuina de una manera que Agustín nunca había visto antes.
"Sí". Respondió en voz baja. "Extraño a todo el mundo, pero... en general, estoy muy bien y me siento mejor".
Agustín esbozó una sonrisa vacilante, asintiendo mientras se secaba los ojos. "Me alegro mucho".
"Pero, ¿qué haces acá?".
Agustín abrió la boca, pero no salió ningún sonido. Se frotó la nuca. "Es... complicado." Murmuró. "Supongo que la respuesta corta es... Me estoy escondiendo?"
Sofia ladeó la cabeza. "¿Del Consejo?"
Asintió. "Es... una larga historia".
Sofia se limitó a mirarlo expectante. Agustín suspiró. Supongo que no hay más opcion.
Se mordió el labio, meditando sus palabras un momento antes de respirar hondo y empezar. Hizo todo lo que posible para simplificarlo, y Sofia se quedó sentada, asintiendo lentamente. No parecía especialmente sorprendida por nada de lo que Agustín tenía que decir hasta que llegó a la parte de la teoría de Beto, momento en el que enarcó una sola ceja y le dijo: "Bueno, eso es bastante exagerado, pero no se me ocurre una explicación mejor de cómo vos conseguiste llegar hasta acá sin caer".
Agustín se sintió vagamente menospreciado por el comentario pero no quiso pensarlo.
"Sí", rió torpemente.
Sofia sorbió su té.
Unos minutos después, Marcos entró, seguido de Nico, y fijó su mirada en Sofia. "Así que está es la piba de la que tanto hablaste".
Sofia lo saludó, tomando otro sorbo. "Supongo que vos sos el 'Cachorrito' ".
"Marcos Ginocchio". Miró a Agustín. "Le hablaste de mi ¿eh?".
Agustín se sonrojó ligeramente. "Bueno, en realidad no es gran cosa, Cachorro". Murmuró, frotándose la nuca. "Pero... siento no haberte hablado de él antes".
Sofia parpadeó. "¿Por qué iba a esperar que me hubieras hablado de él?". Ladeó la cabeza. "Teniendo en cuenta los problemas en los que podrías meterte si esto llegara a oídos del Consejo, habría sido una imprudencia y una idiotez, Agustín".
Marcos soltó una carcajada.
"Entendido". murmuró Agustín, sonriendo suavemente.
Sofia volvió a llevarse la taza de té a los labios, sorbiéndola ruidosamente.
"Entonces..." Agustín se aclaró la garganta. "¿Qué estuviste haciendo?".
"¡Sofi está aprendiendo magia!" intervino Nico.
"¿Ah, sí?" Agustín se sentó más erguido. "¿De qué tipo?"
"Aún no lo decidi". Contestó. "Estoy pensando en Ira o Pereza... o posiblemente en ambas".
"¿Doble clase?" Marcos resopló. "¿En serio?"
"Sofia aprende rápido. Deberías verla". Dijo Nico. "¡Es súper talentosa y apasionada!"
"Ah, sí." Marcos comentó con un tono aburrido. "Esta piba de acá. Wow, una pasión extraordinaria".
"¡Cachorro!"
Sofia parecía completamente imperturbable. "Es principalmente por la enseñanza. Hace las cosas muy... intuitivas, supongo".
"La ira y la pereza es una combinación extraña, sin embargo." Dijo Marcos. "El objetivo de la doble clase suele ser poder usar distintos tipos al mismo tiempo". Enarcó una ceja. "No podes hacer eso con Ira y Pereza".
"Disculpa", intervino Agustín. "Sé cómo funciona Ira, pero...". Se rascó la cabeza. "¿Qué es Pereza, exactamente...?".
"Enfriamiento." Contestó Sofia. "Los Demonios de la Pereza pretenden bajar la temperatura de sus almas por debajo de los niveles de congelación."
"Lo que es inherentemente incompatible con el calor." Marcos se aburrió. "¿Dónde está el beneficio?"
"¡Bueno, es como si pudieras usar Ira para quemar cosas!" Nico saltó. "¡No hay ninguna razón por la que los demonios perezosos no puedan usar sus poderes para congelar las cosas de la misma manera!"
Marcos parpadeó. "Nico, la razón por la que puedo quemar mierda es por las técnicas especiales de movimiento que se desarrollaron específicamente para la magia de la ira. La magia de la pereza no implica nada de eso."
"Aunque no hay razón aparente por la que no pueda hacerlo." dijo Sofia "Las técnicas de movimiento relacionadas con la compresión no son incompatibles con Pereza."
"¡Exactamente!" Dijo Nico. "Y si puede moverse y congelarse simultáneamente, ¡entonces debería poder congelarse con el tacto!".
Una expresión de reconocimiento apareció en el rostro de Marcos. "Ahh, ahora te entiendo".
"Inteligente, ¿No?"
"No sé". Marcos sonrió. "Pero probablemente no sea la cosa más tonta que escuché".
"¡Es un gran elogio, viniendo de vos!"
"Aja." Marcos resopló. "Ya deberíamos irnos".
"Ah, ¿A dónde van?" Preguntó Agustín.
"¡Vamos a buscar la cena!" Dijo Nico.
"No deberíamos tardar más de veinte minutos". Marcos se encogió de hombros. Miró a Agustín, lanzándole una sonrisa burlona. "Hasta luego, Cor-de-ri-to".
La forma en que pronunció su nombre hizo que Agustín sintiera calor en la cara.
"B-bueno." Agustín respondió. "¡Hasta luego, Cachorro!"
Nico y Marcos salieron de la habitación. La puerta principal se cerró tras ellos, dejándolos solos en el silencioso salón. Cuando Agustín levantó la vista, encontró a Sofia mirándolo fijamente con un sutil brillo de diversión en los ojos.
Agustín parpadeó rápidamente. "¿Qué?"
"Nada."
"Sofia."
"Me preguntaba por tu relación con Marcos". Dio un sorbo a su té. "¿Están juntos o algo así?"
Un ruido agudo salió de la garganta de Agustín. "¡No! Claro que no!"
"¿Ah, sí?" Frunció el ceño. "Supongo que lo interprete mal, entonces. Lo siento."
Agustín vaciló, sintió una punzada de culpabilidad en el pecho.
"No, está bien, es que...". Hizo una mueca. "Osea, no te equivocas... ¿Supongo? Es que..." Suspiró. "Es que realmente no sé... lo que somos".
"¿Qué queres decir?" gimoteó Agustín, tapándose la cara con las manos.
"No tenemos por qué hablar de eso si te incomoda".
"¡No, no!" Agustín agitó las manos. "Es que... no sé". Exhaló pesadamente.
Por un momento, todo quedó en silencio. Sofia se llevó de nuevo la taza a los labios, sorbió ruidosamente el té y lo depositó en un posavasos con un suave tintineo.
"Él... se burla mucho de mí". dijo finalmente Agustín, mirando al suelo.
"...¿Se burla de vos?"
"¡No!", dijo inmediatamente. "¡Quiero decir, sí! Quiero decir..." se encogió de hombros. "¿Algo así...?"
"Agustín, me cuesta seguirte".
Agustín se mordió el labio. "Espera, déjame..."
Respiró hondo y exhaló lentamente, tomándose un momento para ordenar sus pensamientos.
"El Cachorrito es... muy coqueto", dijo finalmente. "Al principio, pensé que sólo lo hacía para avergonzarme. Y... hace muchas bromas inapropiadas. Pero luego..." Se frotó la nuca. ".......¿nunca dejó de hacerlo?"
"¿Eso te incomoda?"
"Sí.
"¿Queres que pare?"
"Sí.." Se mordió la lengua. "...No."
"Interesante." Sofia inclinó ligeramente la cabeza. "¿Te sentis atraído por él?"
La cara de Agustín se volvió increíblemente más roja y caliente. "Yo... ¿creo que sí?". Se rascó la cabeza. "Es...sé que es atractivo".
"¿Pero te emocionas o excitas cuando estás cerca de él? ¿O cuando pensas en él?"
Agustín rodeó su cabeza con los brazos, retorciéndose. "¡No sé! ¿Cómo voy a saber algo así?".
Sofia cerró los ojos, terminó lo que quedaba de su té y lo dejó ligeramente sobre la mesita que tenían adelante. "Un momento".
Se levantó, desapareció en la cocina y, un momento después, regresó con una tetera y una segunda taza. Sin preguntar, dejó la taza delante de Agustín y le sirvió el té antes de rellenar la suya.
"Gracias". Agustín sonrió. Sofia asintió, agarró la tetera y regresó una vez más. Se sentó junto a Agustín y tomó un sorbo de su taza de té recién hecha.
"Cuando Nico me besa, la temperatura de mi cuerpo aumenta. Siento su tacto de manera más intensa, y quiero que me toque más". Dijo, su tono indiferente. "Ocurre algo parecido cuando me susurra al oído, pero es mucho más repentino. Como una ola de calor cayendo de golpe". Se encogió de hombros. "¿Alguna vez te sentis así con Marcos?".
Durante un minuto, Agustin no pudo hablar. Conocía a Sofia lo bastante bien como para no escandalizarse por su franqueza, pero el tema en cuestión parecía anular eso. Se sonrojó y se acurrucó un poco.
"Bueno yo..."
Los recuerdos inundaron en su mente, cada dichosa interacción que había tenido con Marcos haciéndose evidente. Imágenes de Marcos sujetándolo, ya sea físicamente, o simplemente con su mirada. Los elegantes dedos de Marcos envueltos alrededor de una manzana, presionados contra sus labios. La lengua de Marcos arrastrándose por la palma de un guante de látex. Esos ojos verdes y brillantes, esa maldita sonrisa suya. Su forma de comportarse, juguetón, arrogante. Siempre un poco más cerca de lo que necesitaba estar, su voz profunda y dulce, resonando dentro de Agustín.
Cada movimiento que hacía Marcos era una oferta implícita, burlándose de la posibilidad de algo más. Y cuando lo miraba de esa manera, le hablaba de esa manera, se acercaba a él de esa manera, todo lo demás desaparecía.
Agustín tragó, contemplando la mejor manera de decirlo. "Cuando te sentis de esa manera..." Él comenzó, "¿alguna vez se siente como... ¿Cómo si no pudieras sentir nada más? Como si todo lo demás fuera... ¿ruido de fondo?".
Sofia parpadeó. "Sí." Respondió. "Me quedó atrapada en el momento."
Agustín se mordió el labio, asintiendo lentamente. Finalmente tomó su taza de té y tomó un sorbo.
"¿Es así como Marcos te hace sentir?"
"A veces."
"¿Eso te asusta o te parece que no es suficiente?"
"... ¿Sí?"
Los labios de Sofia se arrugaron en una sonrisa. "Bueno, ahí está tu respuesta, supongo." Se encogió de hombros. "¿Qué vas a hacer al respecto?"
La mente de Agustin quedó en blanco, aparte del sonido de esas palabras que resonaban dentro de su cráneo.
Hacer algo al respecto?
Hacer algo al respecto?!
"Eeeh... yo..." Entrecerró los ojos. "¿Tengo que hacer algo al respecto...?".
Sofia levantó la vista pensativa, tarareando. "Supongo que no. Pero si sentis algo por él y parece mutuo, ¿por qué no?".
Frunció el ceño. "Porque soy un ángel, Sofia".
"Yo también, y sin embargo". Señaló sus cuernos y su cola.
Agustín se movió nervioso en el sofá.
En un esfuerzo por desviar la atención, preguntó: "¿Cómo es estar con Nico?".
Sofia parpadeó varias veces. "Bueno, no pasó mucho tiempo, pero hasta ahora va bien". Dijo, agarrando de nuevo su té. "Es agradable y entretenido. Es muy entusiasta con casi todo lo que me gusta, demuestra que se preocupa".
Agustín asintió. "Imagino que es muy importante sentir que tu pareja se preocupa por tus intereses".
Sofia tomó una largo sorbo de su té.
"También tiene una pija grande. Así que eso también suma, supongo".
Agustín casi se atraganta con su propia saliva. "¡¿Cómo sabes eso?!".
Sofia le lanzó una mirada extraña. "Porque se la vi, Agustín". Le dijo. "¿Vos no le viste la pija a Marcos ?".
"¡¿En qué circunstancias tendría esa oportunidad?!". Espetó Agustín
Se encogió de hombros. "Meando, supongo".
"Bueno, nunca vi mear al Cachorro así que no tengo forma de saber lo... grande... que es".
"No te pregunté que tan grande es". Dijo Sofia. "Sólo te pregunté si la habías visto".
La cara de Agustín ardía con todo el calor de mil soles.
Sofia continuó. "Hay otras formas de medir ese tipo de cosas. Ciertos tipos de pantalones." Se encogió de hombros. "Obviamente no lo conozco bien, pero por lo que usa, parece que tiene una bastante ancha. ¿Lo viste sentado con las piernas cruzadas?"
"Yo... no... sé...?"
Se encogió de hombros. "Bueno, en cualquier caso, tómalo con humor. La mayoría de esto solo funciona si es una shower, como dicen."
"Una qué?"
"Los shower son chicos cuyas pijas no se hacen significativamente más grandes cuando están duras. Los growers son todo lo contrario."
Agustín respiró fuerte y cerró los ojos. Levantó los dedos hacia sus sienes, masajeándolos lentamente en pequeños círculos. "¿Por qué pones estas cosas en mi cabeza?"
Sofia frunció el ceño. "Supuse que ya lo habías pensado antes, ya que te sentis atraído por él". Contestó. "¿Nunca pensaste en tener sexo con él?".
Ya está. Agustín iba a morir.
Otra vez.
Ahí mismo, en el Infierno.
Durante un rato, se quedó sentado, ardiendo en silencio. Su mente estaba vacía y a la vez acelerada.
Alrededor de un minuto después de su confusión silenciosa, Sofia habló de nuevo. "Lo siento, no quería...". Se interrumpió un momento, con una mueca. "Supongo que es porque ahora puedo hablar libremente. Nunca me había dado cuenta de lo que me costaba filtrar todo lo que decía hasta que ya no necesité hacerlo". Pasó el dedo por el borde de la taza de té, frunciendo el ceño. "Y supuse que estaba bien, dado lo que dijiste sobre la teoría de Beto, pero...". Vaciló. "Debo tener cuidado de no exagerar. No quiero ofenderte".
¿Ofender?" frunció el ceño Agustín. "¡No, no te preocupes! No es nada de eso, Sofia. Está bien, es que yo..."
No sé cómo responder a esa pregunta.
Tragó.
Había una parte de Agustín, en algún lugar de su mente, que reconocía que las burlas de Marcos nunca habían sido neutrales. Obviamente no lo eran. ¿Cómo podría no saberlo?
Pero durante su época de Ángel, había aprendido a compartimentar las cosas. Había aprendido a archivar las cosas separadas de su contexto, a construir muros entre las distintas cosas en las que creía, para no tener que lidiar con las consecuencias de que se superpusieran. Aunque nunca lo pensó en términos tan claros, lo cierto es que era más fácil sobrevivir como Ángel si se mantenían barreras claras para detener ciertos trenes de pensamiento antes de llegar a algún tipo de contradicción o, peor aún, a una síntesis peligrosa.
En una célula de la mente de Agustin, guardaba la forma en que Marcos le hablaba, la forma en que lo miraba.
En otra, guardaba las implicaciones de que le hablaran así, de que lo miraran así.
En una célula de su mente, guardaba su atracción por Marcos, la forma en la que lo hacía sentir.
En otra, guardaba los deseos a los que conducirían esos sentimientos. En otra más, almacenaba las acciones que podrían construirse a partir de esos deseos.
No era algo que hiciera conscientemente; era un instinto. Un reflejo que había desarrollado hace mucho tiempo y en el que le resultaba muy cómodo no pensar.
...Tal vez era hora de que lo pensará.
Agustín respiró hondo y abrió la boca, pero antes de que pudiera pronunciar alguna palabra, la puerta principal se abrió y los pensamientos volvieron a hundirse en lo más profundo de su mente
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Eran las diez y media cuando volvieron. Inmediatamente después de que llegarón, Marcos refunfuñó algo sobre la necesidad de ducharse y desapareció en el baño, y Agustín quedó solo.
Después de haber dormido todo el día, aún no estaba cansado. Rebuscó en su mochila hasta encontrar su té de fuego, y se dirigió a la cocina, con el único ruido de fondo el agua de la ducha al correr.
El Cachorro está desnudo ahí dentro, le dijo su mente, violentamente inútil.
Negó con la cabeza y se concentró en encontrar una tetera. Una tarea que se volvió imposible incluso después de que la ducha se hubiera apagado. Supongo que voy a tener que preguntarle.
"¿Cachorro?" Llamó. "¿Tenes una tetera en algún lugar?"
"Debajo de la cocina". respondió Marcos.
Agustín frunció el ceño. "¿No la veo?".
Tras una pausa, Marcos gritó: "Está bien. Espera un toque".
Agustín escuchó abrirse la puerta del dormitorio y, un minuto después, se cerró. Marcos entró un momento después.
Agustín empezó a girarse hacia él. "Lo siento, es que no puedo...".
En cuanto lo vio, las palabras se le quedaron atoradas en la garganta.
Marcos estaba ahí de pie, con el pelo húmedo y una pequeña toalla roja colgada del cuello. Llevaba un pantalón de chándal gris.
Y nada más.
Su piel estaba seca, excepto por unas pocas gotas perdidas, y la escasa luz de la cocina de Marcos proyectaba sombras a lo largo del contorno de sus músculos. El pantalón le llegaba a los tobillos y le colgaba de las caderas. Los ojos de Agustín se desviaron un poco hacia abajo y, durante unos segundos, su cerebro dejó de funcionar.
Marcos no llevaba ropa interior, eso era seguro. Por supuesto, tenía sentido: tenía prisa, pero saber eso no ayudaba a calmar la agonía existencial que rugía en la cabeza Agustín.
Se le vino a la mente el comentario de Sofia sobre los showers y los growers.
...Agustín esperaba que Marcos fuera de los primeros.
Salió de su trance al oír la voz de Marcos.
"Corderito."
Agustín levantó la vista. Marcos estaba sonriendo, sus ojos brillaban. "¿Buscas algo?"
Las mejillas de Agustín se encendieron tan rápido que empezó a sudar. Inmediatamente desvió la mirada, con los ojos desorbitados, mirando cualquier cosa menos a Marcos. "T-Tetera", dijo, con la voz dos octavas demasiado alta. "N-no puedo..."
Marcos avanzó hacia él, deteniéndose justo delante. Agustín contuvo la respiración, mirándolo a la cara, fijándose en el brillo divertido de sus ojos.
"La cocina, Corderito".
"...¿Qué?"
Enarcó una ceja. "Estás parado delante de la cocina y los cajones".
"Ah..." respiró. Y entonces, finalmente, su cerebro se reinició. "¡Ah! ¡Cierto, lo siento!" Se apresuró a apartarse, permitiendo el acceso a Marcos. El Demonio abrió los cajones y se puso en cuclillas. Metió la mano, apartando ollas y sartenes, y cuando encontró la tetera, se levantó y se la entregó. Agustín murmuró un torpe "gracias" y se acercó al lavaplatos para llenarlo de agua.
La dejó sobre la hornalla y agarró el infusor de té. Pero sus manos temblaban y acabó dejándolo caer, haciendo que rodara detrás de la heladera.
Agustín gimió y apretó los dientes mientras se arrodillaba y se esforzaba por alcanzarlo. Al final lo consiguió, pero tardó un momento. Y durante toda la odisea, Marcos no había dicho ni una palabra. Con un suspiro, volvió a ponerse en pie y giró sobre sí mismo, sólo para encontrarse a Marcos apoyado de espaldas en el lavaplatos, justo detrás de él, mirándolo fijamente con ojos oscuros y labios húmedos, y algo más que Agustín no alcanzaba a comprender.
"¿Qué?"
"Nada..." Canturreó Marcos, con esa característica burlona que parecía sugerir que se trataba absolutamente de algo.
Aun así, Agustín pensó que lo mejor sería no insistir, sobre todo después del desliz que había cometido unos minutos antes. Se dirigió hacia el lavaplatos, con la intención de lavar el infusor, pero cuando se detuvo frente a Marcos, este no se movió. Se quedó ahí, con los brazos extendidos a ambos lados, los dedos agarrados a los bordes de la mesada, bloqueando el lavaplatos por completo.
Agustín levantó la vista, encontrándose con su mirada brillante.
"¿Sí?" Marcos sonrió satisfecho.
"Estás. ..". Tragó saliva. "Estás bloqueando el lavaplatos".
Marcos canturreó y, al cabo de un momento, se encogió de hombros y se hizo a un lado, permitiéndole enjuagar el infusor. Permaneció ahí, junto al lavaplatos, durante los siguientes minutos. Pero en el momento en que Agustín le dio la espalda y empezó a guardar el infusor de té...
"¿Qué es eso?" La voz de Marcos estaba mucho más cerca de lo que esperaba.
Agustín chilló, su cuerpo se estremeció antes de mirar por encima de su hombro con el ceño ligeramente fruncido.
"¡No hagas eso!"
"Lo siento", dijo Marcos, pero estaba sonriendo. Agustín puso los ojos en blanco.
Suspiró, volviendo a su trabajo. "Es té de fuego". Murmuró, poniendo el infusor en la tetera. "Ayuda a evitar los daños de la corrupción". Encendió la hornalla y colocó la tetera.
Marcos miró la caja. "¿Puedo ver?"
Agustín parpadeó. "Eh, si". Se la entregó y Marcos empezó a examinarla. Agustín se dio la vuelta y observó cómo se asomaba a la caja de pétalos y hojas secas anaranjadas. Entonces, pareció darse cuenta de algo
"Corderito, ¿Esto está hecho de lirios de fuego?".
Agustín ladeó la cabeza. "La verdad es que no sé".
Marcos olfateó la caja. "Sí, si es".
Agustín enarcó una ceja. "¿Cómo sabes?".
"Los lirios de fuego son una de las únicas plantas terrestres que pueden sobrevivir en la naturaleza salvaje de afuera". Explicó, girando la caja en su mano. "Se llaman lirios de fuego porque sólo florecen después de un incendio". Dejó la caja de té sobre la mesada, junto a Agustín. "Si alguna vez sos lo bastante valiente como para ir de excursión por ahí, puede que veas alguna. Suelen florecer una semana después de un incendio forestal".
"No sabía que existían plantas que tuvieran el fuego involucrado en sus ciclos vitales".
"Mm, en realidad no es tan inusual." Dijo. "Las plantas de lotsa se adaptaron para soportar o beneficiarse del fuego, pero los lirios de fuego dependen de el. Si queres que florezcan, algo tiene que arder." Sonrió, con sus ojos brillando. "Es bastante poético, supongo. Algo nuevo crece en las cenizas de algo viejo."
Agustín desvió la mirada, jugando con el dobladillo de su camisa. "¿Cómo es que sabes tanto de esto?"
"Bueno cuando pasas cierto nivel, cierta magia no es segura de practicar en la ciudad". Se encogió de hombros. "Hay un lugar en las Tierras Salvajes al que me gusta ir para trabajar en algunos de mis movimientos más destructivos".
"Hace un tiempo, empecé a notar que aparecían unas pequeñas flores naranjas y, cada vez que volvía, había más. Al final decidí agarrar unas cuantas y llevárselas a mi vecina; es botánica". Puso una mano junto a la de Agustín, golpeándolo ociosamente con las puntas de sus garras. "Y ésa es la historia de cómo descubrí que existían las pirofitas".
"...Fua."
"Es algo inolvidable", asintió.
Agustín estuvo de acuerdo y también asintió con su cabeza
Y entonces se hizo el silencio.
No estaba seguro de cuándo Marcos se había acercado tanto a él, pero en el silencio, se estaba volviendo difícil de ignorar.
Especialmente con la forma en que lo miraba.
"Um... ¿qué pasa?"
"¿Hm?" Parpadeó. "Ah, nada. Estaba pensando en algo... no relacionado".
Tragó saliva. "¿En qué?"
"Me preguntaba por tu barrera". Ladeó la cabeza. "¿Es difícil concentrarse en mantenerla?".
"Ah." Agustín tarareó. "No es extremadamente difícil, pero requiere concentración. Supongo que es como flexionar un músculo. Después de un rato, cansa".
"Mmm." Marcos tamborileó los dedos sobre la mesada. "¿Tiene algún límite?"
"¿A que te referis?"
Entrecerró los ojos. "¿Hay lugares donde no funciona o es menos efectivo?"
Agustín todavía estaba confundido y debió notarse en su cara.
"Supongo que lo que pregunto es..." Señaló vagamente. "Por ejemplo, si toco tu mano, ¿sería diferente de tocarte la mejilla, o es igualmente efectivo en todas partes?"
"¡Ah!" Dijo. "Ya entendí lo que queres decir. ..Mmm..." Se frotó la barbilla. "¿No creo? Creo que es... bastante consistente en todas partes."
Después de un momento, Agustín agregó, "Estoy seguro de que hay maneras en que alguien podría tocarme que haría más difícil para mí poder concentrarme." Marcos levantó las cejas. "Por ejemplo, si alguien fuera a... no sé, hacerme cosquillas o algo, probablemente sería mucho más difícil de sostener."
"Ah." Marcos asintió. "Me imaginaba que esa frase iba por otro lado muy distinto, pero eso también tiene sentido".
Agustín parpadeó. "¿Qué estás-" Entonces se dio cuenta. Ah.Cierto. Sus mejillas se calentaron instantáneamente. "C-Cachorro, eso es-!"
"-Así que todo es lo mismo, entonces?" Interrumpió, sonriendo. "¿Qué pasa con el lugar donde toca un Demonio? ¿Hay alguna diferencia entre, digamos..." Marcos extendió su brazo, dándole tiempo para levantar su barrera antes de agarrar su mano. "Esto," Él la levantó, sujetándola fuerte. Luego, su mano se deslizó hacia abajo, rodeando con los dedos la muñeca de Agustín mientras tiraba de su mano hacia su cara. Puso la palma de Agustín contra su mejilla. "¿O esto?"
Agustín tragó. "Yo..." Dudó. "No, no creo."
Marcos tarareó. Agustín sintió las vibraciones bajo su mano. Viajaron por su brazo, resonaron por todo su cuerpo. Marcos sacó la lengua, mojandose sus labios, y los ojos de Agustín siguieron el movimiento.
"Interesante." Dijo, soltando su muñeca. Marcos plantó ambas manos en la mesada, acorralándolo. "Así que, en teoría, no hay nada que no puedas hacer, ¿verdad?"
Los párpados de Agustín revolotearon mientras miraba hacia los brillantes ojos verdes de Marcos, y el peso de todo eso se estrelló sobre sus sentidos.
Todo estaba en silencio, aparte del suave sonido de sus respiraciones. Estaba apoyado contra la mesada, con la repisa flotante presionándole la espalda, mientras Marcos se cernía sobre él, semidesnudo y bañado por una luz suave y cálida que resaltaba suavemente cada parte de su cuerpo. Agustín podía sentir el calor de su presencia rodeándolo, de su aliento mientras se inclinaba más cerca, su dulce y ahumado aroma llenándole los pulmones, tan potente que casi podía saborearlo.
Marcos era la luna, eclipsando su realidad. Una caja de Pandora llena de fuego.
Volvió a lamerse los labios, rojos y ligeramente brillantes mientras se inclinaba más hacia él, clavándole la mirada. Su dedo se enroscó bajo su barbilla. Sus manos se movieron y Agustín sintió la punta de su garra tocar la parte inferior, pero fue suave. Una presión cuidadosa con el cuchillo más afilado.
Marcos inclinó la cabeza hacia arriba y se inclinó cerca, profundamente en su espacio, sus respiraciones calientes entremezcladas.
Se sentía como si estuviera flotando. Agustín cerró los ojos.
Y entonces lo sintió. Los labios de Marcos se apretaron suavemente contra los suyos, el contacto provocó ondas en todo su cuerpo.
Al principio, el beso fue suave. El suave sonido de los labios de Marcos moviéndose lentamente contra los suyos llenó su cuerpo de calor. A pesar de su inexperiencia, el paso fácil de Marcos le permitió seguirle el ritmo, siguiendo sus movimientos mientras el Demonio tomaba el control.
Marcos se retiró al cabo de un momento, y Agustín abrió los ojos mientras se inclinaba hacia él, apoyando su frente contra la de Marcos. La mano que había estado sujetando su barbilla volvió a la mesada, enjaulándolo de nuevo, como si dijera, esto no terminó.
"Respira". Carraspeó, el sonido resonó en lo más profundo de su garganta, provocando escalofríos en Agustín. Al principio no lo percibió como una palabra. Era sólo una sensación.
"...¿Qué?"
Marcos se rió, bajo y entrecortado. Miró a Agustín con los ojos pesadamente entrecerrados y las pupilas dilatadas. "Tenes que respirar, cariño".
Agustín respiró hondo, tembloroso, y entonces Marcos volvió a estar sobre él, besándolo lenta y sensualmente. Gimió suavemente, sus rodillas flaquearon y Agustín estiro los brazos hacia atrás, buscando algo a lo que aferrarse. Sintió que Marcos sonreía mientras lo besaba y le agarró las muñecas, tirando de ellas hacia sus hombros. Agustín captó el mensaje y rodeó su cuello con los brazos. Las manos de Marcos se deslizaron por sus costados hasta posarse en la parte baja de su espalda, debajo de la camisa.
Justo cuando Agustín empezaba a acostumbrarse, Marcos profundizó el beso. Sintió que su lengua pasaba por su labio, incitándolo a que se abriera para él. Y cuando la lengua del demonio se deslizó en su boca, la temperatura pareció dispararse, cada punto de contacto lo quemaba como una marca. La lengua de Marcos se sentía caliente contra la suya, profunda y complaciente.
Y entonces la rodilla de Marcos se deslizó entre sus muslos y Agustín soltó un pequeño grito de sorpresa que hizo que Marcos le clavara las garras en la parte baja de la espalda. Se mordió el labio inferior, tirando ligeramente de él entre los dientes.
Le estaba resultando muy difícil concentrarse.
Agustín se separó, soltando las manos y jadeando al encontrarse con la mirada de Marcos.
"Lo siento", dijo Agustín, sin aliento. "Es que estaba siendo muy..".
"¿Hmm?" Ladeó la cabeza.
"...Difícil concentrarse".
Marcos sonrió, lamiéndose los labios. "¿Sí?"
"S-Sí."
Marcos tarareó, un estruendo bajo en su pecho, como un ronroneo. Se inclinó un poco más cerca, deteniéndose justo antes de tocarlo. Sus labios pasaron sobre los de Agustín como un fantasma, con su aliento caliente flotando contra su oreja.
"Estoy deseando que llegué el día en que ya no tengas que concentrarte". susurró.
A Agustín se le cortó la respiración.
Y entonces Marcos dio un paso atrás, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón. Agustín se obligó a mantener la mirada por arriba de la cintura mientras Marcos retrocedía, con una energía rítmica en sus pasos y una sonrisa afilada en el rostro. Se detuvo bajo el arco de la cocina.
"Buenas noches, Cor-de-ri-to". Dijo, con los labios rojos y ligeramente hinchados. Luego giró sobre sus talones y desapareció de su vista. Poco después escuchó el ruido de la puerta de su habitación al cerrarse.
Durante un rato, Agustín se quedó ahí de pie, con el cerebro luchando por procesar los sentimientos que llevaba dentro. En lugar de las caricias de Marcos, Agustín se pasó el pulgar por el labio inferior y dejó que su espalda se deslizara hasta quedar sentando en el frío suelo. Se sintió tentado a acostarse y apretar las mejillas contra el hermoso piso de cerámica
Era algo difícil de asimilar, tan desconocido, pero extrañamente natural al mismo tiempo. Se encontró deseando el tacto de Marcos. En un sentido extraño y abstracto, quería sentir el calor de su presencia envolviéndolo, instalándose en su interior. La sensación quemaba en la boca del estómago, y Agustín se dio cuenta de que incluso su propio tacto era diferente. Se quedó ahí, sentado, aturdido, con las palmas de las manos subiendo y bajando por sus muslos, arrastrándose, acariciando inconscientemente hacia adentro, con el calor extendiéndose por su piel como un bosque incendiandose.
Agustín se preguntó qué pasaría si dejaba que las llamas se lo llevarán.
Se preguntaba si algo crecería de sus cenizas.
Entonces la tetera chirrió, sacando a Agustín de su trance. Se levantó del suelo, casi tropezando con sus propios pies mientras iba a apagar la hornalla.