Chapter Text
El chófer maneja con demasiado cuidado, por mucho que Cony tire del abrigo de Marcos para pedirle que se apresure. Por suerte, el viaje hasta el Hospital Italiano solo toma veinte minutos, y para cuando están a punto de llegar, Alejandro se duerme en los brazos de Cony.
—¿Qué voy a hacer si muere? —Cony susurra con la mirada perdida. De manera inconsciente, mece a Alejandro en sus brazos para que no se despierte. Es la primera vez que Marcos ve a su hijo sobre los brazos de su progenitora—. Le desee la muerte tantas veces por todo lo que hizo…
—Cony. —Ella mira hacia Marcos con terror en su mirada. Luce igual de asustada que aquella vez, cuando se reencontraron luego de tantos años. Marcos vuelve a tener a la misma niña asustada que finge ser valiente para que la vida evite volverla a lastimar—. No le va a pasar nada…
Cony derrama un par de lágrimas cuando parpadea, y Marcos sabe que no le cree demasiado lo que dice, pero aun así decide asentir y acomodar a Alejandro entre sus brazos. Deja que el rostro del niño descanse sobre su hombro y se recarga sobre su cabeza con un suspiro tembloroso que eriza la piel de Marcos. Casi puede palpar el dolor de ella y de su hijo… Puede sentir un nudo en el estómago tan incómodo que tiene que toser para que el aire entre en él.
Llegan pronto al lugar, más rápido de lo esperado. Y Cony no demora en bajarse del coche apenas este se estaciona frente al gran edificio. Marcos tiene que correr para alcanzarla cuando ella ya ha atravesado la puerta de emergencias. Pese a que lleva a Alejandro en brazos, es rápida.
—... Necesita calmarse. — Marcos llega cuando la mujer detrás del mostrador habla con Cony.
—¡No voy a calmarme! ¡Ya le dije que soy su hija!
Alejandro se despierta y mira todo con miedo. Marcos no demora en estirar sus brazos hacia él y cargarlo, con Cony demasiado ocupada mirando a la señora detrás del mostrador con desesperación mientras ella revisa en la computadora.
—Habitación 38, segundo piso —dice—. No pueden pasar todos… —Pero Cony y Marcos ya están caminando lejos de ella antes de que pueda hacer algo. Incluso si lo intenta, Marcos sabe que puede pagar lo que sea con tal de que Cony pueda ver a su madre.
En el ascensor, Cony se cruza de brazos y respira profundo mientras Marcos alcanza su mano y le da un apretón.
Ella niega, como rechazando el apoyo. Aun así, no aparta la mano que Marcos sostiene ni se enoja cuando Alejandro se estira hasta ella y palmea su hombro.
—Le diji que desiaba que estuviera muerta muchas veces… —Los ojos de Cony vuelven a lucir como un hermoso huracán—. La odié tanto por dejar que me llevaran a ese pinchi lugar, pero ella… Me olvidé de que ella también estuvo en mi lugar, Marcos. En vez de comprender por qué chucha actuaba así, la odié por permitir que me hicieran lo mismo…
—Conita —Marcos se acerca a ella hasta que están frente a frente—, tenés el derecho de estar enojada con ella. Esto no es tu culpa… No tiene nada que ver con aquello.
Cony cierra los ojos y se recuesta sobre el hombro de Marcos, junto a Alejandro recostado en el otro. Marcos la abraza con fuerza, a su pequeño hogar destruido, donde falta uno de sus integrantes. Ese mero recuerdo le genera una molestia que se trata enseguida cuando las puertas del ascensor se abren y Cony está otra vez corriendo lejos. Marcos la sigue a paso normal, y llega a ella cuando encuentra la habitación 38.
La habitación 38 tiene a varias personas dentro, pero los gritos de Cony llamando a su madre facilitan la búsqueda cuando la mujer alza la mano y la agita al aire.
—¡Aquí, aquí!
Marcos ve cómo los hombros de Cony se destensan mientras corre hacia la cama de su madre. Entre sus brazos, Alejandro se remueve para también correr y el alfa deja que se separe de sus brazos para que vaya hasta donde su abuela se encuentra sentada, sonriente y tranquila. Lo único fuera de lugar en ella es la pequeña venda que lleva sobre su ceja.
—¡Amá! —Cony se lanza sobre ella y la abraza, dejándose caer en un llanto tan fuerte que la mujer borra su sonrisa y mira a todos con confusión—. A-amá… Pensé que había muerto.
—¿Qué demonios…? ¿Cómo llegaron aquí?
—¡Tata! —Alejandro llora de pie junto a su cama. Marcos llega hasta él y lo alza para que se acomode en algún lugar de la cama. A pesar de estar Cony en la mitad de ella mientras abraza a su madre, Alejandro halla un espacio para poder abrazar a su abuela—. ¡Estabas muerta!
La abuela rueda los ojos y abraza a ambos en silencio. Mira hacia Marcos, quien suspira y sonríe de lado.
—Llamaron y dijeron que tuviste un accidente… Ambos estaban muy asustados —le explica. La mujer se sigue mostrando confundida, pero se deja abrazar sin decir nada mientras lo único que se escucha es el llanto de ambos, hija y nieto—. Les buscaré algo para comer…
Nadie responde, y Marcos marcha hacia la salida con la única intención de llamar a Agustin y contarle lo absurdo que ha sido el susto que todos en casa se han pegado. Es fácil deducir que el accidente no fue nada mayor, pues la mujer no presenta mayores heridas que la de su frente. Aun así, Marcos se siente aliviado de que todo haya sido así. Cony no lo admitiría nunca, pero ama a su madre más de lo que desea y Marcos sabe que ella sería incapaz de decirlo en serio; el desear su muerte nunca será un deseo que Cony suplique con anhelo o pida con seriedad.
Marcos vuelve a tomar el ascensor. Se desabotona dos botones de su camisa cuando la garganta le arde y un tirón en su pecho lo hace removerse en su lugar con suma molestia. Cuando llega a la planta baja, el alfa se encuentra con una desesperación casi insoportable mientras rebusca en el bolsillo de su saco. De repente, justo cuando está marcando el número de casa, alguien golpea su hombro y el celular cae en el suelo.
—¡Lo siento! —escucha, pero Marcos no se toma la molestia de ver quién es. Se agacha y toma su celular sin esperar más, volviendo a marcar el número y con la ansiedad tomando forma en imágenes que desesperadamente borra de su mente—. Vos… Marcos. ¿Marcos?
Marcos se detiene de golpe.
El dolor que siente en su brazo es diferente al que alguna vez sintió. Cuando se mira la marca, casi no puede hallarla, pero la sombra detrás de las consecuencias sigue ahí y permite que pueda ubicar lo que significó en su pasado y lo que provocó en el pasado… La marca del corte que se hizo en el brazo cuando Leo lo dejó; el intento de suicidio, como lo llamó Cony cuando sucedió. Marcos está seguro de que ella ya no es capaz de saber en qué brazo él se hizo el corte. Ahora solo es una pequeña marca que nadie más que él puede notar, la misma que parece desaparecer por completo cuando se gira y enfrenta lo que pensó que no sería capaz de enfrentar.
Es Leo con una expresión de sorpresa. Marcos seguramente también tiene la misma expresión en su rostro.
—Leo…
—No puedo creer que seas vos… —él susurra antes de inclinarse hacia él y abrazarlo. Marcos solía creer que le resultaría fácil ceder a las súplicas si lo volvía a ver, pero ahora… Ahora quiere llamar a Agustin, quiere abrazarlo y dormirse a su lado por lo que reste de su vida—. No te ves para nada diferente, pero… ¿Qué hacés acá? ¿Te… estás bien?
Marcos niega, recuperándose de la sorpresa de ver a su ex omega frente a él. Es capaz hasta de sonreírle y suspirar profundo, como si su pecho hubiera sido limpiado de las telarañas incrustadas en su interior.
—Yo estoy bien… —dice—. La mamá de Cony sufrió un accidente y vinimos acá a verla, eso es todo.
Él asiente con una mueca.
—Lamento oír eso. ¿Se encuentra bien? —Él suena sincero, lo que hace que Marcos se sienta más cómodo. Al final de cuentas, Leo nunca fue una mala persona.
—Estamos bien —murmura, sintiendo otra vez el pinchazo en su estómago—. Solo fue un susto, nada grave. ¿Vos estás bien?
El rostro de Leo se ilumina apenas Marcos termina de hablar.
—Estoy de maravilla —dice con sinceridad—. Estoy en un tratamiento de fertilidad, por eso estoy acá. Estoy tratando de quedar en estado.
La sonrisa de Leo siempre fue contagiosa, tal vez por eso Marcos se enamoró de él cuando lo conoció. Sus sentimientos eran tan fáciles de leer al principio, hasta que Marcos desconoció al omega que cruzó la puerta de su departamento con las palabras más crueles dejadas atrás.
La felicidad que siente por él es genuina cuando le sonríe.
—Felicidades —le dice sin miedo de sonar feliz por él—. Es una buena noticia…
Leo se sonroja y asiente. Parece dudar antes de hacerlo, pero acaba en los brazos de Marcos otra vez. Marcos lo sostiene, guardando silencio y casi pudiendo ver cómo su sonrisa desaparece mientras un suspiro ajeno es dejado sobre su hombro. Y el suspiro es capaz de no solo remover sus cabellos, sino de remover los recuerdos de lo que sucedió; las lágrimas, el sufrimiento y el doloroso pensar de que no iba a poder seguir con su vida… Tantos planes fueron dejados atrás, tantas marcas quedaron después, pero, mientras Leo se separa y lo mira a los ojos casi de la misma forma en que lo hacía cuando se amaban, Marcos comprende que todo aquello fue necesario para poder conocer a Agustin. Para poder saber lo que realmente significaba ser un alfa.
—Lo lamento mucho —dice él con voz ronca—. Todo lo que dije aquella vez… No lo pensaba en serio, Marcos.
Marcos también suspira.
—Está bien —es lo que le dice, omitiendo lo que aquellas palabras causaron él. Omite todo lo que sufrió cuando ve que Leo se ve arrepentido, al borde del llanto—. Ahora estoy bien, Leo. Tengo una familia que me ama…
Leo sonríe con los cachetes resaltando en su rostro. Él asiente y suelta a Marcos.
—Dios… —Leo ríe bajo, limpiando las lagrimas en los bordes de sus ojos—. Pensé que me odiabas a muerte, por eso no tuve el valor de irte a ver y disculparme por todo, por dejarte, por el dinero y por…
—¿Qué dinero? —Marcos se apresura a preguntar, otra vez la sensación de pesadez recordándole que las cosas tal vez no están del todo bien—. ¿De qué dinero hablás?
Leo lo mira con duda, entre confundido y nervioso.
—El dinero… —repite—. El dinero que MP me dio. Él dijo que… dijo que te lo diría.
Marcos se asusta. Le duele el cuello y sus manos comienzan a tensarse.
—¿MP te pagó para que me dejaras? —pregunta en un murmuro. La respuesta le aterra, pero cuando Leo asiente con pena, el miedo que Marcos siente no es por saber aquello. Inexplicablemente, siente terror de lo que pueda pasarle a Agustin.
—MP —comienza Leo, cruzándose de brazos y encogiéndose sobre sí mismo—, él dijo que era mejor así… Quiero decir, yo ya tenía pensando irme, pero él… Él me terminó de convencer con el dinero, y yo… Yo realmente lo lamento por eso, Marcos… Lo necesitaba y no… P-puedo pagártelo.
—No —Marcos le dice, dejando caer su mano libre sobre su hombro—. Disculpame, pero tengo que irme, Leo. Mi omega… Creo que mi omega está en peligro justo ahora.
Marcos no espera respuesta. Marcha sin mirar detrás de él, con el celular sobre la oreja a la espera de que Agustin conteste, pero él no lo hace. Lo único que obtiene del tono de la llamada es un gran chillido que para el alfa se siente como un gran estruendo. Un duro golpe entre las costillas que atraviesa todo de él hasta llegar a su corazón y casi destrozarlo. Cuelga de un hilo tan ligero, muerto del pánico. Ni siquiera es capaz de pedirle al chofer que conduzca cuando llega hasta él.
—C-casa —balbucea apenas, lo necesario para que él entienda y se suba con prisa al auto.
Durante el resto del camino, Marcos se la pasa rezando en su interior para que solo sea un error. Los malos presentimientos también pueden ser una tontería, porque él llegará a casa y se encontrará a Agustin escondido entre las grandes piezas de ropa que suele usar. Lo hallará envuelto en uno de esos abrigos viejos que Cony le regaló durante sus primeros días en casa, y entonces lo besará y le recordará que lo ama demasiado.
Es un idiota, se lo repite mil veces. No debió haber dejado a Agustin solo… ¿En qué mierda estaba pensando cuando accedió a dejarlo en casa, sabiendo que MP está libre?
Cuando llega hasta el piso de su casa, donde se supone que Agustin debe estar seguro y protegido, lo único que tiene como bienvenida son varios pares de ojos posados sobre él. No está su omega con sonrisa tímida y movimientos lentos. Todos los guardaespaldas se encuentran reunidos en la sala de la casa, sin Agustin alrededor.
—¿Qué pasó? —Marcos jadea con un escalofrío recorriendo su espina dorsal. Se siente como si un rayo le cayera del cielo y le quitara la capacidad de reaccionar, e incluso de mantenerse de pie justo cuando uno de los guardias se acerca a él con una mueca en los labios.
—Señor… Su omega.
Mi omega, ¿dónde está?
El corazón acaba hecho pedazos. No por una ruptura, no por haber sido nombrado el peor alfa del año; el corazón se le quiebra porque le prometió a Agustin que lo protegería, le daría un hogar y una familia que lo amara… y no pudo hacerlo. Cuando los guardias le niegan la cabeza con un aura totalmente deprimida, Marcos teme lo peor… Teme no haber cumplido su palabra.
Teme haber perdido al amor de su vida.
Lo busca con la mirada por toda la sala, revisando el sitio donde se sienta a ver televisión junto a Alejandro y el lugar en la mesa que permaneció vacío durante mucho tiempo hasta su llegada. Insatisfecho, se levanta del suelo donde cayó en algún momento, y se arrastra a tropezones hasta su habitación. Para cuando llega, han pasado mil años de tortura en abandono, y el resultado al final del túnel no es una luz brillante, es la injusta soledad que lo vuelve a castigar.
—Agustin… —llama sin respuesta, sin rostro alguno que pueda calmar su llanto—. Agustin, omega… —Pero no hay nada para él en esa habitación más que el olor de su amor, el desorden en la sábanas en la cama en la misma posición como lo dejaron cuando se levantaron con apuro y la sensación de estar respirando aire que se materializa como clavos al interior de sus pulmones.
Se sigue arrastrando, como si esa fuera su condena luego de la muerte, como si las heridas en sus rodillas fueran una suplica suficiente para que la realidad se torne en una mera broma. Pero no sucede, y Marcos llega hasta la carta que descansa en la mesita de noche junto a la cama.
«Si aceptas darme un porcentaje mayor en acciones, quizás pueda replantearme la idea de no morderlo y hacerlo mío. Si lo buscás con la policía, recordá que vos aceptaste comprar a un prostituto de la calle en primer lugar».
(…)
A Agustin le toma alrededor de tres noches más descubrir que escapar es una idea demasiado difícil. Pero durante todo ese tiempo, no se quedó de brazos cruzados. Ni siquiera se rindió cuando uno de los guardias le estampó la mano en el rostro por quedarse demasiado tiempo mirando el techo del lugar, en busca de algún espacio que se le escapara y que le sirviera a la hora de realizar su plan.
Agustin también descubrió que nadie visita esa casa de ventas. Muchos de los omegas llegan ahí por voluntad propia luego de cansarse de la calle, con la idea de nunca regresar a ver la luz natural del sol como una salvación en vez de una eterna condena. Son ellos la única visita que tienen, aparte del cambio de guardia que sucede cada dieciocho horas. Y eso lo llevó a descubrir otra cosa más… El nuevo guardia tiene más horas, Agustin no sabe si es porque él lo ha decidido así o porque tenga algo que ver por ser nuevo. Pero Agustin lo aprovecha lo mejor que puede cada vez que lo ve, disimulando lo mejor que puede cuando lo encuentra mirándolo y debe sonreírle y sonrojarse; si en realidad lo hace por enfado, Maxi no tiene por qué saberlo. De hecho, le sirve demasiado que él piense que Agustin es solo otro omega inocente que no sabe lo que está haciendo. Esa es la imagen en la que ha estado trabajando cada vez que a Maxi le toca vigilar a los omegas en el patio de comidas.
El omega también se ofreció a ayudar en las cocinas, solo porque una de las chicas que también ayuda en aquella zona le dijo que a veces puede ver cuando los camiones llegan a regalar comida. Ella suele ayudar a entrar la comida, y Agustin espera hacerlo también solo para conocer los alrededores de la casa de compra donde se halla. No ha tenido demasiado suerte.
—Llego Maxi —Franco le susurra cuando pasa a su lado. Franco también se ofreció a ayudar en las cocinas; es el único en quien Agustin medianamente confía, también la única persona dentro que conoce las intenciones reales de Agustin y su plan—. Acaba de cambiar de turno hasta la noche.
Agustin le asiente, dejando de revolver la extraña sopa que le toca servir. Se inclina lo suficiente para poder ver a Maxi entrando justo al parque de comidas, con las llaves colgando de su cintura. Cuando encuentra a Agustin, este lo saluda con la mano para luego agachar a la mirada y volver a su trabajo.
—Muy bien. —Franco ríe cuando llega hasta él y Agustin también se permite hacerlo para no echarse a llorar frente a él—. Todavía tengo un bolsón más que llevar a la bodega… Cuando regrese nos sentamos a comer.
—No, no… Puedo ayudarte, esperá. —Franco deja que Agustin se agache a tomar el pequeño paquete de quince kilos de arroz faltante. No pesa demasiado, pero Agustin sabe que a Franco seguramente le duele todo el cuerpo por haber cargado cinco de los mismos—. Andá a servirte comida.
Franco asiente y lo deja irse. Agustin se las arregla para llevar la bolsa hasta la bodega. A decir verdad, ha ganado un montón de peso desde que llegó al lugar, y no es como si la comida fuera lo más delicioso del mundo, pero el omega espera que su alfa se sienta orgulloso de cómo se ve cuando se vuelvan a reencontrar. Agustin no quiere que Marcos vea al mismo Agustin del principio.
La bodega de comida cierra poco después del almuerzo, así que Agustin se apresura a dejar la bolsa sobre el resto. Mentalmente se pregunta cómo es que tanta comida termina siendo el mismo plato de siempre. En lo que lleva ahí, han repetido la misma comida al menos dos veces.
Justo cuando se gira luego de dejar el saco, Maxi se para delante de él.
—Perdón culiao —dice mientras Agustin trata de recuperarse del susto—, me estaba asegurando de que no hubiera nadie acá…
Agustin exhala profundo, recuperando su postura. Poco a poco dibuja una sonrisa cuando las llaves tintinean en cuanto Maxi las agita.
—Está bien —le dice con una fingida calma—, suelo asustarme muy seguido.
Ambos ríen. Agustin puede observar cómo Maxi lo mira más de lo indebido, incluso se acerca demasiado hasta que el omega acaba arrimado contra uno de los estantes de comida.
—Vo’ no so’ de por acá… —él dice en un tono que aparenta sonar sexi.
Agustin se encoge de hombros y sonríe de lado.
—No lo soy —responde—. ¿Cómo lo sabés? ¿Has estado investigando sobre mí?
—¿Siendo honesto? Sí lo hice.
Agustin ríe, tratando de no verse espantado por aquella confesión. En su lugar, deja que una de sus manos descanse sobre el pecho del guardia.
—¿Puedo contarte algo? —Está tan cerca de él que siente su propia respiración chocando con su pecho y regresando con un olor fétido—. También he preguntado por vos.
Su omega no se siente mal por mentir, ya no. No tendrá redención alguna por lo que está haciendo, y lo acepta con los brazos abiertos. Porque a los alfas se les permite ser malvados, pero los omegas pueden serlo también… Pueden ser incluso peor. Agustin quiere ser malvado, aún si la persona frente a él es un beta. Sea como sea, Agustin no está dispuesto a darle el perdón. Sabe que, de estar en cualquier otra posición, mucho más accesible, con las piernas abiertas y el cuello despejado, este sujeto tomaría sus manos y las amarraría para reclamarlo como suyo.
—¿En serio? —Él se muestra emocionado y Agustin le sonríe por primera vez con sinceridad. Asiente para que termine de creérselo.
—Bueno… —Suspira, palmeando el pecho de Maxi—. Tengo que regresar ya o alguien se dará cuenta.
—Yo tengo la llave, las tendré hasta que acabe mi turno —Maxi dice con orgullo. La alza frente a Agustin, quien la analiza y se graba la forma que tiene.
—Oh —abre los ojos mostrándose sorprendido—. ¿Estás a cargo de todas esas llaves? —Parpadea varias veces, fingiendo admiración mientras lo ve.
Es una idiotez, pero él casi infla el pecho de orgullo y asiente.
—Así e’ —dice—. Estas son la’ de la bodega…
Agustin siente unas enormes ganas de decirle que es un tonto, que se lo está dejando casi en bandeja de plata.
—¿Y dónde las dejás cuando estás ocupado? —Agustin deja que sus dedos se pierdan entre los pliegues de la ropa del beta, quien jadea y observa al omega con demasiada excitación.
—¿Ocupado…? —arrastra las palabras.
Agustin asiente.
—Cuando no llevas ropa —agrega—. ¿Dónde las dejas si debes desnudarte?
—Puedo mostrarte… —Agustin se aleja cuando Maxi se acerca a su rostro con la intención de besarlo. Rápidamente, sonríe para que no pueda notar su molestia—. Te lo puedo mostrar esta noche… Podemo’ vernos acá.
Agustin nota que está rodeado por sus brazos, que capaz no lo dejará irse hasta que le entregue algo que le asegure que estará allí por la noche. Y Agustin ha avanzado demasiado como para retroceder. Lo único en lo que piensa mientras se levanta sobre las puntas de sus pies es en la risa de Alejandro y en los besos de Marcos, en su calor corporal arropando todo su cuerpo y siendo delicado contra él. Agustin solo piensa en volverlos a ver cuando le plasma un beso en los labios a Maxi.
—Está bien, nos vemos esta noche.
Agustin se aleja de él lo más rápido que puede. Evita con todas sus fuerzas echarse a llorar cuando está de regreso y Franco lo mira con curiosidad. Trata con todas sus fuerzas no vomitar y darse por vencido.
—No te ves bien —es lo primero que Franco dice cuando lo ve.
—Nos vamos a ver esta noche —le dice—. Me voy a acostar con él. Puede que tengamos que irnos después, cuando le saque las llaves. Tenés que estar atento.
—Agustin… —Franco lo llama con preocupación en su tono de voz—. Estás temblando.
El omega no se da cuenta de eso hasta que Franco toma sus manos y observa sus dedos sacudirse de un lado a otro. Se siente helado y con un agujero en el centro del estómago, como la sensación que le dió cuando fue comprado por primera vez… Ahora ni siquiera está siendo comprado; se está regalando a un hombre teniendo alfa.
—E-estoy bien…
—No, no lo estás. Acá… —Franco deja en su mano un chocolate—. Lo encontré en una de las cajas de la bodega. Tiene buen aspecto, pero no estoy seguro de que esté realmente bueno…
A Agustin se le hunde el corazón, pero de una mala forma. Solo se esconde para luego salir con fuerza, golpear el tórax del omega y hacerlo casi chillar frente al omega. Sin poder evitarlo, envuelve sus temblorosos brazos alrededor de él, dándole poca importancia de que aún se encuentren en media cocina con los demás detrás pudiendo ver lo que sucede.
—Ay, Franco… —Agustin suspira sobre su hombro—. Vamos a irnos de acá… Te prometo que sí.
Franco es el primero en separarse con una enorme sonrisa en el rostro.
—Ya lo sé —le dice—. Darte un chocolate es lo mínimo que puedo hacer por todo lo que estás haciendo. Incluso si no funciona, ya hiciste más de lo que nadie jamás ha hecho por mí, Agustin.
—Escuchame —Agustin mira a su alrededor, fijándose de que nadie les presta atención—, esto es lo que tenés que hacer cuando llegue la noche, Franco.
Agustin le explica su plan a Franco, que básicamente se trata de Agustin entregándose a Maxi mientras mantiene las llaves a la vista. En cuanto Maxi se encuentre lo suficientemente distraído, Agustin lo golpeará para que no pueda impedir la salida. Entonces podrá ir por Franco, abrir la puerta en la parte final de la bodega y hallar la forma de salir antes de que otros puedan ir detrás de ambos.
A medida que el sol baja, Agustin comienza a no sentirse capaz de hacerlo. ¿Qué tal si algo sale mal?... No puede arriesgarse a fallar, no cuando la vida de alguien más también está en juego. ¿Qué pasará si llega a ser cambiado a otra casa de ventas, una con mucha más seguridad? O peor aún, si pueden llegar a terminar con su vida por su osadía. Agustin no se siente con la fuerza necesaria para empezar de nuevo. Es decir, ni siquiera sabe del todo bien dónde se encuentra, ¿qué se supone que hará después de salir? ¿Cuánto le tomará llegar hasta Marcos?
—¿Estás listo?
Agustin sabe que no lo está, aún así, le asiente a Franco mientras ve cómo los demás guardias comienzan a entrar dentro del patio de comida para avisar a todos que deben regresar a sus celdas. Agustin y Franco están en la suya antes de que alguno de los betas se les acerque.
—¿Dónde tenés el cuchillo? —Franco le pregunta en voz baja a Agustin.
—Entre las almohadas, por dentro… Si escuchas que algo va mal, debés tenerlo cerca. —Franco asiente sin dudarlo—. Si no regreso después de media hora, no vayas a buscarme. Tenés que quedarte acá, Franco.
Franco vuelve a asentir, pese a que la duda se refleja en sus ojos.
Agustin suspira cuando las puertas comienzan a ser cerradas y las luces comienzan a apagarse poco a poco. Ambos omegas pronto se arrastran a sus respectivas camas, Agustin demasiado nervioso como para no moverse de un lado a otro. Franco, mientras tanto, guarda silencio.
Cuando el ruido fuera deja de escucharse, Agustin sabe que es hora de salir. Así, con las manos heladas y el corazón en mano, se levanta de su cama y comienza a caminar hasta la salida. En la oscuridad que habita en la habitación, el omega puede percibir unos ojos clavados en las sombras que su cuerpo crea en contraste a la falta de luz.
El omega ruludo camina lo más lento que puede, pero el lugar no es demasiado largo como para darle la oportunidad de dudar y retroceder. Antes de que pueda darse cuenta, ya se encuentra frente a la habitación de la cocina, totalmente solo. Luego ya no lo está.
Maxi tira de él y lo calla cuando intenta soltar un grito por el susto y la invasión. Él besa a Agustin de una forma brusca mientras lo presiona contra una pared. Agustin tiene que obligarse a mantener las manos presionadas a sus costados, hechas puños, para evitar golpearlo y arruinarlo todo.
—Pensé que no iba’ a venir, culiao —Maxi le dice en cuando se separa. Agustin agradece que no pueda ver su cara de asco y sus ojos al borde del llanto.
—Estoy acá —le dice en voz baja, más que nada para no escucharse roto por lo que acaba de suceder. Para no hacerle saber al beta que se siente demasiado sucio como para no derramar lagrimas por ello—. Te dije que iba a venir.
Agustin lo siente asentir, y después es arrastrado por el beta hasta la entrada del lugar. Maxi abre la puerta con el omega ruludo forzando su mirada en la oscuridad de la luz para fijarse qué llave usa. Cuando la puerta se abre, otra vez es arrastrado hasta la parte del fondo del lugar. Agustin se deja porque no hay demasiado que pueda hacer al respecto.
—sacate la ropa —le escucha decir cuando lo suelta. Lo deja ir para que se desnude.
Agustin obedece y comienza a desabotonar la horrible camisa que alguien le dió después de una de las duchas. Pero no tiene tiempo a acabar para cuando Maxi otra vez lo está arrinconando contra un armario. Comienza así besando su cuello, sin saber lo que hay por dejado de esa piel; desconoce la historia, las ganas de clavar los dientes en Agustin porque es un beta, pero el omega está seguro de que, en caso contrario, atacaría como si Agustin fuera una presa sangrante y tentadora.
Cuando Maxi se encuentra demasiado ocupado tratando de bajar los pantalones de Agustin, el omega aprovecha para que sus manos vaguen por el cuerpo del beta. Finge que está también tratando de bajar el pantalón del contrario mientras palpa los bolsillos en sus jeans para hallar las llaves. Las encuentra enganchadas en el cinturón, recostadas sobre la parte trasera del beta.
Agustin está listo para hacerlo. Quiere marcharse lo antes posible y estar entre los brazos de su alfa; quiere estar a salvo y es capaz de hacer lo que sea para conseguirlo. Y justo cuando Agustin está a punto de tomar las llaves, una nausea se atraviesa en su camino. Se inclina, sí, pero lo hace para sostenerse el estómago y no vomitar en todo el pecho de Maxi, quien lo mira sin comprender.
—¿Che, ‘tas bien?...
Antes de que Agustin pueda contestar, Franco aparece en la entrada de la bodega. Luce nervioso y asustado, y se preocupa más cuando observa la posición en la que se encuentra Agustin.
—¡Agustin!, ¿Estás bien? —Él llega hasta él y lo abraza por los hombros. Agustin quiere decirle que sí, que debe irse antes de que se meta en problemas, pero no puede hacerlo. Otra arcada lo ataca en ese instante.
—¿Qué carajo’ hacé’ afuera de tu habitación?
Franco palidece cuando nota la presencia de Maxi detrás de ambos.
—Yo no vi a Agustin en la cama y pensé…
Agustin se queja cuando un retorcijón en el estómago aparece. Es lo necesario para que incluso Maxi se arregle la ropa y se incline hacia él con preocupación.
—Q-quiero vomitar… —Agustin susurra con toda la comida acumulada en su garganta.
Por suerte, sus quejas son válidas para asustar a los dos hombres que lo sostienen de los hombros.
—Llevalo al baño, culiao, rápido —Maxi le dice a Franco, quien asiente y acomoda el brazo de Agustin sobre sus hombros para poder llevarlo hasta los baños.
—Por favor, decime que esto no lo causó ese chocolate que te di… —Agustin se siente demasiado mareado para negar—. ¡No vomites todavía!
Agustin se aguanta hasta llegar al baño, pero en cuando sus pies tocan el azulejo del lugar, toma fuerza de algún lugar y corre hasta una de las tazas de baño. Poco le importa que la misma no se encuentre del todo limpia, lo único que hace es vaciar todo su estómago hasta que su garganta arde y los vellos en todo su cuerpo dejan de erizarse. Al final, lo último que vomita es su saliva.
Franco está atrás de él cuando acaba, extendiéndole papel para que limpie su boca. Agustin lo toma con incomodidad, avergonzado por haber sido visto de esa forma.
—¿Sí fue el chocolate? —Agustin suspira, inclinándose sobre la pared y estirando su mano para bajar la palanca del baño. Para suerte de todos los omegas del lugar, el baño sí tiene agua y el vomito desaparece enseguida—. Te ves muy pálido, Agustin… ¿Acaso él te dio algo? ¿Te hizo algo?
Agustin niega, recibiendo la ayuda que Franco le da cuando intenta caminar y se tambalea. Ambos logran llegar hasta el lavamanos, donde el omega rizado enjuaga su boca. Se mira frente al sucio espejo que le devuelve la mira, y lo que ve le desagrada demasiado. No se trata solo por la palidez en él, tiene mayor importancia cómo ha quedado después de casi estar con él: tiene el cuello con chupones, la camiseta abierta exponiendo todo su pecho y los labios le brillan por la saliva ajena.
Vuelve a arrimarse contra una pared cercana en cuanto termina de observarse, suplicando volver a casa lo antes posible para entonces permitirse ser débil.
—No sé qué pasa… —murmura. Trata de enfocar su mirada en Franco, pero decide cerrar los ojos y reposar—. Creo que tal vez la comida me hizo mal.
Un extraño silencio se forma, tanto así que Agustin se ve forzado a abrir los ojos y ver a Franco con una expresión de duda.
—Por favor —susurra en voz baja—, decime que no te has acostado con él, Agustin.
—¿Qué? ¡Por supuesto que no! ¿Por qué…? —Agustin se calla. Un frío lo recorre entero—. No puede ser…
—Agustin, no me digas que vos…
La respiración de Agustin se comienza a acelerar.
—No…—murmura para sí mismo—. No puedo estar en estado, no ahora…