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Cuando recibió la encomienda del gobierno lo último que se le pasó por la mente es que acabaría haciéndole de niñera. Mihawk no era un hombre paciente, apenas y podía lidiar con sus auto denominados jefes, además estaba estresado por cierta mocosa quinceañera que se había vuelto más chillona desde que admitió que la dejaría sola en su castillo un par de semanas, sumado a eso también estaba preocupado porque su parecía cachorro no tener sentido se la orientación y sin embargo ahora se veía envuelto en esta situación ridícula, habiendo recogido a un cachorro incansable de la parte más peligrosa de aquella isla.
El niño se hacía llamar Luffy, un nombre ridículamente raro pero entrañable, y además era el hijo de su ex.
— Entonces, Miwak. ¿También eres un pirata? - Preguntó mirándolo con aquellos ojos grandes, curiosos y brillantes.
Mihawk respiró profundamente, sus oídos pintaban y su cabeza comenzaba a doler. Maldijo entre dientes al jodido Sengoku, todo esto era su culpa, su desdicha actual era su culpa. Estaba esperando con ansias el maldito momento en que Zoro creciera, se convirtiera en un increíble espadachín y pateara el trasero del nieto que tenía tan orgulloso al Almirante de flota.
— Es Mihawk, y sí, soy el mejor espadachín del mundo. — Murmuró entre dientes, con su voz plana como para aburrir aún más al niño.
Contrario a lo que esperaba, Luffy pareció encantado, comenzó a saltar y correr a su alrededor preguntando tanta cosa como se le ocurriera acerca de sus largos años de piratería e incluso logró formular preguntas sobre su enorme espada, por un segundo su cabello ya no fue. negro y en su lugar se volvió tan rojo como las cerezas maduras.
Respirando hondo contó mentalmente hasta diez y tomó al pequeño niño por el cuello de su remera, no había tiempo que perder.
Había decidido rápidamente sacar al niño de la selva, era lo más racional, nadie le advirtió que estaría lidiando con la imagen pequeña de cierto pelirrojo idiota que conoció. La energía del niño parecía no tener fin e incluso en un breve lapso de tiempo pasó por su mente la idea de abandonarlo en medio de la selva, por su puesto la idea fue descartada tan rápido como llegó el no era un maldito imbécil.
Maldijo mil veces el nombre del jodido Younkou pelirrojo, quién incluso cinco años después de haberlo abandonado encontraba una forma de joderlo, y no descartaba que este fuera un astuto plan bien elaborado del destino quién jamás dejó de llevar donde sea que se encontrara el pelirrojo.
Suspiré resignado cuando llegó a un pequeño claro, estaba del lado Este de la isla, muy cerca del lugar donde ancló su pequeño barco. Todavía debía decidir qué haría con el niño, no podía abandonarlo a su suerte pero tampoco estaba de humor como para encontrarse con fantasmas del pasado. Se detuvo un momento y le ofreció agua al infante quién parecía no haber bebido nada en un tiempo.
— ¿Entonces eres amigo de Shanks, Miwak? — El pequeño cachorro ladeó su cabeza esperando una respuesta. Mihawk se sentó a descansar apoyando su espalda en una roca dejando a la Yoru, la espada negra más grande del mundo, reposando a su lado. El niño lo imitó, abrazando sus pequeñas piernas contra su pecho, por un momento se imagino a Zoro y Perona peleándose por cualquier tontería.
— No, apenas nos conocemos. —Mintió. Finciendo que jamás había dormido en los brazos de ese hombre, que no se había preocupado al escuchar ese rumor sobre que volvió al nuevo mundo sin un brazo, olvidando por un momento que su alma lloraba cada noche por su traición.
- All Right. — Luffy se encogió de hombros, tenía la atención de un mosquito, lo agradeció. Dejando que las emociones turbulentas en su interior se apaciguaran, palmeó suavemente la pequeña cabeza cubierta por aquel sombrero de paja que tanta historia tenía. Lo había visto en el pelirrojo desde su juventud, verlo en alguien más le parecía un extraño espejismo.
Sin embargo lo que realmente alteraba sus sentidos haciendo sentir desequilibrado era nada más y nada menos que la situación del niño para con el pelirrojo.
— ¿Desde cuándo Shanks tiene un hijo?
Probablemente su cuestionamiento interno no fue tan silencioso como esperaba porque antes de poder siquiera detenerse ya tenía una respuesta por parte de su muy inquieto compañero.
— No soy el único, somos tres. Realmente tengo dos hermanos mayores. Shanks es nuestro papá y Beck es una especie de supervisor aburrido. — Comentó el niño, quién ahora se encontraba de cuclillas frente a un pequeño insecto al cual perturbado con una pequeña ramita.
— ¿¡Tres!? - Le sorpresa en su voz salió junto con la incredulidad en su expresión. El jodido pelirrojo tenía tres mocosos, no podía creerlo, era casi tan imposible como verlo derrotado. ¿Akagami ni siquiera tenía las facultades mentales como para cuidar niños?
El caso tomó por sorpresa al Shichibukai. Había estado tan compenetrado en su tarea de alejar del peligro al pequeño cachorro que ni siquiera recordó porque estaba en primer lugar en la cuidad en ruinas.
Había desembarcado en la isla en búsqueda de un jodido pirata asqueroso que tenía grandes deudas con los peces gordos del gobierno mundial y, según la información que adquirió, se estaba ocultado en algún lugar de la cuidad maldita en medio de la selva.
Difícilmente podría ir a investigar con el cachorro durmiendo entre sus brazos, no era inconsciente, la captura definitivamente acabaría en una pelea y aunque podría manejar escorias como esa en un segundo jamás podría en riesgo la vida de un niño después de todo el mismo tenía hijos. . .
El silencio a su alrededor se volvió ensordecedor, no quería admitirlo pero se había acostumbrado al incesante parloteo, sobre todo cuando descubrió que mientras respondiera sus preguntas el cachorro se quedaría más calmado y para su grata sorpresa acabó durmiéndose después de una ronda de preguntas acerca de Su pasado con Shanks.
Irónicamente acabó pensando más de la cuenta en la relación de estos dos.
El pasado era un tema difícil, un terreno minado, un lugar inseguro al cual no quería volver jamás. Todavía sentía el dolor fantasma de la marca de aparición en su cuello. Aún podía sentir la desolación de su yo más joven al encontrarse recién aparecido pero jodidamente solo en una enorme cama.
Abandonado por su jodido Alpha, el hombre que juró en el fragor del placer amarlo, el mismo que le había dado su marca de enlace.
No odiaba a Shanks, no cuando su corazón daba saltos cada que el pequeño con su aroma se acurrucaba aún más contra su pecho. No odiaba a Shanks pero difícilmente podría decir que tenía claros sus sentimientos por él.
Mihawk no era un hombre que viviera del pasado pero aún así había preguntas que deseaba poder responder y había momentos en los que anhelaba la presencia de aquel que juró amarlo. Sí, Shanks era un imbécil en muchos aspectos pero también era un hombre con muchos secretos, calculador y poco honesto. Tal vez confiar en él fue su error, después de todo Akagami Shanks era un pirata, un Emperador del Mar.
La noche lo abordó desprotegido, el constante cambio de clima era tan anormal que parecía artificial incluso para un lugar como el Nuevo Mundo, probablemente se debía a la Cuidad Maldita. Habían transcurrido un par de minutos desde que dejó atrás la oscuridad de la selva y fue recibido por el ambiente tenso que agitó sus sentidos. Rápidamente descubrió que había algo anormal, no tenía una idea clara de qué pero sus instintos parecían alarmas sonando incansablemente.
Camuflándose en la penumbra nocturna se dirigió hacia el lugar donde tenía anclado su pequeña barca: Hitsugibune. Escondido en un pequeño pozo lo esperaba una caja con un par de suministros, y a la par construida, en una formación rocosa en la costa, un refugio. Estaba alejado del peligro, era más que suficiente para pasar la noche.
Con el pequeño cachorro durmiendo abregado en su pecho se preguntó qué demonios le diría a Shanks.
¿Siquiera era una buena idea encontrarse con él?
Sin haber escapado, Mihawk comenzó a prepararse mentalmente para enfrentar a la persona que más daño le había causado, Akagami Shanks.