Chapter Text
—¿Por qué me expusiste frente a la chica bonita? —se quejó Alejandro
—¿De las asiáticas? —preguntó Acis.
—Sí, de las asiáticas… esa chica era tan linda. Y no me costó hablarle o se espantó cuando empecé a divagar… era tan bonita.
—Oye we, no te ilusiones, recuerda cuando andabas con Dakota, tan bonita que la veías y luego madres —le recordó su amigo —Te puso los cuernos con un delincuente, y uno peligroso.
—Ya sé —suspiró. Alejandro se había salido para ser más dramático y luego esperó abajo a Acis para irse juntos. Lo había conocido en el club mutante en Facebook. A diferencia de a Laryn quien nunca la había visto en su vida y solo conocía de internet. —Apenas terminó mi luto de eso, estoy listo para una nueva relación, pero no quiero arruinarlo.
—Pero tampoco te apresures, sino te va a doler, te conozco.
—Bueno… —Suspiró. Sintió escalofríos, todos los vellos del cuerpo se erizaron. Algo andaba mal. Hubo una explosión que se divisó a cinco cuadras. —¡Mierda!
—¡¿Qué fue eso?! —Acis se sobresaltó, cayendo al piso. Alejandro se puso en frente y luego lo ayudó a levantarse.
—¡Ni idea! —los oídos de Alejandro habían tronado, no tenía superoído, solo eran sensibles. La cabeza le zumbaba “Gente, peligro, personas” los pensamientos volaron a su mente tan rápido como saetas. Otra explosión. —¡Toma esto! —le aventó su mochila. —¡Vete a mi casa, cuida a mis gatos!
—Espera ¡Alejandro que mierda haces! —protestó su amigo intentando seguirlo, pero Alejandro empezó a correr a cuatro pies y lo perdió de vista.
“Hay personas ahí” pensó el mientras evadía a la muchedumbre. —Eres un mutante, chico, el mundo te tratará como la peor mierda que existe independiente de lo que hagas —le había dicho su maestro, Logan. —Allá tu si eliges ayudarlos de todos modos, aunque no lo merezcas. En esas situaciones donde sale nuestra verdadera naturaleza.
Alejandro llegó la séptima avenida, por la calle veintitrés. Era un maldito caos. La gente huía despavorida mientras un hombre con garras de metal hacia frente a un trío. Dos gemelos albinos y un gigante de dos metros, todos con ropas victorianas.
A los pies del trío, estaban los vengadores: Iron Man, Capitán América, Hawkeye, Black Widow, War Machine e incluso el poderoso Hulk estaba derrotado ¿Qué mierda había pasado? De un humo dorado aparecían más victorianos altos con un aire a vampiros. Cada célula de su cuerpo le suplicaba que huyera, que diera la vuelta y corriera con todas sus fuerzas lo más lejos posible. Esas cosas no eran humanas, ni mutantes…
—¡Lárgate, mocoso! —bramó el sujeto, ahora lo reconocía, su olor… ¡Era Logan! Su maestro y mentor, casi un padre para Alejandro.
—¡¿Y tu que haces aquí?! —bramó Laura, la hija-clon de Logan.
—Vine a ayudar —intentaba recuperar el aliento.
—Lárgate, los refuerzos ya vienen —ordenó su maestro.
—¿En cuánto? —exigió —¿Cómo carajos derrotaron a Hulk?
—Absorben fuerza vital —susurró Laura cerca de él. —Vete, no eres tan fuerte.
Del grupo victoriano, emergió como un monstruo salido del mismo Helheim un hombre, alto, fornido, robusto. El cabello y barba eran canosos, espesos, tenía la mirada de un depredador, otros más se le unieron, cada uno más aterrador que el anterior. “Huye, huye ¡¡CORRE!!” suplicaba una voz en su cabeza. Había gente herida a su alrededor, pero todo estaba en un sepulcral silencio. Había siete de esos victorianos.
Spider-man, los dos junto con Silk, llegaron de inmediato, acompañados de ¿Luna Snow? “Esos deben ser los refuerzos.” Alejandro por fin pudo mover las piernas. Corrió hacia una señora que estaba atorada detrás de un poste caído. Enterró las garras en el trozo de metal y tiró con todas sus fuerzas, sintiendo cada músculo de su cuerpo arder. —¡¡CUIDADO!! —gritó la señora señalando detrás de Alejandro. La victoriana albina iba encaminada tan rápida como un parpadeo. Todo se puso en cámara lenta para Alejandro. Podía ver como lentamente blandía una enorme daga en dirección hacia su cuello… para luego ser interceptada por una patada de Silk directo en la cara.
La gigante salió volando, Silk y Alejandro intercambiaron miradas. Silk se acercó rápidamente, tomó el poste y lo lanzó hacia el otro lado de la calle. —Váyanse. Especialmente tú, tú no estás herido.
—Vengo a ayudar —insistió Alejandro, terco. —No voy a estorbar.
—Ayuda a la señora, evacua a los civiles.
—Señorita… mi hijo —señaló el auto negro aparcado a unos metros. Silk lanzó una telaraña de sus dedos, dio un tiró y arrancó la puerta. Adentro estaba un adolescente afroamericano, a diferencia de la que parecía su madre, cuya piel era blanca. Parecía inconsciente.
Lanzó otra telaraña, lo jaló y lo atrapó en sus brazos. Luego se lo tendió gentilmente a Alejandro. —¿Puede caminar?
—No… —gimoteó la mujer, esforzándose por respirar “Las costillas” olisqueó Alejandro. Logan le había enseñado a entrenar su olfato, aunque no era tan refinado como el de su mentor. —Dudo que intentar ser un X-Men de reserva me sirva buscando papeles —le había dicho en ese tiempo. Logan le dio un puñetazo y siguió entrenando.
—Yo la llevo. El decimo precinto está cerca —se echó al adolescente al hombro. Ayudó a la mujer a ponerse de pie. Los oídos iban a explotarle. Su olfato se había vuelto loco. Podía oler… la sangre y algo más oscuro viniendo de esos victorianos raros. Olía el hielo de Luna Snow, lo recordaba de su último concierto en Nueva York cuando fue con Acis. “Peligro, muerte, corre, huye” gritaban sus instintos.
—Vete, rápido —dijo Silk de forma autoritaria. Al fondo estaban Logan, Luna, Laura y los Spider-men luchando a muerte con esos gigantes victorianos. El Spider-man de Harlem lanzaba golpes eléctricos que parecían casi inútiles contra el viejo canoso y gigante. Luna y Laura tenían problemas con el grande y fornido. Spider-man, el clásico, peleaba contra el que parecía una versión más tétrica de Drácula. Logan luchaba contra uno de los gemelos y una mujer con un vestido ridículamente escotado. Faltaba uno…
Alejandro echó a andar. La mujer era más pesada, el adolescente por su parte, era como una pluma. Alejandro le costó moverla, estaba cojeando, buscando aire. Hizo acopio de las fuerzas en su hombro para no soltarla, un paso a la vez. Pero era difícil concentrándose con todo el caos a su alrededor. —¡¡NO SE DETENGAN!! —escuchó gritar a Logan. —¡¡CONTENGANLOS HASTA QUE LLEGUE JEAN!!
—¡¿Jean?! ¡¿LA Jean Grey?! —escuchó a la voz de el Spider-man de Harlem gritar, olía la electricidad en el aire.
Comenzaron a alejarse de la avenida, dieron vuelta para evitar el caos. ¿Dónde estaban los oficiales? ¿Las ambulancias? Tampoco había gente. Veía a algunas personas en sus casas. Alejandro gritó por ayuda pero nadie salió. ¿Cómo no escuchaban el caos a tan solo unas calles? “Yo tampoco lo escucho” se percató Alejandro. No importaba.
Siguió arrastrando a la madre con dificultad. Estaba seguro que se había roto a algo. —Auch… —se quejó la madre. Alejandro no notó que estaba enterrando las garras.
—¡Lo siento! —se disculpó inmediatamente. Relajó los dedos, sus garras se retrajeron y en lugar de extender la mano, hizo un puño. También le había dejado rasguños al niño.
—Nos salvaste, hijo. No importa, nos salvaste… —jadeo intentando.
—Debería… dejarlos cerca —dio un pequeño tirón.
—¿Por qué eres un mutante? Mi esposo también —empezó, parecía que no aguantaba más. —Creemos que nuestro hijo lo es, pero aún es pronto, solo tiene doce años —jadeo del esfuerzo, cada vez necesitaba usar más fuerza para arrastrarla. —¿Le pasó algo más además del poste de luz?
—Creo… que tengo las costillas rotas… algo adentro, me cuesta mover las piernas.
—Solo un poco más, ahí está la estación de policía, a solo unas calles.
—He pasado por cosas peores… —hizo una mueca, tomó aire, apoyándose en Alejandro y se enderezó. —Serví al ejército, no era más joven que tú cuando me enviaron a Wakanda a sofocar una rebelión mutante
—Nunca me ha gustado el ejército… —admitió. —Ni en México, ni en este país.
—Haces bien, hijo. Normalmente te desechan, te dan una medalla… pero mierda, esas prestaciones hacen babear a una —admitió la mujer, tenía un hilo de sangre en la frente.
—Yo creí que eran terroristas… Creo que iba en la primaria.
—El Rey T’Chaka, el valeroso y noble rey de Wakanda, odia a los mutantes. En general Wakada completa. No es que haga terribles experimentos, simplemente los odian porque creen que no pertenecen a Wakanda porque se aislaron.
—Esa historia tiene un mal final ¿Cierto? —se aferró más a la mujer ¿la habían herido? Esperaba que no.
—Sigue escuchando —insistió ella. —La cosa es, que hartos de eso, se revelaron. Los mutantes de Wakanda alzaron una rebelión contra el gobierno para exigir sus derechos, y como no querían que se ensuciaran las manos su valeroso ejército que solo lucha cuando alienígenas invaden la tierra… que pidió ayuda del gobierno, así que mandaron a tres regimientos.
—¿Entonces no eran terroristas?
—Hijo, el termino terrorismo es demasiado ambiguo —lo reprendió. —Eran solo mutantes queriendo defenderse. Antes de eso los tenían segregados ¿Irónico, no? Nunca había visto a gente negra segregando a otras… pensaba que solo gente con mi tono de piel hacía eso.
—Me ha tocado lidiar con gente así de racista —admitió de mala gana.
—Nos habrían hecho pedazos, eran unos cientos. Nosotros miles, casi nos derrotan sino fuera por los centinelas —Alejandro se tensó, recordó que cuando llegó a la escuela, un centinela lo atrapó y Logan terminó rescatándolo. —Uy… ¿Los odias, no? Son asquerosos. Conocí a mi esposo de ahí. Cuando me di cuenta, mi escuadrón ayudó a huir a algunos cuantos. La mayoría se fue a México, creo. O algún país de Sudamérica.
—México no está en Sudamérica —corrigió Alejandro ¿Cuánto pesaba? Estaba cansado, se recargó en la esquina de un edificio. —México está en Nortéamerica.
—¿En serio? Nunca fui buena en geografía. Aunque mi esposo dice que los americanos somos más engreídos y tontos que el resto del mundo.
—En Latinoamérica odiamos que se digan a sí mismos “americanos.”
—Sí, mi esposo tuvo la misma queja, América es un continente —jadeo la mujer, se separó de Alejandro, esforzándose por respirar. Se recargó en la pared. —Me recuerdas a él. Y no lo digo porque sean mutantes.
—La estación esta en la siguiente calle…
—¿No quieres terminar la historia, hijo? Debes ser popular con las chicas… o chicos, o lo que sea que te guste.
—Bueno… tuve un par de novias, salí con unos chicos… diría que algo de ambos.
—Bien, a las chicas les gustan los héroes. Los hombres usualmente se sienten menos si tu eres igual de valiente o más fuerte que ellos. Pero las chicas —tomó aire. —Se vuelven locas —se volvió a recargar en Alejandro, este la abrazó.
—¿Cómo iba la historia?
—Cierto. Cuando quieras conquistar a una chica linda, cuéntale como salvaste a una madre y a su hijo indefensos —jadeó. —Sigo… —tomó aire. —Muchos se fueron a otros países solo porque allí las leyes para los mutantes son inexistentes, o eso recuerdo. Pero un joven mutante no. Lo ayudamos a que se integrara aquí, aún creía en su Rey y Black Panther así que… se terminó quedando. Nos casamos para que tuviera la ciudadanía.
—Clásico.
—¿Verdad? Y luego realmente me enamoré de él, así que fue más fácil. Aproveché para pedir mi retiro, con el bono lo ayudé a estudiar una carrera. A los veteranos no nos dan mucho trabajo. Pero mi esposo decía “No amor, tu ya hiciste mucho, yo trabajo, tu cuida al niño” y el cabrón realmente cumple, no nos falta a nada —soltó una risa.
—¿De que trabaja?
—Un negocio de computadoras, quería algo como los de Corea.
—Ah, los que te dan comida mientras juegas ¿Cierto? —preguntó Alejandro.
—Justo eso.
—Me gustaría ir, no tengo muchos amigos, pero igual, quiero armar una pc…
—El te hará un descuento. Solo dile que salvaste a su esposa y su hijo —gimió por el esfuerzo. Ya tenían la estación en frente.
—Debería dejarte a las puertas… la última vez que estuve en una estación de policía no me fue bien.
—¿Detectores de gen x? —Alejandro asintió. —Vaya mierda… no le digas a mi hijo que dije eso.
—Tu secreto está a salvo —Alejandro jadeo, estaba cansándose.
—Entra conmigo, te defenderé —la mujer le dedicó una mirada llena de determinación, sus grandes ojos azules parecían mirar al alma de Alejandro. El asintió y apuró el paso, entrando por las escalera, abriendo la puerta de golpe y deslizándose poco a poco de rodillas.
—¡¡AYUDA!! ¡¡ESTÁN HERIDOS!! —gritó a todo pulmón.
—¡Smith! ¡Llama a una ambulancia! —bramó el policía en la recepción al tiempo que Alejandro dejaba al muchacho en el piso junto a su madre —sonó una alarma de forma intermitente, sonaba baja, pero él podía oírla con su buen oído felino. Junto con un murmullo detrás de las puertas que daba a las oficinas. Escuchó el sonido de varias armas desenfundarse al otro lado. El oficial, blanco, desenfundó su arma apuntando firmemente a Alejandro. —¡Manos arriba y contra la pared!
—¡Oficial! ¡Baje su arma, el me salvo y a mi hijo! —gritó levantando la mano.
—¡No lo voy a repetir de nuevo, mutie! ¡¡CONTRA LA PARED!! —Alejandro levantó lentamente las manos, alejándose varios pasos, pegándose poco a poco a la pared “¿En serio me dijiste… mutie?” Quería ir en contra de todo lo que Logan le había enseñado y atacarlo, enterrarle las garras en la garganta, arrancarle los ojos o desfigurarle el rostro. Tenía tantas ganas de hacerlo…. en su lugar, saltó en dirección a la puerta a cuatro patas y el oficial abrió fuego. Tres disparos salieron de su nueve milímetros, uno pasó rozándole la oreja.
Alejandro cayó por las escaleras y rodó. El oficial lo siguió, abrió fuego cuando estaba en el suelo. Alcanzó a dar un salto al tiempo que una bala se le incrustaba en la pantorrilla. Soltó un alarido cargado de dolor y cayó en la acera. Otro grupo de policías armados salieron y abrieron fuego, dos de ellos tenían escopetas. Saltó y se encarreró, tenia que llegar a la esquina.
Alejandro jadeo. Otra bala le alcanzó el omoplato y cayó de lleno contra la pared, a tiempo para cubrirse, escuchó como una andada de balas impactaban contra el concreto de los edificios y trozos de piedra salían volando. Olfateó el aire “Pólvora, sudor, metal” están recargando. Podía escuchar como cargaban sus armas, los pasos de las pesadas botas.
Se levantó y siguió corriendo a cuatro patas. Apretó los dientes del dolor. Siguió, poniendo una mano frente a la otra. Escuchó más disparos, el sonido atronador aturdía su cabeza, un par podía soportarlo, pero tantos, eran como golpearlo directamente en el oído. Empezaba a ver borroso.
“No pares” se dijo a si mismo. Cada pisada, cada palma le dolía como el infierno. Estaba cerca de la séptima avenida, podía sentirlo. Hasta que pasó un semáforo fue como si un velo le hubiera sido retirado de los ojos. El caos seguía. Spider-man era vapuleado por el victoriano. Pero Logan llegaba a ayudarlo solo para que otro victoriano neutralizase a Logan. Silk estaba luchando contra la albina de hace rato. Aunque tenían un buen intercambio de golpes, la albina estaba dominándola. Por cada golpe que Silk asestaba, ella le asestaba de vuelta otros tres. El último puñetazo asestó de lleno en el estómago de la chica araña. La mandó a volar y se estrelló contra el muro de un edificio, haciéndolo añicos.
La albina sacó un puñado de enormes dagas “No, no, no” pensó Alejandro. Parecía estar disfrutando eso. Lucía como un depredador dándole la oportunidad a su presa de defenderse. Hizo acopio de todas sus fuerzas, le pidió a cada dios que pudiera escuchar la fuerza necesaria para aquello. Dio varios saltos al tiempo que la albina lanzaba sus dagas.
Alejandro sintió como una de ellas se le clavó con tanta fuerza que salió disparado y cayó encima de Silk. La daga se clavó en su clavícula, destrozándola, con el filo sobresaliendo del otro lado, sino fuera por la empuñadura y las costillas, le habría atravesado a Alejandro limpiamente. “Funcionó” dijo una voz en su cabeza.
La vista se le nubló, los oídos le zumbaban, todo le ardía, el cuerpo le dolía. Un calor infernal le recorría el cuerpo. Podía ver su propia sangre brotando del hombro lastimado. —¡¿Qué hiciste?! —gritó Silk cuando recobró la conciencia.
—Te… devuelvo el favor —alcanzó a decir mientras se ponía de pie.
—¡Vete! ¡Ayuda a la mujer! —ordenó mientras intentaba ponerse frente Alejandro. Él estiró el brazo herido, el izquierdo, a modo de protesta. Caminó sobre los escombros. La calle estaba en llamas.
—Ella está bien, los policías me dispararon —dijo casi como un murmullo.
—¡¡INSECTO DE MIERDA!! —bufó la albina, tomando a Alejandro del cuello, la monstruosa fuerza con la que lo apretaba, sentía como crujían los huesos de su mandíbula. Lo olisqueó. —Ni siquiera eres un tótem, pero voy a disfrutar esto.
—¡¡NO!! —Silk se abalanzó pero la albina la mandó a volar de una cachetada.
—Silencio, reina. Pronto te tocará a ti —sonrió. Era hermosa, le recordó a las descripciones que George R. R. Martin daba sobre Visenya Targaryen, solo que tenía ojos amarillos en vez de violentas.
Tomó el mango de la daga y se la arrancó de un tirón, manteniéndola en su mano derecha, se aferró a ella como si su vida dependiera de ello “Es porque así es” pensó. Un chorro de sangre le empapaba su chaleco blanco. —Creo que soy mejor platillo, mi ex dice que era delicioso —se mofó de ella y le escupió.
—Tierno —se limpió la sangre de la mejilla, apretó más y más el cuello, veía como el cuero de sus guantes se ponía prieto de la presión que ejercía sobre Alejandro. Cada vez veía menos. Lanzó un tajo que solo rasgó el chaleco y a camisa, dejando al descubierto parte de los grandes senos de la albina.
—Podría matarte de un suspiro, pero hoy estoy de buen humor… te conservaré como mi gato —lo acercó a ella y le lamió la mejilla sangrante. —Tengo uno cada par de siglos —un resplandor lo segó. Era tan brillante como el sol. Había un ave de fuego, dentro estaba una mujer.
Alejandro notó como la mujer dejó de apretarlo. Aprovechó su distracción para levantar la daga. Cuando ella se dio cuenta, se la ensartó en el ojo izquierdo con todas sus fuerzas, apenas logró ensartar la daga unos centímetros, pero fueron suficiente para que ella lo soltase al tiempo que gritaba de dolor Alejandro cayó al suelo, golpeándose la cabeza.
Esas cosas no eran humanas, ni mutantes, pero podían sangrar, podían morir. Esperaba que Logan hubiera visto eso, le gustaría que le dijera que estaba orgulloso de él.
El ave de fuego golpeó a la albina y la silueta de lo que era vagamente similar a Silk se puso junto a él “Eso sería un buen recuerdo” pensó él, la idea de morir abrazado por la linda spider-mujer le reconfortaba. Al menos había hecho algo bien con su vida, salvó a una madre, su hijo… y a una superheroína “¿Lo ves, madre? Soy mejor de lo que dices” dijo en sus adentros.
Todo se puso negro, escuchó más gritos.