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Siempre había tenido recuerdos raros pero claros, que lo dejaban sintiéndose perdido, cuestionando si eran reales o solo inventados. Creía que podrían ser una mezcla de sueños que luego se desvanecían, algo lejano que apenas podía recordar.
Algunos eran recuerdos de personas jugando con él, otros de una mujer que cantaba, y algunos más de gente que se rendía y rogaba por su vida. Pero también había recuerdos que le llenaban el pecho de alegría. Eran más intensos, acompañados de olores como a maní y rosas.
Y, de repente, al escuchar la risa de una niña, sintió que salía de esa neblina mental. No le gustó. Una parte de él sabía que no debía mostrar emociones. Pero se sintió mejor cuando unos brazos lo envolvieron y lo abrazaron con ternura.
—Loid —lo llamaron, y él miró hacia arriba. No pudo ver bien la cara, pero la voz le sonó familiar.
—¿Quién?
Alguien más pequeño se aferró a él, trayendo más recuerdos a su mente, desde el primero hasta el último que compartieron.
—Estaremos bien —le dijeron mientras lo abrazaban con más fuerza. Él parecía más débil en comparación. Siempre fue así, pero en ese momento se notaba más—. Ya no tienes que preocuparte.
La voz se hizo más clara, y la imagen también. Loid reconoció de inmediato las manos alrededor de su pecho: eran las manos de Yor. Incluso vendadas, siempre las reconocería. De inmediato, inclinó la cabeza y notó qué a su lado estaba Anya.
Entonces, lo recordó: aferrándose a su hija, él se negó a rendirse ante las personas que la habían secuestrado para continuar con el proyecto Apple. Anya insistía en que no debían preocuparse por ella, que debían estar a salvo.
Quizás, cuando era solo un espía, habría considerado esa idea. Aunque dolorosa, también era liberadora. Pero ahora era un padre y esposo, y sabía que no podía alejarse de su hija.
—¿Loid? —dijo Yor. Su voz triste lo hizo lamentarse—. Oye, ¿todo está bien? —agregó, viendo sus ojos nublados, luchando contra las lágrimas.
—Yor —exclamó con la voz quebrada. No podía creer que lo hubiera logrado.
—Loid —lo llamó de nuevo, captando su atención con esa mirada de siempre, como si no estuviera segura de que él estaba allí—. Vamos a volver a casa —anunció mientras lo abrazaba.
Sus ojos azules regresaron a la realidad completamente, a la calidez de su familia y a la certeza de que todo estaría bien.
—Sí, Yor. Volveremos a casa —respondió, devolviéndole el abrazo.