Actions

Work Header

This December

Summary:

Sayori recordará este diciembre. Y Monika verá cuando lo haga.

__________

Sayori decide intentarlo una vez más.

El universo no está tan de acuerdo.

Notes:

Este fanfic es viejo jajaja.

Inspirado en This December de Ricky Montgomery 💖

Work Text:

Sus ojos ardían. Sayori no supo diferenciar si el dolor venía de la falta de sueño, el llanto o el fuerte frío que despertaba a todos en esa mañana del 31 de Diciembre. Las calles vacías se sentían incluso más gélidas que el viento mismo. Estaba sola, pero la música de las luces navideñas se sentían como murmullos que la atacaban por la espalda. Se sintió observada, criticada, juzgada, pero estaba sola. Sayori estaba acostumbrada a estarlo, al menos hasta antes de este Diciembre, donde Monika se propuso acompañarla todos los días. Quizá fue por su fallido intento de suicidio en el mes pasado. Sí, debe ser eso porque nadie le presta atención a menos que esté en peligro. Solo en sus momentos más oscuros puede ver la luz.

Pero era propensa a quedarse ciega cuando es brillante. La hacía sentir inútil y miserable, más de lo que ya era antes. Era tan patética, que necesitaba a una niñera para mantenerse con vida. Sayori no quería ser una carga para Monika también. Porque, entre menos atención le pongan, mejor. Simplemente no valía la pena perder el tiempo por alguien como ella, aunque su corazón anhelaba la compañía.

Una lágrima casi congelada se perdió al final de su barbilla. El nudo en su garganta volvía a formarse. Sacó un poco de su frustración en un suspiro para calmar sus emociones. No podía llorar, no cuando estaba a punto de verla, porque se preocuparía; aunque, por la llamada que tuvieron minutos atrás, podría decir que Monika ya estaba alterada. Sayori también siente la ansiedad creciendo desde su pecho, porque aprendió a ser igual a los demás. Sus amigas le decían que solo era su fuerte sentido de empatía, cosa que se obligaba a creer, sin embargo, en el fondo sabía que había algo más. Ella solo podía estar bien si los demás lo estaban. Pero ni siquiera así lograba salir de su depresión.

Vivía en ese estado deplorable desde hace tiempo. Jamás le prestó tanta atención y evitaba hacerlo al darle todo su tiempo a quienes la rodeaban. Era un buen mecanismo de defensa con solo una falla: en Diciembre nadie la necesita porque sus familias cumplen ese labor. Es entonces cuando sus demonios vienen a hacerle compañía en aquella solitaria casa a la que llamaba hogar erróneamente. Un lugar donde siempre hacía frío, incluso en las tardes más calurosas de verano. O quizá era ella quien tenía piel de hielo, igual a los muertos porque carecía de una vida, de una escencia, de una alma. Igual que el Olmo Blanco artificial que decoraba la curva al final de la calle. Con la falsa alegría y vitalidad de un roble y la belleza de un cerezo; ambos, Sayori y el Olmo, lograban engañar con las apariencias. Los dos estaban vacíos por dentro.

Aunque, las estaciones se encargan de intentar cambiar sus opiniones sobre sí mismos. La ojiazul es la única quien se deja influenciar por ellas. En Primavera, se deja contagiar por los aleteos entusiastas de las mariposas o el armonioso cantar de las aves que visitan a aquél árbol y piensa que la vida no es tan amarga. En verano, permite que la lluvia que los cubre a ambos quite de su cuerpo el polvo que habita en su mente, mientras queda cegada por el reluciente brillo del plástico que el Olmo presume con orgullo y piensa que quizá aún conservan algo de vida en su interior. En Otoño, cuando los colores naranjas se reflejan en las hojas blanquecinas del árbol, y en el azul cielo de sus ojos, ve pasar el ciclo de la vida con admiración y piensa que quizá no está apreciando lo lento que va el reloj. En Invierno, a ninguno de los dos les prestan atención, pero el Olmo sabe adaptarse. Sayori, en cambio, vuelve a ese círculo vicioso y piensa que quizá perdió cada una de sus oportunidades para ser feliz.

— ¡Sayori! —gritaron. La nombrada salió por fin de sus pensamientos. El cruce peatonal en donde estaba ahora se sentía cálido porque una brillante luz, de nombre Monika, la esperaba al otro lado. Con un alegre ademán, la castaña saludó a su novia de mirada perdida. La ojiazul fingió su mejor sonrisa para contestar el gesto. El Olmo Blanco desapareció por más de un segundo. No, Sayori no era igual a ese árbol, al menos desde la perspectiva de la ojiverde. Se lo dijo varias veces, para que ella jamás lo olvidara.

Su sonrisa fue suficiente para que la más baja entendiera la indirecta. Bien, este Diciembre lo recordará y quiere que Monika vea cuando lo haga, aunque no puede leer su mente, por fortuna. Sin embargo, Dios sabe que lo hace. Si él lo sabe, pronto la castaña lo hará.

Sayori desea que Monika sea testigo del cambio que tanto la motiva a buscar. Sayori quiere que Monika la vea convertirse en un Cerezo, porque está harta de ser un Olmo Blanco Artificial.

Había ruido, pero no supo distinguir si era producto de su mente o de la vida real. Decidió ignorarlo. Sentía la latente euforia de la Primavera naciendo desde su pecho en pleno Invierno. Sentía la contagiante energía del Verano en pleno Invierno. Sentía la razonable voluntad de Otoño en pleno Invierno. Sayori está lista para cambiar, así que abrió su mente a una nueva perspectiva.

Dio el primer paso hacia enfrente. Si la luz es brillante, usará lentes. Dió el segundo paso. Si ella está bien, los demás lo estarán también. Dió el tercer paso. Si en el estado en el que está viviendo es solitario, lo llenará de amor. Dió el cuarto paso. Si en su hogar hace frío, prenderá la calefacción. Dió el quinto paso. Si las estaciones quieren cambiar su opinión, ella cambiará a las estaciones. Dió el sexto paso. Si olvida su motivación, recordará este Diciembre.

Dió el séptimo paso. La bocina del tráiler la distrajo. Se quedó estática, viendo cómo poco a poco la silueta del automóvil se volvía más grande. También escuchó gritos, no supo de dónde venían. Todo lo que pudo entender se redujo a un fuerte empujón que recibió.

Luego, silencio. El tráiler se detuvo. Aunque ya era demasiado tarde. Sayori seguía aturdida, viendo fijamente a un lugar aleatorio del transporte. Buscó a Monika, pero solo el asqueroso Olmo Blanco estaba ahí.

Ruido, de nuevo. El conductor huía. Al fin encontró a Monika, vacía en el suelo. Corrió junto a ella; hubo silencio de nuevo. Monika se fue sin hacer ruido y Sayori necesitaba escucharla volver.

Gritaba su nombre, gritaba por ayuda, gritaba para tener una redención. Algunos residentes de la zona atendieron su llamado, pero Sayori le hablaba a ese Olmo que se burlaba de ella. Luego llegó una ambulancia y tuvo que despedirse de un recuerdo de su presente. Su vista se nublaba con las lágrimas, para ahogarla con ellas. Las sirenas se volvieron abucheos en su contra, culpándola de la muerte de Monika. Su boca sabía ácida, porque quiere decir cada cosa que siente. El olor a sangre se convirtió en un perfume imposible de quitar. Aún sentía el ausente cuerpo de la castaña en sus brazos a pesar de estar separadas. Sayori perdió el sentido de pertenencia. Dejó de ser ella y se transformó en agonía.

Nadie le avisó que si esa luz se iba, la oscuridad volvería.