Chapter Text
Las primeras luces del amanecer se filtraban a través de la ventana empañada, proyectando sombras espectrales y distorsionadas en la fría habitación.
Denji abrió los ojos lentamente, parpadeando ante los delicados copos de nieve que se arremolinaban hipnóticamente al otro lado del vidrio cubierto de escarcha.
Se incorporó con esfuerzo, sintiendo el frío glacial que calaba sus huesos a pesar de las gruesas mantas de lana que lo cubrían. Sus ojos se posaron en las vigas de madera del techo, donde la escarcha se había acumulado en finas hebras cristalinas que colgaban como delicadas telarañas.
La nieve caía en silencio afuera, acumulándose en una capa blanca e inmaculada sobre los jardines, convirtiendo el paisaje en un lienzo en blanco salpicado de oscuros trazos de ramas desnudas.
Con un suspiro tembloroso que se convirtió en vaho ante sus labios, Denji apartó las mantas y se sentó en el borde de la cama. El frío lo hizo estremecerse cuando sus pies descalzos tocaron la fría madera del suelo. Tragó saliva, su garganta repentinamente seca mientras observaba los copos de nieve girar hipnóticamente más allá del cristal.
No, esto no era un sueño ni una ilusión. Por increíble e inimaginable que pareciera, había renacido en su propia familia, atrapado en su cuerpo infantil con los recuerdos y experiencias de su vida anterior aferrándose a su mente como escenas de una pesadilla recurrente.
No había pedido esa segunda oportunidad que lo obligaba a revivir su miserable existencia una vez más. La sola idea de tener que enfrentar nuevamente las humillaciones, el dolor, la traición y la desesperanza lo llenaba de una amargura.
Desde su más tierna infancia, había sido mimado y consentido por ser el segundo hijo del jefe de una familia yakuza. Creciendo en una vida de lujos y privilegios, nunca había tenido que preocuparse por las consecuencias de sus acciones imprudentes, irrespetuosas y egoístas.
Las reglas y tradiciones no se aplicaban a él, el hijo consentido cuyas travesuras y berrinches eran indulgidos sin falta.
Denji frunció el ceño, los recuerdos de su comportamiento infantil, egoísta e irresponsable en el pasado acudiendo a su mente sin ser invitados.
Nunca había considerado los sentimientos de los demás, demasiado centrado en satisfacer sus propios caprichos y deseos sin importar a quién lastimara en el proceso. Había herido a tantas personas con su crueldad e indiferencia.
Sacudió la cabeza, apartando esos pensamientos. No importaba cuánto se lamentara o maldijera, la realidad seguiría siendo la misma.
Denji desplazó la mirada hacia su reflejo difuminado y distorsionado en el vidrio congelado.
¿Esta era una oportunidad para enmendar sus errores y corregir su caminos torcido? Supuso que había renacido por esa razón.
A pesar de las evidencias del amanecer en el horizonte, la oscuridad grisácea aún reinaba en gran parte del cielo a su alrededor.
De pronto, un incómodo gruñido proveniente de su estómago lo sacó de su ensimismamiento. Parpadeando, se dio cuenta de que no solo tenía hambre, sino que su garganta estaba terriblemente reseca.
Decidido a saciar su apetito, Denji abandonó su habitación y se encaminó hacia las cocinas, siguiendo los deliciosos aromas que se filtraban desde allí. Su estómago volvió a protestar ruidosamente al captar esos tentadores olores.
Cuando entró en la amplia cocina, varios sirvientes se encontraban ya ocupados preparando el desayuno para la familia. Al verlo, se detuvieron en seco y se apresuraron a hacer profundas reverencias.
"Buenos días, joven maestro." Saludaron al unísono con voces respetuosas.
Denji los observó por un momento, recordando su carácter descarado y las constantes faltas de respeto en su vida anterior. Siempre había tratado a los sirvientes con desdén dentro de la mansión, importándole poco sus sentimientos o esfuerzos por complacerlo.
Carraspeando, Denji se obligó a sí mismo a reunir sus modales. "Buenos días. ¿Podrían prepararme algo? ¿Por favor?"
Sus palabras amables y el tono respetuoso tomaron por sorpresa a los sirvientes, que se miraron entre sí, confundidos. Claramente no esperaban ese tipo de cortesía proveniente del joven amo.
Rápidamente se recompusieron y uno de ellos se apresuró a servir un plato de comida, pan recién horneado y una taza humeante de té. Lo colocaron ante él con una leve reverencia.
"Por supuesto, joven maestro. Por favor, sírvase lo que guste."
Denji asintió con una leve sonrisa. "Gracias."
Se sentó a la gran mesa de la cocina y comenzó a comer con apetito, degustando cada bocado. Los sirvientes lo observaban de reojo, aún desconcertados por su repentina amabilidad dentro de la mansión, pero demasiado bien entrenados para comentar al respecto.
Tantos años de malcriar su arrogancia y egoísmo lo habían convertido en alguien realmente desagradable.
Denji terminó su comida, sintiendo la calidez llenar su cuerpo y su mente más despejada. Con un asentimiento cortés a los sirvientes, se retiró de las amplias cocinas dentro de la mansión para volver a su habitación.
Una hora después, Denji se dirigió al comedor principal donde se reunía la familia para el desayuno. Sin embargo, al llegar, se encontró con que todos los demás ya estaban sentados a la mesa.
Su padre, Kishibe, imponente con su traje oscuro y pulcramente peinado, ocupaba la cabecera de la gran mesa larga. A su derecha se encontraba Aki, su hermano mayor, vestido con ropas formales y un semblante serio e impasible.
El lugar vacío frente a Aki era el que le correspondía a Denji. A su lado, se sentaba Yoshida, el niño que había llegado el día anterior para unirse a la familia. Denji notó que vestía un traje sencillo pero prolijo, y mantenía la mirada baja sobre su plato.
Un incómodo silencio reinaba en el comedor cuando Denji irrumpió con un: "Buenos días."
Todas las miradas se clavaron en él. Kishibe levantó la vista de su plato y lo observó con gesto reprobatorio y una chispa de molestia en sus ojos al ver que Denji aún llevaba la pijama puesta.
"Buenos días." Respondió Kishibe con tono neutro pero cortante.
Aki simplemente asintió con la cabeza en dirección a la silla vacía frente a él, indicándole a Denji que tomara asiento.
Avergonzado, Denji se apresuró a ocupar su lugar. Un sirviente se acercó de inmediato para servirle té caliente y el desayuno correspondiente.
Denji murmuró un "gracias" y comenzó a desayunar en silencio, intentando no hacer ruido con los cubiertos. Podía sentir la mirada de desaprobación de su padre clavada en él. Kishibe detestaba la impuntualidad y el descuido en el vestir.
En un intento por desviar la atención, Denji se aclaró la garganta.
"Yo... Me quedé dormido." Ofreció a una torpe explicación.
Su padre frunció el ceño ligeramente pero no comentó nada más. El ambiente siguió en silencio.
Denji miró de reojo al niño a su lado, parecía enfocado únicamente en su plato. Por otro lado, Aki permanecía estoico, sin inmutarse.
Suspirando internamente, Denji se concentró en terminar su desayuno lo más rápido posible. Había empezado con el pie izquierdo al llegar tarde, todavía en pijama, ganándose la desaprobación de su padre.
El comedor se encontraba sumido en un ambiente casi sofocante de negocios y cifras. Kishibe y Aki se hallaban inmersos en una intrincada discusión sobre finanzas, balances e informes contables. Sus voces eran un murmullo constante de términos crípticos y cantidades numéricas que se arremolinaban en el aire como una niebla impenetrable.
Denji, sin embargo, se encontraba visiblemente alejado de ese mundo. Sus ojos vagaban distraídamente por el comedor, claramente aburrido por la charla incomprensible de su padre y hermano mayor.
Podría decirse que él era una existencia que poco tenía que ver con el intrincado entramado del mundo yakuza y sus negocios ilícitos. En su vida pasada, aunque carecía de una inteligencia remarcable para los negocios, poseía una destreza incomparable en la lucha cuerpo a cuerpo.
Mientras que su hermano mayor destacaba en el ámbito de los negocios, con una agilidad mental envidiable, Denji era un maestro en el sangriento campo de batalla.
Un guerrero nato, un luchador cuya destreza en el combate cuerpo a cuerpo lo convertía en uno de los más formidables que se hubiera visto.
En tanto Kishibe y Aki continuaban sumidos en su diálogo críptico, Denji los observaba con una mirada vidriosa y desenfocada.
Lo había visto antes. Aki era el sucesor de su padre y, como tal, tenía un conocimiento de los entresijos legales y las complejidades del mundo empresarial era vasto y profundo, convirtiéndolo en un activo invaluable para los oscuros negocios de la familia Hayakawa.
Dos hermanos, dos reinos completamente opuestos, pero igualmente letales en sus respectivos dominios.
Sus fortalezas residían en un ámbito completamente diferente.
La voz grave de Kishibe interrumpió abruptamente los pensamientos de Denji, arrancándolo de su ensimismamiento. "Denji, presta atención cuando te hablo."
Denji parpadeó, saliendo de su trance con un respingo. Sus ojos se clavaron en su padre con una mezcla de confusión y recelo. "¿Eh? ¿Qué decías?"
Kishibe lo observó con su habitual mirada impasible, aunque había un atisbo de impaciencia en el frunce de su ceño. "Te pregunté si has estado entrenando como se debe."
Esa pregunta tomó a Denji con la guardia baja, despertando un eco profundo dentro de él. Era la misma cuestión que su padre solía plantearle en su vida anterior, antes de que las circunstancias lo arrancaran de ese mundo.
Por un momento, Denji se vio transportado a esos días lejanos, cuando su existencia giraba en torno al incesante entrenamiento y el perfeccionamiento de sus habilidades de combate. Podía vislumbrar el rostro severo de su padre, escudriñándolo en busca de cualquier señal de debilidad o falta de compromiso.
Sacudiendo esos recuerdos de un sacudón mental, Denji compuso una mueca desafiante, cruzándose de brazos con actitud petulante. "Por supuesto que he estado entrenando. ¿Con quién crees que estás hablando?"
Kishibe enarcó una ceja escéptica ante el despliegue arrogante de su hijo menor. "Necesito ver resultados tangibles, no fanfarronadas."
"¿Ah sí?" Denji se puso de pie abruptamente, empujando su silla hacia atrás con un chirrido. "Entonces pondré mis habilidades a prueba contra cualquiera de tus matones. Veremos quién queda en ridículo después."
Los ojos de Kishibe se entrecerraron peligrosamente ante el tono desafiante de Denji. "Cuida tu lengua, muchacho." Con esas palabras, volvió su atención a los interminables informes y cifras que tenía ante sí, dando por finalizada la conversación.
Denji suspiró, aunque tuvo la prudencia de contener cualquier otro comentario mordaz. Sabía por experiencia que su padre no vacilaría en castigarlo severamente si cruzaba la línea.
Después de un tiempo, Kishibe cerró la carpeta de informes con un golpe seco, siendo el primero en ponerse de pie.
"Yoshida, ven conmigo." Ordenó con su habitual tono apremiante, sin lugar a reparos.
El más joven de los hermanos se sobresaltó ante el llamado repentino, como un pequeño roedor asustado. Se apresuró a obedecer, abandonando su lugar en la mesa para seguir a su padre.
Kishibe ni siquiera se molestó en dirigir una última mirada hacia atrás. Con el menor pisándole los talones, abandonó el comedor con su andar resuelto.
Denji observó la escena con una expresión de aburrimiento.
Esta nueva vida, con sus exigencias y expectativas, le resultaba tan ajena como un mal sueño.
Aki rompió el silencio con un leve carraspeo, sacando a Denji de su ensimismamiento. "¿Te encuentras bien?" Inquirió con su habitual tono contenido, aunque en sus ojos se vislumbraba un atisbo de preocupación genuina.
Denji parpadeó, sorprendido por la repentina muestra de interés de Aki. Rápidamente compuso una mueca, ocultando sus verdaderos pensamientos. "Por supuesto que estoy bien. ¿Por qué no habría de estarlo?"
Aki enarcó una ceja con escepticismo ante la respuesta evasiva de su hermano menor. "Has estado inusualmente callado y distraído durante el desayuno. Es comprensible si te sientes... abrumado por las exigencias de nuestro padre."
Denji resopló y sacudió la cabeza. "Haré las cosas a mi manera, como siempre."
Sin embargo, incluso mientras pronunciaba esas palabras, no pudo evitar sentir una punzada de duda en su interior. ¿Realmente tenía la fuerza de voluntad para resistirse a las demandas de su familia? Siempre había terminado cediendo a las expectativas ajenas.
El mayor lo observó en silencio durante unos instantes, como si quisiera discernir los pensamientos conflictivos que bullían bajo la superficie desafiante de Denji. Finalmente, asintió con lentitud.
"Como desees. Pero, si alguna vez necesitas hablar, estaré aquí para escucharte."
Con esas palabras cargadas de significado tácito, Aki se retiró del comedor.
En esta nueva vida, los anhelos de Denji habían cambiado. Quería abrazar esta oportunidad de descanso con una actitud despreocupada, como un gato perezoso que se despereza al sol.
No más largas horas de entrenamiento agotador, no más exigencias interminables empujándolo hacia adelante sin descanso.
En medio de sus divagaciones, recordó las palabras de su padre sobre el importante evento familiar que se avecinaba, sacándolo de su ensoñación perezosa. Con un suspiro resignado, se puso de pie, decidido a prepararse aunque fuera a regañadientes.
Abandonó el comedor para dirigirse a su habitación.
Inevitablemente, sus pensamientos se centraron en Yoshida y el cautiverio al que lo había sometido después de rescatarlo de las garras de Makima.
Había sido un período sombrío. Fue encerrado dentro de una jaula cuyas rejas, aunque forjadas en oro, no eran menos opresivas.
A pesar de los lujos y atenciones que recibía, Denji se sentía como un pájaro enjaulado, un ser cuyas alas habían sido cercenadas. Los amplios jardines y estancias suntuosas que lo rodeaban eran una burla, un espejismo de libertad que se desvanecía ante la cruda realidad de su encierro.
La libertad le era rotundamente negada.
Yoshida, convertido en el nuevo líder tras la muerte de su padre y su hermano mayor, lo mantuvo encerrado y aislado, seguramente temeroso de la influencia que Makima aún pudiera ejercer sobre él.
Pese a ser el hermano mayor con vida, Denji no había heredado el liderazgo.
El consejo desconfiaba profundamente de él debido a su personalidad y los errores que continuamente había cometido.
En su lugar, la responsabilidad había recaído sobre los hombros de Yoshida.
Denji rara vez veía a alguien más que no fuera su hermano menor durante esos días. Los sirvientes que lo atendían tenían órdenes estrictas de no hablar con él más que lo estrictamente necesario. Un muro de silencio se cernía a su alrededor, aislándolo del mundo exterior.
Yoshida había sido su carcelero impasible. Ni los insultos ni los objetos que Denji le lanzaba en arranques de furia lograban alterar esa fachada serena. Era como si estuviera encerrado en una burbuja de silencio sofocante, donde sus gritos y súplicas no encontraban eco.
Fueron meses de cautiverio en esa jaula, con solo Yoshida como su único contacto humano.
El odio hacia su hermano menor se arremolinaba en las entrañas de Denji como una serpiente venenosa. El hombre lo había privado de su libertad, reduciéndolo a un estado casi febril mientras luchaba por mantener su cordura intacta.
Incluso cuando todo se había desmoronado a su alrededor, cuando el caos y la traición habían hecho prender las llamas de la destrucción en el imperio yakuza, Denji no había sentido más que un amargo resentimiento hacia Yoshida.
Su hermano menor se había mantenido firme, determinado a protegerlo a toda costa, pero lejos de inspirar gratitud, solo había avivado la hoguera del desprecio que ardía en su interior.
En esos momentos finales, cuando el mundo entero parecía desmoronarse a su alrededor, Yoshida lo había mirado con una mezcla de resolución y remordimiento, pero Denji solo había respondido con una mirada cargada de odio y cansancio.
Fue una época de caos y traición, cuando las sombrías maquinaciones del mundo criminal finalmente cobraron su sangriento peaje. En medio del torbellino de violencia y destrucción, Yoshida había sido un faro sereno en la tormenta.
Pero para Denji quien empezaba a verlo lejos de su fachada serena, era como si pudiera contemplar el peso del mundo asentándose sobre sus hombros, aplastándolo inexorablemente.
En esos momentos, Denji había vislumbrado un atisbo de la verdadera esencia de su hermano menor.
Sin embargo, a pesar de su feroz determinación, el destino parecía haberse confabulado en su contra. Mientras las llamas devoraban los cimientos del imperio yakuza, Yoshida se vio atrapado en una encrucijada: huir con Denji y abandonar a su suerte a todos los demás, o permanecer y enfrentar una muerte segura junto a su clan.
Recordaba vívidamente la mirada torturada en los ojos de su hermano mientras tomaba su decisión.
Con un gesto resignado, Yoshida había sellado su destino y el de Denji.
No había alternativa, no había escapatoria posible.
Ambos sabían que no había forma de eludir el trágico desenlace.
La imagen de Yoshida, con su rostro enmarcado por las llamas crepitantes y los gritos de agonía resonando a su alrededor, permanecía grabada a fuego en su mente.
Los lazos del clan, del deber y el honor eran demasiado sólidos como para quebrantarlos.