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Desde hace unos años estaban establemente viviendo en Japón.
Para ser específicos, cinco.
Ya no eran adolescentes enamorados, eran hombres adultos viviendo juntos en un departamento en Izumo. Compartiendo la paz que Ash siempre había merecido.
Fue un proceso un tanto complicado conseguir que Ash obtuviera una visa, y así fue, una visa estudiantil. Para su universidad, su proceso de convertirse en profesor.
También fue complicado conseguir que fuese a la universidad, se suponía que ni siquiera se había graduado de la primaria a pesar de que nunca había sufrido por la ausencia de conocimiento intelectual.
Max fue quien se encargó de todos esos procesos tediosos, del papeleo molesto en el que Eiji pensaba y ya le hacía doler la cabeza.
Ash se convirtió en un Glenreed.
Siendo adoptado por estos en el tiempo que vivió con ellos después de la apuñalada. Eiji tampoco era fanático de pensar en eso, sintiendo un dolor agudo en su pecho con sólo imaginar la idea de lo que hubiese pasado si esa bibliotecaria no hubiese llamado al 911.
Eiji llegó a casa temprano—. ¡Ya llegué! —se quitó sus zapatos y los puso junto a la entrada, adentrándose al departamento de ambos.
Pero ya no importaba, ¿No? Lo que importaba era el ahora, la vida que ahora estaban compartiendo.
Su hogar era pequeño. Con un lindo balcón donde el azabache tenía sus plantas, y con nada más dos cuartos, en uso sólo uno; dónde ambos dormían.
La cocina era lo suficiente espaciosa, para el gusto de Eiji.
La televisión de la sala estaba apagada, sin rastro del rubio en el sofá. A veces se quedaba dormido allí en medio de una lectura, o viendo una película aburrida.
Caminó hasta el pasillo donde estaban las habitaciones, viendo cómo Ash salía del cuarto compartido tal y cómo un perrito emocionado.
—Bienvenido —le sonrió—, ¿Tienes hambre?
—¿Cocinaste? Vaya… esa es una gran sorpresa —Ash rodó los ojos en respuesta, riendo mientras caminaba hasta la cocina—. Aunque sí, podría comer.
En definitiva no era habilidoso para cualquier cosa que tuviese que ver con cocinar. Varias habían sido las ocasiones donde casi quema el departamento, o donde casi envenena a Eiji con alguna combinación rara.
Aunque igual el azabache ha tratado de enseñarle, en definitiva ahora puede hacer algo comestible.
—Casi se quema el arroz pero creo que está decente.
—Mientras no me intoxique, comeré cualquier cosa que me prepares —Ash bufó, volteando la mirada sonrojado.
—¡Sólo fue una vez! —se trata de justificar.
—¡Una vez fue más que suficiente! —Eiji se ríe, arrugando la nariz ante el recuerdo de acabar en el hospital tras una "cena romántica".
—Como sea, hice estofado. Me aseguré de no echarle demasiada sal y —Tomo un plato de la alacena, acercándose a la estufa donde descansaba una olla tapada—, lo hice con tofu, cómo te gusta.
Eiji se acercó al estadounidense, envolviendo sus brazos por su cintura suavemente a la vez que asomaba su cabeza por sobre su hombro.
—Se ve rico —comentó— ¿Seguiste una receta?
—Es la única forma en la que puedo cocinar sin morir en el intento —rió el muchacho.
Ash se movió un poco a otra olla tapada, donde estaba el arroz casi quemado. Volteándose para mirar al azabache.
—Buen provecho —le extendió el plato al más bajo, viendo cómo este se sonrojaba por el contacto visual tan directo.
Es cierto que ya no eran adolescentes, aunque aún se sientan de la misma forma que en el inicio.
Ahora tienen su propia rutina, ahora su relación sí tiene un título, dejando de ser algo lleno de ambigüedad indescriptible.
Ahora eran pareja, una no tan común, por supuesto.
Ambos se sentaron en la mesa del comedor, uno al frente del otro. Mientras se preguntaban sobre cómo les había ido, a uno en el trabajo y al otro sobre la universidad.
A pesar de los años… Eiji sentía la misma chispa que en el inicio, el mismo sentimiento que abarcaba todo su pecho y que le exigía proteger y cuidar al rubio.
Esa necesidad de permanecer a su lado, inquebrantable voluntad que lo ataba a él. Y no quería que eso cambiará por ningún motivo, no recuerda haber estado tan feliz cómo en este punto exacto de su vida; dónde sólo eran Ash y él, viviendo en un departamento pequeño donde por las tardes ven dramas japoneses en la tele y obliga a Ash a comer Natto.
—Fue un desastre, en medio de la sesión de fotos el novio y la novia empezaron a discutir y luego… ¡Fue tan vergonzoso! No sabía si interrumpir o-
Las risas de Ash resonaron en la sala, Eiji siempre tenía buenas anécdotas en el trabajo. Uno pensaría que ser fotógrafo podría ser hasta aburrido, pues no.
—¿Te dieron pastel al menos?
—¡Lo peor fue que no! —más risas, al parecer no formaba parte del pago.
—Tienes mala suerte, onii-chan.
—Tú y tus apodos raros —Eiji señaló al menor con su cuchara, tomando un bocado de su comida—. Esta muy bueno, por cierto.
—Gracias —Ash apoyó su rostro en la palma de su mano, sonriéndole al nipón de una forma que lo hizo sentir calidez en su estómago—, tenía miedo de arruinarlo.
—¿Mañana vas a terapia, no es así? —Ash iba a terapia desde hace cuatro años. Con una terapeuta llamada Akimi Ima, especializada en supervivientes de violencia sexual y bilingüe; esto último importante debido a que para Ash era más fácil hablar en su idioma natal durante las sesiones—. ¿Necesitas que te lleve?
—Sí voy, aunque no es necesario que me lleves. Puedo irme caminando.
—¡Tenemos un auto funcional! Déjame llevarte, tengo toda la mañana libre. Podríamos ir a desayunar en alguna cafetería —propone, convenciendo fácilmente al rubio.
—Eres un buen negociante. ¿Aunque seguro que está bien?
—Por supuesto —Eiji se toma una pausa con un par de bocados a su cena—, está última semana he estado ocupado. Ni siquiera te he preguntado cómo han estado estás últimas sesiones…
—Es culpa de la vejez, hace que olvides las cosas.
—¡Sólo soy dos años mayor! —esa era siempre la forma en la que se defendía de las acusaciones del menor—, cuando ambos lleguemos a viejos y estemos arrugados, ¡Ya no te servirá esa excusa!
Ash alzó una ceja, ofendido—. ¡Pues voy a empezar a usar cremas antiarrugas desde ya! Ya verás, Eiji, me veré eternamente joven.
El azabache rió en respuesta, haciendo que Ash hiciese un puchero tal y cómo un niño malcriado.
—Cuando termine, ¿Podemos acostarnos? —preguntó Eiji, con ya casi todo su plato vacío—: estoy muy cansado —terminó por decir.
—Claro, cómo prefieras —el puchero de Ash se disolvió, sonriéndole al nipón cariñosamente.
Cuando Eiji termino, Ash levantó su plato y lo puso en el fregadero junto con la pila de otros que se supone, iba a lavar. El azabache quiso hacerlo, pero el menor no se lo permitió, jalandolo por su brazo para llevarlo al cuarto.
Ambos se sentaron en la cama, Ash ayudó a su novio quitándole los zapatos, mientras él se aflojaba la corbata que usaba.
—Las bodas son agotadoras —le dijo a Ash.
—Más cuando no te dan pastel, ¿No crees? —pero él sólo se burló.
—Seh, aunque no se veía tan bueno de todas formas —Eiji desabotono su formal camisa, tirándola al piso junto a la corbata roja.
—¿Colgaste el saco en el perchero?
—Sí, cuando recién llegué —respondió— daba demasiado calor. Además, la ceremonia fue al aire libre y no podía quitarmelo, ¡De ser así hubieran visto la transpiración de mi camisa!
Ash rió, acercándose al clóset de ambos para sacar una camisa cualquier y dársela al azabache. Se la tiró justo en la cara, pero él sólo rió en respuesta.
—Creo que me voy a bañar primero —dijo, volviendo a levantarse—, tú espérame acá.
—De acuerdo —Ash se tiró a la cama, metiéndose debajo de todas las sábanas.
Se quedó acurrucado allí, oyendo el sonido distante del agua de la regadera, y algunos movimientos en el baño. Había extrañado a su novio durante todo el día, para estas horas lo único que quería era tenerlo a su lado y darle muchos besos.
Ahora era feliz. Se sentía realmente vivo, acá en Japón junto a este maravilloso hombre.
Su yo de 14, o de 17, nunca hubiese imaginado vivir en tal realidad soñada. Una vida después de cumplir la mayoría de edad parecía una locura, pero aquí estaba, sano y salvo en su propia casa dónde ya tenía mucho más aparte de violencia de pandillas y perversión humana.
A veces había días malos; esos dónde se sentía morir tal y cómo si nunca hubiese escapado de aquel infierno, a veces el dolor parecía dominarlo y mantenerlo arrinconado contra la espada y la pared.
Pero igual lograba recuperarse, igual el día acababa y tenía la oportunidad de compensar esas recaídas con semanas geniales.
Todo ese camino de recuperación había costado lágrimas, sudor y sangre pero… Ash no se arrepiente de nada. Cree profundamente que ha valido la pena, incluso cuando es consiente de que es todo menos fácil.
—¿Andas pensativo? —Eiji salió del baño con su cabello húmedo, mechones largos con gotas brotando de ellos; su pelo ahora llegaba casi a sus hombros. A Ash le gustaba cómo le quedaba.
—¿Uhm? Oh, no… sólo estaba esperándote —el rubio se sentó en la cama, viendo a Eiji secar su cabeza con una toalla para evitar mojar la camisa que le había dado—, ¿Baño refrescante?
—En definitiva. Me hacía falta —él se acercó a la cama. Se sentó en la orilla cerca de Ash—: ¿Pero sabes que me hizo más falta?
El rubio lo miró, el negro de sus ojos chocando con el verde de los suyos. Realmente no hacía falta preguntar qué le hizo aún más falta a Eiji pero, de igual forma él lo hizo.
—¿Qué?
—Tú —El azabache se inclino, dando una sutil invitación, sin exigir nada. Dejando abierta la posibilidad— estuve casi todo el día allí, en esa boda, y sólo podía pensar en ti. Pensar… no lo sé… ¿Qué tal vez deberíamos ser esos nosotros? ¿Alguna vez…? —Eiji le sonrió, tan dulcemente que Ash no pudo evitar terminar de eliminar la distancia y lanzarse a sus labios.
Ambos ya no eran unos adolescentes. Ambos eran adultos; pero todos los besos que compartían se seguían sintiendo igual de suaves y cálidos. Cómo si hubieran nacido sólo para ese momento, no se parecía al beso de la prisión… por la mera razón que este se sentía tan natural que nunca se podría replicar, nunca se podría actuar algo así.
Aunque, Eiji de todas formas recuerda con cariño esa primera vez.
Fue algo corto y tierno, sin segundas intenciones de por medio. Ash tomó uno de los mechones húmedos y lo colocó detrás de la oreja de Eiji, tomando con su otra mano su barbilla con cuidado.
Cuando se separaron, ambos tenían sus rostros enrojecidos.
—Te amo —dijeron en unísono, y rieron ante la casualidad.
—Yo también te extrañe —Ash confesó en un susurro, lanzándose a su hombre y empujándolo totalmente a la cama—, no saliste de mi cabeza ni por un momento.
Ash se acomodó sobre Eiji, actuando cómo un felino. Recostó su cabeza en su pecho y el mayor empezó a acariciar sus mechones dorados.
—Eiji —llamó.
—¿Sí, Aslan?
—Por favor —pidió—, quedémonos así para siempre.
—Para siempre —le prometió, y besó la coronilla de su cabeza.
Ya no eran adolescentes; eran adultos…y no lo hacía más fácil, es todo menos fácil seguir de pie después de tantas adversidades, pero ambos seguían aquí. Y esa era la prueba más que suficiente para comprobar de que todo esto había valido la pena.